cover.jpg

portadilla.jpg

 

 

Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Sara Wood. Todos los derechos reservados.

VENGANZA DE PASIÓN, Nº 1564 - julio 2012

Título original: A Passionate Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-0704-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Dime, ¿por qué tanto secretismo? –le preguntó la ayudante personal de Vido a su jefe–. ¿Por qué me dijiste que no mencionara tu nombre bajo ningún concepto en la compra de la casa? ¿Y por qué estabas tan interesado en ella que has pagado más de lo que costaba?

Camilla Lycett-Brown entró en el coche e intentó descifrar por qué su jefe estaba tan tenso.

«¡Injusticia!», pensó Vido dándose cuenta de que la sangre italiana que corría por sus venas se había sublevado a pesar de tener padre inglés, fuera quien fuese, y haberse educado en Gran Bretaña durante dieciocho años.

Cumplida la mayoría de edad, se había ido a Italia acompañado por su madre y, desde entonces, la injusticia lo había perseguido y marcado.

Aquella idea le perseguía con tanta insistencia que había decidido que tenía que hacer algo si no quería volverse loco.

–Mi madre, que en paz descanse, trabajaba aquí –contestó–. Era la cocinera.

Los recuerdos de aquella época se agolparon en su mente. Los insultos. La humillación y la traición.

Vido apretó las mandíbulas y echó una última mirada al histórico edificio isabelino situado en el pueblecito de Shottery.

Hacía dos semanas que Stanford House era suya, pero era la primera vez que iba en persona a verla desde que se la había comprado al arruinado George Willoughby.

«Para ti, mamá», le dedicó a su madre en silencio.

Ya había conseguido el primero de sus objetivos. Le quedaban otros dos para poder descansar.

–¿Y? –dijo Camilla con astucia porque sabía que había más.

Mientras se preguntaba hasta dónde contarle, Vido condujo lentamente hasta la verja de hierro y, al atravesarla, tuvo que parar el coche porque le temblaban las manos.

Miró hacia atrás y vio el magnífico edificio bañado por la luz de principios de abril. ¡Era suya! No se lo podía creer. Aquella casa, símbolo del nivel de vida que jamás soñó con llevar, era suya.

Le costaba respirar de la emoción.

Stanford era mucho más importante para él que haber conseguido que el negocio familiar en Italia subiera como la espuma, más que la impresionante reputación que tenía en Milán por ser el único hombre de negocios al que se podía recurrir cuando una empresa estaba al borde de la quiebra.

Aquel triunfo era muy personal.

–A mi madre la despidieron de manera injusta –añadió con dureza.

El médico le había confirmado que la encefalomielitis miálgica que había terminado con la vida de su madre se había originado debido al estrés que le habían ocasionado las imposibles demandas de la familia Willoughby.

Su madre había muerto antes de que Vido se hiciera rico y no había podido disfrutar del lujo de aquel estilo de vida.

Vido la echaba mucho de menos y estaba decidido a cumplir la promesa que le había hecho, le costara lo que le costara.

–Aquello desencadenó una sucesión de acontecimientos que le amargaron la vida a ella y a mí –añadió–. Fue un infierno. Yo seguí estudiando, pero me puse a trabajar por las noches en una fábrica que era del mismo hombre que había despedido a mi madre. Me despidió acusándome de robo cuando sabía que había sido su nieta la que lo había hecho. ¡Me convirtieron en un ladrón sin haber hecho nada!

Vido pronunció aquella palabra con asco, incapaz de contener el horror de la espantosa vergüenza que había sentido.

Camilla lo miró estupefacta, pues no conocía aquel aspecto iracundo de su jefe.

–Quiero que pidan perdón por lo que me hicieron. Le prometí a mi madre que lavaría nuestro apellido. Quiero que Willoughby y la asquerosa de su nieta paguen por lo que hicieron.

–Tú... no eres así –aventuró Camilla dubitativa.

–No te puedes imaginar cómo me humillaron. A raíz de aquello, la gente comenzó a tratarme como a un leproso, nadie quería nada conmigo –contestó Vido–. La nieta fue inteligente. Se aseguró de que el dinero robado procediera del fondo que los trabajadores habían ahorrado para una excursión.

–¿Y qué hizo parar echarte a ti la culpa?

–Puso el dinero en mi taquilla.

–¿Por qué?

Vido apretó los dientes.

–Por despecho. Nos habíamos peleado porque ella creía que me había acostado con otras mujeres mientras salía con ella. Además, me acusó de querer casarme con ella por su dinero.

–Por supuesto, no sería verdad.

–Aquello me sorprendió tanto que no podía ni hablar. Ahora entenderás por qué el asunto de la casa es tan importante para mí.

–Sí... ¿era guapa?

Vido recordó a Anna con dieciséis años, sus largas piernas y su sensualidad a flor de piel, aquella sensualidad que había llenado sus sueños por las noches.

También recordó aquella nariz grande y deforme que le había ganado el apelativo de «bruja» desde la guardería en adelante.

Se encogió de hombros.

