EDITORIAL CLIE

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HERMENÉUTICA

Interpretación eficaz hoy

Rob Haskell

Copyright © 2009 Rob Haskell

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ISBN: 978-84-8267-616-6

Clasifíquese:

0073 HERMENÉUTICA:

CTC: 01-02-0073-19

Referencia: 224737

DEDICATORIA:
Para los pastores de la JUPAB, Cono Sur, Lima.

Introducción

Este libro es para el pastor o líder que está trabajando en su iglesia y no ha podido invertir en una educación teológica formal. A esa persona la quiero animar a que no tenga que esperar hasta que pueda ir al seminario para entender los temas principales de interpretación. Más que esto, es urgente entrar en estos temas ahora, porque la falta de buena interpretación bíblica es un problema monumental hoy día y es la fuente de divisiones, conflictos y falta de poder espiritual. También abre la puerta a herejías que debilitan a la Iglesia e impiden nuestra misión. Es especialmente a usted, pastor o líder sin educación teológica formal, a quien ofrezco este libro. Está escrito, espero, en lenguaje accesible pero también explica las ideas principales de interpretación. Estas le armarán para tener un buen entendimiento de las escrituras y desarrollar buenas prácticas.

Esta es también una hermenéutica práctica. Pero, dirá alguno, ¿no es hermenéutica uno de esos temas intelectuales muy elevados que apenas tocan el aspecto práctico de la vida cristiana? ¿No es decir “hermenéutica práctica” algo como decir “pensamiento abstracto práctico”, que es una contradicción? En realidad, todos tenemos una práctica de hermenéutica. Cuando leemos, estudiamos y predicamos la palabra de Dios ya estamos cultivando varios hábitos y copiando varios modelos de interpretación que están implicados en esas prácticas. Entonces, la hermenéutica práctica comienza allí analizando lo que hacemos ahora y pregunta: ¿Es esto bueno o no? ¿Qué implica? ¿Podríamos hacerlo mejor? Aunque sí discutiremos ideas y a veces ideas grandes, siempre volveremos a ejemplos prácticos en la vida de la Iglesia, en nuestra lectura diaria de la Biblia y en apologética y ética cristiana. Este enfoque práctico sirve al propósito no solo de instruir con ejemplos (que es una de las maneras más efectivas), sino también de mostrar por qué este material es tan importante. No estamos aprendiendo hermenéutica solo para saber otra cosa más en una larga lista de cosas que uno debe saber. Tampoco estamos estudiando el tema para poder tener una teología correcta y allí descansar en nuestros laureles. Estamos analizando nuestra hermenéutica actual porque nuestra comprensión de las escrituras es la base tanto de nuestra doctrina como de nuestra práctica cristiana. Casi no hay un tema más importante para la Iglesia.

Rob Haskell

1


Ornamento

Autoridad bíblica

¿Por qué la Biblia?

La primera pregunta de interpretación bíblica es: ¿por qué hemos de confiar en la Biblia? Otra manera de decirlo es: ¿por qué vale la pena realizar el esfuerzo necesario para entenderla? ¿Cómo sabemos que lo que tiene que decir es, primero, importante y segundo, verdadero?

Muchos responden a esta pregunta con algo así: “La Biblia es fiable porque es la palabra de Dios”. Esto es verdad. Pero debemos admitir que es una respuesta que presupone fe. Es decir, yo creo que la Biblia es la palabra de Dios y otros cristianos también lo creen. Pero si somos honestos, debemos admitir que no creemos que la Biblia sea la palabra de Dios porque alguien dijo: “La Biblia es la palabra de Dios. Debes creerla”. Generalmente uno acepta la autoridad de la Biblia como parte del evangelio, como parte de conversión. Sí he oído de algunas personas que se convirtieron a Jesucristo porque vieron en la Biblia algo milagroso o algo tan increíble que llegaron a la conclusión de que era un mensaje divino. Pero para la mayoría de cristianos no es así. La mayoría de cristianos aceptamos la fiabilidad de la Biblia porque viene, digamos, “con el paquete” de conversión.

Aceptamos que el mensaje del cristianismo es la verdad acerca del mundo por una variedad de razones. Hay muchas puertas por donde uno entra a la casa: un amigo, un sermón, un libro, experiencias de la vida, un argumento penetrante o quizás todas estas cosas juntas, y todas bajo la dirección del espíritu de Dios. Pero una vez que aceptamos a Jesús y ponemos nuestra fe en Dios estamos en esa casa, la casa del cristianismo. Y hay muchas cosas en esa casa que aceptamos sin entenderlas bien, basándonos en la verdad que hemos encontrado en el evangelio. El resto de nuestra vida es explorar los cuartos de esa casa —y es, en realidad, una mansión enorme. Entonces este primer capítulo será profundizar. Queremos explorar el cuarto de la casa cristiana en la que se trata la autoridad de la Biblia. Así podremos entender mejor por qué nosotros los cristianos mantenemos que la Biblia es la palabra de Dios; por qué afirmamos que debemos confiar en ella y obedecerla.

