Agradecimientos

¡Eh, soy Les! Si habéis llegado hasta esta parte del libro, al final, quiero daros las gracias por gastar una parte valiosa de vuestro tiempo en mí. Es decir, sé que merezco la pena, pero oye, daros las gracias nunca está de más.

A todos los lectores de Wattpad que me acompañasteis capítulo a capítulo, con paciencia, pero mordiéndoos las uñas. Sé que os saqué mucho de quicio, pero supisteis quererme y yo a vosotros.

Al equipo de Plataforma Neo, por hacerme más real de lo que nunca fui y darme la posibilidad de llegar a más personas. Me habéis tratado con mucho cariño.

A la familia y los amigos de Andrea, cuyo apoyo ha sido tan grande que ni siquiera tiene palabras para agradeceros. Se pone un poco ñoña y me pide que os diga que os quiere mucho.

A todos vosotros, por darme esta oportunidad.

Gracias.

Atte. Les

Capítulo 1

Para contar esta historia tengo que empezar desde el principio. Era un día soleado hace dieciséis años cuando una mujer daba a luz…

Está bien, era solo una broma para establecer contacto. Pero la verdad es que sí tengo que empezar por el inicio, por el día en que todo comenzó o, como yo prefiero llamarlo, el día en que mi vida fue destruida…

No me tachéis de dramática, me viene de familia.

—¿No estáis contentos? ¡Por fin se acaban las clases! Tres largos meses para hacer lo que queramos. Sin deberes, sin madrugar…

Gruñí mientras Alan decía todo aquello. Era la última hora de clase del último día antes de las vacaciones, y estábamos sentados formando un círculo con nuestras sillas para poder vernos las caras mientras Rudolf, el viejo profesor de historia y también nuestro tutor, ponía en orden las actas de las notas.

En realidad no se llamaba Rudolf, pero como su nariz gigante se volvía roja con el frío del invierno, resultaba una copia exacta del famoso reno en versión humana.

—Mis padres están empeñados en llevarme de excursión por todo el país —refunfuñó Nat arrugando la nariz en un gesto de repugnancia—. Además, pretenden que deje el teléfono móvil en casa. ¡Quieren acabar conmigo!

Oh, sus problemas no eran nada comparados con los míos. Claro que, en aquel momento, poco sabía yo de lo que me deparaba el futuro. Lo único que tenía claro en aquellos momentos era que no quería recibir las notas.

Una mano se posó sobre mi hombro al tiempo que el brazo rodeaba mi cuello y me lanzaba contra un duro pecho.

—Lo siento por vosotros, chicos, pero yo emplearé las vacaciones en jugar al fútbol, que tengo que entrenar. —Jordan sonrió mostrando sus dientes blancos y luego me miró expectante—. ¿Tú que harás, Les?

Me encogí de hombros, logrando a duras penas separarme de él. Jordan y yo habíamos tenido algo, y cualquiera que nos viese diría que seguíamos teniéndolo, pero no era así. Ahora técnicamente éramos amigos, pero donde fuego hubo cenizas quedan, y pertenecer al mismo grupo de amigos no hacía las cosas más fáciles. Además, él era un imbécil.

—Supongo que mi madre querrá hacer algo para que Tom, Kenzie y yo nos conozcamos mejor.

Una respuesta simple y escueta, como a mí me gustan. No iba a contestarles algo como quedarme encerrada en mi habitación haciendo ejercicios de matemáticas como si no hubiese un mañana, principalmente porque aún no sabía mis notas y si existía alguien allí arriba que estuviese viéndome y me quisiera, todavía tenía oportunidad de aprobar. Además, tampoco era una mentira. Mi madre y Bigotudo Tom se habían casado el mes pasado y, aprovechando que Kenzie, mi hermana, iba a pasar unos días en casa, lo más seguro era que todos comenzásemos a conocernos mejor.

Jordan trató de acercarme de nuevo a él.

—¿Sabes? Siempre puedes pasarte por mi casa. Mi madre preguntó…

Pero no terminé de escuchar qué preguntó su madre porque la campana que anunciaba el final del año escolar interrumpió nuestra charla. El revuelo fue instantáneo. Algunos alumnos gritaron y lanzaron papeles al aire como en las películas mientras otros zarandeaban las mochilas ya cerradas y aplaudían… No me habría sorprendido que alguno se hubiera puesto a cantar, pero no llegó a tanto.

—No olvidéis recoger vuestras notas antes de salir.

Por supuesto, Rudolf siempre recordándome lo desdichada que podía ser mi vida.

Me retrasé a propósito al guardar los libros en la mochila. Despedí a mis amigos y a algún que otro compañero con la mano a medida que se iban. De este modo, para el momento en que estuve lista tan solo quedaban un par de alumnos rezagados.

—Bueno, allá vamos —susurré para mí misma, tratando de ganar valentía.

Me colgué la mochila al hombro, puse mi viejo skate bajo el brazo y caminé a paso de caracol hacia la mesa del profesor, donde solo quedaba un sobre blanco y cerrado: mis notas. Rudolf ni siquiera me miró cuando agarré el papel. ¿Cómo se suponía que deduciría lo que había en el sobre si no me daba ni una pista con su expresión?

Maldición, no podía esperar más. La paciencia nunca ha sido uno de mis rasgos característicos. Sin esperar a salir del aula rasgué el sobre y saqué las calificaciones como si fuese papel hirviendo en mis manos. Crucé los dedos y miré.

Ahí estaba, resplandeciendo en color rojo negativo, un gran y sangrante cuatro.

—Mierda —solté, incapaz de contenerme.

Mis dedos se clavaron en el papel arrugándolo por los bordes. Había suspendido matemáticas. No me lo podía creer. Tantos malditos esfuerzos para nada.

—Tal vez en la recuperación le vaya mejor, señorita Sullivan.

Alcé los ojos rabiosos hacia Rudolf. El muy imbécil probablemente estaba disfrutando con mi humillación. En la recuperación, por supuesto. Porque pasarme un verano entero estudiando matemáticas siempre estuvo en mi lista de planes para las vacaciones. Encabezándola, por supuesto.

