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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Sara Wood

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Casada con un millonario, n.º 1517 - diciembre 2018

Título original: The Greek Millionaire’s Marriage

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-031-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

 

DIMITRI Angelaki asentó sus poderosas piernas sobre el suelo mientras su lancha avanzaba velozmente hacia el pequeño puerto pesquero de Olympos. Comenzó a tararear una antigua canción de amor griega en un tono ligeramente ronco que reflejaba su pasión por la vida y el amor.

Había sido un día extraño, lleno de contrastes y ansiedad, a lo largo del cual sus sentidos se habían visto completamente saciados a la vez que sus nervios habían sido sometidos a la máxima tensión.

Volvió la cabeza y deslizó la mirada por el increíble cuerpo de su esposa. Su dorada piel de diosa parecía destellar contra el lujoso acolchado de cuero color crema de los asientos. Su biquini era mínimo, como a él le gustaba; tres diminutos triángulos de tela azul turquesa que apenas ocultaban la esencia de su feminidad.

Su respiración se agitó ante el recuerdo de la melena rubia de su esposa deslizándose aquella mañana por las partes más sensibles de su cuerpo en una danza erótica que lo había llevado al paraíso y más allá.

Su boca se curvó sensualmente a la vez que su sexo comenzaba a palpitar. Aquel era el placer de hacer el amor con Olivia; primero llegaba la anticipación, las ardientes miradas que lo enloquecían, los mensajes de deseo reflejados en sus ojos azules. Después, con la misma certeza con que la noche seguía al día, hacían el amor sin inhibiciones, siempre abiertos a la inventiva, siempre tiernos y a la vez fieros, hasta que alcanzaban la intensa satisfacción que liberaba la válvula de vapor de su mutua pasión.

Carraspeó mientras volvía a centrarse en mantener el rumbo de la lancha. Olivia lo tenía totalmente atrapado, y le encantaba que fuera así porque le hacía sentirse intensamente vivo y muy hombre.

A veces quería lanzar el puño al aire después de hacer el amor con ella y gritar «¡Sí!» como un niño que acabara de marcar un gol. Sonrió al pensar aquello. ¡Él, un magnate cuya frialdad cuando estaba sometido a presión era conocida en todo el mundo! Pero los negocios no lo excitaban tanto como aquellos exquisitos encuentros con su esposa. Era una lástima que su trabajo lo llevara tan a menudo fuera de casa y que su agenda fuera siempre demasiado ajetreada como para que mereciera la pena que Olivia lo acompañara.

Pero, de ese modo, cuando estaban juntos todo parecía más dulce. Ese día habían estado nadando desnudos en alta mar. Luego habían hecho el amor en un bosquecillo de limoneros cuyo embriagador aroma se había sumado al placer que habían experimentado. Después habían comido langosta y uvas en la ladera de una colina desde la que se divisaba un templo dedicado a Afrodita, la diosa del amor.

–Venus –había dicho él–. Una mera segundona tuya.

Aún podía sentir el excitante contacto de los dedos de Olivia en su boca, en su garganta… y en el resto de su cuerpo. Había sido una de las experiencias sensuales más intensas de su vida.

Todo habría sido perfecto… de no ser por su creciente preocupación por Athena. Arrugó el ceño mientras rogaba para que Athena llamara del hospital para decir que estaba bien. La creciente tensión arruinó los recuerdos del día. Pero era comprensible. Quería a Athena con todo su corazón…

 

 

Olivia se puso tensa cuando sonó el móvil de Dimitri. Había sonado en demasiadas ocasiones aquel día, pero él se había negado a apagarlo.

–Los magnates griegos necesitamos estar en continuo contacto con nuestros subalternos –había dicho él con simulada pomposidad, refiriéndose a una broma que solían compartir.

–En ese caso, busca un subalterno en el que puedas delegar –había protestado Olivia, pero se distrajo en cuanto su marido la besó y comenzó a acariciarla.

Pero en aquellos momentos podía ser más objetiva. Hacía un tiempo que la obsesiva dedicación de Dimitri al trabajo se había convertido en un problema. Cuando se iba de viaje y ella se quedaba con la única compañía de su desagradable suegra, Marina, se sentía cada vez más sola e infeliz. Su inseguridad y dudas respecto a los verdaderos sentimientos de Dimitri se veían dolorosamente reforzados por las insinuaciones de Marina respecto a las largas ausencias de su hijo.