Hay otra buena razón para investigar más a fondo este tema: personas no cristianas tienen preguntas acerca de la fe y acerca de la Biblia. Nosotros queremos que esas personas reciban buenas respuestas a sus preguntas. Pero a veces cuando una persona que está fuera de la fe nos pregunta por qué es fiable la Biblia, por qué deberían confiar en ella, por qué deberían arriesgarlo todo en el mensaje de esas páginas, no tenemos una buena respuesta. Decimos: “La Biblia es la palabra de Dios”. Y cuando ellos responden: “¿Cómo sabes que es la palabra de Dios?”, respondemos con: “Porque la Biblia misma lo dice”. Pero esto no es una explicación sino una mera afirmación. Que la Biblia misma proclame ser la palabra de Dios es un argumento circular. “Es verdad porque dice que es verdad” no es un buen argumento. Entonces esta es una segunda razón por la que deberíamos entender bien este asunto de la fiabilidad de la Biblia. No solo para que nosotros los cristianos “conozcamos mejor nuestra casa”, sino también para que podamos explicar a los que no son cristianos por qué es tan importante este libro para nosotros.

Fiabilidad de la Biblia

A veces estamos tan enfocados en discernir verdades doctrinales en las páginas de la Biblia que nos olvidamos de que es importante porque se trata de algo que ha sucedido en el trastorno de eventos humanos. La Biblia es un documento histórico.

La palabra “evangelio” quiere decir “buenas noticias” y las buenas noticias que proclamaba Jesús eran que Dios, el rey del universo, estaba regresando a su pueblo para rescatarlo y para inaugurar una nueva era de gracia y poder. Así se introduce el ministerio de Jesús en el evangelio de Marcos:

“Jesús se fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. ‘Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!’” (Marcos 1:14-15).1

Las buenas nuevas mencionadas aquí son literalmente “el evangelio” en el idioma original de la Biblia. Lo importante es entender que Jesús estaba anunciando la venida de algo concreto. No era una especie de nuevo sentimiento religioso, o una nueva interpretación de la Biblia, o el anuncio de una nueva verdad. Si investigamos el trasfondo cultural y religioso de los judíos de la época de Jesús, vemos que estos eran tiempos de grandes expectativas; que por generaciones ya los judíos esperaban el retorno de Dios para rescatar a su pueblo. Cuando Jesús anuncia que el reino de Dios está cerca, ellos esperan que algo suceda.

Por eso son importantes los milagros de Jesús. En estas manifestaciones de poder vemos la irrupción del reino de Dios en nuestro mundo. Estos eventos sobrenaturales fueron señales incontrovertibles de que Dios estaba obrando en Jesús, y confirmaron su proclamación de que Dios estaba por regresar o, lo que es más, que ya había regresado en la persona y obra de Jesucristo.

Los milagros de Jesús eran señales de la venida del reino de Dios. Pero lo importante para nuestra discusión es que estos milagros eran históricos. Es decir, ocurrieron. Nosotros hoy día, ya a una distancia de 2000 años, hemos perdido el asombro que experimentaron las multitudes que participaron en estos eventos. Para nosotros estas ocurrencias son “verdades bíblicas”, son fuentes de doctrina, pasajes para predicar o para memorizar. Pero volvamos a esos días antiguos en nuestra imaginación. Observemos a los enfermos, los cojos, los mudos, ciegos y demonizados viviendo sin esperanza en este mundo. Y ¿qué sucede? El poder de Dios irrumpe dentro del progreso natural e insidioso de la desesperanza de sus vidas. Algo ocurre. Poder sobrenatural entra en este mundo y transforma la experiencia de estos desesperados. Jesús no es solo un predicador inspirador que les enseña a los desafortunados a tener una nueva actitud hacia sus situaciones, como si lo importante fuera solo lo que pensamos, no lo que experimentamos. Jesús transforma la experiencia, porque cuando Dios entra en el mundo las cosas cambian. Regresemos a esos momentos de asombro, emoción y maravilla cuando el paralítico se levanta y camina, el ciego ve, y la niña muerta solo estaba durmiendo. Será desde el punto de partida de estos momentos que comenzaremos a comprender la profundidad de las buenas nuevas. Son buenas nuevas porque anuncian la venida de algo nuevo a nuestro mundo.

El primer milagro de la historia de Jesús es la encarnación. Aquí Dios se hace hombre y entra en el campo de la historia humana. Y es por esto que para el cristiano el campo de la historia es de la más alta importancia. Para algunos “historia” es uno de esos temas pesados que tenemos que estudiar en el colegio y que olvidamos lo más pronto posible al entrar en la “vida real”. Este tema lleno de fechas y nombres difíciles de recordar no parece tener conexión alguna con nuestra vida diaria. Pero cuando hablamos de historia en relación a la Biblia estamos hablando de algo completamente diferente. Entonces, por favor: borrar todas esas asociaciones anteriores con el estudio de la historia. Cuando nos convertimos a Jesucristo, la historia también se convierte en algo nuevo. Porque al afirmar que la Biblia es histórica estamos afirmando que algo maravilloso ha ocurrido. Esta es la respuesta que le di a un amigo una vez. Él es muy liberal y no cree en milagros y también piensa que la Biblia fue creada por influencias meramente humanas. Especialmente, no piensa que la resurrección de Jesús pueda haber ocurrido. Le dije que la diferencia entre él y yo es que yo creo en la posibilidad de que algo maravilloso puede haber ocurrido en la historia. Y al creer esto, me abro al mensaje de la Biblia, y veo que aparentemente es verdad: algo maravilloso de veras ha ocurrido, sumamente, en la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Esta historia nos afecta a todos. Si hablamos de un tal y cual hombre famoso que vivió hace unos siglos e hizo tal y cual gran cosa que no nos afecta a nosotros de ninguna manera, puede ser difícil entender la ventaja de conocer esa información (aunque un buen historiador nos podría mostrar la importancia). Pero cuando entendemos que los eventos de la Biblia fueron eventos históricos estamos hablando de eventos que son de la más alta importancia para todo ser humano. Se trata de las acciones de Dios en nuestro mundo, un mundo en el que es difícil oír su voz y tocar su forma. Por eso importa el hecho de que Jesús realmente vino, Dios en forma humana, y caminó entre nosotros. Importa la encarnación de Dios en la persona de Jesucristo. Porque si no es verdad, si Dios no vino, si Jesús no sanó y enseñó, si no resucitó de la muerte —en fin, si la Biblia no es histórica—, el progreso natural de la desesperanza no ha sido interrumpido por la venida de Dios, y estamos aquí en este mundo sin esperanza y sin Dios esperando la muerte igual a los desesperados pobres, mudos, cojos y muertos de antaño a quien Jesús nunca sanó. El apóstol Pablo ya lo resumió hace 2000 años con palabras que para el cristiano son inolvidables: “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria” (1ra Cor. 15:7).