—Que tengas un buen verano —le gruñí, volviendo e guardar el acta en el sobre y caminando cabreada hacia la salida.

No contento, Rudolf tuvo más que añadir.

—No me tutee, señorita Sullivan. Aquí hablamos con respeto.

Apreté los dientes y continué con mi camino, sin volverme hacia él. Cuando finalmente estuve fuera del edificio lancé la mochila y el skate al suelo y solté un grito de rabia.

—¡Que te den! —exclamé finalmente, aunque nadie me oyese.

Había guardado las notas en la mochila y regresaba patinando hacia casa cuando mi teléfono sonó en el bolsillo de la cazadora. Reconocí el tono al instante: era Kenzie, mi hermana mayor. Mi pecho se estremeció. ¿Se habría enterado ya de mi suspenso? Ni siquiera se lo había dicho a mamá. ¿Tendría telepatía? Pero si tenía que escoger una persona a la cual enfrentarme primero para discutir sobre mi castigo, prefería que fuese ella por delante de todos.

—Hola, Kenz —respondí al descolgar la llamada—. Supongo que me llamas para…

Sin embargo, no me dio tiempo a terminar la frase. Un sollozo desde el otro lado de la línea me interrumpió.

—Lo hemos dejado. Él se va a ir a ese trabajo en Italia y lo hemos dejado.

Oh, vaya…

Reduje la velocidad para poder concentrarme mejor en la conversación. Aquella era una revelación tan importante como inesperada.

—Lo siento, Mackenzie. Nunca pensé que lo aceptaría. De verdad, estabais tan bien juntos…

La escuché hipar y continuar sollozando. Sonaba tremendamente mal. Apostaba mi skate a que en aquellos momentos había terminado con todo el chocolate de su despensa.

—Yo también. Incluso habíamos hablado de vivir juntos, y ahora… ¿Cómo puede irse sabiendo que yo me quedo aquí?

Mi hermana pasaba rápido de la fase de autocompasión a la de insultar a su ex, y esa última era exactamente la que mejor se me daba. Cuando Jordan y yo lo dejamos, a pesar de seguir siendo amigos, descargué toda mi ira creando una diana con su cara en el centro a la que tiraba dardos. Lo habría matado varias veces de haber sido real y, la verdad, en aquellos momentos no me habría importado.

—Siempre te dije que era un poco estirado. ¿Recuerdas cuando se puso traje para venir a mi cumpleaños?

Ella rio, y eso estuvo mejor, aunque sonó amortiguado por las lágrimas. Estaba segura de que recordaba a la perfección a Henry con su traje oscuro lleno de tarta de chocolate blanco.

La verdad es que mi hermana, para lo sosa que era, había tenido una vida amorosa bastante envidiable. En su último año de instituto fue pretendida por dos chicos, ambos guapísimos. Llegó a salir con uno de ellos, pero lo dejaron cuando empezaron la universidad por la distancia. Ella misma lo dijo: «Nadie termina casándose con su pareja del instituto». Sinceramente, creo que solo trataba de consolarse a sí misma.

Sin embargo, siempre pensé que Henry sería el definitivo. Parecían estar a gusto juntos, y él no fue un novio de instituto, sino de universidad.

Para el momento en el que llegué a nuestro barrio, Kenzie ya estaba más relajada y yo sentía que podía colgar la llamada sin preocuparme de que intentara ahogarse en un barril lleno de chocolate.

—Cuando vengas a casa veremos todos los capítulos de las últimas temporadas de Friends y nos hartaremos a helado. Ya verás cómo te olvidas de él enseguida.

El que la otra línea quedase en silencio no me gustó nada.

—¿Kenzie?

Que continuase con más silencio tampoco fue una buena señal.

—En realidad, Les… No iré a casa estas vacaciones.

Pisé mal y me caí del skate. Di unas cuantas zancadas dentro del jardín de los vecinos y me quedé ahí parada, recuperándome de la noticia. Tenía que estar tomándome el pelo.

—¿Perdón?

—No te enfades, por favor. Ya sé que lo prometí, pero sabes que sigo sin trabajo y Melanie se ha ofrecido a hablar con Jack. Puede que me encuentre algún puesto en Nueva York, en la nueva sede de la empresa.

¡No podía hacerme eso!

—Kenzie, dime que es una broma…

La puerta de la casa de los vecinos, cuyo césped estaba pisando, se abrió. Si iban a echarme, tendrían que pelear primero, tenía un asunto de máxima importancia entre manos.

—Entiéndelo, Les. Necesito el trabajo, especialmente ahora, para no pensar en… él.

Sentí la rabia creciendo dentro de mí. Quizás fuese por la ilusión de ver a mi hermana después de tanto tiempo rompiéndose en pedazos.

—¡Era un maldito imbécil, Mackenzie! Lo dejasteis, ¿y qué? ¡Millones de parejas rompen cada día!

El silencio se volvió intenso en la otra línea y supe que había metido la pata cuando la llamada se cortó y solo escuché un repetido pitido desde el otro lado. Genial, ahora mi hermana estaba cabreada conmigo.

Alguien me tocó el hombro para llamar mi atención.

—¿Qué? —me volví enfadada y gritando.

Un chico pelirrojo levantó las cejas y dio un paso hacia atrás. En la mano llevaba mi skate manchado de barro húmedo. Debía de haberse hundido en la tierra cuando tropecé.

—¿Un mal día, Leslie?

Tomé el skate y fulminé con la mirada a James, uno de los exnovios de mi hermana. A pesar de ser cinco años mayor que yo, no podía negarle la buena apariencia física, pero tampoco lo idiota que era. Él y Mackenzie fueron tal para cual.

—Te he dicho miles de veces que es Les, idiota, no Leslie.

Una sonrisa petulante se extendió por su rostro. Comprendía perfectamente por qué sacaba de quicio a Kenzie.

—Lo que tú quieras, Leslie.

Bufé y me giré, dándole la espalda. Nadie podía discutir con James Smith estando de mal humor y salir ganando.

—Oye, ¡espera!

Me volví todavía más cabreada hacia él. ¿Ahora qué demonios quería?

—¿Qué, qué, qué? —le espeté, observando cómo arrugaba la nariz y se revolvía el cabello con la mano.

