image
Image
Image
Image

Mate, Reyes.

Ciudadanos y no súbditos: Guía en la ciudad democrática / Mate Reyes. – Bogotá : Universidad Santo Tomás, 2015.

120 páginas.

Incluye referencias bibliográficas

ISBN 978-958-63-914-0

1. Democracia 2. Filosofía política 3. Libertad 4. Ciudadanía I. Universidad Santo Tomás (Colombia).

CDD 323.6

Co-BoUST

Image
Image

© Reyes Mate, 2015

Universidad Santo Tomás

Ediciones USTA

Carrera 9 n.º 51-11

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfonos: (+57) 587 8797 ext. 2991

editorial@usantotomas.edu.co

ediciones.usta.edu.co

Dirección Editorial: Daniel Mauricio Blanco Betancourt.

Coordinación de libros: Marco Giraldo Barreto.

Diagramación y diseño de carátula: Andrés Hernández.

Corrección de estilo: Óscar Arango Arboleda.

Hecho el depósito que establece la ley

ISBN: 978-958-631-914-0

Primera edición, 2016


A Tere,

maestra en la escuela y en la vida

Image

Contenido

Image

Luces en la ciudad democrática. Reflexiones sobre la educación ciudadana

Presentación. Ciudadanos, no súbditos: un reto para la memoria

Alberto Antonio Verón

CAPÍTULO I. Ser ciudadano: La ciudad de las luces

1. El ser humano necesita de los demás para sobrevivir

2. Los débiles son excluidos

3. Nacemos iguales y libres

4. Conquista de los Derechos Humanos

5. La fragilidad de los Derechos Humanos

Bibliografía

CAPÍTULO II. Responsabilidad

1. El tema de nuestro tiempo

2. Somos responsables de lo que hacemos

3. ¿Somos responsables de lo que no hemos hecho?

4. La responsabilidad es anterior a la libertad

5. ¿Existe una responsabilidad histórica?

6. El deber de memoria

Bibliografía

CAPÍTULO III. Tolerancia

1. Los tres grandes escritos sobre la tolerancia

2. La figura de Natán el Sabio

3. Tres modelos de tolerancia

4. Repensar la laicidad, forma moderna de la tolerancia

Bibliografía

CAPÍTULO IV. Educar para la paz

1. La justicia, condición de la paz

2. El discutible prestigio de la violencia

3. La visibilidad de las víctimas

4. Las injusticias que acarrea el terror

5. Sobre el perdón y la reconciliación

Bibliografía

CAPÍTULO V. Cinco mensajes en una botella

1. Crimen contra la humanidad

2. Ciudadanos, no súbditos

3. Luces en la ciudad

4. El valor del dinero

5. El encanto de los sueños diurnos

Epílogo: Paz con Justicia. Conferencia pronunciada en el XV Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana. “Diálogos sobre memoria, justicia y utopía”. Colombia, julio del 2013

Image

Luces en la ciudad democrática

Reflexiones sobre la educación ciudadana

Image

Presentación

1. Durante la dictadura franquista se impartía en España una disciplina hoy en desuso. Se llamada “Urbanidad” y allí se enseñaba la buena educación: cómo y dónde saludar; cómo comportarse en la mesa, lo que incluía desde el manejo del cuchillo, a la colocación de la servilleta, pasando por la colocación de las manos; cómo caminar o vestirse o iniciar una carta o dirigirse a los mayores.

Cómo no había lugar para una educación para la ciudadanía, porque no había civitas ni demos, los esfuerzos se agotaban en cómo andar por casa. En lugar de polis -para que la hubiera tendría que darse un espacio público y libre que los habitantes conformaran a su gusto- lo que quedaba era un modesto oikos. Lo doméstico ocupaba el lugar de lo político.

En democracia las cosas son diferentes porque la ciudadanía es posible, por eso en lugar de enseñar urbanidad hay que hablar de civilidad o educación en la ciudadanía. No sólo hay espacio para hablar de lo que interesa a todos, sino que tenemos la responsabilidad de intervenir activamente en las propuestas y decisiones que acabarán moldeando la vida en común. No se trata sólo de cómo comportarse en público sino de cómo construir el país en el que vivimos.

