Agradecimientos

Esta vez trataré de ser rápido y conciso, aunque no puedo prometer nada.

En primer lugar, gracias infinitas a Anna, mi magnífica editora, por ser una guía excelente en este proyecto desde la primera vez que te hablé de él y por tus utilísimos comentarios. Sin ti no me habría atrevido a comenzar este libro, así que gracias por la confianza y por toda la ayuda durante estos meses.

Por supuesto, gracias también al maravilloso equipo de Plataforma, por apostar por mis libros y tratarlos siempre con tanto cariño. Un agradecimiento especial a Ariadna por la preciosa cubierta: no sé cómo vas a superarte en el próximo libro, pero lo que sí sé es que eres una artistaza que va a llegar muy lejos.

A Ferran, por llevarme al campamento y hablarme de esos dos niños que se daban la mano a escondidas e inspiraron parte de esta historia. La estrella de mis noches no existiría sin ti, ya lo sabes. Y ahora a ver si te lees de una vez lo que me debes, pues de lo contrario no pienso seguir escribiendo contigo y ESE LIBRO tenemos que publicarlo.

A Pablo y Jony, por soportarme siempre con mis dudas y mis infinitas preguntas. Gracias por los consejos, por ofrecerme una ayuda tan valiosa y sobre todo por la sinceridad siempre. Y, por supuesto, gracias también a Fátima, la mitad de Wendy Davies, por sus magníficos consejos con cada libro y su apoyo constante. Este también tienes que presentármelo ¿eh?

A Sam, otra de mis artistas favoritas: gracias por las fotos y por tu implicación en este proyecto. Sin ti, el libro no habría quedado tan bonito. Y, por supuesto, gracias también a los modelos, Ger y Borja, por haberse puesto en la piel de Pablo y Guille.

Escribí la mayor parte de esta historia en una de las mejores etapas de mi vida, y lo terminé en la peor. Quiero agradecer también a mi familia el apoyo constante mientras yo luchaba día a día por dar lo mejor de mí para mis lectores. A veces no sé cómo fui capaz de terminar este libro a tiempo, pero lo he conseguido y en parte es por vosotros.

Y, por supuesto, gracias infinitas a vosotros, mis lectores, porque lo sois todo para mí. No esperaba un apoyo tan grande al anunciar que iba a escribir una historia centrada en uno de mis secundarios, y compartir los primeros meses de escritura con vosotros hizo del proceso algo maravilloso. Durante los meses más duros que he tenido que sufrir en mi vida muchos me habéis dado ánimos diarios, y sois gran parte de lo que me ha ayudado a seguir adelante. Esta novela es para vosotros, así que deseo de verdad que os haya gustado. Espero que nos veamos en próximos libros, pero hasta entonces, recordad que siempre os llevo en el corazón.

Aunque yo tenga mi propia estrella, nunca olvidéis que vosotros también brilláis con fuerza en mis noches más oscuras.

CAPÍTULO 1

Tres años después - sábado

Oigo el sonido de la notificación apenas un segundo después de entrar en el ascensor.

Cuando saco del bolsillo el móvil anticuado que debería haber cambiado hace al menos un año, compruebo que se trata de un aviso de mensaje nuevo en Facebook y trato de entrar en la aplicación. Pero, como dentro del ascensor no hay cobertura, lo único que aparece es un mensaje de error de red, así que tendré que esperar a que finalice la lenta subida hasta el cuarto piso. Si no fuera tan vago, subiría siempre por la escalera, seguro que sería más rápido. Y me convendría más, claro.

Al salir del ascensor vuelvo a tratar de entrar en la aplicación, pero todavía no tengo cobertura, así que decido que lo mejor será esperar a entrar para poder conectarme a la red de casa. Hay corriente en el rellano, y el aire frío me pellizca los brazos mientras me saco las llaves del bolsillo y trato con torpeza de introducir la correcta en la cerradura. Una vez dentro, me froto los antebrazos con las manos, notando el vello erizado y dando las gracias porque la calefacción esté encendida. He cometido el error de salir solo con una camiseta de manga larga y una chaqueta fina ahora que los días empiezan a ser más cálidos, pero el frío me ha pillado al caer la noche.

Compruebo el móvil una vez más, pero todavía no se ha conectado.

—Puto móvil —murmuro entre dientes, molesto. Tiene ya unos cuantos años y prácticamente va a pedales, así que en vez de seguir intentándolo decido que lo mejor será encender el ordenador, que por suerte es mucho más moderno y no me da esos problemas. Nada más entrar en la página de Facebook, no tardo ni dos segundos en oír el sonido que indica que alguien me ha hablado. Hago clic en la pestaña, sorprendido: es una red social que apenas utilizo y ni siquiera me gusta, así que por lo general nadie suele usarla para hablar conmigo.

Entonces veo su nombre en la pantalla y me quedo helado.

No puede ser.

No puede ser él.

Pero no hay confusión posible. Jamás podría olvidar a Guille, y ahí está su nombre después de tanto tiempo, cuando ya pensaba que no volvería a leerlo, en letras blancas sobre un fondo azul. El puntito verde que hay a la izquierda de su nombre indica que está conectado, y el corazón comienza a latirme cada vez más fuerte en el pecho.

Pablo, te acabo de ver hace nada bajando por la calle desde el metro y entrando en un portal?

Con una chaqueta negra finita.

Qué cojones. Me apresuro a responder.

=====

OMG, qué haces por aquí??

Jajajaja, Pablo, estoy en shock :

Joder, si es que vivo ahí.

¡¿QUÉ?!

wtf

estás de coña, no?

Te he visto casi en la puerta de mi casa

pero

espera

no entiendo nada

Bueno, es un decir, jaja

Era la esquina de mi calle

pero a ver

tú no vives aquí, verdad?

recuerdo que vivías lejos

o es que estoy loquísimo?