Olivia apretó los puños. Desde que se había casado con Dimitri, seis meses antes, Marina no había dejado de hostigarla.

–Todos los hombres griegos tienen queridas –solía decir–. Y no creas que mi hijo es diferente.

Una querida. ¿Explicaría aquello la falta de consideración de Dimitri? Incluso aquel día de vacaciones, que habían aprovechado para ir al antiguo teatro griego de Epidauros, se había visto estropeado por su falta de atención. Suspiró. Podría haber sido tan romántico… Dimitri le había hecho una demostración de la magnífica acústica del teatro susurrando «te quiero» desde el escenario. Ella había podido oírlo desde la fila más alejada. Encantada, se había levantado para mandarle un beso. Desafortunadamente, Dimitri había recibido otra de sus molestas llamadas y había salido del teatro para atenderla.

Olivia recordó cómo se había enfurecido y, enfadada, se cruzó de brazos en el lujoso asiento de la lancha a la vez que lanzaba una iracunda mirada a Dimitri.

Aunque se hallaba de espaldas a ella, notó cómo se había tensado al recibir la última llamada. En aquellos momentos estaba enzarzado en una discusión y ella se preguntó por el motivo de su alivio, aparente en el modo en que se habían relajado los músculos que tan bien conocía. Algo estaba pasando.

Su corazón se encogió. Casi parecía que Dimitri estaba acunando el teléfono, y de su magnífico cuerpo emanaba una intensa ternura. Una inquietante sensación de temor se apoderó de ella. Era posible que su suegra estuviera en lo cierto…

Sin embargo, Dimitri no lograba mantener las manos alejadas de ella. Casi desde el momento en que empezó a trabajar como secretaria suya, dos años antes, se habían vuelto locos el uno por el otro. Cada vez que habían estado juntos en público había sido una experiencia deliciosamente tensa; cada segundo a solas había sido una explosión de ardiente deseo y necesidad. La razón no parecía existir y sólo eran capaces de rendirse a su volcánica pasión.

Al recordar aquello Olivia sintió una excitación inmediata y presionó las piernas para controlar el cálido latido que sintió entre ellas.

Un impotente anhelo confundió su mente y notó que la presión del sostén del biquini se estaba volviendo insoportable debido a la repentina hinchazón de sus pechos y sus protuberantes cimas.

Centró la atención en Dimitri y notó que se estaba riendo. Sus hombros dorados y desnudos se agitaron mientras murmuraba algo íntimo junto al teléfono.

Sintió una intensa punzada de celos. ¡Dimitri era suyo! ¡Su cuerpo, su alma, su corazón y su mente! De inmediato se sintió avergonzada por sus irracionales sospechas y, arrepentida, se acercó a él y lo rodeó con los brazos por la cintura.

Dimitri se sobresaltó, murmuró algo incomprensible en griego, algo que podría haber significado «hasta mañana», aunque el griego de Olivia era muy limitado, y se despidió antes de colgar.

Olivia notó los fuertes latidos de su corazón bajo la palma de la mano. ¿Se habría asustado?, se pregunto, alarmada. ¿Sería cierto que tenía una querida? ¡Sus negocios le hacían viajar tan a menudo que podía tener todo un harén disperso por el mundo!

Sin embargo, cuando Dimitri se volvió sus ojos ardían de pasión. Rodeó el esbelto cuerpo de Olivia con un brazo mientras con la mano libre apagaba el motor de la lancha antes de quitarle la parte superior del biquini.

Estaba magnífico y totalmente excitado. Mientras disfrutaba de la sensación de su dureza, Olivia no pudo evitar preguntarse si se debía a ella o a la mujer con la que acababa de hablar.

–¿Quién era? –preguntó en tono sombrío.

Dimitri la besó en el cuello antes de responder con voz ronca.

–Un amigo.

Olivia notó que había bajado la mirada al responder.

–¿Lo conozco? –preguntó en tono desenfadado.

