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La mente de trébol

Ensayos sobre ética del budismo Zen














Robert Aitken







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Índice


Prólogo a la edición española 

Capítulo 1. La naturaleza de los Preceptos 

Capítulo 2 El Primer Precepto: No matar 

Capítulo 3. El Segundo Precepto: No robar 

Capítulo 4. El Tercer Precepto: No hacer mal uso del sexo 

Capítulo 5. El Cuarto Precepto: No mentir 

Capítulo 6 El Quinto Precepto: No dar o tomar drogas 

Capítulo 7. El Sexto Precepto: No hablar de las faltas de los demás 

Capítulo 8. El Séptimo Precepto: No alabarse a sí mismo mientras se maltrata a otros 

Capítulo 9. El Octavo Precepto: No escatimar los valores del
Dharma 

Capítulo 10. El Noveno Precepto: No entregarse a la ira 

Capítulo 11. El Décimo Precepto: No difamar los Tres Tesoros 

Capítulo 12. Comer la culpa 

Capítulo 13. Un comentario sobre el samu 

Capítulo 14. El Yo 

Capítulo 15. La búsqueda de la mente 

Capítulo 16. Hacer que se manifieste la mente 

Capítulo 17. La mente de trébol 

Capítulo 18. La estrella de la mañana 

Capítulo 19. El camino y su virtud 

Capítulo 20. Activismo religioso y el Tao 

Capítulo 21. Gandhi, Dogen y la ecología profunda 

Reconocimientos 

Apéndice 1. La ceremonia de la Diamond Sangha por la muerte
de un nonato 

Apéndice 2. Tabla de equivalencias chinas y japonesas 

Notas 

Glosario 




Lewis Carroll

Alicia, a través del espejo

Nissha

Senryu: Japanese Satirical Verses


Prólogo a la edición española



Después de la publicación por parte de Editorial Kolima del libro básico sobre la práctica del Zen de Robert Aitken, ahora tenemos también a nuestra disposición este importante libro, del mismo autor, La mente de trébol, que va más allá de la práctica del zazen. Ha sido una satisfacción traducirlo, ya que su lectura fue para mí muy enriquecedora, y aún sigue siéndolo.

El Zen consiste en actualizar la unidad de todos los seres, y esto no se consigue únicamente con nuestro zazen en solitario, semanalmente en grupo o periódicamente en los sesshin (periodos intensivos de práctica). Hacen falta directrices que nos ayuden a llevar una vida ética. Yo profundicé en ellas de la mano de Robert Aitken en su centro Zen de Honolulu, Hawái. Me aportó mucho gracias a su amplitud de miras y su sabiduría. Aprendí que la observancia absoluta de cualquiera de los Preceptos significa muerte. No deben tomarse de forma estricta. De alguna manera se convierten en koan para nosotros. Los Preceptos no son mandamientos grabados en piedra, son una luz en el camino. Ayudan a crear unidad y enriquecen a otros al dejar más evidente la armonía entre nuestras palabras y nuestros actos.

En realidad, en opinión de Robert Aitken, los Preceptos dependen del zazen para su aplicación; en otras palabras: «compasión en acción», que es lo que nos faculta a aplicar los Preceptos de forma significativa. Ahí radica la diferencia entre hacerlos vivos o tenerlos tan solo como una serie de reglas carentes de vida.

Los Preceptos quieren llevar a las personas a una vida espiritual vigorosa, socialmente comprometida, y pretenden ser una ayuda para liberarnos de nosotros mismos.

Deseo que este libro sirva de «trébol» para los que ya estáis practicando el Zen y os ayude a adentraros más en este camino tan liberador y, a los no practicantes, que pueda orientaros en vuestras vidas.