—Esto… Tú… ¿Estabas hablando con tu hermana?

Cielos, lo que me faltaba, una conversación sobre la parejita feliz que ya no lo era. Ni siquiera sé por qué James y Kenzie rompieron. Eran muy empalagosos.

—¿Sabes, pelirrojo? Si tantas ganas tienes de saber de ella… ¡Llámala!

Y dicho eso, le di la espalda y continué mi camino. Odiaba tener que ser la que dijese las cosas a la cara. Bueno…, lo cierto es que no lo odiaba, más bien me encantaba.

Atravesé su jardín, no sin olvidarme de clavar con fuerza los pies en el césped. Cuando llegué a casa cerré de un portazo. No tenía humor de decirle nada a mi madre sobre el suspenso en matemáticas, pero cuanto más lo retrasara, peor sería. A juzgar por lo mal que me estaba yendo el día, me esperaba cualquier tipo de castigo, incluyendo la despedida de mi teléfono móvil. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Llamé a mamá y a Tom a gritos, pero nadie contestó. Me habían dejado sola. Lo único que encontré fue una nota en la cocina. Lo que leí no me gustó nada.

Hemos salido a hacer unas compras. Como llegan las vacaciones, Tom y yo hemos decidido hacer un viaje por toda Europa este verano. ¿No es fantástico? Kenzie no podrá venir, creo que ha encontrado trabajo, pero hablé con tu padre y está encantado de que pases con él las vacaciones. ¿No es genial? Hablaremos de todo cuando llegue a casa.

P. D. Hay comida en la nevera.

Mi madre se había vuelto loca. Ni siquiera había terminado de asimilar lo que estaba escrito en la nota cuando la cabeza empezó a darme vueltas y más vueltas. Tuve que arrastrar una silla y sentarme. Un verano entero con mi padre. En su casa. Con su nueva familia. Su mujer Anna Banana. Y sus hijos. Los horrigemes.

Blake.

Hunter.

Mierda.

Capítulo 2

—Ya verás, Leslie. Te va a encantar cómo Anna ha reformado la habitación para ti. Hay cortinas nuevas, escritorio y una cama enorme. Los gemelos también están encantados de que vengas a pasar estos meses con nosotros. ¡Será divertido!

Resistí la tentación de golpearme la cabeza repetidas veces contra el cristal de la ventanilla del coche mientras escuchaba a mi padre repetir aquellas frases por enésima vez en el viaje. ¿O tal vez debería estampar su cabeza?

Sí, divertidísimo. Seguro.

¿En qué clase de dimensión alternativa vivía mi padre cuando decía aquello? Nunca me había gustado pasar tiempo con Anna y los horrigemes. La última vez que los había visto a todos juntos en persona fue dos años atrás, en su boda. Desde entonces las veces que papá venía a vernos a Kenzie y a mí nos llevaba de acampada o de vacaciones, pero no a su casa.

¿Y esa mentira de que los gemelos —perdón, horrigemes— estaban encantados de pasar todo el verano conmigo? Hunter y Blake me odiaban de la misma forma en que yo los odiaba a ellos. Quizá más a Hunter. Blake, al enterarse de la noticia de nuestro genial y nuevo verano, me permito el lujo de ser sarcástica, me había escrito después de un año sin hablar. Me dijo que tenía ganas de verme. Al menos trató de ser simpático, hay que darle un punto por ello. Sin embargo, cualquier persona que lo conociese bien sabría que era igual de idiota que su gemelo.

Además, estaba el hecho de que tiempo atrás, cuando tenía doce años, uno de ellos me había dado mi primer beso. ¡Fue la debilidad del momento! Él se había portado bien conmigo porque era mi cumpleaños y yo fui muy tonta de dejar que me diese un beso como regalo. Después de eso, ambos, los dos hermanos, volvieron a ser tan gilipollas conmigo como de costumbre.

Pero había aprendido de mis errores y eso no volvería a pasar. Nadie se burlaba de Leslie Sullivan. Ahora tenía dieciséis, más experiencia en el mercado masculino y cero ganas de verle la cara a ninguno de ellos, por mucho que Blake mintiese escribiendo que tenía ganas de verme. Por desgracia, nada dependía de mí.

Mi padre se metió en el aparcamiento del edificio para dejar el coche. Mientras yo vivía con mi madre en las afueras, en una bonita casa con jardín, él y su familia estaban atascados en medio de una ciudad, con su tráfico, sus días grises y con poco espacio vital para cada uno.

Para ser una ciudad donde habitan tantas personas desconocidas, él no tardó en encontrarse con un vecino nada más bajarnos del coche. Comenzaron a hablar sobre el ascensor estropeado, la típica conversación aburrida que no me apetecía escuchar. Además, odiaba estar en un aparcamiento subterráneo. Su oscuridad, humedad y olor a gasolina me mareaban.

—Ve subiendo esa caja —me dijo mi padre al notar mi expresión de cansancio—. Acuérdate, es el sexto piso.

Contuve una maldición y tomé una de las cajas que había traído. Al mudarme por tres largos meses necesitaba llevar bastante ropa, pero también los libros y apuntes de matemáticas que «debía» estudiar durante las vacaciones. Plan perfecto, ¿eh?

Avancé tambaleándome por todo el aparcamiento hasta el portal. La caja de cartón era demasiado grande y pesada para el poco contenido que transportaba, que en su mayoría era ropa. Apenas me dejaba ver lo que tenía delante. Cuando llegué a la puerta del ascensor, me encontré con el primer contratiempo.

—¿Averiado? —gemí audiblemente, sintiendo el mundo derrumbándose sobre mí.

O tal vez fuese la caja pesando cada vez más y más. ¡Tenía que subir hasta un sexto piso! ¿Cómo puede estar averiado un ascensor en un edificio que tiene tantas plantas?