Para esa tarea la escuela es un lugar privilegiado porque ahí se forjan hábitos o comportamientos que pueden encaminarse a la tolerancia o a la intolerancia, a la responsabilidad o a la irresponsabilidad. También porque en la escuela se enseñan ideas y valores que afectan a la vida privada y a la vida pública.

2. Hay que reconocer que es una tarea exigente esta de “educar en la ciudadanía” porque remite de alguna manera a los fundamentos de una ética política, si por ello entendemos la referencia a las bases de una convivencia moderna. Al decir convivencia moderna estamos refiriéndonos, en primer lugar, a la innegable pluralidad de credos, morales, visiones del mundo que circulan en nuestra sociedad; en segundo lugar, a la responsabilidad que tenemos de encontrar reglas de juego comunes que emanen de nuestra libertad y cuya práctica aseguren esa justicia sin la que es impensable la democracia.

No se trata por tanto de generalizar un credo (ni siquiera en alguna versión laicista) como ocurre en sociedad dudosamente democráticas en las que la ética del Estado es la moral de una religión. Se trata por el contrario de encontrar reglas comunes que garanticen el ejercicio de todos las creencias pero que se basen en principios de convivencia aceptables por todos. Más que decir lo que hay que hacer en cada caso lo que importan es enseñar las normas que hay que respetar a la hora de tomar decisiones. Esto no puede ser un código de conducta sino una familiarización con los principios de convivencia. Esta guía del buen ciudadano es un mero indicativo de los principios que deben guiar al ciudadano en las decisiones que tenga que tomar en su vida concreta.

3. Una respuesta a la altura de una ética política propia de la democracia es lo que pretenden libros como este que se ocupan de educación para la ciudadanía. Allí se tienen en cuenta las virtudes de convivencia que hay que fomentar y los vicios de malvivencia que evitar. También se enseñan los derechos y deberes propios de un ciudadano y cómo ejercerlos responsablemente en una democracia como la nuestra. Nuestro propósito aquí es más modesto en el sentido de que sólo nos vamos a fijar en unas pocas actitudes básicas, representativas de lo que el profesor Aranguren llamaba la democracia como moral. Es impensable la vida en democracia sin acciones libres, respeto a las reglas, resolver los conflictos dialogando, decidir con sentido de la responsabilidad, reconocer la autoridad, practicar la tolerancia o respetar el medio ambiente. Pues bien, lo que hemos hecho es agrupar esas exigencias morales en cuatro grandes capítulos que conforman aquellas virtudes cívicas que son imprescindibles en una convivencia adulta.

En primer lugar y a modo de introducción, la ciudadanía. Un recorrido por el ser ciudadano nos recuerda que el hombre no está solo en el mundo, que hay una constante tendencia a excluir de la vida en común a los pobres pese a que todos nacemos iguales y libres, que una cosa son los dichos o declaraciones y otras los hechos, y que queda aún mucho por hacer.

Luego viene la responsabilidad que es el tema de nuestro tiempo. De ello se habla mucho pero no es fácil explicar su alcance. Aceptamos que somos responsables de lo que hemos hecho y del mundo que dejaremos a nuestros nietos, pero ¿somos responsables de lo que hicieron nuestros abuelos o a ellos les hicieron?. La responsabilidad histórica aparece así en el horizonte de nuestro sentido de la responsabilidad.

La tolerancia, tema del tercer capítulo, parecía archivada como tema de reflexión cuando ahí está de nuevo debido a la presencia de la intolerancia. De la mano de los clásicos de la tolerancia vamos viendo que hay distintos modelos de tolerancia, que no hay sujetos históricos de por sí tolerantes o intolerantes, que ha habido de todo y que no hemos dado aún con un modelo de tolerancia que sepa respetar las diferencias sin renunciar a la universalidad.

Finalmente, la paz. Una paz sólida no fue hacerse a costa de la justicia. Avanzar hacia la paz significa repasar críticamente el culto que hemos dado a la violencia y sobretodo tener presente a las víctimas. Hablamos en general pero teniendo muy en cuenta las injusticias del terrorismo que nos es más cercano. Una política de paz, es decir, acabar con la violencia en política es imposible sin tener en cuenta la justicia a las víctimas.