Este es un tema que es más fácil de discernir, quizás, en el Nuevo Testamento, pero también es parte del Antiguo. Por eso dice un erudito que: “Los orígenes de Israel… están vinculados a eventos históricos tan seguramente como los del cristianismo”.2 Uno de los conceptos fundamentales del Antiguo Testamento es que Dios ha intervenido en la historia del pueblo de Israel para bendecirlo y por medio del mismo bendecir a todas las naciones. Dios irrumpe en la vida de Abraham, el padre de los judíos, y su esposa Saray, cuando después de una larga vida infecunda les da el milagro de un hijo. El mensaje es claro: el pueblo de Dios solo existe como resultado de la acción sobrenatural de Dios en este mundo. Pero en esas primeras generaciones los judíos no son más que una familia de pastores ambulantes en una tierra que no les pertenece. Luego bajan a Egipto y crecen tanto que el faraón, por temor a su número, los esclaviza. De esta opresión en Egipto surge el evento que realmente forma la nación de Israel: el éxodo. Dios irrumpe otra vez de parte de su pueblo, demostrando su poder, no solo para rescatarlos de la opresión del Faraón, sino también para demostrar al mundo de ese día que Él es soberano sobre los eventos que ocurren en el campo de la historia humana. En el éxodo algo maravilloso ocurrió. Los esclavos fueron liberados por el mismo Dios que, encarnado en la persona de Jesucristo, también liberó a los cautivos en su día por medio de ese mismo poder divino.

La Palabra de Dios

La Biblia afirma que Dios ha venido y se ha revelado. Lo que no sabíamos antes de la demostración del poder de Dios, ahora lo sabemos como resultado de su acción. La Biblia se presenta como un testigo fiel a esa revelación de Dios en nuestro mundo. Por eso es nuestra base y nuestra fuente de autoridad. La Biblia no es simplemente una colección de verdades eternas agrupadas en un libro sagrado, que por alguna razón inexplicable se ha convertido en material venerado. Tampoco es un libro sagrado solo porque muchos así lo denominan. Pero muchas veces da la impresión de que esto es exactamente lo que afirman los cristianos. Como si la Biblia hubiera caído un día del cielo y una voz celestial hubiera proclamado: “Este libro es la verdad. Créanlo”. La realidad es más compleja y más rica, y nos planta con los pies firmes en la tierra, en la historia humana. Dios no habló a larga distancia cuando se reveló. No habló en privado a las mentes de individuos con pensamientos inaudibles. Dios se dio a conocer en forma humana. La palabra de Dios sí vino del cielo pero no cayó del cielo. La palabra de Dios entró en la experiencia humana por medio de la persona de Jesucristo y compartió la esencia de nuestra existencia para establecer una conexión íntima entre Dios y la humanidad. Por eso para entender la autoridad y santidad de la Biblia, debemos ir detrás de ella y entrar en la historia que se relata en sus páginas. Su autoridad no viene de sí misma sino de las acciones históricas de Dios que describe.

Es interesante el hecho de que en nuestras conversaciones la frase “la palabra de Dios” se usa casi siempre para referirnos a la Biblia. Sin duda es una frase completamente apropiada para hacerlo. Pero en la Biblia misma “la palabra de Dios” no es siempre una autodenominación. Casi siempre se refiere a algo un poco diferente, y ver esto nos ayuda a entender mejor esta dinámica de revelación encarnada.

Primero, en el Nuevo Testamento la palabra de Dios es sumamente Jesucristo mismo. Vemos esto especialmente en el primer capítulo del evangelio de Juan, donde dice:

“En el principio ya existía el Verbo,
y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba con Dios en el principio.
Por medio de él todas las cosas fueron creadas;
sin él, nada de lo creado llegó a existir” (Juan 1:1-3).

La palabra griega detrás de “Verbo” es logos, una palabra rica y sutil usada en el contexto de la filosofía griega. Quiere decir el principio primordial, lo que conecta o explica todo, pero también se usaba para describir una revelación divina. En el contexto de habla común, quería decir simplemente “palabra”.3 Aunque seguramente usa logos para atraer la atención de los eruditos del día, creo que el sentido primordial de logos para Juan en este pasaje es el uso simple. Palabra como externalización del pensamiento del individuo. Entonces de acuerdo a Juan la palabra de Dios existía en el principio, antes de la creación. Y esa palabra estaba con Dios y a la misma vez era Dios. Es de interés que Juan está imitando las primeras frases del libro de Génesis donde dice:

“Dios, en el principio,
creó los cielos y la tierra.
La tierra era un caos total,
las tinieblas cubrían el abismo,
y el Espíritu de Dios iba y venía
sobre la superficie de las aguas.
3Y dijo Dios: ‘¡Que exista la luz!’
Y la luz llegó a existir” (Gen. 1:1-2).