Muy a mi pesar, comencé a subir lentamente los escalones. A cada paso que daba, más se quejaban mis piernas. ¿Por qué no podría teletransportarme al sexto piso como hacía Harry Potter? Siempre supe que mi lechuza se perdió por el camino, dejándome atrapada en esta asquerosa vida de muggle

Estaba ascendiendo con lentitud, escalón a escalón, sin ser capaz de ver lo que había enfrente, cuando algo chocó contra mí. O quizás yo choqué contra algo. Qué más da, la cuestión es que perdí el equilibrio y todo mi cuerpo se inclinó hacia atrás. Unas manos tomaron la caja que yo estaba sujetando, con lo que pude estabilizarme.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Los ojos grises de un chico de mi edad me miraron con preocupación desde el otro lado de la caja. Tomada por sorpresa, me sobresalté y solté la caja. La persona del otro lado la sujetó, logrando que no se cayera, aunque yo no tuve la misma suerte. Tropecé hacia atrás y acabé agarrándome a la barandilla para no perderme escaleras abajo. La voz volvió a dirigirse hacia mí, de nuevo con la misma pregunta.

—¿Estás bien?

Parpadeé mirando hacia el final de la escalera y luego de vuelta al chico que tenía delante, que ya me miraba con cierta aprensión. Tragué saliva sin poder evitar radiografiarlo con la mirada. No me culpéis, el chico merecía una atenta mirada, ya me entendéis.

Vaqueros oscuros, camisa blanca que se ajustaba al contorno de los brazos, labios gruesos, cabello castaño rizado… Y eso sin olvidar aquellos ojos grises, un color que me encantaba, pero que rara vez encontraba.

El chico se movió, incómodo, balanceando la caja en sus brazos. Reaccioné rápidamente y me alejé de la barandilla para tomarla de vuelta.

—Lo siento, me asustaste.

¿Te asustó alguien que evitó que te matases escaleras abajo? Venga, Leslie, ¿quién pensabas que era? ¿Voldemort?

—No pasa nada —sonrió el desconocido, todavía sin soltar la caja mientras yo tiraba de ella hacia mí—. ¿Subes?

—Al sexto, sí —respondí.

—Déjame ayudarte, entonces.

Todavía desubicada, dejé que aquel desconocido tomara la caja en sus manos y comenzara a subir la escalera. Tenía que admitir que un poco de ayuda no me vendría nada mal.

—Oye, espera —le dije mientras intentaba no perderlo—. No sé quién eres y estás llevando mis cosas. ¿Y si eres alguna clase de psicópata?

El chico giró el rostro hacia mí y me sonrió de una forma infantil y aniñada que liquidó de mi cabeza cualquier idea extraña.

—Supongo que soy tu vecino del sexto piso —se presentó sin dejar de avanzar—. Harry Sanders.

—Yo soy Leslie, pero prefiero que me llamen Les, si no te importa.

—Les —repitió lentamente con voz ronca, aunque tal vez fuese para tomar aire entre escalón y escalón—. Es un nombre bonito.

Continuamos subiendo más escalones hasta que finalmente llegamos al sexto piso. Harry me devolvió la caja. Su respiración estaba agitada por el esfuerzo físico. La mía también.

—Vivo ahí —dijo señalando la puerta de enfrente al piso de mi padre—. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme.

—¿Por qué iba a necesitar algo? —repuse enarcando una ceja.

Harry rio de nuevo y sus ojos se achicaron.

—Jamás te he visto por aquí, quizá solo estás de paso, pero, en cualquier caso, eres nueva. Por lo tanto, tal vez necesites conocer a gente…

Me había pillado. La respuesta debió de reflejarse en mi rostro, porque él se limitó a guiñarme un ojo y despedirse con la mano antes de trotar de nuevo escaleras abajo. Observé cómo sus rizos rebotaban a cada paso que daba. Para ser el primer posible amigo que hacía durante estas vacaciones, no estaba del todo mal. Había estado antes en aquel piso, pero nunca el tiempo suficiente como para conocer a gente. Ni siquiera a los vecinos.

Dejé la caja en suelo y volví los ojos hacia la puerta cerrada. Sexto derecha. De vuelta al mundo real, me tocaba enfrentar de pleno mi pesadilla de verano. No iba a esperar a que mi padre terminase la conversación y subiese los seis pisos hasta donde yo estaba. Hice de tripas corazón y pulsé el botón del timbre. Después esperé hasta que la puerta se abrió. Contuve la respiración cuando eso sucedió.

Unos ojos oscuros me observaron desde unos centímetros más arriba. Estaban coronados de pestañas largas y espesas, tal como los recordaba, igual que su cabello negro y despeinado. Inconscientemente, mis propios ojos bajaron a su nariz, a la forma generosa de sus labios, a los músculos flexionados en sus hombros, recreando una pose chulesca y prepotente, mientras se apoyaba en el marco de la puerta con descaro.

Regresé mis ojos de vuelta a los suyos tan rápido como fui consciente de lo que estaba haciendo. ¿Qué pasa contigo, Les? Vale, el chico ha cambiado mucho desde la última vez que lo viste, hace ya dos años, pero eso no significa que debas babear delante de su asquerosa, digo hermosa, cara. Espera, hermosa no. No lo diré de un horrigeme. Jamás.

Lamentablemente, mi intrépida e infortunada acción fue captada por su perversa mente, y cuando nuestros ojos volvieron a coincidir, una sonrisa burlona se deslizó en sus labios. Maldije, pero entonces él comenzó a hacer lo mismo que yo había hecho previamente. Su mirada abandonó lentamente mis ojos azules, tal vez demasiado despacio. Continuó deleitándose en mis labios, sin sentir ninguna clase de vergüenza. Claro que él nunca tuvo de eso. Apreté los dientes cuando sus ojos se posaron en mi camiseta de tirantes blanca, lamiendo cada curva de mi cuerpo hasta llegar a mis piernas. Carraspeé de forma forzada y sus ojos volvieron de nuevo a los míos. La sonrisa creció prepotente en su cara de idiota mientras sus labios formaban las primeras palabras de bienvenida.

—Leslie…

Podría haber pasado todo el tiempo del mundo, pero sabía perfectamente quién era: Hunter.

—Es Les, idiota —dije, y me agaché a recoger la caja del suelo para poder entrar en casa.

Hunter se hizo a un lado cuando atravesé la entrada furiosa. Mantenía su sonrisa y yo solo quería partirle la cara. Tal vez lo hiciera.

