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DANIEL, HISTORIA Y PROFECÍA

Dr. Kittim Silvia Bermúdez, B.A., M.P.S., D. Hum., D.D.

EDITORIAL CLIE

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© 2014 Kittim Silva Bermúdez

Esta obra Daniel, historia y profecía está basada en la edición original de 1985

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© 2014 Editorial CLIE

DANIEL: HISTORIA Y PROFECÍA

ISBN: 978-84-8267-944-0

COMENTARIOS BÍBLICOS

Antiguo Testamento

Referencia: 224866

El RVDO. KITTIM SILVA BERMÚDEZ es puertorriqueño radicado en Nueva York. Su formación académica es amplia y excepcional: Graduado en el Inst. Bíblico Internacional, Inc., N.Y. (1974); Theological Seminary N.Y. (1976); (B.A.) del College of New Rochelle (1980); Maestría (M.P.S.) en Theological Seminary N.Y. (1982). Profesor Honoris Causa en Teología (1994), Doctor Honoris Causa en Humanidades (1998) por la Universidad Evangélica de la Rep. Dominicana y Doctor Honoris Causa en Divinidades otorgado por la Latín University de California (2001).

Ministro ordenado en el Concilio Internacional de Iglesias Pentecostales de Jesucristo, Inc., desde 1974. Fue ordenado al completo ministerio por los reverendos W. R. Rasmussen y James A. Cymbala (del Brooklyn Tabernacle). Obispo/Presidente de su organización por unos 20 años. Ha servido en el Ejecutivo del mismo, 25 años. Y ha ejercido la docencia teológica con el Instituto Bíblico Internacional por tres décadas.

Miembro fundador de Radio Visión Cristiana Internacional, Inc., sirviendo como presidente (1994 al 2001). Trabajó con el Comité de A.V.A.N.C.E. en 2009. Desde 1984 es anfitrión del programa radial y de TELEVISIÓN «Retorno», en los condados de la ciudad de Nueva York.

Dedico este libro

a mis estudiantes del Instituto Bíblico Internacional

ÍNDICE GENERAL

Portada

Portada interior

Créditos

Rvdo. Kittim Silva Bermúdez

Dedicatoria

Introducción

1. El exilio de bendición

2. El insomnio real y la revelación divina

3. La fe frente a un imperio

4. El orgullo que se transformó en locura

5. La fiesta final de un imperio

6. El anciano, hombre de oración

7. Las visiones de Daniel

8. El carnero versus el macho cabrío

9. La profecía revelada en sietes

10. La lucha angelical

11. La gran profecía sobre reyes

12. El tiempo del fin

Epílogo

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

El libro de Daniel ante la crítica

El libro de Daniel, a partir del siglo iii, ha sido el blanco de enconados ataques. El neoplatonista Porfirio de Tiro (233-300 a. C.) fue el primero en declarar de manera radical que el libro de Daniel debía su com­posición a un judío ortodoxo que vivió durante el si­glo II a. C., o la época de los macabeos. Desde ese en­tonces, otros críticos se han unido a la postura de este rival de la cristiandad.

Muchos cristianos, durante el siglo xix, volvieron a enfatizar la línea crítica de Porfirio. En la actualidad, la oposición a la autenticidad del libro de Daniel y de su autor toma tres corrientes: la crítica radical, la crí­tica evangélica y la crítica católico-romana.

1. La crítica radical. Esta crítica apela a ciertos argumentos de orden histórico, lingüístico, teológicos y exegéticos para descartar la autenticidad e historici­dad del profeta llamado Daniel, que vivió en Babilonia entre los años 606 a. C. y 536 a. C. (?), y del libro que este escribió en el exilio babilónico.

A. El argumento histórico. Según las apelaciones de este argumento, el libro de Daniel presenta contra­dicciones de orden histórico y cronológico. En Daniel 1:1 leemos: «En el año tercero del reinado de Joacim, rey de Judá, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, a Jerusalén, y la sitió». No obstante, en Jeremías 25:1 leemos que esto ocurrió «en el año cuarto de Joacim, hijo de Josías». Luego, en Jeremías 46:2, se vuelve a recalcar «año cuarto de Joacim». Lo cierto es que en­tre Daniel y Jeremías no hay ninguna contradicción o equivocación. Daniel se refiere a la primera deportación de Nabucodonosor a Babilonia como el año terce­ro, usando la manera como en Babilonia se contaba el tiempo cuando un rey era investido para reinar. En cambio, Jeremías habla del cuarto año, tomando en cuenta la costumbre judía que contaba el año de la inauguración. Además, Daniel escribió su libro mu­chos años después de los hechos, y es de esperarse que escriba con cierta influencia cultural.