Dimitri apenas dudó, pero fue lo suficiente como para que Olivia sospechara que iba a ser muy escueto en su respuesta.

–No. Olvídalo, querida. Concéntrate en lo que tengo intención de hacer contigo…

Olivia tensó los labios, pero él le hizo entreabrirlos con su lengua. La tentadora magia de sus dedos mientras le soltaba los lazos de las braguitas le hizo olvidar todo. La maravillosa rendición de su cuerpo comenzó. Dimitri empezó a susurrarle y describirle lo que pensaba hacerle mientras le hacía tumbarse sobre la cubierta.

Olivia tomó su bañador por la cintura y se lo quitó. Bajo sus ávidas manos, los músculos de los glúteos de Dimitri se tensaron y ella acarició amorosamente sus firmes curvas.

Como amante, su marido era insaciable. A veces, la constancia de su deseo la sorprendía, pero ella tampoco le andaba a la zaga. Y había ocasiones, como aquélla, en que la ternura Dimitri y su afán por darle placer la conmovían intensamente.

Olivia comenzó a perder el control cuando su marido deslizó una mano entre sus piernas para acariciar el húmedo centro de su deseo. La amaba, pensó aturdida mientras una marejada de deseo recorría su cuerpo. De lo contrario, ¿por qué iba a haberse casado con ella?

 

 

Aquella tarde, mientras se ponía el sol, Olivia, Dimitri y Marina, la madre de éste, que había enviudado hacía poco, tomaban un fuerte café griego en la terraza de la mansión que daba a la bahía de Olympos.

Marina tenía el gesto amargado desde que su hijo y su nuera habían llegado a la casa abrazados como lapas. El corazón de Olivia se había encogido al verla. ¡No era fácil convivir con una suegra hostil! Pero era consciente de lo sola que se sentía Marina desde que había muerto su marido, porque ella misma había experimentado aquella clase de soledad cuando sus padres murieron en un accidente de carretera.

En un gesto amistoso, apoyó una mano en el brazo de su suegra, pero ésta lo retiró de inmediato a la vez que le dedicaba una mirada de recelo.

–Qué puesta de sol tan maravillosa –dijo Olivia, dispuesta a seguir mostrándose afectuosa a pesar de todo.

–Siempre es maravillosa –replicó Marina con aspereza–. Supongo que mañana también me dejaréis sola, ¿no? Según recuerdo, ibais a ir de compras a Atenas…

–Ah –Dimitri se llevó una mano a la cabeza como si de pronto hubiera recordado algo.

Olivia supo de inmediato que iba a cancelar aquel viaje. Iba a ser la tercera vez que sucedía, y su marido había prometido no volver a decepcionarla.

–¡No me digas que ha surgido algún nuevo problema en el trabajo! –protestó, y le pareció que Dimitri se ponía un poco nervioso.

–Tengo una reunión que no puedo cancelar. Y me temo que después vuelo a Tokio para quedarme una semana. Lo siento. Prometo compensarte –sonrió superficialmente, como si estuviera pensando en otra cosa.

–No soy una niña a la que puedas calmar con unas chucherías –dijo Olivia, dolida.

–No, pero esa reunión es importante –Dimitri se puso en pie–. De hecho, tengo que hacer unas llamadas ahora mismo para…

–Subalternos… –murmuró Olivia, ruborizada.

Dimitri se detuvo cuando ya iba a salir. Estaba deseando llamar a Athena para comprobar si se le habían pasado los falsos dolores de parto, y no le gustó el tono resentido de su esposa.

Se volvió hacia ella y le dedicó una larga mirada. Olivia no comprendía. Lo tenía todo: dinero, un marido, seguridad… Sin embargo, la pobre Athena apenas tenía nada, aunque él se había asegurado de que viviera sin estrecheces. Él mismo había conocido la pobreza y el temor que conllevaba, y no se la deseaba a nadie. Cuando naciera, el hijo de Athena llevaría la sangre de los Angelaki y, aunque no se lo hubiera prometido a su padre poco antes de que falleciera, estaba totalmente dispuesto a ocuparse de proteger tanto a la madre como al niño.