Juan nos está contando la historia detrás del Antiguo Testamento basado en lo que él sabe después de haber conocido a Jesús. Aunque no se dice en Génesis, afirma Juan, este verbo, este principio explicativo, existía ya antes de la creación. Además, el logos fue también el instrumento incógnito de creación, pues en el recuento de Génesis Dios crea todo por medio de la pronunciación de su palabra. Con su enseñanza acerca del logos Juan ha convertido a los primeros tres versículos de la Biblia en un pasaje trinitario. Dios crea, el Espíritu se mueve sobre la creación, y el logos la actualiza.

Pero aunque logos tiene ese significado de revelación divina en los primeros versículos de Juan, no nos dice mucho acerca de la revelación aquí. Tenemos un principio, una palabra que explica, que existe, que obra incógnita en la creación del universo. Pero no es todavía una palabra hablada ni oída. No es todavía pensamiento externalizado. Esto viene más adelante en frases que resumen la esencia del cristianismo, frases sin las cuales la vida, muerte y resurrección de Jesús no tendría sentido. Dice Juan, más adelante en este primer capítulo de su evangelio que “el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre”(Juan 1:14). Vemos, entonces, que la palabra de Dios fue dicha en Jesús. En la encarnación la palabra de Dios viene a nosotros. En la encarnación lo que no sabíamos antes es revelado. Pero nosotros muchas veces tenemos la idea de que “la palabra de Dios” (la Biblia) es algo que simplemente existe en las regiones celestiales del intelecto, igual que dos más dos son cuatro, como si la Biblia fuera el portador de principios eternos. Mientras afirmo que la verdad acerca de Dios sí es eterna, inalterable y consistente debo también afirmar que, estrictamente, esta verdad estática y descontextualizada no es la palabra de Dios que nosotros conocemos. Nosotros conocemos y solo podemos conocer la palabra de Dios dicha, la palabra de Dios hablada, encarnada, revelada; el logos como externalización de la mente de Dios. Solo tenemos acceso al verbo de Dios que viene en trayectoria divina-humana en la persona de Jesucristo y también en los actos que demuestran el poder de Dios en el Antiguo Testamento. Este es el modelo básico de revelación bíblica. Conocemos a Dios porque lo que Él ha dicho, y lo que Él nos ha dicho lo ha dicho en el ambiente de la historia humana. Por favor, resáltese bien este principio, porque será la base sobre la cual construiremos nuestra hermenéutica.

La Biblia solo es la palabra de Dios porque está basada en la palabra de Dios en la historia. La Biblia es un testimonio fiel e inspirado en la palabra de Dios. Por cierto, es apropiado usar la frase “la palabra de Dios” para describirla porque al fin y al cabo no hay diferencia de contenido entre el logos de Dios Jesucristo y el testimonio acerca del logos. Es una diferencia de formato, digamos, no de contenido. Pero es importantísimo entender la trayectoria de revelación para poder comprender el porqué de la autoridad bíblica. Esta autoridad no yace en la mera afirmación de ser “la verdad de Dios”, no surge del dictado de verdades a diferentes seres humanos por Dios. No es tampoco una colección de verdades espirituales que cualquier persona podría descubrir con un buen esfuerzo. La Biblia surge del proceso de la revelación de Dios en la historia humana, y sobre todo de la revelación de Dios en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Esto no nos debería sorprender. Somos cristianos. Esto quiere decir que hemos puesto nuestra fe por completo en la persona de Jesucristo y en el hecho de que Dios se ha revelado en Él.

Otro uso de “la palabra de Dios” en la Biblia, es para referirse al evangelio. O sea, la palabra acerca de la palabra (Jesús). Por ejemplo, Pedro dice en su primera epístola:

“Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente
perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la
palabra de Dios que vive y permanece. Porque
‘todo mortal es como la hierba,
y toda su gloria como la flor del campo;
la hierba se seca y la flor se cae,
pero la palabra del Señor permanece para siempre’.
Y esta es la palabra del evangelio que se les ha
anunciado a ustedes” (1ra Pedro 1:23-25).

Otra vez vemos esta trayectoria de la palabra. La palabra de Dios, dice Pedro citando Isaías 40:6-8, permanece para siempre. Pero esa palabra no se queda en la eternidad, fuera del alcance del ser humano. Viene a nosotros en el mensaje del evangelio —las buenas noticias acerca de Jesús. También podríamos ir al libro de Hechos y notar que “la palabra de Dios” en ese libro es siempre el mensaje acerca de Jesucristo, no una referencia a la escrituras.4

Claro, en aquel entonces las escrituras eran solo el Antiguo Testamento y la palabra acerca de Jesús no había sido codificada en los libros del Nuevo Testamento. Entonces, la palabra acerca de Jesús tenía que ser por definición la palabra anunciada y predicada. Luego, al pasar el tiempo, los evangelios y las epístolas sí fueron escritos y esas escrituras se convirtieron, en la ausencia de Jesús y sus discípulos, en la fuente autoritativa de la fe. Pero la Biblia y la proclamación del evangelio siempre van juntas y lo importante es que la palabra de Dios es ambos. O, mejor dicho, ambos testimonios son testimonios a Jesucristo, quien es la revelación y palabra suma de Dios.