Al final del libro se proponen unos ejercicios que el lector podrá ampliar a su gusto. Se trata de mostrar la riqueza convivencial que se esconde tras los relatos o imágenes que nos rodean. En una historia de Borges, en una película de Charlot o en un cuento de nuestra infancia están estilizados con una sabiduría sorprendente los vicios y virtudes de los humanos en su modo de vivir juntos. El libro concluye con una intervención del autor en el XV Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana, Bogotá, pronunciada el día 3 de julio del 2013.

Quiero agradecer a la Editorial de la Universidad de Santo Tomás de Bogotá el interés por esta publicación.

Madrid, octubre del 2013

Image

Presentación

Ciudadanos y no súbditos: un reto para la memoria

Image

Génesis de la memoria en Reyes Mate

En Ciudadanos y no súbditos. Guía en la ciudad democrática lo que el autor desarrolló y puso a la orden del día fue toda una serie de conceptos propios de la filosofía política, los cuales sometió a una fuerte crítica desde las orillas de su propio pensamiento, un pensamiento que había pasado por el marxismo de la Escuela de Frankfurt, la teología política europea y finalmente el encuentro y diálogo con un pensador de primer orden como Walter Benjamin.

Casi todo lo que conocemos del autor español ha sido publicado por las editoriales ibéricas, a pesar de que los lazos de Reyes Mate con Latinoamérica y especialmente Colombia sean de vieja data y de que entre las preocupaciones del autor se encuentra el pensamiento iberoamericano. De allí que en el XV Congreso de Filosofía Latinoamericana, realizado en la Universidad Santo Tomás de Bogotá en el año 2013 —el cual estuvo centrado en el tema de la memoria, el filósofo y lo que su pensamiento ha inspirado—, se le permitió al público estar con Reyes Mate y posteriormente se llegó hasta la publicación del presente trabajo. Un trabajo, digámoslo, colombianizado, en el sentido de que muchas de sus temáticas, en especial el último capítulo del presente libro, analizan un tema tan urgente y tan esperado como es el proceso de paz.

Reyes Mate, en su larga trayectoria de reflexión y escritura, se ha ocupado de lo que se considera marginado por el pensamiento universal. Ese interés por lo residual pone en primer lugar de su reflexión a las víctimas de la historia, ubicándolas por encima de una universalidad justificada desde el logos. Su trabajo acerca del ciudadano y de sus virtudes en una sociedad que se levanta a partir de la memoria y de las víctimas puede proponernos un camino distinto al que solo se centra en la razón, en los valores ilustrados o en la guerra.

La reflexión acerca de una cultura de la paz encaja en el proceso que se vive en Colombia, por lo que el autor plantea algunos interrogantes: ¿se puede hacer la paz sin promover soluciones acerca de las causas de la justicia? Lo segundo es que esa violencia que hoy cuestionamos cuenta todavía con mucho éxito, tiene seguidores y es justificada, como se pudo percibir en los debates y la campaña publicitaria para las elecciones presidenciales colombianas del año 2014. Eso equivale a decir que la violencia ha tenido justificaciones y cómplices.

Pensemos en el caso de la violencia revolucionaria: se entendía como un medio para lograr fines justos, tal como lo analiza Walter Benjamin en su famoso trabajo Para una crítica de la violencia. Los militantes de los movimientos de izquierda en Latinoamérica durante los años sesenta y setenta, motivados en su momento por el egoísmo de los sectores económicamente dominantes y por la sordera de los gobiernos, justificaron esa violencia haciendo de una consigna como la combinación de todas las formas de lucha (tanto la lucha política como la armada) un camino para la superación de las diferencias abismales en la vida social. Con posterioridad, en los años ochenta y noventa, quienes combinaron de manera radical todas las formas de lucha fueron las fuerzas de extrema derecha, las cuales formaron un modelo contrainsurgente que llegó a los límites del horror, arremetiendo contra la población y constituyendo a escala regional y local vínculos con los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, lo que se evidencia en la cantidad de funcionarios públicos y personas que terminaron siendo investigadas por su vinculación a esas organizaciones.

Reyes Mate ha desarrollado una de las astillas que tanto destacara Benjamin en su nueva teoría del conocimiento: la crítica a la historia como continuo de violencia. Quienes, como Reyes, se reconocen en las posturas de Benjamin consideran que el pasado tiene una vida propia, una vida que no se aloja en algo museificado o archivado en el pasado, lo que sin duda resulta una posición que pone en vilo al facticismo de nuestros tiempos centrado en el presente y temeroso de cualquier riesgo en una caída metafísica. Contra ese imperio de los hechos, la memoria deja entrever que los muertos y las víctimas encerrados en su pasado tienen una segunda oportunidad: la de ser redimidos a través de un reconocimiento que debe llegar por medio de la memoria o que de lo contrario permanecerán encerrados en la idea de un pasado sin salida.