Carmen Monske, verano 2016


CAPÍTULO 1


La naturaleza de los Preceptos


Los Preceptos del budismo Zen se derivan de las reglas que gobernaron la Sangha o comunidad de monjes y monjas que se reunieron en torno a Sakyamuni Buda. A medida que la religión budista se desarrolló en las escuelas Mahayana, el significado de Sangha se amplió hasta incluir a todos los seres, no solo a los monjes y monjas, y no solo a los humanos. La comunidad sigue siendo un tesoro para la religión actual y los Preceptos siguen siendo una guía. En este libro me propongo esclarecerlos para los estudiantes occidentales del budismo, como ayuda para convertir el budismo en una práctica diaria.

Sin la guía de estos Preceptos, el budismo Zen corre el peligro de convertirse en un pasatiempo para servir a las necesidades del ego. La ausencia de egoísmo que se enseña en el centro Zen entra en conflicto con la indulgencia fomentada por la sociedad. El practicante Zen se siente desgarrado, es decir, se desplaza desde el exterior hasta el centro Zen, tendiendo a utilizar este como santuario donde refugiarse de las dificultades con las que se enfrenta en el mundo. En mi opinión, un centro budista Zen auténtico no es un simple santuario sino una fuente de la que salen personas con motivaciones éticas dispuestas a comprometerse en la sociedad.

Existen diferentes grupos de Preceptos, dependiendo de las enseñanzas de las diversas escuelas de budismo. En la línea Harada-Yasutani del Zen, que proviene de la escuela Soto, se estudian y siguen los Dieciséis Preceptos del Bodhisattva, que comienzan con los Tres Votos de Refugio:


Me refugio en el Buda;

Me refugio en el Dharma;

Me refugio en la Sangha.


Aquí, Buda, Dharma y Sangha pueden entenderse como realización, verdad y armonía. Estos Tres Votos de Refugio son el núcleo de la ceremonia de iniciación al budismo en todas sus escuelas.

El modo de aplicar estos votos en la vida diaria se recoge en Los Tres Preceptos Puros, que provienen de una gatha (verso didáctico) del Dhammapada y otros textos budistas:


Renuncia a todo mal;

Practica todo bien;

Conserva tu mente pura.

Esto enseñaron todos los Budas1.


En el budismo Mahayana, estas frases sufrieron una transformación que refleja un cambio del ideal de la perfección personal al ideal de la unidad con todos los seres. Se omitió la última frase y la tercera se escribió de nuevo:

Renuncia a todo mal;

Practica todo bien;

Salva a los muchos seres.


Estos sencillos mandamientos morales se explican detalladamente en Los Diez Preceptos: no matar; no robar; no hacer mal uso del sexo, etc.., que analizaremos en los próximos diez capítulos.

El estudiante Zen acepta los Dieciséis Preceptos del Bodhisattva en una ceremonia llamada Jukai (recibir los Preceptos), en la cual reconoce la guía del Buda. Los Preceptos se estudian por separado con el Roshi o maestro, pero no se tratan en los teishos (charlas Dharma), ni se analizan en los comentarios Zen.

Creo que esta forma de esoterismo se debe al temor de una mala interpretación. Cuando Bodhidharma dice que en la naturaleza propia no hay pensamientos de matar, como lo hace en su comentario al primer Precepto, expresa su forma de salvar a todos los seres. Cuando Dogen Kigen Zenji dice que uno debe olvidarse de sí mismo, como lo hace en todos sus escritos, esa es su manera de enseñar la apertura a la mente del universo. Sin embargo, parece que a los maestros les preocupa que «no pensar en matar» y «olvidarse del yo» se puedan interpretar, erróneamente, como hacer cualquier cosa siempre que el individuo actúe olvidándose de sí mismo.