Finalmente, quiero mencionar un tercer sentido de la palabra de Dios en el Nuevo Testamento. Lo vemos en Hebreos 4:12:

“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón”.

Este es un pasaje que se memoriza mucho como algo que la Biblia dice acerca de sí misma. Pero el enfoque específico en este contexto no son las escrituras sino la necesidad de responder a la palabra de Dios que viene a nosotros hoy, ahora, en nuestro contexto. Aquí el autor de Hebreos advierte a sus lectores del peligro de ignorar el mensaje de Dios. Resaltando la historia de Israel les recuerda que aunque muchos oyeron las buenas noticias en el Antiguo Testamento, no todos respondieron con fe (4:1-3). Luego les avisa, citando Salmo 95:7-8 que si oyen hoy la voz de Dios no endurezcan sus corazones (4:7). Hay un día especial para oír la palabra de Dios, y ese día es hoy. Esa palabra a la que se refiere el autor de Hebreos es dicha a lo profundo de nuestro ser.

No podemos separar, entonces, el concepto de la palabra de Dios como verdad que existe en el mundo inmaterial —eterna, inmutable— del impacto que esa palabra tiene sobre nosotros en el momento. Otra vez vemos que la palabra de Dios es algo que viene a nosotros y nos toca en el lugar más profundo del ser. Jesús, el mensaje acerca de Jesús (el evangelio), y la palabra escrita (la Biblia) —todo esto es algo con filo. Es algo que nos enfrenta y nos transforma, o nos endurece y nos condena.

Creo que a veces cometemos el error de pensar en “la palabra de Dios” como algo contenido en un libro, algo que podemos manejar, llevar con nosotros, abrir y cerrar cuando nos convenga, interpretar como nos resulte más cómodo. Pero cuidado: la palabra de Dios es más que palabras de tinta. La palabra de Dios no se queda dentro de las tapas de ese libro sagrado. No podemos encerrarla allí porque la palabra de Dios es también la voz de Dios para nosotros. Es la voz de Dios en este momento y en esta situación. A veces hablamos de la palabra de Dios como espada, como si fuera un arma ofensiva; algo que usamos en la batalla contra el diablo (esto viene, quizás, de Efesios 5:17). Pero en este pasaje en Hebreos la idea es que la palabra de Dios es una espada afilada en las manos de Dios. Es su herramienta preferida para discernir los compromisos de nuestros corazones, para traer a la luz de día nuestros deseos más profundos. Es un escalpelo muy filoso especialmente diseñado para cirugía cardíaca.

Entonces, ¿qué respuesta tenemos para los que preguntan acerca de la Biblia? ¿Por qué la creemos y veneramos? Es porque nos cuenta la historia de la revelación de Dios en Jesucristo, dentro del ámbito de la historia humana. Creemos que en ese momento y en esa persona Dios se reveló al mundo, y esa revelación fue tan poderosa que su mensaje ha reverberado a través de la historia. Como dijo el famoso teólogo alemán Karl Barth, es evidente por las ondas en el agua de la historia, que alguien ha tirado una piedra muy pesada en la parte más profunda.5 O, para usar otra imagen, ese terremoto todavía nos sacude. Y nos sacude porque la Biblia, testimonio inspirado a la revelación de Jesucristo, todavía da testimonio a esa revelación; todavía es esa revelación. La proclamación de esas buenas noticias también ha creado la comunidad histórica de la Iglesia, en la cual se continúa la predicación de la palabra acerca de Jesús, el evangelio. Y así surgió también la Biblia como un récord, un testimonio y una interpretación de esa revelación. Jesucristo es la revelación de Dios en la historia humana. La Biblia es el récord inspirado de esa revelación. Otra manera de decirlo es que la Biblia es el testimonio fiel e inspirado de la revelación de Dios en la historia humana. Esta respuesta tiene un sentido más profundo que si solo decimos que “la Biblia es verdad porque así lo dice” y nos dirige a las fuentes de autoridad de nuestra fe: Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado.

¿Hay revelación divina hoy?

Si bien espero que hayamos podido esclarecer un poco la primera pregunta acerca de la autoridad de la Biblia, la respuesta se nos presenta con una nueva inquietud. Si afirmamos que la palabra de Dios está basada en la revelación de Dios en la historia humana, surge la pregunta: ¿es posible que Dios con una nueva irrupción en la historia humana nos diga algo hoy que no se ha dicho en la Biblia? ¿Es posible que haya otras revelaciones de Dios? Esta es una pregunta importante que surge de la trayectoria de revelación y no podemos proceder sin resolverla.

Canon abierto o cerrado

En primer lugar nos preguntamos si está cerrado el canon de las escrituras. El “canon” es el término que se usa para designar la lista de libros que se consideran inspirados, los libros que se incluyen en la Biblia. ¿Está completa esta lista o podemos esperar otra revelación divina, inspirada y atestiguada por Dios que nos dé nueva información acerca de su plan de salvación y su voluntad? Aunque hay algunos grupos religiosos que hoy día proclaman tener nuevas revelaciones que quieren añadir a la Biblia, esto no es en realidad tan controversial entre cristianos. La mayoría de líderes y eruditos de la Iglesia, siglo tras siglo y hoy día también, en muchos y diferentes contextos han afirmado que el canon de las escrituras está cerrado. La colección de libros está completa.