Otra aparente contradicción para muchos es que en Daniel 1:21 se nos dice: «Y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro». Por el contrario, en Daniel 10:1 se afirma: «En el año tercero de Ciro, rey de Persia, fue revelada palabra a Daniel…». La relación hermenéutica entre estos dos versículos es clara y fácil de ser discernida. El primer pasaje bíblico quiere señalar que Daniel permaneció en oficina hasta el año primero de Ciro, y no que vivió hasta ese año. Lo antes dicho queda demostrado a la luz del segundo pasaje ya ci­tado.

En el capítulo 5 de Daniel se menciona a un rey lla­mado Belsasar. En Daniel 5:11 se usa la expresión «en los días de tu padre». Según los críticos radicales se quiere establecer que Belsasar era hijo de Nabucodo­nosor. Y que además, en Babilonia, no existió ningún rey llamado Belsasar. Según ellos, cuando Babilonia cayó en manos de los medos-persas, el rey era Nabodido.

Hace más de setenta años, en la moderna Iraq (Ba­bilonia) se descubrieron evidencias arqueológicas de que Belsasar era hijo de Nabodido. Por tal razón era segundo gobernante en el Imperio babilónico y no el primero. El mismo capítulo 5 de Daniel verifica esto: «… y serás el tercer señor en el reino». Belsasar le dijo a Daniel que lo haría el tercer señor en el reino, no se­gundo. La razón es que Nabodido era el primero, Bel­sasar el segundo, y a Daniel le promete ser tercero.

Otra objeción es que, según los críticos radicales, el escritor Daniel utiliza el título «caldeos» en una con­notación religiosa y no étnica. Ya que de acuerdo a la opinión crítica-radical, el título «caldeos» Nabucodonosor lo hizo aplicar a una casta religiosa muchos años después de haber reinado. Lo cierto es que en el libro de Daniel la palabra «caldeos» se emplea con dos connotaciones: religiosamente (Daniel 2:2, 4, 5, 10, 3:8, 4:7, 5:7) y étnicamente (Daniel 1:4, 5:30, 9:1).

B. El argumento lingüístico. El libro de Daniel es bilingüe en su composición literaria. Los capítulos 1 a 2:3 y 8 al 12 fueron escritos en hebreo. Por su parte, los capítulos 2:4 al 7:28 fueron escritos en arameo. Los críticos, ante este problema bilingüístico, declaran que el libro de Daniel no fue escrito por un solo autor, sino por dos autores.

Al examinar el capítulo 1:4 se nos dice: «… y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos». El arameo era la lengua de los caldeos. Es decir, en el proceso de culturización o contextualización al cual fue sometido Daniel y sus amigos, se le requirió que aprendiese el idioma arameo. Por tal razón, es natural que años después de su prolongada estancia en el exi­lio, Daniel se pueda comunicar por escrito y verbalmente en ambos idiomas. También debemos recordar que antiguamente se escribía en rollos. Es muy proba­ble que Daniel hubiera escrito primero los manuscri­tos en hebreo, en rollos separados, y que luego escribiera los otros manuscritos en arameo. La división en capítu­los y versículos no se conocía en los días del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento. Esteban Langton dividió la Biblia en capítulos en el año 1220 d. C. Ro­berto Stephanus la dividió en versículos en el año 1551 d. C. Es interesante señalar que los capítulos escritos en hebreo tienen aplicación particular al pueblo judío. Los escritos en arameo contienen referencias particu­lares a los gentiles. Daniel escribe llevando en mente el idioma de los lectores a quienes parece dirigirse.

En el libro de Daniel se encuentran, además, unas diecinueve palabras de etimología persa y unas tres de origen griego. Muchos apelan a esto para ubicar la composición literaria de Daniel en el siglo ii. El profe­ta Daniel vivió también bajo el Imperio medo-persa; por tal razón, el idioma de estos también lo influenció. A eso se debe la citación de dicho idioma. Las tres pa­labras griegas, según un conocido escritor, Evis L. Carballosa, se refieren a instrumentos musicales. Es lo lógico entender que ya la música e instrumentalización del Imperio greco-macedonio había influenciado a la cultura babilónica y medo-persa.

C. El argumento teológico. En el libro de Daniel encontraremos ciertas alusiones mesiánicas, demoniológicas, etc. Los críticos afirman que la teología reve­lada en el libro de Daniel no se desarrolló en el siglo vi, sino durante el siglo ii. Por lo tanto, el carácter apocalíptico de Daniel demanda que se le ubique en la época de los macabeos, Antíoco Epífanez o el siglo se­gundo.