Estoy de acuerdo con que las palabras literales de Bodhidharma y Dogen Zenji pueden interpretarse mal, pero por esta razón considero que los maestros Zen tienen la responsabilidad de interpretarlas correctamente. Me parece que Takuan Soho Zenji no cumple con ella al instruir a un samurái:


«La espada levantada no tiene voluntad propia, es toda de vacío. Es como un destello de relámpago. El hombre que está a punto de ser derribado también es de vacío, como lo es el que esgrime la espada…

No detengas tu mente con la espada que levantas; olvida lo que vas a hacer y mata al enemigo. No mantengas la mente en la persona que se encuentra frente a ti. Todos son de vacío, pero ten cuidado en evitar que tu mente quede atrapada en el vacío».2


El Demonio cita la escritura, y Mara, la encarnación de la ignorancia, puede citar el Abbidharma. La falacia de la Senda del Samurai es similar a la del Código del Cruzado; ambos distorsionan, a favor de las guerrillas, lo que debiera ser un enfoque universal del Precepto. La caridad católica de la Santa Sede no incluía a las personas denominadas paganas. El voto de Takuan Zenji de salvar a todos los seres no abarcaba a quien él llamaba enemigo3.

Esto es muy distinto del famoso koan de Nanquan (Nansen) que mata al gato:


El sacerdote Nanquan (Nansen) vio que los monjes de las salas orientales y occidentales discutían sobre un gato. Él cogió al gato y dijo: ¡Escuchad! Si podéis decir algo, perdonaré la vida de este gato. Si no podéis decir nada, le cortaré la cabeza. Nadie supo decir nada, así que Nansen cortó en dos al gato.4


Como todos los koan, se trata de un relato popular que pone de manifiesto la naturaleza esencial en un ambiente determinado. Los que objetan su violencia son los que se niegan a leer cuentos de hadas a sus hijos. Los cuentos de hadas tienen una enseñanza inherente que los niños asimilan de manera intuitiva, y los koan son ventanas hacia el conocimiento espiritual. Los cuentos de hadas no enseñan a la gente a moler los huesos de los ingleses para hacer pan, y los koan no nos indican que vayamos por el mundo matando animales de compañía.

La sabiduría espiritual es un arma poderosa. Ciertas enseñanzas del budismo Zen, así como algunos elementos de su práctica, se pueden adoptar y utilizar para propósitos seculares, algunos benignos, como el éxito en los deportes, y otros nefastos, como los asesinatos a sueldo. El Dharma de Buda, con la integración de la sabiduría y la compasión, debe ser enseñado en su totalidad, pues sus partes pueden ser dardos envenenados cuando se hace mal uso de ellos.

En este contexto, el Dharma de Buda significa «doctrina budista», pero Dharma tiene un significado más amplio que el de «doctrina» y, de hecho, lleva implícito un significado cultural. La mala interpretación de los Preceptos se inicia con la mala interpretación del Dharma. De la misma manera, una clara visión del Dharma abre el camino a una práctica recta.

En primer lugar, el Dharma es la mente, no solo el cerebro o el espíritu humano. «Mente» con mayúscula, si lo prefieren. Es un término muy amplio e insondable, puro y claro, vacío en su totalidad y cargado de posibilidades. Es lo desconocido, lo innombrable, de donde y como tales emergen todos los seres.

En segundo lugar, estos seres que emergen también son el Dharma. Las personas son seres, como lo son los animales y las plantas, las piedras y las nubes, las afirmaciones e imágenes que aparecen en los sueños. El Dharma son los fenómenos y es el mundo de los fenómenos.

Tercero, el Dharma es la interacción de los fenómenos y la ley de esta interacción. Dharma y sus traducciones significan «ley» en todas las lenguas del linaje budista: sánscrito, chino y japonés. El Dharma es la ley del universo, una ley que puede expresarse simplemente como: «Una cosa depende de otra». La causa conduce al efecto que a su vez es causa que conduce al efecto en una trama infinita y dinámica de dimensiones interminables. La operación de esta ley se denomina «karma».