Primero, el canon está cerrado porque ya tenemos en las escrituras una revelación completa de Dios en la persona de Jesucristo. Él es, como ya hemos visto, el verbo de Dios, Dios con nosotros en forma humana. En Juan 14, Jesús discute con sus discípulos el hecho de que pronto volverá a su Padre y no estará con ellos en forma humana. Surge un intercambio importante porque Felipe, pensando quizás que está diciendo algo muy espiritual, responde a Jesús con: “Muéstranos el Padre y con eso nos basta” (14:8). Pero la respuesta de Jesús no es la que Felipe esperaba. Jesús se muestra un poco frustrado con él y le dice: “¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: ‘Muéstranos al Padre’?” (Juan 14:9).

Felipe no había prestado atención. Se había dormido durante la lección más importante: Jesús es la suma revelación del Padre. Después de haber visto y oído, después de haber caminado y comido con este hombre ahora sentado entre ellos, los discípulos podían afirmar que habían visto a Dios y no había necesidad de salir con algo como lo que dijo Felipe. La respuesta de Jesús a Felipe es, básicamente: “¿Quieres ver al Padre? Aquí estoy, Felipe”. Para poner esto en contexto, no olvidemos que en el Antiguo Testamento no se podía ver a Dios. Este era el anhelo de Moisés —poder ver la cara de Dios. Pero, ¿cuál fue la respuesta divina a Moisés? “Debo aclararte”, le dice Jehová, “que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida” (Éxodo 33:20). Entonces Dios protege a Moisés en un hueco en las rocas y pasa cerca del lugar permitiendo que Moisés sólo vea su espalda. En el Antiguo Testamento no se podía ver la cara de Dios. Pero en el Nuevo Testamento Dios habita entre nosotros, come con nosotros, conversa con nosotros, es conocido por nosotros. Jesús es, entonces, la suma revelación de Dios:

“Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de Él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la Gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas” (Heb. 1:1-3).

Este pasaje contesta la pregunta del judío, para quien Jesús es algo nuevo, algo diferente. Esta persona quiere saber: ¿cuál es la relación entre los profetas y personajes del Antiguo Testamento y la nueva revelación en Jesús? Esta pregunta es importantísima para el judío porque él no está interesado en abandonar la fe de sus antepasados. Por otro lado, si esta es una nueva manifestación de Dios, entonces es de suma importancia aceptarla. La respuesta que presenta el autor de Hebreos es que Jesucristo es el cumplimiento de lo que vieron y proclamaron los personajes de la historia judía. En el Antiguo Testamento Dios usó diferentes estrategias de comunicación, pero ahora se ha comunicado de una manera completa, una manera única y final. La frase “resplandor de su gloria” comunica una conexión íntima entre el Padre y el Hijo. Es como decir “el brillo de la luz”. No se puede separar el brillo de la luz. Sin brillo no hay luz y viceversa. De la misma manera Jesús es la revelación de Dios. Él es la parte de la gloria de Dios que es visible a nosotros. De igual manera, el pasaje también afirma que Jesús es la imagen fiel de lo que es Dios.Entonces esta revelación supera, es cumbre, está íntimamente conectada con Dios, y por eso implica que es la final. ¿Habrá una revelación más grande, habrá una obra más completa, habrá un cumplimiento más lleno? Es difícil imaginarlo. Judas en su pequeña carta describe esta realidad con la frase “la fe encomendada una vez por todas a los santos” (Judas 3).

Pero por otro lado —y aquí casi me contradigo—, la Biblia misma nos enseña a esperar una manifestación más completa de esta obra de Dios en Jesucristo. Jesús, como el segundo Adán, es en su resurrección el primer hombre de la nueva humanidad, es “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). La resurrección de Jesús es el fundamento de su obra futura. Jesús regresará y el mundo será renovado (ver Apocalipsis 20-22). Ya esperamos su segunda venida. Ya vivimos en medio de dos revelaciones. La primera, ya cumplida, es en un sentido insuperable, porque Dios mismo se manifestó entre nosotros. La segunda revelación surge de la primera, es su clímax lógico y es predicha en las escrituras de muchas y diferentes maneras: un día la manifestación de Dios estará completa para nosotros.

En este contexto, viviendo así entre las dos revelaciones de Jesucristo, no hay lugar para una nueva revelación. Estamos todavía esperando el cumplimiento de lo que ya hemos conocido. No tiene sentido proclamar una nueva revelación cuando la revelación actual todavía está desarrollándose hacia su escena final. Por esto, proclamar haber recibido una nueva revelación acerca del plan de Dios para el mundo, o proclamar que algo debe ser agregado al canon de la Biblia es ilógico, y demuestra falta de entendimiento de nuestro momento actual en la historia de la salvación. No estamos esperando nueva información, sino nueva acción de parte de Dios, y ya sabemos lo que será esa acción. Entonces, el canon está cerrado. No estamos buscando nuevos libros bíblicos. En realidad no los necesitamos.