Según el autor Evis Carballosa, la literatura apoca­líptica se caracteriza por seis elementos: a) El conteni­do profético. El mensaje proclamado transciende de la historia hasta el final. b) El fondo exílico. Los escrito­res dirigen su mensaje desde el exilio. c) Las visiones pueden contener simbolismos. El símbolo es algo característico que demanda seria interpretación. d) Di­rección divina e intérprete. e) Contenido escatológico. Se alude a temas como: la segunda venida, la tribula­ción, el milenio, el estado final y el juicio eterno de Dios. f) Revelación por medio de visiones. El escritor cita muchas visiones para que el mensaje divino sea revelado[1].

De aceptarse este argumento teológico tendríamos que poner en tela de juicio la autenticidad e historici­dad de otros libros del Antiguo Testamento, como Ezequiel y Zacarías, los cuales, en su contenido literario, son también apocalípticos y presentan una teología bastante desarrollada para su época de composición. Nos bastaría con decir que la teología del libro de Da­niel tiene equilibrio con la revelación divina.

D. El argumento exegético. Los partidarios de esta postura están convencidos de que el escritor de Daniel, más que un profeta, era un historiador. Él escribió so­bre eventos que ya se habían cumplido en la historia. Esto los lleva a concluir que cierto escritor, en los días de Antíoco Epífanez, escribió el libro de Daniel bajo el seudónimo de Daniel. Dios es el Dios de la historia, por lo tanto la profecía es historia escrita en avance. Daniel fue un profeta que Dios usó y, por revelación, le mostró la historia que se desarrollaría delante de él y siglos después de él.

2. La crítica evangélica. En muchos seminarios evangélicos y Biblias comentadas se afirma que la composición del libro de Daniel fue en el siglo ii. Estos evangélicos, al hacer así, afirman dos cosas: primero, le niegan la autenticidad al libro; segundo, le ultrajan de lo sobrenatural.

El escritor D. S. Russell declara: «… podemos decir que sobre el 250-200 a. C. la división “los profetas” es­taba cerrada. Esto explica por qué un libro como Da­niel no se encuentra entre “los profetas”, sino entre “los escritos”, pues Daniel no fue escrito hasta más o menos el año 165 a. C.».[2]

Muchos escritores evangélicos, al igual que D. S. Russell, encuentran base en la Biblia hebrea para ata­car la autenticidad del libro de Daniel. Las Sagradas Escrituras hebreas se dividen en tres partes: la ley (Gé­nesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio); los profetas (Josué, Jueces, 1.a Samuel, 2.a Samuel, 1.a Re­yes, 2.a Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías); los escritos (Sal­mos, Proverbios, Job, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zaca­rías y Malaquías); los escritores (Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías, 1.a Crónicas y 2.a Crónicas).

El hecho de que Daniel, en la Biblia hebrea, se ubi­que entre los escritos y no entre los profetas, no da base para decirse que se escribió en el siglo ii. De ha­cerlo así, tendríamos que decir lo mismo de todos los demás libros que se mencionan en los escritos.

3. La crítica católico-romana. La posición que los teólogos y bibliólogos católico-romanos mantienen en cuanto a la autenticidad de Daniel y de su libro se hace evidente en los comentarios que ofrecen en sus versiones de Biblias católicas.

A. Versión Nacar-Colunga: «Además, en contraste con las imprecisiones e inexactitudes de la parte histó­rica relativa a la época babilónica y persa, están las alusiones concretas de la parte visionaria de la comu­nidad judaica en los tiempos de la persecución de los seleucidas (s. ii a. C.). Esto nos hace suponer que la re­dacción del libro de Daniel hay que colocarla en la pri­mera mitad del siglo ii a. C. Esto no quita la posibili­dad de que el redactor haya utilizado fuentes anterio­res».

B. Versión Biblia de Jerusalén: «La fecha de esta (composición) queda fijada por el claro testimonio que da el capítulo 11. Las guerras entre seleucidas y lagidas, una parte del reinado de Antíoco Epífanez, se na­rran en él con gran lujo de detalles insignificantes para el propósito del autor. Este relato no se parece a ninguna profecía del Antiguo Testamento y, a pesar de su estilo profético, refiere sucesos ya ocurridos. Pero a partir de 11:40 cambia el tono; se anuncia el “tiempo del fin” de una manera que recuerda a los otros profetas. El libro, pues, habría sido compuesto durante la persecución de Antíoco Epífanez y antes de la muerte de este, incluso antes de la victoria de la insurrección macabea, es decir, entre el 167 y el 164».

C. Versión la nueva Biblia latinoamericana: «La comunidad judía que reunió los libros de la Biblia puso el libro de Daniel, no al lado de los profetas del siglo vi (en que Daniel habría vivido), sino entre los libros del siglo ii a. C. Y no lo colocó entre los profetas, sino en el grupo de los escritos de enseñanza religiosa. Esto bastaría por sí solo para que no tomemos al pie de la letra lo dicho referente a un tal profeta Daniel».