Muchas personas consideran que hay algo mecánico en la interpretación kármica del Dharma. «Causa y efecto», sin importar cuán dinámicos sean, pueden implicar algo ciego, por lo que es importante entender que «afinidad» es otro significado de karma. En Japón, cuando un hombre y una mujer se conocen y se enamoran suelen decirse: «Debimos de conocernos en vidas anteriores». Las parejas occidentales quizá no se expresen así, pero sienten la misma afinidad. Lo que en Occidente atribuimos a la coincidencia, en Asia la gente suele explicarlo con la afinidad. El «karma misterioso» es una expresión que se escucha con bastante frecuencia.

La afinidad y la coincidencia son las manifestaciones superficiales de la naturaleza orgánica del universo, donde nada sucede de manera independiente o a partir de un grupo específico de causas, sino donde todo tiene una relación íntima con todo lo demás, y las cosas ocurren por las tendencias del conjunto, en el contexto de las circunstancias particulares. La Ley del Karma expresa el hecho de que todo el universo se encuentra en equilibrio, como lo ha afirmado Marco Pallis5.

Los biólogos y físicos de la actualidad han encontrado en la Naturaleza esta íntima interconexión, la misma que descubrieron en el pasado los genios budistas que escribieron los textos Mahayana, en particular los sutras Prajnaparamita (Perfección de Sabiduría) y Huayuan (Kegon) (Guirnalda de Flores). Estos son compendios de la literatura religiosa que ofrecen importantes medios para entender al Dharma y, por tanto, la comprensión de los Preceptos.

El Sutra del Corazón, que condensa el Prajnaparamita en solo dos páginas, se inicia con las palabras:


Bodhisattva Avalokitesvara, ejercitando la profunda sabiduría trascendental,

reconoció que las cinco skandhas son vacío,

y así trascendió todo dolor.6


Avalokitesvara es el Bodhisattva de la Misericordia quien, nada más con su nombre, expresa el hecho de que la verdad no solo libera, sino que también hace sentir compasión por los demás. En el Lejano Oriente, este nombre se traduce de dos formas: «el que percibe el yo [esencial] en reposo» y «el que percibe los sonidos del mundo». En japonés estos nombres son Kanjizai y Kanzeon, respectivamente.

Kanjizai, o el que percibe el yo en reposo, ve con claridad que los skandas, los fenómenos y nuestras percepciones de los mismos, carecen de sustancia. Esta es la verdad que libera y transforma. Kanzeon, que percibe los sonidos del mundo en este ámbito de infinito vacío, se encuentra libre por completo de preocupación por sí y por ello está en armonía con el sufrimiento de otras criaturas. Kanjizai y Kanzeon son el mismo Bodhisattva de la Misericordia.

Bodhisattva es una palabra sánscrita compuesta que significa «iluminación-ser». Hay tres implicaciones para este término: un ser iluminado, un ser que se encuentra en el sendero de la iluminación, y uno que ilumina a otros seres. Toda la metafísica Mahayana está condensada en este triple arquetipo. Avalokitesvara es el Buda desde el principio y también se encuentra en el sendero que le hará percatarse de este hecho. Además, esta autorrealización no está separada del Tao (el Camino) para salvar a los demás. Para nosotros esto significa que salvar a los demás es salvarnos a nosotros mismos, y salvarnos es caer en la cuenta de lo que siempre ha sido cierto. Como discípulos de Sakyamuni Buda, ejemplificamos estos tres significados. Senzaki Nyogen Sensei solía iniciar sus charlas diciendo «Bodhisattvas», como cualquier orador de nuestro tiempo habría empezado con «Damas y Caballeros».

La naturaleza de la práctica budista es aprender a aceptar el papel de Bodhisattva. Avalokitesvara no es solo una figura en un altar. Él o ella está ocupando la misma silla que tú mientras lees este libro. Cuando aceptas tus tareas misericordiosas y compasivas con un espíritu humilde, caminas en el sendero del Buda. Cuando los miembros del centro budista Zen actúan en conjunto como Bodhisattvas, generan gran poder para el cambio social; tal es la Sangha como el Buda pretendía que fuera.