La memoria es una manera de llegar a ese pasado y para ello el testimonio resulta su fuente principal. Con la memoria, el historiador benjaminiano construye, dota de sentido el presente, lo que resulta bien diferente del historiador convencional formado en la sola reconstrucción de los hechos pretéritos. Mientras que el historiador convencional se encuentra realizando una historia a secas, el historiador, según Benjamin, incursiona en la política por medio de la memoria que busca reparar a través del lenguaje, lo que equivale a realizar una apuesta en la que nombrar es también sanar.

Para Reyes Mate, en Medianoche en la historia, la operación que se realiza con la memoria es la de un desplazamiento, digámoslo, epistemológico, por medio del cual la categoría de “memoria” pasa de ser un concepto entre muchos a transformarse en el concepto central de una corriente filosófica posterior a los valores más duros de la razón y la ilustración:

Para hacer frente al crimen contra la humanidad que se estaba perpetrando había que convertir a la memoria en la nueva categoría del pensar, a expensas del “logos” tradicional. No bastaba con recordar esto o aquello; había que entronizar la memoria como la categoría fundamental del conocimiento. Y junto al tiempo en equilibrio, el tiempo en suspenso. El concepto de suspensión nos remite al gesto de Josué mandando parar al sol hasta que consumara su trabajo (2006).

Para el autor, la memoria es una actividad hermenéutica que consiste en visibilizar lo invisible. Es una memoria de justicia y es un imperativo categórico de recordar el horror, lo nefasto. Por medio de la interpretación, lo oculto —como Auschwitz— sale a la luz con todo su horror. Esa hermenéutica le hace justicia a lo olvidado, a todas esas víctimas que la historia condenó a ser solamente una cifra.

Es importante destacar que el maestro de Reyes fue discípulo de Johann Baptist Metz. La vigencia de este pensador alemán en la filosofía y la teología contemporáneas recae justamente en introducir la idea de anamnesis (memoria) en el sentido de una memoria de las víctimas, tal cual lo reconoce Habermas en Israel y Atenas o ¿a quién pertenece la razón anamnética?:

[Metz] Entiende la fuerza del recuerdo en el sentido de Freud, como la fuerza analítica del “traer a consciencia”, pero sobre todo en el sentido de Benjamin, como la fuerza mística de una reconciliación retroactiva. El acto de rememorar, de mantener el recuerdo, salva de la ruina aquello que no queremos perder y que, sin embargo, se halla en el mayor de los peligros. Este concepto religioso de “salvación” excede sin duda el horizonte de aquello que la filosofía puede hacer plausible bajo las condiciones del pensamiento postmetafísíco. Pero a partir del concepto de rememoración salvadora, se abre el campo de aquellas experiencias y motivos religiosos que tuvieron que hacerse oír durante largo tiempo ante las puertas del idealismo filosófico hasta que finalmente fueron tomados en serio y, desde dentro, pudieron sembrar inquietud en una razón dirigida en principio sólo al cosmos.

Al tiempo que Metz venía trabajando la memoria como un compromiso teológico, Reyes introduce la idea en el campo filosófico situándose desde Iberoamérica.

Para Reyes existe una memoria que no olvida, una memoria que lo recuerda todo, tanto lo grande como lo pequeño: se trata de la memoria divina. Para los antiguos, la memoria resultaba un sentimiento consistente en traer al presente hechos del pasado. La memoria restauraba y conservaba. Pero en el momento actual con todo el boom de la memoria se trata de que la memoria no sea apenas un sentimiento, ni una restitución de lo que fue, ni tampoco una reproducción fiel del pasado. A lo que nos abocamos con la memoria es que ella nos invita a terminar con la historia del horror: esta es su responsabilidad histórica.