Athena había sido capaz de dar a Theo el amor y la calidez de las que éste había carecido en su matrimonio. Dimitri había sido testigo de lo feliz que había sido su padre con su joven querida y, aunque con sentimientos contradictorios, se alegró por él. Pero seguiría haciendo todo lo posible por evitar que su madre se enterara de la humillante verdad. Era una cuestión de honor… y de respeto por los sentimientos de su madre.

Estaba preocupado por Athena y la necesidad de apoyo y seguridad que tenía en aquellos momentos y le irritó la aparente insatisfacción de Olivia con su vida.

–Recuerda que gracias a mi trabajo disfrutas de todas las ventajas de mi fortuna –replicó antes de salir, sin ocultar su enfado.

Furiosa, Olivia se esforzó por mantener la compostura mientras bebía su café. Quería a Dimitri, no sus millones. Hasta que decidió casarse siempre había trabajado, y siempre había mantenido ocupada su mente. Por primera vez en su vida estaba experimentando lo que era el aburrimiento. Los días se sucedían y ella los pasaba esperando a que Dimitri volviera a casa.

Aquello no podía ser sano. No era de extrañar que se abalanzara sobre él cada vez que regresaba de uno de sus viajes. Su griego no era lo suficientemente bueno como para permitirle conseguir un trabajo… aunque, de todos modos, Dimitri no le habría permitido trabajar.

Su madre dirigía la casa y los jardineros se ocupaban del jardín, de manera que todo lo que Olivia podía hacer era ir de excursión y de compras… y anhelar el regreso de Dimitri.

Sin duda, el paraíso tenía sus desventajas. Contempló sin ninguna ilusión las magníficas vistas que se ofrecían a su mirada mientras el sol desaparecía tras el horizonte. Sintió ganas de llorar y, de pronto, anheló estar en casa con sus amigos.

–¡Querida! –exclamó Marina con ironía–. ¡Vuestra primera pelea!

–Dimitri y yo somos personas apasionadas –dijo Olivia con frialdad.

–A mi hijo no le gusta que las mujeres discutan con él.

–Ya sabía cómo era cuando se casó conmigo. Habíamos trabajado y dormido juntos dos años. A Dimitri le gusta mi independencia. Le encanta que me enfrente a él.

–Puede que entonces sí –murmuró Marina–, pero ahora que eres su esposa espera tu obediencia.

–Puede esperar lo que quiera –dijo Olivia en tono cansino.

–Entonces supongo que no te extrañará que busque a alguien más delicado y complaciente. Por ejemplo una querida. Supongo que es con ella con quien está hablando ahora.

–¿Una querida? Te aseguro que Dimitri no tendría energías para ocuparse de otra mujer –replicó Olivia con rara franqueza, dolida por la maldad de Marina.

Su suegra frunció los labios en un gesto de desaprobación.

–Mi hijo es más hombre de lo que puedas imaginar. Si quieres puedo darte sus señas. Creo que se llama Athena. Puedes comprobarlo por ti misma.

Olivia no pudo reprimir un escalofrío. Marina había dicho aquello con tal seguridad… «No, por favor», pensó. De pronto sintió una necesidad imperiosa de alejarse de aquella arpía. Se puso en pie.

–Me voy a la cama. Buenas noches.

Temblando de aprensión, fue al dormitorio, donde encontró a Dimitri tumbado en la cama, riendo y murmurando junto a su móvil. En cuanto la vio cortó la llamada y Olivia sintió que estaba a punto de desvanecerse.

Se miraron un momento como oponentes en un cuadrilátero. Olivia captó un matiz de decepción en la expresión de su marido mientras bajaba de la cama para pasar junto a ella.

–¿A dónde vas? –preguntó, y se odió por sonar como la típica esposa irritante.

–Fuera.

–¿A esta hora? –Olivia estuvo a punto de abofetearse, pero en aquel momento comprendió por qué las esposas se ponían así. No se fiaban de sus maridos, y mucho se temía que con razón.

Dimitri contempló la temblorosa boca de su esposa y estuvo a punto de decirle la verdad, pero se contuvo.

–A esta hora –replicó, y salió antes de que su firmeza se desmoronara.