El sutra Huayuan (Kegon) refina nuestra comprensión del papel de Bodhisattva al presentar la doctrina de la interpenetración: yo y todos los seres nos reflejamos a la perfección y, de hecho, todos somos personas, animales, plantas y demás. La metáfora es la Red de Indra, un modelo del universo en el que cada punto de la red es una joya que refleja perfectamente a todas las demás. Este modelo se vuelve muy íntimo durante el estudio de Zen, empezando con nuestro análisis de la experiencia del Buda al ver la estrella de la mañana y exclamar: «Yo y todos los seres en este momento hemos alcanzado el camino»7.

Estás en paz contigo cuando Kanjizai se sienta en tus cojines; en paz con el mundo cuando Kanzeon escucha a través del vello de tus orejas. Te abres a la canción del zorzal y a la palabrota de la prostituta; como Blake, quien conocía íntimamente la interpretación de las cosas:


Camino por cada calle trazada

cerca de donde fluye el Támesis trazado,

y marco en cada rostro que encuentro

marcas de debilidad, marcas de pesar.


En el lamento de cada Hombre,

en el llanto de temor de un Niño,

en cada voz, en cada maldición,

escucho las esposas forjadas por la mente.


Como el grito del deshollinador

espanta a toda Iglesia ennegrecida;

y el suspiro del Soldado desgraciado

corre en sangre por las paredes del Palacio.


Pero lo que más escucho en las calles a medianoche

es como la jovial palabrota de la Prostituta

hace correr la lágrima del Recién Nacido,

y arruina con pestes la carroza fúnebre del Matrimonio.8


Todos estamos interrelacionados; no solo las personas, sino también los animales, las piedras, las nubes y los árboles. Y, como escribiera Blake con tan apasionadas palabras, qué ruinas hemos dejado de la preciosa red de relaciones. Racionalizamos nuestra insensibilidad hacia las personas, los animales y las plantas; esposamos la mente encerrándonos en los conceptos fijos del yo y , nosotros y ello, del nacimiento y la muerte, del ser y el tiempo. Esto es sufrimiento y aflicción. Pero si podemos percibir que todos los fenómenos son transparentes, efímeros y, de hecho, por completo vacíos, entonces el zorzal cantará en nuestro corazón y mostraremos compasión por la prostituta.

Experimentar el vacío es también experimentar paz, y el potencial de paz es su desdoblamiento en forma de armonía entre todas las personas, animales, plantas y cosas. Los Preceptos formulan esta armonía, demostrando que la ausencia de matar y robar es la condición misma de la misericordia y la caridad.

Este es el camino medio del budismo Mahayana. Es la no conciencia de sí y, por ende, evita el perfeccionismo. No es egoísta y, por ello, evita el hedonismo. La perfección es la trampa de comprender los conceptos literalmente. Un sacerdote del sureste de Asia nos explicó hace muchos años en Koko An que su práctica consistía nada más en recitar sus Preceptos, cientos y cientos de ellos. Para viajar a los Estados Unidos tuvo que recibir una dispensa especial para utilizar dinero y hablar con mujeres. Sin duda se trata de un caso de perfeccionismo.

El hedonismo, por otra parte, es la trampa de la indulgencia con el ego que no permite que ningún tipo de censor, evidente o interno, interfiera con la autogratificación. El sociópata, impulsado solo por la estrategia de lograr su objetivo, es el modelo extremo de una persona así. Ciertos estratos sociales están plagados de sociópatas, pero todos podemos reflejarnos en esta condición. Observa con cuanta frecuencia manipulas a los demás. ¿Dónde está tu compasión?

En el estudio de los Preceptos se considera que la compasión tiene dos aspectos: la benevolencia y la reverencia. La benevolencia, despojada de su connotación paternalista, es nada más que el amor que sentimos por quienes necesitan nuestro amor. La reverencia, libre de las connotaciones pasivas, es simplemente nuestro amor por quienes expresan su amor por nosotros.