La responsabilidad histórica

Para evitar complicidades con toda historia recibida, Reyes invoca a la responsabilidad histórica, en Responsabilidad histórica: Preguntas del nuevo al viejo mundo. Tanto Auschwitz como el genocidio de la empresa conquistadora en el Nuevo Mundo americano son dos momentos singulares en los que ética y política, desde una perspectiva de responsabilidad con el pasado, producen la invitación a no olvidar, pues el conocimiento es recordación, recordación de la experiencia1 , recordación del saber. Los inquietantes interrogantes acerca de la responsabilidad histórica tienen un punto de partida: la pregunta que se hacen durante buena parte del siglo XX los intelectuales germanos acerca de la culpabilidad del pueblo alemán frente al genocidio judío; los alcances que tiene en el tiempo esa responsabilidad, su carácter colectivo. La pregunta se hace extensiva a los países colonizadores ante los países colonizados: ¿es responsable la España del siglo XXI de aquello que pasó en América hace quinientos años? Si lo que es hoy Latinoamérica resulta un fruto de esa responsabilidad de apariencia tan antigua, ¿qué acciones pueden realizarse con naciones que fueron sometidas y saqueadas?

En la expresión responsabilidad histórica usada por Reyes se cristaliza la articulación entre el individuo (historiador) y la sociedad (lectora de la historia). El historiador tiene un compromiso moral excepcional con lo que fue, con los desastres, con las víctimas que en nombre de la historia produjo el pasado, la idea de civilización y de progreso. Tanto las víctimas de los campos de concentración como las víctimas de la esclavitud negra y de la servidumbre indígena se nos aparecen hoy —en parte, gracias a Reyes Mate— como fruto de una razón histórica que excluye e incluye, salva y condena en aras de unas metas superiores —casi siempre ideales—, y también catastróficas.

La responsabilidad histórica es un tema ético de la filosofía con respecto de la historia: ¿somos responsables de los otros? ¿Somos responsables con los otros? La responsabilidad tiene unos interrogantes previos que en el caso de Latinoamérica ponen de presente, entre infinidad de consecuencias, una cuestión sin zanjar: ¿qué tipo de relación se terminó constituyendo entre esas dos inmensas geografías históricas, América y Europa? Por el solo acto de que España y sus aliados penetraran las costas del Nuevo Mundo y sus territorios, destrozando y levantando una civilización distinta a la que existía allí, obtuvimos que la existencia posterior de esos mundos —Europa y América— quedara más que entrelazada, se hicieran mestizos, colonizadores y colonizados, pero también, y eso sería lo más importante para una agenda de justicia, “prójimos”, en el sentido que ofrece Cohen en La religión de la razón desde las fuentes del judaísmo. Para él, ser humano es ante todo un prójimo, un próximo, sea que pertenezca a nuestra misma nación, un compatriota o un forastero o extraño. Esta consideración acerca del prójimo dicha en tiempos de la construcción de los nacionalismos europeos contiene una fuerza provocadora y anticipadora de los odios raciales y nacionales.

Existe también un segundo sentido del término responsabilidad histórica para Reyes, en La ética ante las víctimas: se necesita una nueva relación con la historia. Esta, que ha sido considerada como el tribunal que juzga y decide, es ahora llamada a un juicio que evalúa los efectos de sus decisiones. Quien realiza esa evaluación es: 1) un nuevo tipo de historiador y 2) las víctimas y descendientes de las víctimas que la historia arroja. Tanto el nuevo historiador como la víctima o su descendiente descubren que lo inédito de su responsabilidad estriba en potenciar la memoria que ha sido un ámbito subsidiario de la historia. Para el autor, la filosofía de la historia es más una manera de recordar que una teoría científica de la realidad.

En esta tarea ético-política de responsabilidad histórica, la memoria de las víctimas de Auschwitz y la memoria de las víctimas negras e indígenas del Nuevo Mundo se funden en el objetivo del filósofo que piensa y escribe en español y entiende que su tarea no solo se circunscribe a la experiencia cultural del continente europeo sino que, por conocidas razones, tiene con las antiguas colonias una relación inaplazable. Mestizaje activo llama Reyes, en Pensar en español aquí y ahora, a esa reflexión filosófica que toma conciencia histórica de la opresión. El genocidio judío y el genocidio americano son dos instancias singulares, pero también instancias de una universalidad que permite hablar de una filosofía que se reconoce en el sufrimiento y en la necesidad de su erradicación.