«Daniel era, en los escritos del Oriente, el nombre de un sabio antiguo al que se referían varias leyendas (ver Ezequiel 14:14). De ahí se forjó el personaje de Daniel, profeta y sabio judío, que hubiera vivido entre los desterrados a Babilonia, y cuyas palabras y ejem­plos debían ilustrar en adelante a los judíos en contac­to con los paganos».

D. Versión Nueva Biblia Española: «La composi­ción del libro, prescindiendo de las adiciones griegas, pertenece a la época macabaica. Más en concreto po­demos datar el libro entre los años 167 y 164, o sea, en­tre la campaña en Egipto de Antíoco IV Epífanez y su muerte… En todo caso, el ambiente babilónico es fic­ticio; el autor utiliza rasgos sueltos de la tradición bí­blica y no muestra demasiado interés en la precisión histórica de sus relatos».

Las versiones católicas de la Biblia que hemos ci­tado hasta aquí le permiten al lector tener una idea clara de la crítica católico-romana sobre el libro de Daniel. Muchas versiones católicas ubican el libro de Daniel después de Malaquías y antes del apócrifo de Baruc. Esta argumentación católica queda debati­da a la luz de las pruebas que en favor del libro de Daniel, su autor, y su autenticidad, hemos demostrado.

Una defensa al autor, Daniel

En Mateo 24:15 leemos: «Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda)». Aquí son los labios del mismo Señor Jesucristo, quienes de­muestran la autenticidad del profeta Daniel y de su li­bro. En su citación, Jesús alude a dos pasajes contextuales del libro de Daniel:

«Y se levantarán de su parte tropas que profana­rán el santuario y la fortaleza y quitarán el conti­nuo sacrificio y pondrán la abominación desolado­ra» (Daniel 11:31).

«Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá doscientos noventa días» (Daniel 12:11).

El escritor y escatólogo José Grau dice: «Creemos que Daniel escribió este él mismo, si bien luego se hi­cieron copias, pero no en la profusión propagandística que requeriría la tesis crítica».[3]

El escritor ya fallecido, H. A. Ironside, escribió: «Como creyente sencillo, que debe todo por toda la eternidad a lo que el bendito Cristo de Dios efectuó so­bre la cruz del Calvario, prefiero aceptar su testimonio, aunque se hallara en oposición a todos los sabios de la época. Él declaró que Daniel fue profeta. No se re­firió al historiador Daniel ni al visionario Daniel ni al novelista Daniel, sino al profeta Daniel —el hombre que fue iluminado por el Espíritu de Dios y que pudo, por lo tanto, hablar de las cosas que no existían como si existieran—. He de recalcar este hecho… Sostengo la plena inspiración de toda la palabra de Dios y, por tanto —necesariamente— la plena inspiración del li­bro de Daniel».[4]

En Ezequiel 14:14 leemos: «Si estuviesen en medio de ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos, por su justicia, librarían únicamente sus propias vidas, dice Jehová, el Señor». Si Noé y Job fueron personajes reales que existieron en alguna época, lo lógico es tam­bién aceptar que el Daniel mencionado por Ezequiel no es un personaje ficticio o legendario, sino el autor del libro que lleva su nombre, que en el siglo vi fue lle­vado al exilio babilónico.

Para concluir esta introducción diré que el li­bro de Daniel es biografía y profecía. Presenta la his­toria de un hombre y el mensaje que él recibió para las generaciones posteriores. Es un libro donde se de­muestra cómo la providencia divina rige la historia y el destino de los hombres. Los primeros seis capítulos presentan historia cumplida; los últimos seis capítulos son proféticos, es decir, historia antes de cumplirse. El mensaje del libro es dirigido al pueblo judío y a las naciones gentiles.

La decadencia, fragilidad, degeneración y final de las naciones es manifiesta, contraponiéndosele el rei­nado mesiánico en su carácter teocrático y estable. Da­niel, más que un profeta por oficio, como Jeremías o Ezequiel, es un servidor público con el don de la pro­fecía.

[1] Evis L. Carballosa, Daniel y el Reino Mesiánico, pp. 27-28.

[2] D. S. Russell, El período intertestamentario, p. 57.

[3] José Grau, Las profecías de Daniel, p. 10.

[4] H. A. Ironside, Daniel, pp. 11-12.