El modelo de la benevolencia sería el amor de un padre por su hijo, y el de la reverencia, el amor del hijo por su progenitor. Sin embargo, un hijo puede sentir benevolencia por sus padres, y los padres son capaces de sentir reverencia por los hijos. Entre marido y mujer, o entre dos amigos, estos modelos de compasión están siempre fluyendo, a veces mezclados, en ocasiones intercambiados.

Mirando la compasión con tanto detalle, entendemos el amor como es: la expresión de la consciencia más profunda, bien dirigida. Wumen (Mumon) utiliza esta expresión: «La espada que mata; la espada que da la vida»9, al describir el acto compasivo de un gran maestro. Por un lado tenemos el amor que dice: «¡No hagas eso!», y por otro está el amor que expresa: «Haz lo que consideres mejor». Se trata del mismo amor, que una vez «mata» y otra «da la vida». Podemos decir a un amigo: «Eso está bien», y a otro: «Eso está mal»; los dos actos quizá sean bastante similares, pero, en nuestra sabiduría, podemos discernir cuándo utilizar el negativo y cuándo el positivo.

En ausencia de esta mente única, realizada, puede aparecer la corrupción. Recuerdo a un maestro de la India que ahora se ha vuelto muy popular; de él solo conozco sus múltiples libros. Sus escritos relucen con una sincera introspección; sin embargo, algo no concuerda. He leído párrafos sórdidos de antisemitismo y sexismo. Además, no previene a sus alumnos de la causa y el efecto en la vida cotidiana. ¿Qué falló aquí? Me parece que eligió un atajo para la enseñanza. Tengo la impresión de que tuvo una auténtica experiencia religiosa, pero no hizo el entrenamiento vital, paso a paso, que siempre sigue a la realización dentro de la tradición budista Zen. Zhaozhou (Joshu) se entrenó durante sesenta años antes de iniciarse como maestro: un ejemplo muy representativo para todos. El sendero religioso se inicia de nuevo con una experiencia de introspección y, a partir de ese momento, debemos entrenarnos con diligencia para madurar.

Uno de mis estudiantes me enseñó una máxima latina: In corruptio optima pessima (En la corrupción, lo mejor se convierte en lo peor). Para un maestro de práctica religiosa, la oportunidad de explotar a los estudiantes aumenta con su carisma y poder de expresión. Los estudiantes se vuelven cada vez más abiertos y confiados. La caída de un maestro así resulta catastrófica y puede provocar desmoronamiento social y psicológico en la Sangha.

Esto no solo es una violación de la decencia común, sino también de la visión del mundo que emerge de una experiencia profunda. Tú y yo emergemos como posibilidades de la naturaleza esencial, solos e independientes como las estrellas, aunque reflejando y siendo reflejados por todas las cosas. Mi vida y la tuya son la realización de la soledad absoluta y de la intimidad total. El yo es autónomo por completo; sin embargo, existe solo en resonancia con todos los otros «yoes».

Yunmen (Unmon) dijo: «La medicina y la enfermedad se corresponden mutuamente. Todo el universo es medicina. ¿Qué es el yo?»10 No conozco un koan que señale de manera más directa hacia la Red de Indra. Yunmen (Unmon) está enfrascado en el desdoblamiento de la realización universal, muestra que el intercambio del yo y los demás es un proceso de salud universal. Para entender esto con claridad debemos encontrar la respuesta a la pregunta de Yunmen (Unmon): «¿Qué es el yo?»

¿Dices que no hay tal cosa? ¡Quién lo dice, después de todo! ¿Cómo explicar la individualidad de tu conducta, la unicidad de tu rostro? Los Dieciséis Preceptos del Bodhisattva enfocan la pregunta de Yunmen (Unmon), y la colocan en un contexto: el universo y sus fenómenos. Pero, aunque un filósofo sin concierto ni propósito evitaría el contexto, Yunmen (Unmon) no actúa así.