No entiendo qué está pasando. No puede ser. Es imposible, después de tantos años. Echo un vistazo a su foto de perfil y hago clic en ella para poder ampliarla. A pesar de que ha cambiado, está claro que se trata de Guille: aunque han pasado varios años, sé que lo reconocería en cualquier parte. En cualquier época…, en cualquier vida. Al fin y al cabo, pocas cosas son más difíciles de olvidar que tu primer amor.

Su pelo castaño está ahora más oscuro que ese verano, pero incluso en la foto puedo apreciar que se le sigue formando el remolino en la coronilla que tanto me gustaba acariciar cuando estábamos a solas. Su cara se ha vuelto más angulosa, con facciones más masculinas y menos delicadas que las de entonces, pero sigue siendo claramente él. Tiene un leve rastro de barba que nunca le había visto, y lo cierto es que me encanta. Está claro que sigue siendo la misma persona, el mismo Guille, pero en realidad casi todo en él ha cambiado de una forma extraña.

Pero sus ojos… sus ojos siguen exactamente iguales, al menos por lo que puedo ver. Son verdes, y hasta en la foto puedo apreciar las motitas marrones que siempre me quedaba mirando. Siguen siendo igual de luminosos, igual de vivaces, y el corazón me da un vuelco al recordar momentos robados que pasábamos mirándonos el uno al otro, sin necesitar nada más para ser felices. Aunque lo he intentado a lo largo de estos años, no he podido olvidar esos momentos. Y tampoco he podido olvidar el daño que me hizo cuando se rindió.

Al volver a mirar hacia la esquina inferior derecha de la pantalla, veo que ha vuelto a escribir.

Me vine a principios de curso

Estoy estudiando aquí :)

en serio?

dónde?

Conoces la panadería que hay cerca de tu casa?

La que hace esos bollos que te mueres? '

Joder, sí

Me compro alguno casi siempre que paso

Pues justo al lado vivo yo

El portal de la derecha es mi casa.

¿Cuántas veces habré pasado por ahí durante este curso, cuántas veces habré entrado en la panadería para comprar algo rico? No tengo forma de contarlas, pero sé sin necesidad de preguntármelo que se acercarán al centenar. Y aunque siempre pienso que debería renunciar a esos bollos para perder algo de peso, al final siempre acabo cayendo y entro de todos modos. ¿De verdad ha estado viviendo aquí al lado todo este tiempo, a apenas unos metros de mi casa, pasando cada día por las mismas calles que yo? Es demasiado surrealista como para ser cierto y, sin embargo, todo apunta a que así es.

O eso o es una broma muy elaborada y cruel de Sergio, pero sé que él jamás me haría algo así. Sabe mejor que nadie lo mal que lo pasé con Guille, y también sabe que hay ciertas cosas con las que no se juegan.

de verdad que estoy flipando…

Imagina yo cuando te vi ahí…

¿Tú dónde vives?

sabes dónde está la copistería?

¿Esa que te cobra 20 céntimos por una fotocopia mal hecha? $

No puedo evitar reírme, ya que tiene toda la razón. Los precios de esa copistería son un verdadero atraco a mano armada, pero por desgracia es la única de la zona. Por suerte, en casa siempre hemos tenido impresora, pero una vez se estropeó justo cuando tenía que entregar un trabajo larguísimo al día siguiente, y en fin… me estremezco solo de recordar lo que me costó.

Por no mencionar cuando quiero imprimir alguna de mis fotos para enmarcarla, regalársela a alguien o lo que sea: cualquier día no me va a quedar más remedio que sumarme al tráfico ilegal de riñones.

jajaja

esa misma

Por desgracia tengo que imprimir allí todos los trabajos de la uni.

¿Vives al lado? Qué fuerte.

no, pero casi

justo en el edificio de enfrente

Vamos… que paso por delante de tu casa varias veces por semana… sigo flipando.

¿De verdad está pasando esto? =)

Yo mismo sigo sin creérmelo del todo.

eso parece…

Oye, y ya que estamos tan cerca…

[Escribiendo…]

[Escribiendo…]

¿Por qué no quedamos?

El corazón me da un vuelco. A decir verdad, una parte de mí casi esperaba que me diría algo parecido, pero una cosa es eso y otra muy distinta es leerlo en la pantalla, en palabras nítidas y sobre todo muy reales.

ahora?

Claro.

son casi las 12

¿Y qué?

Estamos hablando, no?

Pues también es verdad.

ya…

¿Te vas a dormir ya?

todavía no

Entonces, por qué no quedamos un rato?

Mucho mejor hablar en persona que por aquí, ¿verdad?

En realidad, sé que tiene razón… ¿por qué no quedar en persona, ya que estamos tan cerca el uno del otro? El corazón comienza a latirme con fuerza al imaginármelo, al pensar que tal vez en unos pocos minutos pueda volver a verlo por primera vez después de tantos años. Siempre pensé que no volvería a verlo, y ahora, de repente, está a solo unas docenas de metros de distancia. Ahora que es una posibilidad real, me doy cuenta de que me muero de ganas por volver a verlo.

El problema es que una parte de mí también tiene miedo.

bueno… vale

¿De verdad?

de verdad

Genial!

En la esquina dentro de 10 minutos?

Vale =)

Guay.

Pues hasta ahora! #

hasta ahora!

No puedo creer que esto esté pasando, pero parece ser que así es, que no se trata de ningún sueño extraño y retorcido. Y, aunque no quiero hacerme ilusiones ni tener expectativas de ningún tipo después de todo lo que pasó, al mismo tiempo toda esta situación tiene algo de… algo de mágico, por decirlo de alguna manera. Pongo los ojos en blanco ante mi propia cursilada, avergonzándome un poco de mí mismo, pero en realidad no se me ocurre una forma mejor de expresar lo que siento. Está siendo todo tan inesperado, ha habido tantas casualidades raras, que es como si fuera cosa de magia.

Pero la magia no sirve de nada sin ser realista, así que primero tengo que ocuparme de las cuestiones prácticas. Veo que mi hermano está conectado también a Facebook, lo cual no puede ser sino otra señal del destino, de modo que le hablo para pedirle su ayuda.