–Yo la quería. Sólo Dios sabe por qué. Me parecía dulce e inocente y me hacía reír, pero en realidad era una asquerosa sin corazón.

Cuanto más pensaba en ella, más se enfurecía. Sólo la idea de que pronto recibiría su merecido lo calmaba.

No sabía dónde estaba, pero la encontraría y le haría vivir una pesadilla hasta haber conseguido lo que quería de ella.

Los ojos de Vido, de color marrón, brillaron con una luz especial. Era irónico que Willoughby hubiera perdido su fortuna y Stanford mientras que él, el hijo ilegítimo de su cocinera, poseía tanto dinero que no podía ni contarlo y sólo tenía veintiocho años.

Se rió con ironía y echó la cabeza hacia atrás dejando al descubierto sus dientes blancos en aquel rostro moreno al que diez años de sol italiano habían curtido.

Camilla sintió una punzada de deseo por aquel hombre tan guapo y en un abrir y cerrar de ojos, le agarró de la mandíbula y lo besó.

Vido intentó besarla con pasión, pero su deseo por las mujeres seguía siendo anormal. Aquello también era culpa de Anna. Por su culpa, no podía amar a ninguna mujer.

Quería querer a Camilla y lo había intentado. Aquella mujer era brillante, divertida e inteligente y Vido se moría por tener una esposa y unos hijos, pero...

–Vámonos –le dijo, sintiéndose culpable al ver que Camilla asentía encantada creyendo que su reacción se debía a la pasión.

Vido puso el coche en marcha de nuevo rumbo a su despacho de Londres.

 

* * *

Anna se arrodilló en el sendero del jardín y se puso a quitar las malas hierbas de los parterres de aquel típico jardín inglés.

No pudo evitar compararlo con los jardines de Stanford House, la casa en la que había transcurrido buena parte de su vida.

Ahora, sólo tenía aquel pequeño jardín de tres metros por dos. Nada que ver con las hectáreas que solía recorrer entonces, cuando era una chiquilla solitaria a la que nadie quería.

Instintivamente, se tocó la nariz, que ahora era normal y se ajustaba a su rostro.

Sonrió encantada.

Ser fea le había enseñado mucho. Ahora, jamás le revelaba sus sentimientos a nadie. Lo que le había ocurrido con Vido le había dejado claro que era mejor así.

Al pensar en él, sintió que le dolía el corazón y tiró de una mala hierba con fuerza. ¿Para qué abrir viejas heridas?

Lo había amado de manera loca y salvaje, profunda y convencida, pero jamás se lo había dicho por miedo a que se riera de ella.

Vido era el chico más codiciado del colegio y ella no era más que… ¿cómo la habían llamado aquellas chicas?… «un ratoncillo espantoso».

Sí, la había besado varias veces y ella no podía creérselo, pero su abuelo y las niñas del colegio le habían dicho por qué.

Vido era muy ambicioso y ella era una rica heredera. ¿Si no cómo se iba a fijar un Adonis en una chica tan fea como ella?

Anna se mordió el labio inferior al sentir de nuevo la herida de la verdad. Aquel día, había creído morir, aquel día en el que no había tenido más remedio que aceptar que Vido no era más que un cazafortunas sin escrúpulos.

Ella no había sido más que el medio para conseguir un fin y nada más.

Vido era agua pasada. Anna se iba a casar en breve y, afortunadamente, podría olvidar aquel dolor y superar la falta de autoestima que siempre la había perseguido.

A Peter, su prometido, le gustaban sus silencios y su carácter reservado. No le gustaban nada las mujeres emocionales que demostraban sus sentimientos abiertamente.

Había tenido suerte de encontrar a un hombre que supiera apreciar sus cualidades. Peter era un hombre racional y frío que no le inspiraba locos e incontrolables deseos que la atemorizaban.

Oyó un frenazo y un coche que daba marcha atrás, pero no le prestó atención.

Stanford House se había vendido, lo que había provocado que a su abuelo le diera un derrame cerebral, y entonces ella había cambiado su inmenso jardín por el de la casa del guarda.

Aquella casa estaba situada a unos cientos de metros de la granja en la que había nacido Anne Hathaway, la esposa de Shakespeare y era normal que los turistas pararan ante ella para fotografiarla también.

A Anna le habría gustado que su abuelo hubiera sabido disfrutar del encanto de aquella pequeña casa de campo, pero el hombre estaba deprimido y enfurecido y no había podido asimilar lo que él denominaba «bajar de escalón».

Así, no era de extrañar que le hubiera dado un derrame cerebral. Había pasado de ser un hombre de carácter fuerte y dominante a un anciano frágil y débil.

Anna cortó unas flores para él con la esperanza de que estuviera mejor cuando fuera a verlo la próxima vez.

 

 

Vido se quedó mirando a la mujer que estaba de espaldas. A pesar de que habían transcurrido diez años, la melena negra y el espectacular cuerpo de Anna eran los mismos.

También sus emociones encontradas.

Verla le producía una devastadora mezcla de deseo y de odio. Ambos sentimientos se habían apoderado de su cuerpo y no pudo evitar enfadarse consigo mismo.