El rescate de lo pequeño realizado por Benjamin favorece que Reyes ahonde en dos ideas abiertas por este, en Memoria de Auschwitz: el significado del sujeto de la historia y el testimonio como crónica del sufrimiento. El gran logro que brilla en la perspectiva histórica de Benjamin es construir una historia universal a partir del lado olvidado y perdido de la historia. Este lado olvidado es la versión de los vencidos, que no es ni mucho menos el relato de la insubordinación, de la resistencia, de la revolución. Es también la historia de la sumisión voluntaria de los oprimidos. Quien ha estado bajo el zapato del amo continúa reproduciendo el discurso de quien lo pisa, a pesar de encontrarse en una posición tan desdichada.

En el caso del historicista, los sujetos que movilizan las fuerzas de la historia son los príncipes, los guerreros, hombres envestidos de poder. Si bien en las tesis Benjamin señala como el sujeto de la historia a “la clase que lucha”, Reyes entiende que esta clase adquiere las dimensiones de un sujeto revolucionario cuando va más allá de considerar que la revolución es apenas un asunto de armas. El poder que adquiere el sujeto de la historia de Benjamin es el de articular en letras la conciencia amarga de su sufrimiento. Por encima de la praxis revolucionaria está el conocimiento de la historia y de sí. Pero a diferencia de la historia, que está por fuera del sujeto, el desarrollo que hace Reyes Mate de Benjamin es el de una historia en la cual el sujeto que sufre se constituye y crece en la medida en que encuentra en su pasado, en las generaciones que le antecedieron, una matriz similar de felicidad no cumplida y postergada, de injusticias que se expresan en el rostro de los abuelos sacrificados en nombre de las políticas de futuro, y de una solidaridad intergeneracional con aquellos que ya no están, que ya fueron sacrificados y que si bien no cuentan en los cálculos de la política, sí pesan en los de la memoria.

El recuerdo de la humillación sufrida se convierte en relato. El descendiente del humillado, el que recoge la voz de la víctima que no pudo hablar, el sobreviviente que testimonia su dolor comparte con otros la capacidad de no dejar que la experiencia muera. Tenemos, entonces, que si la utopía se instala en el futuro, la experiencia tiene un índice que nos remite al pasado.

En el marxismo clásico, la clase en lucha se convierte en sujeto al hacerse consciente de su lugar desfavorable, alienado, frágil, en los medios de producción. En cambio, para Reyes, la clase en lucha se vuelve sujeto cuando el conocimiento del pasado es conocimiento nuevo de sí del sujeto. El pasado se hace nuevo justamente en el presente, punto desde el cual se recuerda. El sujeto de la historia de Benjamin descubre de esta manera la subjetividad histórica.

La subjetividad histórica es un nuevo conocimiento de sí. Hasta Benjamin, el sujeto necesitado vivía su necesidad como privación; se trata ahora de que la necesidad capte el pasado que escapó a la ciencia y a la razón del satisfecho. Es el encuentro de un conocido “inédito” y un cognoscente “necesitado”. Cuando la clase que lucha haya podido alcanzar ese conocimiento podrá cambiar el presente. El “cognoscente” necesita una comprensión del mundo distinta a las explicaciones heredadas, por eso el sujeto conocido es poseedor de una experiencia que ha sido escamoteada y reducida.

De ese nuevo reto que descubre aristas inéditas en el conocimiento quedan descartados todos los satisfechos, los que no necesitan interpretar de nuevo la historia porque con aquella que tienen o con la que han recibido les va bien. Solo el contemplativo tiene conciencia del conocimiento que ha sido reducido y olvidado. Lo que hace, entonces, un historiador de los vencidos —y esta es una primera conclusión de la lectura que hace Reyes de Benjamin— es liberar una mirada de la historia, dejar que hable una perspectiva desconocida del historiador acerca del mundo, introducir una narración emergente, que no se encontraba en el orden del día. Esa mirada emergente contiene unas implicaciones ético-políticas tanto para el que cuenta la historia como para aquellos que se reconocen en ella. Para quienes cuentan la historia, el uso de la subjetividad también tiene aparejada la responsabilidad histórica.

El filósofo ante la historia

Hemos llegado al aspecto que tiene para nosotros mayor relevancia: urgimos de alguien que narre la historia desde la orilla de los vencidos. Esto significa que las identificaciones producidas por nuestro historiador benjaminiano, sus afinidades y sus empatías están con aquellos sujetos y aquellos discursos borrados o de los que se apropiaron quienes marchan en el carruaje de los vencedores. En el otro extremo, quedan los receptores de ese discurso, quienes lo reciben para tomar conciencia de su pasado y así transformar su presente.