Rodri, estás despierto?

Tu quieres algo, enano

me ayudas a escapar en 5m?

Uyuyuyuy

Algun ligue? )

Puede… /

Quién es el afortunado? )

Mañana te cuento, vale?

Vaaaaale

Avisa y salgo, enano

Gracias!!

Una parte de mí es consciente de que, en el fondo, quizás esto no sea muy buena idea, por varias razones:

1.- Guille me hizo daño.

2.- Son las doce de la noche.

3.- ¿He mencionado ya que me hizo daño?

Pero otra parte de mi ser está tan emocionada con lo que está pasando que no me cuesta ningún esfuerzo ignorar a la primera. Una vocecita me susurra que esto es una locura, que debería ir más despacio, pero la ignoro por completo.

No tengo tiempo que perder, así que voy al cuarto de baño con cuidado de no hacer ruido y me cepillo los dientes de la forma más rápida y concienzuda que puedo. No es que tenga expectativas de nada con Guille… pero nunca se sabe lo que puede pasar, así que prefiero prevenir. He estado cenando en un mexicano con Sergio y Óscar y estoy seguro de que todavía me huele el aliento a tacos, por lo que en realidad cualquier precaución que pueda tomar es poca.

Por suerte, no me he cambiado de ropa al llegar a casa, así que me pongo una sudadera y una chaqueta de cuero falso por encima para no congelarme, y al final, de los cinco minutos que le he pedido a mi hermano me sobra uno y medio. Me apresuro a avisarlo, apago el ordenador y a continuación meto la almohada por dentro de la cama y la tapo con la sábana para simular que se trata de mi cuerpo. Mi padre jamás entra en mi habitación por la noche, pero en fin… supongo que soy demasiado paranoico con estas cosas. Y aunque sepa que no es un truco muy creíble precisamente, me hace sentir un poco más tranquilo.

Cuando salgo de mi habitación, mi hermano ya está esperando en el pasillo. Nos miramos sin decir ni pío, y él me guiña un ojo mientras yo formo la palabra «gracias» con la boca, sin llegar a pronunciarla. A continuación, me dirijo hacia la puerta de entrada mientras él va hacia el cuarto de baño, cuya puerta he dejado convenientemente cerrada al salir. Levantamos tres dedos y comenzamos a bajarlos uno por uno, al mismo ritmo. Llevamos tantos años haciéndolo, primero yo por él hasta que yo también empecé a necesitar su ayuda cuando quería escapar de casa, que nuestra capacidad de sincronizarnos roza la perfección absoluta. Mi padre nunca nos ha pillado y, a estas alturas, dudo que vaya a hacerlo.

Al terminar la cuenta atrás, abro la puerta de entrada con cuidado al tiempo que él abre la del baño ruidosamente, ahogando así cualquier sonido que pueda hacer yo. Salgo con rapidez al exterior y dejo la puerta encajada, contando hasta treinta. En el segundo exacto, Rodri tira de la cisterna, las cañerías viejas retumban por toda la casa, y yo aprovecho el ruido para cerrar con suavidad la puerta de entrada, finalizando así con éxito mi huida.

Bajo por la escalera, sin arriesgarme a utilizar el ascensor. Por el camino, me arrepiento enseguida de no haberme cambiado de ropa para ponerme algo especial. Voy vestido de forma muy corriente: una camiseta negra de Pokémon, vaqueros oscuros y unas zapatillas negras, además de la ropa de abrigo que me he puesto en el último momento. Al menos, la camiseta es holgada y hará que no se marquen demasiado los contornos de mi cuerpo, y además las otras prendas también ayudan un poco a ocultarlo. Debería dejar de preocuparme tanto por esas cosas, pero todavía me cuesta.

Cuando llego abajo, el corazón me late con tanta fuerza que de verdad temo que en cualquier momento vaya a explotarme dentro del pecho…, aunque no sé si es consecuencia de los nervios o de la escalera. Y, a pesar de ello, a pesar de todo lo que ocurrió, me muero tanto por verlo después de estos años que el camino hasta el portal se me hace eterno. Una vez allí, me detengo y veo la sombra de mis pies en el suelo, y no puedo evitar preguntarme adónde me llevarán cuando vuelvan a ponerse en marcha. Como es lógico, no me he traído la cámara, así que saco el móvil para hacerles una foto y guardarla para el recuerdo.

Una vez fuera, el aire frío me muerde las mejillas, pero trato de ignorarlo mientras camino hacia la esquina de la calle…, hacia el que fue mi primer amor.

CAPÍTULO 2

sábado

Por un momento, creo que voy a ser el primero en llegar. Y eso no me gusta, porque sé que cada segundo que pase esperando será un segundo más que continúe comiéndome la cabeza, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada a causa de los nervios. Así pues, cuando ya he recorrido la mitad del camino, reduzco la velocidad todo lo posible, con la intención de acortar la espera aunque solo sea un poco, como si de todos modos ya no estuviera de los nervios.

Pero entonces, justo cuando estoy a punto de llegar, alguien dobla la esquina y de pronto allí está Guille, a escasos metros de distancia. El vuelco que me da el corazón es todavía más fuerte de lo que había imaginado, y por un momento vuelvo a tener quince años, enamorado de forma inesperada en un campamento de verano.

Está serio, con expresión pensativa, pero, en cuanto me ve, una enorme sonrisa aparece en su rostro, calentándome el corazón como hizo tantas veces en el pasado. Antes de que pueda darme cuenta siquiera, yo también estoy sonriendo y acelero el paso para llegar hasta él lo antes posible. Veo que me observa de arriba abajo y no puedo evitar sentirme cohibido. ¿Se estará fijando en mi cuerpo, tal como hace todo el mundo siempre? Me tiro un poco de la camiseta, nervioso, antes de llegar hasta él.