—Ha pasado mucho tiempo —comentó mientras cerraba la puerta.

—No el suficiente.

Él volvió a reír. Odiaba que lo hiciera. Odiaba ser la razón que le causase felicidad. Odiaba cualquier cosa que tuviera que ver con él riéndose de mí.

—Quizá te alegre saber que Blake no está en casa —murmuró, siguiéndome por el pasillo, camino a mi nueva habitación, aquella donde mi hermana y yo nos quedábamos cuando íbamos de visita—. Pero volverá esta noche.

—Genial.

Por alguna razón había esperado encontrarme con Blake antes que con Hunter. De los dos, él era el más soportable. De todos modos, ¿dónde estaba Anna Banana? ¿Y mi padre? ¿Para tanto daba una simple conversación? Hunter caminaba detrás de mí como un perrito faldero.

—Aunque quizás habrías preferido que hubiese sido él quien te recibiera, ¿me equivoco? Ya sabes, para rememorar viejos tiempos.

Sentí cómo se me erizaban la piel de la nuca y de los brazos. Hunter no estaba sacando el tema. Hunter no estaba sacando el maldito tema. Me giré hacia él para enfrentarme, con la caja al frente como si fuera un escudo protector de hermanastros idiotas. Esta chocó contra su abdomen y lo obligó a retroceder un paso. Incluso así lo hizo elegantemente. ¡Dios, cómo lo odiaba!

—Mira, Hunter, tú y yo vamos a dejar unas cosas claras, ¿vale?

Alzó las cejas mirándome desde sus quince centímetros de altura extra. Me sentí un poco amedrentada. Era de las más altas de mi clase, no estaba acostumbrada a que los chicos fuesen más altos que yo. Incluso Jordan me sacaba tan solo un par de dedos.

—He venido aquí por obligación. Preferiría estar en cualquier otro sitio antes que aquí. Agradecería que tratases de ignorarme tanto como lo voy a hacer yo contigo. Y con Blake.

Añadí eso último como golpe de gracia. No quería saber nada de ninguno de los dos gemelos. Hunter cruzó los brazos sobre el pecho, desprendiendo ese aire de prepotencia que tanto detestaba.

—Eso complica un poco las cosas.

Fue mi turno de levantar las cejas, extrañada. ¿Qué demonios se iba a complicar?

—Según tengo entendido, suspendiste matemáticas. —Oh, las noticias volaban—. Y resulta que yo entré en la universidad gracias a mis notas en matemáticas.

Di un paso hacia atrás inconscientemente. No me gustaba cómo sonaba eso. La sonrisa de Hunter se hizo más notable. Le divertía burlarse de mí. Él también dio un paso, siguiendo el camino que yo estaba trazando dentro de la habitación. Posó las manos en la caja y tiró de ella. Sentí cómo me arrebataba mi escudo.

Sin embargo, lo único que se limitó a hacer fue dejar la caja en una esquina, cerca de una mesita de noche y un escritorio nuevo. Eché un rápido vistazo a la habitación por encima de mi hombro. Tal como mi padre había dicho, la había reformado. Las dos camas habían sido sustituidas por una grande y blanca, y los adornos de las paredes recordaban más a un cuarto de adolescente que a uno de invitados. Aquel gesto de hacerme sentir bienvenida me enterneció un poco.

Cuando volví la vista hacia delante solté una sonora exhalación. Hunter me sonrió, con su cuerpo invadiendo mi espacio vital. Me vi obligada a alzar el rostro para poder mirarlo a la cara. Era consciente de que su intención era ponerme nerviosa.

Respira, Les. No quieres darle una patada en sus partes nobles. Eso es solo tu imaginación. Pero ¡claro que quería!

—Así que tu padre y yo hemos estado hablando —continuó diciendo mientras yo no hacía más que sentirme acorralada—. Y, claro, me ha pedido que sea tu profesor particular.

—¡No!

La negación salió más como un ruego desesperado que como una orden, que era lo que yo quería. Aquello no podía ser cierto, Hunter Harries no iba a darme clases particulares a mí. No lo permitiría. Antes prefería volver a suspender matemáticas.

—La decisión está tomada, dulzura —susurró, acercándose más a mí.

¿Dulzura? Di un traspié hacia atrás, cambiando el rumbo y haciendo que mi espalda chocase contra la pared. El horror se apoderó de mí cuando la mano de Hunter se posó al lado de mi cabeza, flanqueándome la retaguardia derecha.

—¿Qué estás haciendo?

Mis ojos claros se clavaron en los suyos, oscuros. Noté mis piernas vacilar y traté de mantenerlas firmes. No iba a dejar que mis rodillas flaqueasen y me dejaran en evidencia ante él. Eso jamás podía ocurrir.

Entonces acarició un mechón de mi cabello, enredándolo de forma juguetona en sus dedos y tirando de él hacia abajo con delicadeza.

—¿Sabes? —comentó de pronto, volviendo sus ojos hacia los míos—. Siempre me ha parecido mal que fuese mi hermano quien se llevase un beso tuyo.

¿Qué narices le pasaba? ¿A qué venía eso? ¿Dónde diablos estaban su madre y mi padre? ¿Por qué tenía que pasar por eso nada más llegar? Esas y mil preguntas más continuaron pasando por mi cabeza mientras Hunter me acorralaba más y más.

Su rostro se acercó unos centímetros al mío, demasiado cerca para mi gusto y para el gusto de cualquier persona que estuviera frente a Hunter. Sus dedos abandonaron el mechón de mi pelo para dirigirse a mi cara. Pasó el pulgar por la comisura derecha de mi labio inferior y comenzó a seguir su forma con él.

—Quizás haya que solucionarlo —susurró.

Y en ese momento su dedo abandonó mis labios para ser reemplazado por los suyos. Pero también en ese momento mi pierna se elevó hacia arriba, entre las suyas, haciendo diana. Inmediatamente Hunter se apartó violentamente mientras se retorcía de dolor. Esta vez fui yo quien sonrió burlona. Me moví con arrogancia fuera de su alcance y lo miré echarse al suelo con un gemido de dolor.