CAPÍTULO 1

El exilio de bendición

Este primer capítulo del libro de Daniel es históri­co en su contenido, y no escatológico. En el mismo en­contramos una serie de profecías cumplidas cuyo con­texto histórico está en 2.a Reyes 24:1-7; 2.a Crónicas 35 al 36 y Jeremías 25. Es importante observar que Daniel no escribe en primera persona, sino en tercera persona. Presenta la narración de manera objetiva y no subjetiva. El interés de Daniel no estaba en hacerse héroe de la historia, sino en presentar a Dios como el héroe supremo de todas las cosas y de poner de manifiesto la providencia de Dios en la historia y destino humanos.

La deportación de Daniel (versículos 1-2)

Versículo 1-2: «En el año tercero del reinado de Joacim, rey de Judá, vino Nabucodonosor, rey de Babi­lonia, a Jerusalén y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim, rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios, y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su Dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su Dios».

El rey Joacim, aquí mencionado, era hijo mayor del gran rey y reformador religioso Josías. A la edad de ocho años, Josías comenzó a reinar, con un reinado que cubrió unos treinta y un años (2.a Reyes 22:1). En su rectitud ante Dios es comparado con David (2.a Reyes 22:2). Después de reinar ocho años comenzó a buscar a Dios, cuatro años después había comenzado una re­forma religiosa, era el año doce de su reinado (2.a Cró­nicas 34:3-7; 2.a Reyes 23:4-20). A la edad de veintiséis años o el año dieciocho de su reinado, el libro de la ley fue hallado en la tesorería del templo; el rey Josías lo leyó delante de todo el pueblo, e hizo que el mismo se comprometiera a servir a Dios (2.a Crónicas 34:8-33; 2.a Reyes 22:3-20, 23:1-20).

En 2.a Crónicas 23:21-23 se nos dice que el rey Jo­sías celebró ese gran avivamiento espiritual con una fiesta de la Pascua. En esta Pascua se sacrificaron unas treinta mil ovejas, corderos y cabritos, y tres mil bue­yes. El escritor de 2.a Crónicas declara: «Nunca fue celebrada una Pascua como esta en Israel…».

En el último año del reinado prolongado de Josías, este se enfrentó al Faraón Necao. El rey Necao le había enviado un mensajero diciendo: «¿Qué tengo yo conti­go, rey de Judá? Yo no vengo contra ti hoy, sino contra la casa que me hace guerra, y Dios me ha dicho que me apresure. Deja de oponerte a Dios, quien está con­migo, no sea que Él te destruya» (2.a Crónicas 35:21).

Josías no hizo caso a esta amonestación divina, se disfrazó y vino hasta el campo Meguido. Allí fue herido de muerte y expiró en Jerusalén (2.a Crónicas 35:22-27).

El pueblo tomó a su hijo, Joacaz, por rey, su reina­do solo duró tres meses, ya que el faraón Necao lo de­puso, y en su lugar entronó a su hermano, Eliaquim (2.a Reyes 36:1-4). Joacaz fue, entonces, llevado prisio­nero a Egipto. A su hermano, Eliaquim, el rey de Egipto le cambió su nombre por Joacim. La causa para la deposición de Joacaz, a quien Jeremías le llama Salum, fue que organizó un ejército para guerrear contra el faraón Necao (Jeremías 22:11-12).

En el tercer año de su reinado, según Daniel, y cuarto según Jeremías, fue la primera invasión que hizo Nabucodonosor a Judá (2.a Reyes 24:1). Por tres años Joacim se sometió a Nabucodonosor, pero ocho años después se rebeló, y en una segunda incursión, el rey de Babilonia lo llevó prisionero a su tierra (2.a Cró­nicas 36:5-7).

A la deportación de Joacim, su hijo Joaquím, que tenía dieciocho años de edad (no ocho años, como lee 2.a Crónicas 36:9), ejerció un reinado corto de tres me­ses y tres días, fue depuesto y llevado cautivo a Babi­lonia (2.a Reyes 24:8-17). En esta segunda invasión de Nabucodonosor fueron llevados cautivos el rey Joa­quín, su madre, sus mujeres, sus oficiales, los hombres de guerra, los artesanos y herreros (2.a Reyes 24:15-16).

En las tres grandes deportaciones de Nabucodono­sor, este rey babilónico tomó de los utensilios y vasos sagrados del templo: (1) La primera deportación fue en el año tercero de Joacim o el año 606 a. C. (2) La se­gunda deportación fue en el año octavo de Joacim o en el año 597 a. C. (3) La tercera deportación tomó lugar bajo el reinado de Matanías (a quien el rey Nabucodo­nosor llamó Sedequías) en el año 586 (2.a Reyes 25:1-7). Fue en esta ocasión cuando el templo fue totalmen­te destruido y quemado, al igual que Jerusalén y los muros (2.a Reyes 25:8-21).