Me detengo a un metro de distancia, sin saber de pronto qué hacer ni cómo saludarlo. ¿Debería darle la mano? Ni de coña…, demasiado hetero, y por eso sí que no paso. Supongo que también podríamos saludarnos con un par de besos… pero tal vez sería un poco extraño, ¿no? Para mí la mejor opción siempre es sin duda un abrazo… aunque quizá sea algo demasiado íntimo, dadas las circunstancias. Él tampoco hace ademán de llevar la iniciativa, así que nos quedamos en silencio durante unos instantes, observándonos con cierta incomodidad. Y, sin embargo, al mismo tiempo me parece que una especie de magia extraña flota entre nosotros, invisible pero densa.

—Hola —digo al fin con un hilo de voz, tratando de ganar algo de tiempo.

¿Qué se supone que se hace en estas situaciones? Sergio suele darme consejos amorosos, pero nada de lo que me haya dicho podría haberme preparado para un momento como este.

—Hola —contesta él, y me doy cuenta de que su voz también ha cambiado un poco. Sigo reconociéndola como la suya, pero me gusta el nuevo matiz que tiene, un tono algo más grave, más masculino—. ¿Cómo estás?

Me encojo de hombros.

—No lo sé…, sorprendido, supongo.

—Pues ya somos dos…

—Es que es muy fuerte.

—Ya te digo —asiente él con una sonrisa—. Cuando te vi por la calle no me lo podía creer, me quedé paralizado mirándote hasta que te fuiste.

—¿En serio?

—Pues sí. Fue justo aquí. De hecho, te vi justo donde estás ahora.

—¿Qué pensaste? —pregunto con curiosidad.

—Pues, como te digo, al principio no me lo creía. Pensé que estaba flipando, o que igual te estaba confundiendo con otro…, aunque en el fondo sabía que eras tú.

Pero hay algo que no me cuadra.

—¿Por qué no me dijiste nada?

—¿Sinceramente? Tenía miedo de que me mandaras a la mierda.

Me echo a reír, y recuerdo que es algo muy típico de Guille: antes, siempre tenía la capacidad de hacerme reír sin esfuerzo. Daba igual que estuviera triste o cansado, siempre encontraba la forma de conseguir que me riera. Supongo que, en cierto sentido, es parte de la magia que todavía siento flotando entre nosotros.

—Tranquilo, que no lo habría hecho —le aseguro—. Aunque lo más probable es que yo también hubiera flipado, claro.

Se encoge de hombros antes de contestar.

—Ya, una parte de mí pensaba eso, pero no sé…, tampoco te lo habría reprochado, ¿sabes? Después de lo que pasó…

—No quiero hablar de eso —me apresuro a decir, tajante.

—Vale…, perdona.

—No pasa nada.

Transcurren unos segundos más de incomodidad y miradas huidizas.

—¿Puedo…? —comienza, pero deja la pregunta inconclusa. Lo miro levantando una ceja, esperando a que termine—. Nada, déjalo.

—¡No! Dímelo, porfa.

Suelta un suspiro y baja la vista, avergonzado.

—Es solo que… —Hace una pausa, pero esta vez estoy seguro de que va a continuar—. En fin, que si puedo darte un abrazo.

El corazón me da un vuelco en el pecho, y no sé qué responder. De nuevo, intento ganar tiempo para averiguar qué debería responder a eso.

—¿Un abrazo? —repito como un tonto.

—Sí, bueno… Si no quieres, no pasa nada, tranquilo. —Se encoge de hombros—. Pero como ni siquiera nos hemos saludado en condiciones, pues…

El corazón se me acelera ante la propuesta. A lo mejor no es una buena idea abrazarnos después de todo lo que pasó, pero me muero por hacerlo, así que al final asiento con la cabeza.

—Claro… Es solo que esto me suena un poco.

Me dirige una amplia sonrisa y, como sin pensarlo, se acerca a mí con los brazos abiertos. Cuando me abraza, un torrente de emociones me invade por dentro; su aroma todavía me resulta familiar, todavía sigo siendo capaz de reconocerlo sin problemas. Ahora es algo diferente, tal vez más adulto y menos infantil, pero continúa siendo su olor, ese que empapaba la camiseta que me dio cuando acabó el campamento y con la que dormí durante semanas.

El abrazo resulta algo torpe al principio. Sus brazos y sus manos rodean los contornos de mi cuerpo, mucho menos definidos de lo que deberían ser. Al principio, estoy algo incómodo. Pero enseguida me doy cuenta de que, en realidad, me siento bien. En el fondo no me sorprende demasiado ver lo bien que siguen encajando nuestros cuerpos después de tanto tiempo, como si estuviéramos moldeados el uno a la medida del otro. Puede que los dos hayamos crecido y cambiado en estos años, pero hay algo en nosotros que todavía parece seguir encajando a la perfección, como dos piezas perdidas de un puzle sin terminar. Me da la impresión de que él también está pensando algo parecido, porque me parece sentir que sus labios se curvan contra mi cuello, provocándome un escalofrío que me recorre por completo.

—A mí también me suena esto —murmura contra mi oreja, provocándome un nuevo estremecimiento, porque sé a qué se refiere sin necesidad de preguntárselo.

Nos separamos tras unos segundos llenos de una magia extraña e infinita, los dos con las mejillas algo enrojecidas tras lo que acaba de pasar y, antes de romper el contacto, Guille me pasa las manos por encima de los brazos, arrancándome un nuevo escalofrío que resulta tan repentino como placentero. A continuación, nos miramos a los ojos, otra vez sin saber muy bien qué decir.

—¿Vamos a dar una vuelta? —sugiero al fin, a falta de una idea mejor—. Que para quedarnos aquí parados sin hacer nada…

Él asiente con la cabeza y echamos a andar, aunque seguimos en silencio. Los minutos se extienden entre nosotros mientras nos lanzamos miradas de reojo muy mal disimuladas, pero ninguno de los dos es capaz de sacar ningún tema de conversación.

