XVI

Mi barco y yo nos hundimos. Comienzo a mover mis brazos para permanecer fuera del agua pero estoy débil y agotada; mi cuerpo se sumerge por un instante pero salgo nuevamente llena de pánico y continúo en la superficie luchando hasta no poder más. El cansancio me vence y en mi desesperación comienzo a tragar agua. Sumergida intento aguantar la respiración mientras muevo los brazos; entonces miro hacia arriba y me veo a mí, encima de una balsa hecha de ramas que flotan; me veo observando hacia abajo, mirándome a mí misma ahora y aquí en el agua.

Veo su mirada fija en mí, y subo mi mano intentando llegar a ella; ella toca el agua sutilmente; entonces nuestros dedos se juntan por un instante y nuestras miradas son una.

Sin poder ya aguantar más la respiración, mi cuerpo baja hacia el fondo mientras me veo fijamente en la balsa. El agua salada que entra por mi nariz hasta mi garganta, cabeza y pulmones duele como miles de agujas que cortan; la sensación es insoportable, y entonces vienen a mí las palabras de aquella mariposa hecha de sol:

–Cuando el valiente muere, porque por fin ha dejado de luchar, despierta.

El agua se siente como si estuviera viva y me abrazara.

–Está bien –le digo al agua–. Ya no tengo miedo–. Y me rindo… dejo ya de luchar contra el agua, contra el dolor, contra la muerte.

Mi cuerpo comienza a tener convulsiones, mis venas se resaltan, mi rostro y mis músculos se contraen, siento un adormecimiento en la cara, me vuelvo rígida y siento una especie de estallido dentro de mí.

Y voy a otro lugar; me encuentro en lugares diferentes al mismo tiempo, estoy aquí en el agua y en el sendero de piedra blancuzca iniciando mi viaje, estoy en mi barco mirando al horizonte y también en el bosque, en el cuerpo de una venada que pudo mirar en los ojos lo que la boca no dijo, y también soy un lobo negro que corre por las montañas y es libre, y estoy sentada, segura y cálida, en la base de una columna de un templo, pero sé que ya había estado aquí. Las paredes son de color café pálido, altas y tienen grabadas figuras y símbolos; sus columnas son gruesas y redondas con grabados también.

Miro un rayo de sol que entra por uno de los hoyos que está encima del templo y termina en el suelo como un círculo de luz. Esta luz, estas paredes se sienten como el lugar de donde vengo.

Un pájaro se posa encima en una de las piedras y siento como si aquí naciera toda la magia.

–¿Qué lugar es este? –le pregunto al pájaro.

–Soy el tercer templo, el templo de la muerte.

–¿El templo eres tú, pequeño pájaro?

–Siente tu pecho, ya no escuchas latidos. Ahora el pájaro salió de su guarida, tú eres el pájaro que miras y el pájaro y yo somos lo mismo; por eso puedo hablarte a través de él, y por eso tú nos escuchas.

–Si eres el tercer templo, ¿cuál fue el segundo?

–¿Acaso de verdad no lo sabes? El segundo templo fue el mar.

»Has caminado muchas veces por el suelo de la tierra; tus huellas quedaron en lo profundo de la noche. Quisiste jugar el juego del olvido, el juego de la humanidad y del pensamiento; entonces imaginaste que naciste. Y así, soñaste al mundo. Te soñaste siendo viajante sin tiempo entre las dimensiones para caminar por cada sendero, para vivir cada experiencia, hasta darte cuenta de que en cada una de ellas podrías verte a ti. Te fragmentaste en todas las cosas, creaste cada escenario, cada persona y cada ser como un juego para lograr mirar al amor en todas tus partes.

Y mientras el templo de la muerte me habla, veo a la muerte ya sin velo. Su abrazo es dulce, mágico, eterno; mi añorada amada, ahora te veo y me veo.

Y, en el agua, solo siento sutiles y borrosas sensaciones de un cuerpo; desaparezco lentamente, me fragmento y reaparezco en ese espacio vacío y oscuro, el mismo de siempre, frente a mis ojos veo los colores que olvidó la tierra.

Sí… mi historia es sobre el olvido, sobre morir para recordar y recordar para vivir el juego que llamamos «vida».

Siento esa sensación en mi pecho pero ya no la freno; todas las realidades y los mundos se unen en mi interior y de mi boca sale una luz como humo que se expande y me ilumino como una bombilla que brilla. La inmensidad es un faro cuya luz quema mis ojos, y la inmensidad soy yo.

Me desintegro; cada partícula de mi cuerpo se despega y se une a la luz que sale de mi boca para convertirse en todo lo que hay y en todo lo que es.

Y entonces sucede… Soy quien escribe mi historia, no tengo género; soy el río y el árbol, el viento que mueve la hoja y la hoja que acaricia al viento para que sea.

Soy la consciencia que me pensó, soy Shilanka.

Mirando a mi ser de la tercera dimensión, amándolo, acompañándolo, susurrándole que recuerde.

Soy amor, así como tú eres amor.

El amor es el abrazo que desarma, que hace que nuestras manos se abran y soltemos ya las armas que el miedo fabricó.

Que desprende todas las capas para dejar ver la semilla original cuyo brillo se mira aún en la oscuridad más profunda.

El amor es el lecho donde por fin nos abandonamos…

Donde por fin morimos.

…Ahora lo sé.

i

Entre suenos

El regreso a Shilanka

Ana María Badilla

KOLIMA BOOKS