Conviene añadir que el profeta Ezequiel fue llevado al exilio babilónico durante la segunda deportación, unos once años antes de que el templo fuera destruido. Es decir, que Jeremías fue contemporáneo de Daniel, estando en Jerusalén, y Ezequiel también.

Notemos esta expresión «Y el Señor entregó en sus manos a Joacim, rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios…». En diferentes pasajes bíbli­cos se deja ver que Nabucodonosor fue usado como instrumento de disciplina de parte de Dios para con su pueblo:

«Por lo cual trajo contra ellos al rey de los cal­deos, que mató a espada a sus jóvenes en la casa de su santuario sin perdonar joven ni doncella, ancia­no ni decrépito; todos los entregó en sus manos» (2.a Crónicas 36:17).

«Te entregaré en mano de los que buscan tu vida, y mano de aquellos cuya vista temes; sí, en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y en mano de los caldeos» (Jeremías 22:25).

«He aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del Norte, dice Jehová, y a Nabucodonosor, rey de Ba­bilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores y contra todas estas naciones en derredor…» (Jeremías 24:9).

«Toda esta tierra será puesta en ruinas y en es­panto, y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años» (Jeremías 25:11).

La declaración «la casa de su dios» indica que Na­bucodonosor atribuía sus victorias a su dios, Marduk o Bel. Babilonia era una ciudad altamente religiosa, ha­biendo los arqueólogos descubierto entre sus ruinas muchos objetos religiosos. Se estima que en esta ciudad había unos 53 templos y 180 altares dedicados a la diosa Istar (Luna).

La culturización de Daniel (versículos 3-7)

Versículo 3: «Y dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes». Este versículo encierra un cumplimiento profético a las palabras del profeta Isaías al rey Ezequías:

«He aquí vienen días en que todo lo que está en tu casa y todo lo que tus padres han atesorado has­ta hoy será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo Jehová. Y de tus hijos que saldrán de ti, que ha­brás engendrado, tomarán y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia» (2.a Reyes 20:17-18).

«De tus hijos que saldrán de ti y que habrás en­gendrado, tomarán y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia» (Isaías 39:7).

A la luz de estos pasajes proféticos podemos sugerir que Daniel y sus compañeros eran descendientes del rey Ezequías. Ellos pertenecían a la nobleza judía.

Versículo 4: «Muchachos en quienes no hubiese ta­cha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabi­duría, sabios en ciencia y de buen entendimiento e idó­neos para estar en el palacio del rey, y que se les en­señase las letras y la lengua de los caldeos».

La palabra «muchachos» no debe sugerir que eran niños. Más bien señala que eran jóvenes. La edad de Daniel se puede calcular entre los diecinueve a los veinte años; lo mismo podemos decir de sus tres ami­gos. La apariencia física era un requisito, «de buen parecer». La capacidad intelectual era otro requisito, «enseñados en toda sabiduría». La capacidad para to­mar decisiones se insinúa, «sabios en ciencia y de buen entendimiento».

A estos jóvenes se les sometería a un proceso de so­cialización, culturización o contextualización. Para este fin se le había preparado un currículum acadé­mico que enfatizaba las áreas de cultura y lenguaje. Para Daniel y sus amigos, aprender un idioma que no era el propio demandaba bastante dedicación, determinación y estudio de su parte. El confrontar y cono­cer a otra cultura le provocaría choques con la suya propia, pero el preservar sus propios valores culturales era algo que demandaba serias decisiones.

Versículo 5: «Y les señaló el rey ración para cada día, de la provisión de la comida del rey y del vino que él bebía y que los criase tres años, para que al fin de ellos se presentasen delante del rey».

La dieta alimenticia para estos jóvenes era estipu­lada estrictamente por el rey Nabucodonosor. Ellos tendrían el mismo privilegio de comer el tipo de ali­mento que se servía al rey. Para Daniel y sus compa­ñeros, esto era otro choque cultural, el sujetarse a otro tipo de dieta diferente al suyo propio. El adiestramien­to de estos jóvenes abarcaría un período de tres años.

Versículo 6: «Entre estos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá».

«Entre estos» significa que había más jóvenes ele­gidos para este tipo de adiestramiento. Cada uno de los nombres de ellos reverencia a Dios. El significado de sus nombres varía ligeramente con las definiciones que ofrecen algunos autores, pero siempre señala la misma verdad:

Ananías: «don de Dios», «amado del Señor», «Yahveh ha mostrado su gracia».

Misael: «¿quién es como Dios?», «¿quién como Dios?», «¿quién es como Dios es?».

Azarías: «El Señor es mi ayudador», «Yahveh ha ayudado», «Jehová ha ayudado».