—Y bueno… ¿cómo estás? —pregunto al fin, por decir algo.

Me doy cuenta de que Guille ya me ha preguntado lo mismo antes, y sé que él también se ha dado cuenta, pero por suerte no lo menciona. Me da la impresión de que sus labios se crispan un poco, como si fuera a reírse, pero al final no lo hace y doy las gracias por ello.

—Pues nada… bien —contesta—. ¿Y tú?

—Bien.

Transcurren unos instantes de silencio.

—¿Te das cuenta de que esto se está estancando un poco?

Me río una vez más; es increíble que siga teniendo la capacidad de arrancarme carcajadas con tanta facilidad.

—Pues venga, cuéntame. —Guille me mira con el ceño fruncido, así que continúo—. ¿Cómo es que has acabado aquí, en la ciudad?

Se encoge de hombros antes de contestar.

—En realidad no hay mucho que contar… Acabé el bachillerato, y como aquí impartían mi carrera y la universidad es buena, me vine. —Hace una pausa, pensativo, como si estuviera recordando los motivos—. Me apetecía un cambio de aires, la verdad… Ya sabes, tener un poco más de independencia, compartir piso…, esas cosas.

—¿Y qué estás estudiando?

—Traducción. ¿Y tú?

Sonrío al recordar su pasión por los idiomas, algo en lo que jamás llegamos a coincidir. Yo siempre he sido malísimo con el inglés; como para intentar aprender más lenguas y mucho menos ponerme a traducir.

—Comunicación Audiovisual.

—Qué guay —responde, sonriendo también—. ¿Estás contento con la carrera?

Me encojo de hombros, no demasiado convencido de que «contento» sea la palabra apropiada: lo cierto es que está siendo un curso complicado, mucho más de lo que pensaba en un principio.

—Sí, supongo…

—Eso no suena muy bien —señala con voz suspicaz—. ¿Te arrepientes?

—No, no es eso. En realidad me gusta mucho la carrera, pero, claro, es bastante dura. A veces pienso que igual me he equivocado al elegirla, aunque luego se me pasa enseguida. Al menos no he tenido que mudarme para estudiar, porque, si no, imagina la putada…

—Pero tú tampoco vivías en esta zona, ¿verdad? —me pregunta con el ceño fruncido—. Recuerdo que un día me dijiste que vivías en las afueras…

Asiento con la cabeza.

—Sí, pero me mudé aquí con mi padre y mi hermano después de que mis padres se divorciaran. Ahora vivimos los tres juntos.

—Ay… Lo siento —responde, y noto que sus palabras son sinceras—. ¿Fue hace mucho? Me refiero al divorcio.

Hago una mueca; en general no me apetece recordar esa época, y mucho menos ahora. Se me juntaron demasiadas cosas, y estar con Guille delante no ayuda a mantener los recuerdos encerrados donde deberían estar.

—Bueno, fue hace unos años ya —contesto al fin—. De hecho, fue justo después de que tú y yo… —Hago una pausa, sin saber muy bien cómo terminar la frase sin que suene fatal—. En fin, ya sabes.

—Ya —se limita a contestar; es obvio que no sabe qué decir—. Pero lo siento, en serio.

Me encojo de hombros.

—Da igual. Ya está superado, supongo.

—Vale…, perdona por sacar el tema.

—No pasa nada.

Y una vez más, el silencio se apodera de nosotros mientras pensamos qué decir a continuación. Pero no se trata de un silencio incómodo: de hecho, estoy bastante a gusto con él, a pesar de los años que han pasado. Las cosas son distintas, claro, pero en parte es como si el tiempo no hubiera transcurrido.

—¿Y qué tal el chico aquel…, Sergio, puede ser? —pregunta al cabo de un rato, como si no supiera qué más decir. Yo asiento con la cabeza, sonriendo al ver que todavía recuerda su nombre a pesar de que apenas se conocían—. ¿Seguís siendo amigos?

No puedo evitar reírme ante la pregunta. Sergio y yo vamos a ser amigos siempre, pase lo que pase, y eso es algo incuestionable. Lo que realmente me sorprende es que todavía se acuerde de él, después de los años que han pasado.

—Pues bien, muy bien. De hecho, estudia conmigo, así que seguimos pasando mucho tiempo juntos. —Hago una pausa y frunzo un poco el ceño antes de continuar—. Y menos mal, porque desde que se ha echado novio…

Pongo los ojos en blanco, y ahora es él quien se ríe.

—¿Son muy empalagosos? —pregunta con lo que quizá sea el eufemismo del siglo, y yo asiento fervientemente con la cabeza—. Uf, eso es horrible.

—Ya te digo. —Hago unos cálculos rápidos—. Llevan ya casi año y medio, pero están tan enamorados como el primer día, o más. Se pasan el tiempo diciendo «cucú» y otras cursiladas varias, y hablando de ovejitas o qué sé yo… Un coñazo, en serio.

Vale, lo admito: quiero mucho a Sergio, pero en el fondo me da un poquito de envidia. Pero solo un poquito, que al fin y al cabo es mi mejor amigo y me alegra verlo tan feliz con Óscar. Es solo que a veces me gustaría saber qué es lo que se siente teniendo una relación tan bonita como la de ellos dos. Después de las relaciones que he tenido, Guille incluido, es bueno ver cosas que todavía te hacen creer en el amor.

Guille me observa con una sonrisa dulce en el rostro.

—Supongo que los quieres mucho, ¿verdad? —pregunta, tomándome completamente por sorpresa—. A los dos.

—Más que a nada —admito, y no tengo ningún problema en hacerlo—. Junto a mi familia, son lo mejor de mi vida. Conocer a Sergio es lo mejor que me ha pasado nunca, y Óscar también es maravilloso… La verdad es que a veces no sé qué haría sin ellos.

La comisura izquierda de los labios de Guille se inclina un poco más hacia arriba.

—Por lo que dices, parecen una pareja adorable.