Nadie se mete con Leslie Sullivan sin pagar las consecuencias. Nadie.

—¿Por qué has hecho eso? —gritó, con las manos posadas en la entrepierna, como si eso fuese a mitigar el dolor.

—¿Por qué hiciste tú eso? —repliqué con voz cortante.

Un golpe seco en la puerta de la entrada interrumpió esa encantadora situación. Hunter se revolvió en el suelo, levantándose a duras penas mientras se escuchaban pasos y el sonido de ruedas arrastradas por el suelo que se acercaban a nosotros. Hunter se quedó a unos metros de mí, apoyado en el armario, con una mano todavía protegiéndose y los labios apretados. Gracias, karma.

Mi padre entró en el cuarto con una sonrisa generosa, ajeno a lo que acababa de pasar entre nosotros.

—¡Hay que ver cuántos trastos llevas aquí! —comentó arrastrando una maleta y balanceándose con una mochila al hombro—. ¿De verdad necesitabas tantas cosas para tres meses?

No contesté. Tenía los ojos fijos en Hunter, quien lentamente había adoptado una postura que nada tenía que ver con la de un guerrero derribado. Sus ojos brillaron en mi dirección, y en ellos vi prometida la venganza.

—Estaba hablando con Les —comentó el maldito cretino. Se acercó a mi padre como si nada hubiese pasado entre nosotros—. Dice que está encantada de que sea su profesor particular.

Sí, claro. ¿Y eso desde cuándo?

—Yo no dije nada —salté a la defensiva y crucé los brazos con fuerza sobre el pecho—. Antes prefiero perderme en mitad de un bosque con alimañas durante días.

Durante unos segundos mi padre me miró como si en vez de su hija fuese la loca de enfrente. Luego estalló en carcajadas.

—¡Leslie y sus bromas! —Se rio y dejó la mochila sobre la cama—. Como aquella vez, cuando dijo que había destilado alcohol en casa.

—Pero yo… —comencé a decir. Él me obvió completamente.

—¡Hunter será un fantástico profesor! —continuó, totalmente ajeno a las miradas asesinas que enviaba a su hijastro. Se dirigió a él con una gran sonrisa—. Además, a ti te vendrá muy bien el dinero extra de las clases para ahorrar para la universidad.

¡Encima eso! ¡No solo iba a disfrutar fastidiándome, sino que además iba a cobrar por ello! Maldito imbécil…

—Te dejaremos tranquila para que te instales, Leslie. —Mi padre interrumpió el maratón de insultos mentales que iba a comenzar, caminando hacia la puerta con cara de felicidad—. Si necesitas cualquier cosa, estaré en el salón.

Hunter lo siguió, no sin antes girarse hacia mí para mirarme con su estúpida sonrisa burlona. La venganza…

—Eso, Leslie. Si necesitas algo…

No terminó la frase porque fui lo suficientemente rápida para reaccionar y hacer un amago de lanzarle una de mis zapatillas. Se rio, me guiñó un ojo y se fue. Nada más cerrar la puerta comencé a soltar una sarta de maldiciones contra él.

¡El muy payaso solo estaba riéndose de mí! Pero él parecía que no había captado el mensaje: nadie se ríe de Leslie Sullivan sin atenerse a las consecuencias. Hunter Harries acababa de declararme la guerra y yo estaba dispuesta a presentar batalla.

Capítulo 3

El baño estaba lleno de vaho cuando salí de la bañera. Después de vaciar la maleta y ordenar todas mis cosas en aquella nueva habitación me sentía tan cansada que solo me apetecía darme un buen baño. También era una manera de no tener que soportar a Hunter y a mi padre por un tiempo. El primero porque no dejaba de intentar molestarme, el segundo porque me molestaba sin pretenderlo.

Limpié el espejo del baño con la toalla, dejando que mi reflejo apareciera en él. Sonreí cuando me vi reflejada, con el cabello rubio más oscuro a causa del agua y la piel enrojecida por el agua caliente. Inconscientemente, me llevé dos dedos a la boca y rocé las comisuras tal como Hunter había hecho. De repente sentí un estremecimiento.

Fruncí el ceño y aparté rápidamente la mano. ¿Qué me estaba pasando? Hunter es Hunter, un niñato inmaduro al que le encantaba reírse de mí. No podía dejar que una broma como aquella me afectase tanto, menos aún si le había declarado la guerra, aunque eso solo lo supiese yo.

Leslie, tonta, estás perdiendo facultades. Recuerda, regla número nueve: todos los chicos son idiotas. No puedes dejar que una acción arrogante como la de Hunter te domine. Estás por encima de ello.

Terminé de vestirme con las mallas de verano floreadas y una camiseta lisa y salí del baño. El cambio de temperatura me refrescó e hizo que sintiera cierto aturdimiento. Estaba a punto de dar un traspié cuando alguien se interpuso en mi camino.

—¿Estás bien? —me preguntó con preocupación la figura que tenía enfrente.

—Perfectamente, solo algo mareada —respondí finalmente, recuperándome del mareo. ¡Ante mí tenía a Blake!

—Me alegro de verte, Les.

Lo observé con cierta discreción: sus pestañas oscuras se curvaban como las de su hermano, el pelo negro y revuelto, los ojos marrones penetrantes… Físicamente eran como dos gotas de agua. Quizá Blake tenía el rostro más delgado, como suele pasar con los gemelos que son segundos en nacer, pero no había mucho más que los diferenciara. Incluso su estilo de vestir era prácticamente idéntico.

—Yo también me alegro de verte —repuse tras lo que me parecieron unos largos minutos de silencio—. Hacía mucho tiempo…

—Dos años…

Me sonreía y no pude evitar devolverle la sonrisa. A pesar del parecido, Blake siempre tuvo ese aire de dulzura que le faltaba a su hermano, aquella forma de mirar a los demás que lo hacía… más humano.

Hunter, en cambio, miraba con prepotencia, como si fuese mejor que tú, más importante, y por ello pudiese manejarte a su antojo. Por el contrario, Blake era relajado, más dulce, y eso me gustaba. Eso fue lo que logró que le diera mi primer beso. Eso y que se pasase toda una larga cena de cumpleaños defendiéndome de los insultos y jugarretas de su gemelo. ¡Y yo me había olvidado de todo eso!