Olivia permaneció en medio de la lujosa habitación, consciente de todas las posesiones y riquezas a las que había accedido al casarse con Dimitri, pero con una angustiosa sensación de despojo, de hundimiento.

La riqueza y las posesiones no eran nada sin el amor de su marido. Si él no la quería, entonces no tenía nada. Bajó la mirada hacia sus temblorosas manos. El brillante de su sortija de compromiso destelló como burlándose de ella, y los diamantes de su collar le pesaron de pronto como las cadenas de un esclavo.

Era una esposa. Una posesión. Y, según la ceremonia de su matrimonio, se suponía que debía respetar reverencialmente a su marido.

Frunció el ceño al recordar que, según la misma ceremonia, su marido debía amarla como si fuera su propio cuerpo. Muy bien. O la amaba o no la amaba. No iba a permitir que la utilizara exclusivamente como su objeto sexual, o como un medio para perpetuar su apellido mientras él se divertía por ahí. En momentos como aquél era cuando uno se dejaba hundir o sobrevivía, y ella nunca había sido de las que se dejaba hundir.

Su boca se endureció. Si Dimitri tenía una querida, lo abandonaría. No pensaba compartirlo con ninguna mujer. Al día siguiente se tragaría su orgullo y le pediría las señas a Marina.

Ningún hombre iba a burlarse de ella. Ningún hombre iba a utilizarla para saciar su apetito sexual. Mejor vivir sin Dimitri que de aquel modo.

Cuando volvió el rostro y se vio reflejada en el espejo del tocador comprendió la escalofriante enormidad de la situación en que se encontraba. Al día siguiente a aquellas horas podía encontrarse en un avión camino de Inglaterra.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

HACÍA tres años que había estado en Atenas. Tres interminables años desde que había dejado a Dimitri tras destrozar su dormitorio en un arrebato de rabia impotente que apenas sirvió para calmar su dolor.

Su marido la había estado engañando. Lo había visto con sus propios ojos. Marina la había llevado hasta un pequeño pueblo cercano a Micenas, justo a tiempo de que atestiguara la ternura con que Dimitri acompañaba a su querida hacia su coche.

Su obviamente embarazada querida. Por un momento se quedó tan conmocionada que dejó de respirar. No había duda de que la mujer parecía de parto. Aquello, y el cariño que mostraba Dimitri en su trato, fue lo que más le dolió. Habría preferido encontrarlos desnudos haciendo el amor.

–¿Me crees ahora? –preguntó Marina.

Mientras se alejaban, Olivia supo que nunca podría perdonar a Dimitri.

Cuando llegaron a la casa, una encantada Marina le recordó que Dimitri debía estar a punto de salir para Tokyo.

–Ve a casa –añadió–. Vuelve con la gente que te quiere.

–Sí –susurró Olivia–. Necesito a mis amigos.

Su nota para Dimitri fue breve pero sentida.

Cuando en un matrimonio no hay amor, no merece la pena continuar.

A pesar de todo no pudo evitar que una parte de sí misma deseara que su matrimonio pudiera salvarse y se aferró a la posibilidad de que Dimitri decidiera ir a buscarla a Inglaterra para disculparse y pedirle que lo perdonara.

Pero no se puso en contacto con ella. Fue como si alguien hubiera apagado una luz en el interior de Olivia. Los demás hombres parecían meros fantasmas comparados con Dimitri. Inglaterra era más gris de lo que recordaba, lo mismo que la vida en general. Pero tenía que seguir adelante, y el primer paso era el divorcio.

–¿Cómo te sientes? –preguntó Paul Hughes, su abogado, a la vez que tomaba solícitamente su mano.

Olivia la retiró con el pretexto de apartar un mechón de pelo de su frente.

–Dispuesta para la batalla.

–El próximo mes podrías ser una de las mujeres más ricas y poderosas de Europa.

Dinero y poder. ¿Era aquello todo lo que preocupaba a los hombres? ¿Por qué no ponían el amor en primer lugar, como las mujeres?

Olivia se apoyó contra el respaldo del asiento mientras alisaba una arruga imaginaria de su falda. La mano le temblaba y contempló la nuca del chófer mientras recordaba el momento en que su amor por Dimitri saltó hecho pedazos.