No debería sentir nada por ella después de tanto tiempo.

–Espiar a las campesinas no es tu estilo –murmuró Camilla divertida.

Vido tomó aire para serenarse. ¿Por qué demonios se derretía por dentro al ver a aquella mujer? ¿Acaso su cruel burla lo había convertido en masoquista o en un pervertido? ¿De verdad lo excitaba una mujer que lo despreciaba?

Él sólo quería ser un hombre normal, enamorarse, tener hijos…

–Creo que es Anna –contestó.

–Ah. Bueno, si la vas a poner como a un trapo, date prisa –dijo Camilla tocándole el brazo con cariño.

Vido tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no apartarlo y se preguntó por qué tenía una respuesta tan irracional ante un gesto de afecto de Camilla.

–Sólo quiero tener un par de palabras con ella –contestó.

Haciendo un gran esfuerzo, consiguió acallar a la voz que en su cerebro le decía que quería mucho más que eso.

Volver a ver a Anna, le había despertado la libido. ¡Y de qué forma! Todas y cada una de sus células clamaban por tenerla bajo su cuerpo gritando de placer.

El sentido común lo hizo volver a la normalidad y recordar que aquella mujer le había llamado promiscuo y le había preguntado con frialdad si tenía intención de propagar alguna enfermedad de contagio sexual entre las mujeres del condado.

Lo había insultado y lo había hecho aparecer a los ojos de los demás como a un delincuente.

¡Maldición!

Vido abrió la valla de madera blanca y se acercó a ella, que no lo había visto llegar y continuaba arrodillada ante su minúsculo jardín.

Anna se puso en pie de espaldas a él y Vido apreció su maravilloso cuerpo y recordó que sus amigos salían tomarle el pelo diciéndole que, poniéndole una bolsa en la cabeza, era una chica muy guapa.

Anna era una chica muy reservada que jamás había dejado que ningún chico se acercara a su cuerpo, ni siquiera él.

Impacientándose consigo mismo, Vido se dijo que debía concentrarse en lo que le había llevado hasta allí.

Anna vivía a escasos kilómetros del lugar donde él quería establecer su empresa y eso podía ser peligroso porque podría arruinar su reputación con su lengua viperina.

Como si hubiera presentido su presencia, Anna se giró hacia él.

–¡Vido! –exclamó horrorizada.

Al verlo, Anna dio un paso atrás y estuvo a punto de perder el equilibrio. Aquel hombre irradiaba ira y una sexualidad primitiva que se apoderó de ella y la hizo quedarse sin aliento.

Seguía siendo pura testosterona, un macho sediento de sexo que trataba a las mujeres como a objetos de placer. El miedo que había sentido nada más verlo se tornó en desprecio.

Vido también la miraba sorprendido, pero por una razón completamente diferente. Anna se había operado la nariz y ahora lucía un rostro tan bello que cortaba la respiración.

Lo estaba mirando con sus grandes ojos grises y, de repente, se tapó la nariz, como solía hacer de pequeña cuando alguien la miraba fijamente.

Aquello hizo que Vido sintiera de nuevo un instinto de protección que creía olvidado, pero se dijo que con ella no merecía la pena.

Una vez creyó que era una pobre heredera a la que nadie quería. Sus padres habían muerto y su abuelo no se preocupaba por ella, así que él la había querido, pero aquello había quedado atrás.

Anna tenía un temperamento frío y distante, como su abuelo, que le había impedido tener amigos, así que Vido se dijo que, por mucho que hubiera cambiado por fuera, era imposible que hubiera cambiado por dentro.

–Anna, qué sorpresa –le dijo con desprecio.

–Sí –contestó ella tragando saliva.

Vido se cruzó de brazos en actitud dominante y a Anna le costó trabajo no sentirse intimidada. Más todavía le costó ignorar la oleada de bienestar que la había invadido al ver que Vido la miraba con aprobación.

Los recuerdos se agolparon en su mente. Los había buenos y malos, pero sólo recordaba los buenos. El ir agarrados de la mano, las risas, los besos… en definitiva, la compañía que había transformado su solitaria vida.

Pero se obligó a recordar la humillación que la había convertido en una leona furiosa. Al darse cuenta de que sólo era para él una eventual fuente de ingresos, se había sentido pisoteada y burlada.

Seguía siendo el chico rubio de ojos oscuros que le había arrebatado el corazón, pero ahora tenía un aire intimidatorio que la hacía estremecerse.

Nerviosa, recordó lo iracundo que se había ido después de discutir con ella la última vez y se dijo que lo mejor era no olvidar lo que su abuelo le había dicho, que Vido no era más que un delincuente.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó con frialdad.

–Voy de camino a Londres –contestó Vido.

Anna respiró aliviada al saber que sólo estaba de paso. Por un momento, había creído que había vuelto a Shottery para arruinarle la vida.

–Pues te sugiero que sigas viaje porque tu amiga te está esperando –dijo Anna fijándose en la espectacular rubia que lo esperaba en un coche igual de espectacular.