Daniel: «Dios es mi juez», «Dios ha juzgado», «juez para Dios».

Versículo 7: «A estos, el jefe de los eunucos puso nombres: puso a Daniel, Belsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac y a Azarías, Abed-nego».

La expresión «jefe de los eunucos» puede significar un alto oficial, como también puede referirse a un eunuco en el sentido literal de la palabra. Es decir, un hombre que era castrado para servir dentro del pala­cio del rey. Por ser jefe de los eunucos se da a entender que tendría eunucos bajo su dirección. De tomar esto en este sentido, entonces, Daniel y sus compañeros quizá fueron castrados para que sirvieran en el palacio del rey Nabucodonosor[1].

La profecía, en Isaías 39:7, decía: «De tus hijos que saldrán de ti y que habrás engendrado tomarán y se­rán eunucos en el palacio del rey de Babilonia». A la luz de esta profecía lo lógico sería creer en que los jó­venes hebreos fueron constituidos eunucos en la corte de Nabucodonosor.

En el cambio de nombres se trató de ultrajar a estos jóvenes judíos de su cultura y de su religión. No obstante, ellos se sobrepusieron a las luchas culturales y preservaron su etnicidad y religiosidad. El cambiar nombres a los cautivos, esclavos y funcionarios de los reyes, en la antigüedad, era una práctica común.

En Egipto, el faraón le cambió el nombre a José por Zafnat-panea, que significaba «el que revela cosas secretas» (Génesis 41:45). A Ester se le dio este nombre en el exilio, que es de origen babilónico; puede que proceda del nombre «Ishtar», diosa babilónica. Pue­de que signifique también «estrella». El nombre he­breo de ella era Hadassa, que significa «nueva» (Ester 2:7).

En cada uno de los nuevos nombres que se les dio a los jóvenes hebreos se rinde homenaje a alguna dei­dad babilónica. Por el contrario, sus nombres hebreos solo daban reconocimiento al Dios verdadero.

Belsasar, «el príncipe Bel», «quiera Bel proteger su vida», «Belit conserve al rey».

Sadrac, «iluminado por el dios Sol», «mandato del dios Aku», «siervo de Sin».

Mesac, «¿quién es lo que Aku?», «¿quién es como Venus?».

Abed-nego, «un siervo de nego», «siervo de Nebo».

La resolución de Daniel (versículos 8-16)

Versículo 8: «Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminar­se».

El jefe de los eunucos aquí mencionado es Aspenaz, a quien ya se hizo referencia en el versículo 3. Da­niel, en representación de sus compañeros, intercedió ante este alto oficial, apelando a sus convicciones reli­giosas, lo cual les prohibía según lo estipulado en la ley levítica comer ciertas clases de animales. Para el judío comer algún animal o dieta no prescrita por la ley era cometer el pecado de la contaminación. La pa­labra «propuso» significa «una resolución tomada a expensas de las consecuencias». Esta actitud de Daniel es un mensaje a la conciencia de muchos creyentes que prefieren amistarse con el mundo antes que tomar una actitud de fidelidad a Dios y a su reino. El verdadero creyente no puede comprometer su ética cristiana ante las posesiones, puestos y profesiones que este mundo le quiera ofrecer.

En Ester 4:13-14 leemos: «Entonces dijo Mardoqueo que respondiesen a Ester: No pienses que escapa­rás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrán de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?».

La reina Ester fue confrontada por Mardoqueo en relación a su etnicidad y valores religiosos. Ella, al igual que Daniel, tenía que tomar una firme resolu­ción: Dios o el mundo; la fama o la vida como creyen­te; su cultura o la cultura extranjera. Ester no vendió su patria, no negó a su Dios, no cambió sus valores.

La razón por la cual Daniel desechó el vino ofreci­do puede que se deba a que los mismos, muchas ve­ces, eran ofrecidos a los dioses paganos. No rechazó el vino porque los judíos no bebieran vino, son mu­chos los pasajes bíblicos donde se demuestra que el beber vino entre los judíos formaba y es parte de su cos­tumbre.

Versículos 9-10: «Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos, y dijo el jefe de los eunucos a Daniel: Temo a mi Señor, el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida, pues luego que Él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vo­sotros, condenaréis para con el rey mi cabeza».

El verdadero creyente no cree en la suerte, las coinci­dencias, sino en que la providencia es la que actúa y dispone que las cosas salgan como Dios desea. Dios hizo que Daniel «le cayera bien al jefe de los eunucos». Lo mismo se nos dice de José en Egipto:

«Así halló José gracia en sus ojos, y le servía, y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su po­der todo lo que tenía» (Génesis 39:4).

«No necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba» (Génesis 39:23).