—Ni te lo imaginas. Un poco cursis, sí…. o más bien muy cursis, en realidad. Pero son lo más adorable del mundo. En verdad, me pasaría el día haciéndoles fotos juntos si me dejaran, pero no quiero parecer un acosador.

Su sonrisa se ensancha aún más.

—¿Sigues haciendo fotos?

—¡Claro! No podría vivir sin la cámara.

—Yo todavía guardo todas las que me regalaste.

—Guille…

—Lo sé, lo sé. No quieres hablar de esa época. Perdona.

—¿Te parece bien que nos sentemos un rato? —pregunto para cambiar de tema, aprovechando que estamos cerca de un banco—. Estoy muy cansado y no me apetece seguir caminando.

—Vale.

Nos dirigimos hacia el banco y nos sentamos, poniendo cierta distancia entre nosotros. No estamos en los extremos, pero tampoco pegados el uno al otro. Subo una pierna al banco, asegurándome de rozarla un poco con la suya, y nos quedamos así mientras nos miramos a los ojos durante unos instantes. A una parte de mí le preocupa que se fije en el grosor de mis muslos, pero hago lo posible por ignorarla.

—En cuanto a las fotos… ¿Quieres que nos hagamos una ahora? Para tenerla para el recuerdo y esas cosas… Sé que te gusta hacerlo.

—Eh… la luz es una mierda, Guille —señalo mirando a nuestro alrededor—. Nuestras caras no serían más que un borrón.

—Pues no sé…, puedes sacar nuestras piernas o algo.

—¿Nuestras piernas? —repito entre risas.

—Sí, claro. Algo que no necesite tanta luz, quizá.

—Bueno, está bien.

No me gusta hacer fotos con tan mala luz, y menos si es con el móvil, pero lo que dice Guille es cierto: me encanta conservar mis recuerdos en forma de fotos, así que sin pensármelo más me saco el móvil del bolsillo y saco una foto rápida de nuestras piernas. Por supuesto, sale horrible, pero como recuerdo me vale. Se la enseño para que me dé su aprobación y después volvemos a quedarnos en silencio.

—Me alegra que nos hayamos reencontrado, Pablo —dice Guille al cabo de un par de minutos.

—Lo mismo digo.

Y entonces, cuando menos me lo espero, se acerca un poco más a mí y, tras un breve instante de vacilación, me toma la mano. La suya está cálida, y al notar el contacto de su piel contra la mía no puedo evitar recordar la primera vez que me la tomó en el campamento, y también todas las que vinieron después, la mayoría a escondidas para que nadie nos descubriera.

—Te lo digo en serio. Ha sido un curso difícil, la verdad, y haberte visto hoy…, no sé, me has alegrado el día, ¿sabes?

—Lo mismo digo —repito, y él sonríe.

Una parte de mí piensa que tal vez deberíamos separarnos ya, que tal vez debería soltarle la mano, pero soy incapaz de hacerlo. Me gusta demasiado la sensación, y como él tampoco me suelta, permanecemos unos segundos así, en silencio, simplemente mirándonos mientras su pulgar me acaricia el dorso de la mano. Y entonces, tras un suspiro, Guille me da un apretón a la mano y después acerca la cabeza un poco más a la mía. Sus movimientos son un tanto vacilantes, pero al mismo tiempo tiene los ojos llenos de una resolución que recuerdo muy bien.

Sin embargo, mi cerebro está como envuelto en una niebla extraña, así que no me doy cuenta de lo que va a pasar hasta apenas un segundo antes de que ocurra.

—¿Puedo? —pregunta, con los labios a solo un centímetro de los míos. Es la primera vez que me piden consentimiento, y eso es algo que se agradece.

—Puedes.

Cuando me besa, al igual que ocurrió en el abrazo anterior y cuando me tomó la mano hace apenas unos segundos, es como si fuera el pasado quien me besara. Es como volver a tener quince años, como regresar a esos roces torpes de los labios, cuando ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer pero estábamos más que dispuestos a averiguarlo y a hacer todos los intentos necesarios. Los labios de Guille exploran los míos, juguetones, y yo le devuelvo el beso con ansias, dándome cuenta de repente de lo mucho que había echado aquello de menos.

Doy las gracias por haberme lavado los dientes antes de salir de casa.

CAPÍTULO 3

domingo

Al cabo de un tiempo que soy incapaz de delimitar, vuelvo de golpe a la realidad y me separo de él bruscamente. Tengo la respiración entrecortada, y no necesito un espejo para saber que mi cara está tan roja como mi pelo. Él también está jadeante, con los ojos verdes llenos de luz, y ninguno de los dos dice nada durante unos instantes. Los latidos de mi corazón resuenan con fuerza en mis oídos, aunque no estoy seguro de que sean solo los míos.

—No sé si esto es buena idea —logro decir al cabo de unos segundos.

Guille suelta un suspiro de resignación, como si ya se lo estuviera esperando.

—Pablo… —empieza, pero yo niego con la cabeza y él se queda en silencio otra vez.

—Perdona. Es que, después de lo que pasó…

Dejo la frase inconclusa, aunque Guille se apresura a asentir con la cabeza, en actitud comprensiva.

—No, no, tranquilo. Si lo entiendo perfectamente —me asegura con una sonrisa triste—. Perdóname tú; no debería haberte besado.

Una parte de mí quiere darle la razón, pero la otra solo puede pensar una cosa: ¿por qué no? ¿Acaso no me ha gustado el beso? ¿Acaso no he estado deseando que lo hiciera casi desde el momento en que he vuelto a verlo en persona después de tantos años? ¿Qué tiene de malo que nos hayamos besado si los dos queríamos hacerlo y ha habido consentimiento mutuo?

—No te preocupes por eso —respondo al fin, confuso—. Me has pedido permiso, ¿recuerdas? Es solo que, no sé, todo lo que está pasando es muy extraño…, nunca me lo habría imaginado, la verdad.