En cualquier caso, debemos tomar en consideración las actitudes culturales. Como budistas occidentales también tenemos una visión judeocristiana, tal vez sin saberlo. Es inevitable que tomemos estos Preceptos de una forma distinta, tal como lo hicieron los japoneses cuando los recibieron de China, y como lo hicieron los chinos cuando apareció Bodhidharma. Cuando nosotros decimos que una persona es alcohólica, los japoneses dicen: «Le gusta mucho el sake». La adicción es la misma, el sufrimiento también, y la vida se acorta de igual manera. Pero el Precepto sobre el abuso de una sustancia será aplicado por los japoneses de una forma y de otra por los norteamericanos.

También es importante verificar los cambios de la sociedad occidental durante los últimos veinte años respecto a las cuestiones tradicionales. El estudiante Zen occidental suele ser más sensible a estos cambios. Las enseñanzas judías y cristianas pueden parecer ahora débiles, y los ideales del siglo pasado que condujeron a los ciudadanos a celebrar con orgullo el Día de la Independencia y a cantar en honor de la bandera, han muerto por completo.

Ya no admiro a mi presidente, y cuando hablo con mis amigos, me doy cuenta de que ellos tampoco. El Gran Dirigente es un hombre hueco, la ley del mercado no puede comprobarse y el Estado Nación se burla de sus valores.

Esta pérdida de los antiguos conceptos e imágenes nos ofrece una libertad sin precedentes para utilizar las virtudes fundamentales: la «sabiduría de la abuela» referente a la conservación, la proporción y la decencia; la búsqueda de una fuente de reposo y paz que no tienen Oriente u Occidente. No es posible identificar con palabras y de manera específica dicha fuente; el maestro Zen Seung Sahn la denomina: «Mente del no saber». Él, yo y todos los que escribimos y hablamos del budismo, utilizamos palabras y personajes budistas para identificar dicho sitio; sin embargo, tales presentaciones se derrumban continuamente sobre sí mismas y desaparecen. Encontramos inspiración en el Sutra del Diamante y otros sutras de la tradición prajnaparamita, que subraya la importancia de no aferrarse a los conceptos, ni siquiera al de la budeidad11.

Wuzu (Goso) dijo:


«Sakyamuni y Maitreya son sirvientes de otro. Quiero preguntar: ‘¿Quién es ese otro?’»12


Después de realizar un análisis de ti mismo en busca de la respuesta a esta pregunta, quizá desees que el Buda y sus colegas se queden cerca de ti para brindarte ayuda. Tal vez ellos puedan inspirar tus sueños y sus palabras quizá expresen tus más profundas aspiraciones; pero si son servidores de verdad, desaparecerán en el momento en que se interpongan en el camino.

Necesitamos arquetipos que inspiren nuestras vidas, como sugieren nuestros sueños. Al ser laicos, no tenemos el modelo de un sacerdote como dirigente, sino que seguimos el sendero establecido por grandes personas laicas desde Vimalakirti hasta nuestro Yamada Roshi, que manifiesta y afirma el Dharma al mismo tiempo que mantiene a una familia.

Además, los Dieciséis Preceptos del Bodhisattva son también arquetipos, «medios hábiles» que utilizamos al orientar nuestro compromiso con el mundo. No son mandamientos grabados en piedra, sino expresiones de inspiración escritas en un elemento más fluido que el agua. Lo relativo y lo absoluto se mezclan. Estudiamos los comentarios sobre los Preceptos de Bodhidharma y Dogen Zenji como koan, pero nuestra vida cotidiana es un koan inmenso y polifacético que debemos resolver a cada momento y, aun así, nunca queda resuelto por completo13.



CAPÍTULO 2


El Primer Precepto

No Matar