Revelación práctica

La segunda parte de este tema de la revelación actual es la cuestión de si hay revelación práctica hoy en día. La cuestión aquí es si Dios se comunica con nosotros mediante algún tipo de conocimiento especial en nuestras vidas o en nuestras iglesias —si nos habla, si nos guía, si nos da a conocer cosas. Casi todos los cristianos reconocen que hay algún tipo de comunicación entre Dios y el individuo hoy. Dios contesta nuestras oraciones, nos guía en la vida personal y nos muestra cosas acerca de su carácter. Estar en relación con Dios implica que habrá comunicación mutua, como en cualquier relación personal.

Más controversial es la cuestión de profecía. Algunos mantienen que los dones milagrosos ya no rigen en esta era de salvación, e incluidos en esos dones está el de profecía, o sea, la habilidad de hablar de parte de Dios mediante de la inspiración del Espíritu Santo (ver discusión en capítulo 11). No intentaré resolver esa cuestión aquí porque en realidad no es esencial para contestar nuestra pregunta. Aunque estemos en desacuerdo acerca de la manera exacta en que Dios habla hoy (sea por intimaciones, situaciones o en voz profética), estamos todos de acuerdo en que Dios sí se comunica con nosotros. Esta comunicación es práctica, relacionada con la vida del individuo o con la Iglesia, pero no es comunicación doctrinal; no es nueva revelación acerca de los propósitos de Dios para el mundo, su plan de salvación o su carácter. Entonces podemos decir que sí hay revelación personal hoy día sin decir que hay revelaciones de nuevas verdades divinas o que puede haber nuevos libros de la Biblia.

Pero la relación entre estas revelaciones o comunicaciones de Dios con nosotros y la revelación bíblica es muy importante. El principio básico que debemos usar para evaluar revelación práctica es el siguiente: aunque Dios sí se comunica con nosotros individualmente en diversas maneras, nunca dice algo que está en desacuerdo con lo que ya ha sido revelado en las escrituras. Esto tiene dos bases. Primero, es lógico: si Dios es perfecto y no cambia, entonces lo que ya ha dicho en el pasado no será diferente a lo que dice hoy. La Biblia es nuestra guía de lo que Dios ya ha hecho y dicho, entonces siempre podemos comprobar lo que nos parece que Dios está diciendo hoy con lo que ya sabemos que ha dicho.

La segunda base para afirmar esta congruencia entre la voz pasada y la voz presente de Dios es que este es el modelo bíblico. Este es el principio que Pablo usó en Gálatas cuando algunos estaban cambiando el mensaje del evangelio:

“Pero aun si alguno de nosotros o un ángel del cielo les predicara un evangelio distinto del que les hemos predicado, ¡que caiga bajo maldición! Como ya lo hemos dicho, ahora lo repito: si alguien les anda predicando un evangelio distinto del que recibieron, ¡que caiga bajo maldición!” (Gál. 1:8-9).

¿Por qué este principio? Porque ya sabemos el mensaje por el cual hemos sido salvos. Otro mensaje que no esté de acuerdo con ese primer mensaje no puede ser correcto. Este mismo modelo se ve en el Antiguo Testamento en Deuteronomio 13. Aquí Moisés les avisa a los israelitas de este mismo peligro de nuevas revelaciones o “nuevas verdades” y dice de tres diferentes maneras que si alguien trata de convencer a un israelita de que adore a otros dioses, deben resistirse, hasta con violencia. Me interesa el primer ejemplo, porque se dice que aunque un profeta haga una señal o un prodigio, o una profecía que se cumpla, si ese profeta les está llamando a que sigan a otros dioses, se deben ignorar tales señales y condenar a muerte a ese profeta (Deut. 13:1-5). El principio es que Dios se ha revelado de una manera clara y poderosa en la historia (en el caso de Deuteronomio fue en los eventos milagrosos del Éxodo), y que esa revelación es normativa. No se contradirá. Si hay preguntas o confusión acerca de la voz de Dios en nuestra vida personal, nuestro punto de referencia no es poder espiritual, señales prodigiosas o profecías cumplidas, sino el hecho de si una proclamación o un movimiento existe en continuidad con el testimonio de la Biblia. Hay otras consideraciones también (sabiduría, consejo de líderes y amigos, etc.), pero ese es ya otro tema para otro libro. Para lo nuestro baste decir que la comunicación o la revelación personal de Dios a nosotros nunca, pero nunca, contradirá palabra de Dios ya revelada y atestada en la Biblia.

Nuevas y “maravillosas” revelaciones

Entonces, cuando alguien viene buscando por ejemplo consejo matrimonial, y afirma que va a dejar a su esposo o esposa porque ama a otra persona y que Dios le ha dicho que está bien porque se aman mucho, no es difícil discernir lo que transcurre. Ya sabemos que Dios odia el divorcio y el adulterio. Ya sabemos que el testimonio bíblico es claro en cuanto al valor del compromiso matrimonial. Dios ya ha revelado su voluntad acerca de esto. Sea lo que sea que esta persona piense que está ocurriendo, nosotros sabemos que Dios no les ha dicho que “está bien porque se aman mucho”. El diablo lo puede haber dicho, o la persona puede haberse convencido a sí misma. Pero una cosa es segura: Dios no lo dijo, porque Dios no se contradice.