—Dímelo a mí. —Nos quedamos en silencio una vez más, mirándonos a los ojos. Es increíble lo cómodo que me siento con esta situación, cuando sé que lo normal sería lo contrario—. ¿En qué estás pensando?

—¿Puedo ser sincero?

Guille se ríe.

—Esa es la idea, ¿no?

—Pues… ¿Crees que está mal que quiera que vuelvas a besarme?

—No lo sé. ¿Está mal que quiera volver a hacerlo?

—Supongo que no —contesto con una sonrisa, y entonces él también sonríe.

—Eso pensaba.

—Pues entonces, bésame.

Y eso es justo lo que hace, pero en esta ocasión es diferente. Esta vez el beso es más deliberado, menos espontáneo, aunque no por ello carente de magia, sino más bien todo lo contrario. Ahora sí que sé lo que va a pasar, y Guille se toma su tiempo, haciéndome esperar y matándome de ganas por ello. Primero desliza la mano desde mi mano hasta mi brazo, y a continuación sube por él hasta llegar poco a poco hasta mi cuello. Cuando me acaricia la mejilla, un nuevo escalofrío me recorre por completo. Noto que me vibra el móvil en el bolsillo, pero lo ignoro, concentrado como estoy en Guille.

Y entonces sus labios rozan los míos una vez más. Es un roce suave al principio; apenas una caricia sutil de sus labios cálidos, pero más que suficiente para encender todos mis sentidos, para hacerme arder por dentro y por fuera. Aunque el beso comienza con timidez, enseguida se vuelve más decidido, y Guille saborea mis labios con calma pero a conciencia. Cuando nuestras bocas se abren y nuestras lenguas entran en contacto, estamos tan pegados el uno al otro que no sé cómo vamos a ser capaces de separarnos. Aunque no es que quiera hacerlo, claro.

Pero el puto móvil sigue zumbando en mi bolsillo, demasiado cerca de zonas peligrosas para ambos, y entonces Guille se separa de mí y me mira con un brillo travieso en los ojos y una sonrisa maligna. Puedo imaginarme lo que va a decir antes de que abra la boca para pronunciar las palabras.

—Oye, estaría muy guay que te pusieras tan contento porque te esté besando, pero algo me dice que eso que vibra no es tu…

—¡Guille! —le reprendo entre risas, dándole un golpecito cariñoso en el brazo—. Qué idiota eres.

—Mira a ver qué es, anda, que así no hay quien se concentre.

Con un suspiro de resignación, me saco el móvil del bolsillo y veo que tengo un montón de mensajes de Rodri. Desbloqueo el teléfono y espero con paciencia a que cargue la aplicación para poder contestar.

Enano, lo siento pero me muero de sueño

Te falta mucho??

Que como me duerma, no voy a poder ayudarte a entrar cuando vuelvas

Eeeeeeooooo

Pablichiiiiiii

Estás ahí???

perdona… estaba ocupado /

Su respuesta no se hace esperar más de unos segundos.

Espero que hayas usado protección )

gilipollas jajaja

media hora más?

Ni de coña xD. 10 min

Venga ya, Rodri…

En 10m no llego a casa ni de coña!

15

25

20, ni para ti ni para mí

pero ni uno más!

vaaaaale.

en 20m llego

pues ya me avisas

ok!

Vuelvo a guardarme el móvil en el bolsillo, calculando que aún me quedan unos quince minutos con Guille antes de tener que emprender el camino de vuelta si voy a paso ligero, aunque sé que es probable que acabe llegando más tarde de lo que le he prometido a Rodri. Por suerte, ya está acostumbrado.

—Puedo quedarme un cuarto de hora más como máximo —le explico a Guille.

—¿Y eso?

—Mi hermano, que se va a dormir ya. He salido de casa a escondidas con su ayuda, y necesito que vuelva a ayudarme para entrar otra vez en casa.

Parece decepcionado al oírme, pero entonces sonríe.

—Bueno… pues al menos podemos aprovechar bien estos quince minutos, ¿no te parece?

Así es Guille, sacando siempre el lado positivo de las cosas, algo que me alegra comprobar que no ha cambiado durante estos años de separación. Sonrío yo también, y quiero volver a besarlo, pero la conversación con Rodri ha roto la magia del momento y de nuevo me planteo las cosas. Estar aquí con él tiene algo especial, pero al mismo tiempo es extraño, muy extraño…, y no estoy seguro de que sea lo correcto.

—¿Qué estamos haciendo, Guille?

—Pues hablar, ¿es que no lo ves?

Pongo los ojos en blanco ante la broma.

—Ya sabes a lo que me refiero.

Él me mira y se encoge de hombros, con actitud pensativa. La sonrisa ha desaparecido de su rostro.

—No lo sé —contesta, con la voz teñida de pura sinceridad—. La verdad es que no lo sé, pero… ¿tanto importa eso?

—Han pasado muchos años… —continúo, incapaz de dejar de pensar en ello e ignorando su pregunta—. ¿De verdad crees que esto es una buena idea?

—¿Por qué no nos olvidamos de todo eso, aunque solo sea por esta noche? —sugiere, acariciándome la mano con el pulgar de esa forma que siempre lograba hacerme estremecer en el campamento—. Si quieres, lo hablamos mañana, ¿vale? Vivimos cerca, así que podremos quedar sin problemas cuando queramos. Pero hoy podemos dejarnos llevar y ya está, al menos hasta que tengas que marcharte.

Suelto un suspiro, consciente de que tiene razón, de que eso será lo mejor. Ahora que el júbilo del reencuentro ha menguado un poco, el sueño se está apoderando de mí con fuerza, y sé que no es el mejor momento para hablar de estas cosas. Y si aún me quedan quince minutos con él, o más bien poco más de diez, quiero aprovecharlos.

—¿Te importa si lo hablamos mejor pasado mañana?

—¿Tienes cosas que hacer mañana?

—Sí… Bueno, no —me corrijo, dándome cuenta de que en realidad no tengo razones para mentir—. No es eso. Es solo que necesito pensar, ¿sabes?