Por eso, la tesis III de Benjamin, en Tesis sobre la historia y otros fragmentos, nos presenta la figura del cronista. Esta figura no es la del historiador que distingue entre los pequeños y entre los grandes acontecimientos, y que valora al príncipe por encima de otros actores de la historia. Rememorar exige una redención integral del pasado, lo bueno y lo malo, lo grande y lo pequeño. Basta con olvidar el sufrimiento de un solo ser humano para que la posibilidad de liberación fracase. De este modo el cronista anticipa el juicio final.

Afirmar que el filósofo benjaminiano es el cronista de las víctimas también implica poner en la escena un lugar intempestivo para el pensamiento filosófico. Por poner al día esta novedad, Benjamin resulta la figura fundante de una filosofía de la memoria y Manuel Reyes Mate el continuador de este legado, en Medianoche en la historia. El cronista acoge la voz de los vencidos; en otros casos él mismo es un vencido. Es una voz particular, porque desde la memoria recoge las leyendas, los cantos, la experiencia en la que se consigna este dolor que se puede traducir en acción política —justamente la que Hegel no valoraba—. El cronista toma dos formas: Primo Levi en Auschwitz y los cronistas de Indias como De las Casas y Montesinos, quienes ponen en evidencia lo injustificado de la conquista. En ambos se plantea la discusión entre verdad, justicia y memoria.

La memoria depositada en la crónica es la respuesta a una injusticia2 . La injusticia ha generado un sufrimiento que resulta condición de toda verdad. Con aquellos contra quienes se ha cometido una injusticia tenemos una responsabilidad de tipo histórico. Esa responsabilidad nace de frecuentar autores que han captado la relación entre la justicia y la memoria. De allí que la memoria en Reyes Mate tenga dos propósitos: ser forma de conocimiento y de transformación política. Esto de inmediato nos conecta con el papel que cumple un cronista: lo que rescata, lo que cuenta, lo que recuerda es conocimiento, un conocimiento que sirve en la lucha política de las víctimas que la historia arroja a su paso.

“El sujeto de la historia como conciencia del sufrimiento versus el sujeto trascendental como conocimiento aséptico”. De este enunciado parte el trazo epistemológico con el que Reyes Mate ha contribuido al pensamiento iberoamericano. La víctima de la historia como conciencia del sufrimiento favorece la relación con la verdad y con la escritura.

Las experiencias de sufrimiento producen cronistas e historiadores que muestran lo espantoso de acciones calificadas de puntos elevados para la civilidad, pero que a su base chorrean sangre. Reyes se refiere a la conquista, la invasión y devastación de los pueblos indígenas como muestra de una injusticia del pasado que persigue al presente:

Lo que está en juego es una interpretación de los hechos que justifique no ya la práctica de la guerra, sino el olvido de la violencia que tuvo lugar. Tan importante como la justificación en su momento de que la guerra contra los indios era justa es ahora el olvido de los sufrimientos de los indios: si estos aparecen como injustificados, la legitimación de la guerra se verá seriamente cuestionada (Preguntas del nuevo al viejo mundo).

El cronista benjaminiano no distingue entre pequeños y grandes acontecimientos cuando se trata de confrontarnos con la verdad. Mientras que un historiador de cuño historicista separa de entre los granos aquellos que parecen ser los definitivos en la transformación del mundo, el cronista reivindica el peso que lo pequeño y lo anónimo también puede poseer. En esto reposa una de las más profundas diferencias entre lo que se conoce como memoria y ese otro discurso establecido y canonizado que es la historia. En el relato:

La memoria apunta al pasado de los fracasados, de los perdedores, de los que han quedado en la cuneta del progreso; en una palabra, de las víctimas de la historia, y si se les recuerda es para acabar con esa lógica de la historia que sólo sabe caminar sobre ruinas y cadáveres. La memoria nos convoca para que esa historia acabe de una vez (Preguntas del nuevo al viejo mundo).

Manuel Reyes Mate ha reconocido en el dispositivo de la crónica una manera de acercarse a los hechos: el filósofo tiene una reflexión acerca del tiempo y de su propio tiempo