Unos pasos resonaron al final del pasillo, acercándose a nosotros. La piel de la nuca se me erizó al sentir su presencia.

—Qué bonito reencuentro, ¿verdad?

Entrecerré los párpados hacia Hunter, mirándolo como si fuera una fiera a punto de atacar. ¿Era algo malo querer agarrarlo con fuerza y lanzarlo contra la pared?

Hunter se colocó hombro con hombro con su hermano.

—¿Has visto cuánto ha cambiado nuestra hermanita en estos últimos años? —preguntó como si fuese un padre orgulloso. Quise vomitar.

Mientras Blake parecía haber madurado en esos últimos años, al menos a simple vista, Hunter seguía siendo el niñato idiota que siempre se metía conmigo cuando éramos más pequeños.

—No soy tu hermanita, imbécil —dije mientras notaba cómo la rabia se apoderaba de mi estómago.

Una insoportable sonrisa burlona comenzó a dibujarse en sus labios. Apreté los puños. Contrólate, Les. Él solo trata de provocarte. Lo peor es que lo está consiguiendo. Eres mejor que eso.

—No puedes cambiar los hechos, dulzura —continuó hablando mientras yo pensaba en las múltiples y originales formas de estampar mi puño en su cara—. Nuestros padres están casados, por lo tanto, eres mi hermanita pequeña.

Estaba a punto de contestar una barbaridad cuando Blake me interrumpió.

—La palabra técnica es hermanastra. No hay sangre de por medio que os una. Ni siquiera habéis vivido juntos.

Alcé los ojos agradecida hacia Blake. Aquello era cierto. Jamás podría sentirme como una hermana con ninguno de ellos dos. Ya tenía una y se llamaba Mackenzie. Los sentimientos negativos en mi interior crecieron al recordar nuestra última llamada telefónica. Estúpida Mackenzie…

Me volví con rabia renovada hacia Hunter.

—Además, si soy tu hermanita —dije remarcando aquella palabra de forma sarcástica—, ¿por qué intentaste besarme antes?

La pregunta terminó de salir con algo de veneno en mi voz. Él me miró como si no supiera de qué estaba hablando.

—¿En serio, Hunter? —exclamó Blake con tono de sorpresa.

Miró a su hermano con desaprobación, como si no terminara de creer que su gemelo hubiese hecho algo así. Lejos de responder, Hunter se rio. ¡Qué manía de sonreír cada vez que me ponía nerviosa!

Blake intervino al ver que el ambiente se volvía tenso. Dio un paso discreto para colocarse en medio y abrió los brazos en son de paz.

—Venga, tengamos un primer día pacífico, ya habrá tiempo para que os peleéis durante el resto del verano —Sentenció Blake. Qué bien nos conocía—. Además, mamá está emocionada por hacer una cena perfecta para Les.

—Sí, siempre quiso una hija —murmuró Hunter con cierta desaprobación.

Así que Anna Banana quería impresionarme. Tomé una profunda respiración y alejé la mirada de Hunter y Blake para tratar de tranquilizarme y, como mínimo, sobrevivir a ese primer día.

Anna Banana quería una hija. Perfecto, pero yo no necesitaba otra madre.

—Leslie, ¡qué mayor estás! ¡Y qué alta!

Me quedé quieta mientras dejaba que Anna Banana me abrazara con fuerza y me rodeara con los brazos. El perfume que usaba me asfixiaba y tuve que aguantar las ganas de toser. Cuando finalmente me liberó, tomó mi rostro entre las manos y lo miró como si fuese una niña encantadora.

¿Quién me obligó a meterme en aquella casa?

Podía admitir que Anna era agradable, y se conservaba bastante bien. Mi padre y ella parecían felices juntos, pero me dolía que no estuviese así con mi madre. No recuerdo mucho de mis padres como pareja porque era muy pequeña, pero Kenzie me dijo que nunca se llevaron bien, siempre discutían. Tal vez era por tener esos recuerdos que ella sí soportaba a Anna e incluso preguntaba por ella a nuestro padre. En cambio, siempre pensé que mi vida habría sido mucho más sencilla si Anna y sus hijos no se hubiesen metido en ella.

—Déjala, mamá, ¿no ves la cara que está poniendo?

Anna me soltó sin borrar la sonrisa y cambió su mirada de mi rostro ceñudo al de Blake. Este me guiñó un ojo cuando suspiré de alivio al notar que mis mejillas se habían liberado de sus tentáculos.

—Estoy tan contenta de que hayas venido…

Me abstuve de decir nada mientras me sentaba a la mesa al lado de mi padre, en la silla que él había sacado para mí. Hunter ayudó a su madre a colocar un plato de ensalada y otro de carne sobre la mesa mientras Blake me servía un poco de agua y me guiñaba un ojo para darme ánimos. Miré la comida sin poder evitar recordar las cenas a base de pizza y hamburguesas de pollo que Kenzie y yo solíamos encargar cuando ambas estábamos en casa. Siempre me quejé de lo mala que era la comida rápida, pero lo cierto es que ahora la echaba de menos. O tal vez fuese solo la compañía lo que añoraba.

Venga, Les, estás empezando a ponerte nostálgica. No lo hagas.

—¿Cómo está tu hermana, Leslie? —preguntó de pronto Anna Banana. Tomó mi plato y me sirvió unas cuantas hojas de lechuga y tomate.

Oh, genial.

—Prefiero Les, si no te importa —la corregí sin poder evitarlo. Solo mi hermana y pocas personas más me llamaban Leslie—. Creo que ha encontrado trabajo en Nueva York.

—¡Qué suerte! Con lo joven que es, seguro que consigue triunfar pronto.

Lejos de notar mi incomodidad, Anna continuó hablando. No sabía qué hacer para conseguir que se callara. Últimamente tenía los nervios a flor de piel.