—Claro, lo entiendo perfectamente. A mí me pasa lo mismo.

—Pero hoy…

No sé cómo terminar la frase.

—¿Hoy nos olvidamos de todo? —me ayuda él, y yo asiento con la cabeza.

Y esta vez soy yo quien lo besa, con las ganas que creía muertas después de todos estos años y que han regresado con más vida que nunca. En ese beso vierto todos los anhelos y deseos que me había visto obligado a reprimir. En ese beso están todos los besos que nunca pude darle, todos los besos que guardé dentro de mí, hasta que acabaron enquistándose en mi corazón, como una herida infectada que se negaba a sanar por mucho tiempo que pasara. Ese beso fue como volver a una época donde todo era demasiado bonito para ser cierto, y tal vez fuera precisamente por eso por lo que todo se desmoronó.

Pero los minutos restantes transcurren con demasiada rapidez, y apenas parece que hayan pasado unos instantes cuando llega el momento de ponernos en marcha si no quiero llegar demasiado tarde a casa y que Rodri me tire por la ventana. Echamos a andar, de nuevo sin decir palabra, pero sigue sin tratarse de un silencio incómodo, sino todo lo contrario. Es la clase de silencio que solo puede existir entre dos personas que han visto dentro del alma de la otra, dos personas que se conocen bien por dentro y por fuera.

En un momento dado, su mano roza la mía mientras andamos, aunque no le doy importancia. Seguimos caminando, pero entonces su mano vuelve a rozarme, y esta vez me da la impresión de que lo ha hecho a propósito. Noto que me mira de soslayo, de modo que giro un poco la cabeza para devolverle la mirada. Me sorprende encontrar cierta timidez en sus ojos verdes.

—¿Puedo…? —comienza, y una vez más deja la pregunta inconclusa.

Sé a lo que se refiere, así que asiento con la cabeza y él, con una amplia sonrisa, me toma la mano y me da un apretón. Yo se lo devuelvo, y me doy cuenta de que esto es algo nuevo: antes, la idea de caminar juntos de la mano habría sido simplemente imposible. Muchas veces quisimos hacerlo, deseamos hacerlo, pero ninguno de los dos se atrevió, salvo cuando estábamos a solas en el bosque. Pero nunca pudimos ir de la mano sin escondernos, y después fue demasiado tarde para solucionarlo.

Cuando quiero darme cuenta, ya estamos otra vez en la esquina donde nos hemos encontrado, a medio camino entre su casa y la mía. Noto una molesta punzada en el pecho al reparar en que apenas me quedan unos pocos segundos con él.

—¿Te acompaño hasta tu puerta? —pregunta Guille.

—¿No te importa?

—¡Claro que no! Yo no tengo hora para volver a casa, así que…

Se encoge de hombros mientras comienza a caminar hasta mi portal, todavía sin soltarme la mano.

—Cierto…, olvidaba que tú no vivías con tus padres. Tendrás que hablarme de tus compañeros alguna vez.

—¿El próximo día?

Asiento con la cabeza.

—El próximo día.

—¿Es aquí? —pregunta cuando llegamos al portal que había descrito antes, irremediablemente pronto a pesar de lo tarde que llego.

—Sí, aquí es.

—Bueno… pues nada, dejo que entres.

Noto que titubea, y me muero de ganas de darle un abrazo, así que al final soy yo quien se lanza. Una vez más, quedo envuelto por ese aroma familiar pero diferente, y lo aspiro como si de ese modo fuera capaz de guardarlo en mi interior, como hacía cada noche con su camiseta. Cuando nos separamos un poco, no sé quién inicia el beso, pero nuestras bocas se encuentran y volvemos a besarnos, esta vez dejando que nuestras lenguas jugueteen entre ellas durante unos instantes.

Pero entonces el móvil comienza a zumbar otra vez en mi bolsillo y no me queda más remedio que separarme de él.

—Tengo que irme.

—Vale.

—Ya hablamos, entonces…

—Vale —repite—. Buenas noches, Pablo.

—Buenas noches, Guille.

Y, tras un último beso, me meto en el portal y me saco el móvil del bolsillo.

ha pasado media hora

dijimos 20m

ven YA

estoy en el portal, ya subo

atento

ok

Subo la escalera a toda prisa, con el aliento entrecortado. Una vez delante de mi puerta, introduzco la llave en la cerradura con toda la lentitud posible a fin de no hacer ruido y le mando un mensaje a Rodri para iniciar el plan de entrada. Agudizo el oído y entonces oigo su tos dentro de la casa; la señal para empezar a contar. Cinco segundos exactos después, hago girar la llave en la cerradura y abro la puerta al mismo tiempo que mi hermano cierra la del baño. A continuación, aguardo con paciencia ya dentro de la casa y, en el momento exacto, Rodri tira de la cisterna mientras yo cierro la puerta.

Misión cumplida, una vez más.

Nos encontramos en el pasillo que hay entre nuestras habitaciones, que se encuentran la una enfrente de la otra. Él me hace un gesto para que entre en la suya detrás de él, y yo obedezco y dejo la puerta encajada.

—¿Cómo ha ido? —pregunta entre susurros, sentándose en la cama. Da unas palmaditas al colchón para que me siente con él, pero me quedo de pie.

—Bien, bien. Ha estado bien.

Él sonríe.

—¿Lo conozco?

—No… Bueno, sí. Más o menos. —Suelto un suspiro—. ¿Te importa si te lo cuento mañana? Ahora mismo no tengo muchas ganas de hablar, la verdad.

—¿Estás bien?

Para ser hetero, tengo que reconocer que Rodri es muy perspicaz con estas cosas.

—Sí, sí…, es solo que ha sido raro. Necesito pensar, ¿sabes? —Él asiente con la cabeza, sin necesidad de que le diga nada más—. Mañana te lo cuento todo.

—Anda, ven aquí, enano.