Otra persona que Dios puso en gracia fue a Ester. Aunque el libro de Ester no menciona el nombre de Dios, en la selección de ella y su elevación al trono real, se descubre la mano invisible de Dios:

«Y el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ella gracia y benevolencia delante de él más que todas las demás vírgenes, y puso la corona real en su cabeza y la hizo reina en lugar de Vasti» (Ester 2:17).

El jefe de los eunucos, Aspenaz, aunque simpatiza­ba con Daniel y sus tres compañeros, no quería correr el riesgo de cambiarle la dieta alimenticia a estos y que la salud de ellos fuera a perjudicarse. Como oficial, él tenía un deber que cumplir, aunque como amigo hu­biera deseado lo mejor para Daniel, Ananías, Misael y Azarías.

Evis Carballosa, al particular, opina: «Debe notar­se que Aspenaz no denegó la petición hecha por Da­niel. Su argumento es más bien un acto de autoprotección. No era cuestión liviana desobedecer o alterar una orden dada por el rey». [2]Los versículos 11 al 16 nos presentan a los jóvenes hebreos sometidos a diez días de prueba alimenticia. Al ver Daniel que Aspenaz no cedía a su petición, no se rindió, sino que fue donde el otro oficial que Aspenaz había puesto para cuidado de ellos (v. 11). Le rogó que le permitiera comer «legumbres» y beber agua por diez días (v. 12). Al cabo de los diez días, si la salud de ellos o si su físico estaba demacrado, Melsar podía hacer con ellos como quisiera (v. 13).

Melsar accedió a su petición y los sometió al examen físico de diez días. El resultado fue fenomenal, el rostro de Daniel y de sus amigos lucía mejor que el de los otros muchachos sometidos a la dieta regular. No solo la apariencia física, estaban «más robustos» (v. 15). Los tres años de preparación, Daniel y sus compañeros estuvieron sujetos a esa dieta vegetariana (v. 16).

La bendición de Daniel (versículos 17-21)

Versículos 17: «A estos cuatro muchachos, Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las le­tras y ciencias, y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños».

A pesar de que ellos tuvieron que estudiar fuerte, memorizar mucha información, detrás de esta capaci­dad está la ayuda de Dios. Si nuestros jóvenes recono­cieran que la inteligencia es un regalo de Dios, la pon­drían a su servicio. No solo adquirieron conocimiento por el estudio y la disciplina, sino que Dios desarrolló en ellos una inteligencia natural. La manera de ellos de razonar, pensar y reflexionar era extraordinaria. Eso es lo que hace Dios; toma a personas ordinarias y las convierte en personas extraordinarias. El conocimien­to de estos jóvenes hebreos no fue únicamente religio­so, lo fue también secular. Es imperativo que nuestra juventud se eduque, que aproveche al máximo las oportunidades educacionales que en esta «Babilonia» moderna se le está ofreciendo.

Versículo 18: «Pasados, pues, los días al fin de los cuales había dicho el rey que los trajesen, el jefe de los eunucos los trajo delante de Nabucodonosor».

El jefe de los eunucos aquí mencionado debe ser Aspenaz. Era este quien había recibido la gran responsabilidad de cuidar, educar y preparar a los jóvenes de los cuales el rey escogería los más brillantes. El exa­men final se lo daría el mismo Nabucodonosor.

Versículos 19-20: «Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así pues, estuvieron de­lante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteli­gencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino».

En esta prueba final participaron muchos, pero solo Daniel y sus compañeros judíos alcanzaron altas calificaciones. Es importante distinguir entre conoci­miento e inteligencia. Un hombre puede tener mucho conocimiento y carecer de una buena inteligencia. Por el contrario, otro hombre puede tener mucha inteli­gencia y no haber alcanzado el conocimiento que se puede adquirir con una educación formal. La sabiduría es necesaria para administrar la inteligencia. Pero Daniel y sus amigos poseían ambas cosas. Lo maravilloso es que pudieron aun competir contra los «profesionales» de Babilonia. La clave para administrar la educación y la inteligencia es la sabiduría.

Versículo 21: «Y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro».

Este versículo no quiere decir que Daniel vivió has­ta el año primero del rey Ciro, sino que el profeta logró estar vivo ese año y ver el remanente regresar a Jerusalén al finalizar los setenta años de cautiverio en Ba­bilonia. En Daniel 10:1 leemos: «En el año tercero de Ciro, rey de Persia, fue revelada palabra a Daniel, lla­mado Belsasar, y la palabra era verdadera…».

[1] El escritor, Evis L. Carballosa, sostiene esta postura, Daniel y el Reino Mesiánico, p. 41.

[2] Ibíd., p. 49.