La conversación fue evolucionando poco a poco a lo largo de la comida. Dejamos el tema de Kenzie y Nueva York y al final comenzaron a hablar de otros aspectos de su vida cotidiana que yo prácticamente desconocía. Era extraño estar sentada a aquella mesa y comer con una familia que no sentía, en modo alguno, como propia. Todos charlaban animadamente, conversaban sobre amigos, primos, vacaciones que habían hecho juntos… Y aunque Blake hacía esfuerzos por meterme en la conversación, de alguna forma todo aquello me hacía sentir excluida. Ellos encajaban perfectamente, pero yo no. Incluso los gemelos parecían estar más a gusto charlando con mi padre de lo que yo lo estaría nunca, y eso me incomodaba.

Dejé que la nostalgia me gobernara, lo que hizo que sintiera un nudo en el estómago y se me pasara el hambre. Estaba a punto de levantarme de la mesa cuando Anna Banana volvió a centrar su atención en mí.

—Bueno, Les, casi no nos has contado nada sobre tu vida. Dime, ¿tienes novio?

¿Acaso había alguna pregunta más típica que esa?

Dejé con demasiada fuerza el tenedor sobre el plato. Hunter, que estaba frente a mí, elevó sus ojos oscuros hacia los míos, sobresaltado. Aparté la mirada rápidamente, antes de que estableciéramos contacto visual.

—No me gustan los novios, soy demasiado joven para atarme —resolví con rapidez, cuadrando la espalda en la silla.

Anna sonrió y me dio la razón. Diablos, ¿acaso esa mujer no sabía hacer otra cosa más que sonreír? Igual que Hunter.

—Una chica tan guapa como tú… Debes de tener muchísimos chicos pretendiéndote.

¿Pretendiéndome? ¿Desde cuándo se seguía usando esa palabra? Además, ¿y por qué no chicas?

—¿Qué hay de ese tal Jordan? —preguntó Blake—. Hablaste mucho de él en la boda.

Disimuladamente, le propiné una patada floja por debajo de la mesa. Mi padre se atragantó con un trozo de carne y tuvo que beber grandes cantidades de agua para pasarlo. Hunter no pudo contenerse y soltó una carcajada ante las palabras de su hermano. Ya sabía yo que era mucho pedir que al menos uno de los dos no fuese un imbécil total.

—La boda fue hace dos años —contesté con fingida simpatía, casi arrogante—. De todos modos, jamás me verás colgada por un chico, sois todos unos idiotas.

Y dicho eso lancé otra patada hacia delante, dando de pleno en la espinilla de Hunter, quien soltó un aullido de dolor. Eso le pasaba por reírse de mí.

—Chicos, no os peleéis —nos regañó Anna, todavía sin perder su maldita sonrisa—. ¿Entonces no hay novio?

Negué y suspiré profundamente. Prefería cuando no me hacían caso.

—Ni uno solo a la vista.

Intenté volver a comer, pero estaba en proceso de masticar cuando mi padre habló.

—Oye, Les, en cuanto a las matemáticas… —Oh, Dios mío, no—. Hunter y yo hemos hablado y ambos coincidimos en que lo mejor sería establecer un horario.

Tragué tan rápido como pude sin ahogarme y luego lo miré a los ojos, desafiante.

—Te equivocas, lo mejor es que Hunter no me dé clases de matemáticas.

Observé por el rabillo del ojo cómo Hunter se inclinaba hacia delante, posaba los codos en la mesa y me miraba con una sonrisa burlona.

—De hecho, Les, he estado repasando el temario que entra para tu nivel y… creo que deberíamos empezar mañana mismo.

Preparando el asalto en tres, dos, uno…

—O podrías meterte el tenedor por el culo.

¡Tenía que decirlo!

—¡Leslie! —gritaron mi padre y Anna al unísono.

Hunter y Blake estallaron a reír sin poder contenerse mientras los dos adultos me miraban como si no pudiesen creer que aquellas palabras hubiesen salido de mi boca. Bueno, pues ya podían empezar a acostumbrarse.

—Estoy harta de que penséis que me hace gracia tener que recibir clases de matemáticas del horrigeme más idiota —les solté, ya sin poder contenerme.

Mi padre posó las manos sobre el regazo y respiró profundamente, como si intentase relajarse.

—Leslie, Hunter solo quiere ayudarte. No está bien que lo insultes.

Al diablo con que no estaba bien. Apreté los puños tratando de calmar mi ira.

—No sé si no os habéis dado cuenta, pero yo nunca quise venir aquí. Acaba de empezar el verano y ya me estáis bombardeando con las malditas matemáticas. ¡Como si no supiera perfectamente que suspendí! Me han alejado de mis amigos, no conozco a nadie con quien salir, ¿y además pretendes que sea amable? Lo siento, pero creo que te has equivocado de hija.

Viendo cómo la conversación comenzaba a derivar en pelea, Anna decidió intervenir. Se puso de pie dando palmadas al aire, como si eso fuese a amainar los ánimos, y acto seguido comenzó a recoger con exacerbada urgencia los platos de la mesa, a pesar de que Blake y mi padre no habían terminado de cenar.

—¿Sabes, Les? Blake y Hunter podrían ayudarte en eso de salir. Podrían presentarte a sus amigos, ¿verdad, chicos?

Cerré los ojos, dejándome caer sobre el respaldo de la silla. Esa no era precisamente mi idea: los amigos de tus enemigos nunca son tus amigos.

—De hecho, esta semana hay una fiesta —continuó Anna, tomando los vasos y llevándolos al lavavajillas—. ¿Por qué no vas con ellos?

Rápidamente los gemelos, ambos, saltaron a la defensiva.

—No, eso jamás pasará —se negó Hunter.

—No, no creo que esté preparada aún —sentenció Blake.

—Estoy con Blake, es muy joven para fiestas —decretó mi padre.

Anna se giró hacia los chicos con los brazos en jarras sobre las caderas. Todo atisbo de sonrisa había desaparecido. Incluso yo me sorprendí.

—¡Solo tiene un año menos que vosotros! ¿Qué pasa? ¿Es porque es una chica? –Los gemelos y mi padre se miraron sabiendo que se encontraban entre la espada y la pared.

Así que los horrigemes no querían que fuese a esa fiesta… Perfecto. Leslie Sullivan, ya tienes un primer plan para tu verano. Y más te vale lograr que ninguno pueda olvidarse de ello…