Recientemente circuló por internet una visión del infierno que supuestamente experimentaron siete jóvenes colombianos. En estas visiones se abre un pozo en la tierra y los jóvenes caen adentro. Luego cada uno es guiado por diferentes partes del infierno donde ven toda especie de horror, lo cual se supone será una advertencia efectiva contra ignorar el evangelio. ¿Hay un problema con esto? Por un lado debemos estar abiertos a la posibilidad de que Dios se comunique por medio de visiones. Pero por otro lado no debemos ser demasiado crédulos tampoco. Es fácil inventar historias sangrientas y deshumanizadoras como estas que por el mero miedo que causan serán leídas por gente fascinada con tales cosas. Además, como se trata de algo tan extremo casi da miedo desacordar porque “quien sabe… quizás sea verdad”.

A veces no podemos comparar lo que la gente proclama haber visto o experimentado con lo que dice la Biblia porque las afirmaciones, aunque quizás parezcan raras, no contradicen nada bíblico precisamente. ¿Qué hacemos en una situación así? Lo único que podemos hacer es usar nuestro juicio y la sabiduría que Dios nos ha dado, y lo que sabemos que Él ha revelado. Una de las características de las visiones de los siete jóvenes es, creo yo, una fascinación con grosería sangrienta cuyo propósito es resaltar de la manera más horrorosa posible la necesidad de aceptar a Jesús como salvador. Pero en la Biblia no vemos ese tipo de proclamación. Los que reciben el evangelio lo hacen por gozo y por fe, no por horror a que gusanos coman su carne eternamente o que tengan que bailar sobre clavos por toda la eternidad. Que hay advertencias, sí. Pero ese no es el enfoque. También hay un tipo de legalismo no cristiano implicado en las visiones porque nos cuenta que en el infierno hay cristianos sufriendo horribles consecuencias por no haber diezmado o por haber muerto en una discoteca. Si uno puede ir al infierno como cristiano por tales cosas, es difícil ver qué parte jugaría la gracia de Dios en la vida del cristiano, puesto que todos somos imperfectos y creciendo en santidad. Al fin y al cabo ¿de qué depende mi destino eterno? ¿de la obra de Jesucristo o del hecho de que yo muera en un momento de pecado? A mí personalmente me parece que estas visiones son un intento de resaltar la importancia de oír el evangelio hecho, quizás, con buenas intenciones, pero en un espíritu no muy bíblico y para colmo por medio de historias ingenuas.

La práctica de anunciar nuevas revelaciones y nuevas verdades es muy común en las sectas, y muchas veces estas basan su legitimidad en algún evento único que supuestamente demuestra que ellos son los nuevos poseedores del favor divino. Un buen ejemplo es la secta mexicana Luz del Mundo, fundada en Guadalajara. Se afirma en este grupo que en 1926 Jesús se apareció a Eusebio Joaquín González y lo denominó “Aarón”, el restaurador de la iglesia antigua. Su hijo Samuel Joaquín Flores se proclama apóstol y manifestación de Jesucristo. Pero esto no tiene sentido en relación a lo que ya sabemos en base de la Biblia: ¿Por qué necesitaríamos una nueva manifestación de Jesucristo? Ya estamos esperando la última revelación de Jesucristo en su segunda venida basándonos en lo que enseña la Biblia. Hasta que no suceda esto no se ha manifestado Jesucristo. La ironía es que Jesús mismo ya se dirigió a los Joaquín Flores del mundo y a cualquier otra supuesta manifestación suya antes de la segunda venida. Ya afirmó que vendrán muchos proclamando ser Él pero que:

“Entonces, si alguien les dice a ustedes: ‘¡Miren, aquí está el Cristo!’ o ‘¡Allí está!’, no lo crean. Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos. Fíjense que se lo he dicho a ustedes de antemano. “Por eso, si les dicen: ‘¡Miren que está en el desierto!’, no salgan; o: ‘¡Miren que está en la casa!’, no lo crean. Porque así como el relámpago que sale del oriente se ve hasta en el occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mateo 24:23-27).

Cuando vuelva Jesús ya lo sabremos todos. No será en una manifestación personal de la cual deberemos convencer a otros, no será algo revelado a un individuo en privado. Será algo público. Jesús ya nos lo ha dicho de antemano y lo ha resaltado. Entonces, ¿cómo vamos a aceptar el testimonio de una persona que proclama ser una manifestación de Jesús? El éxito de las sectas es un buen ejemplo del poder que le damos a grupos aberrantes cuando nos falta conocimiento bíblico, cuando los líderes no enseñan la Biblia, cuando los cristianos no la leen. La mayoría de las barbaridades que enseñan las sectas son distorsiones obvias y contradicciones muy claras del texto bíblico. Solo pueden ser aceptadas por los que no conocen el mensaje de las escrituras.

Otra supuesta nueva revelación la encontramos en el Mormonismo. Su fundador, Joseph Smith, explicó varias visiones que tuvo en los primeros años del movimiento. En una de estas visiones, en 1829, se le aparece a él y a un amigo Juan el Bautista, quien les otorga el sacerdocio de Aarón y autoridad para bautizar. En la teología mormona este evento es muy importante porque quiere decir que la autoridad perdida de la Iglesia ha sido restaurada; significa para ellos que los mormones son los únicos que hablan de parte de Dios hoy día. Ellos tienen el sello de aprobación divina.

¿Cómo evaluaríamos algo así? Lo compararíamos con lo que ya ha sido revelado en las escrituras. Encontramos, primero, que no hay una conexión en ellas entre el sacerdocio aarónico y bautismo. Cuando Jesús envía a sus discípulos a bautizar, lo hace en base a su propia autoridad sin referencia alguna a Aarón o al sacerdocio israelita: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:18-19). Entonces, ¿de dónde viene esta idea de que hemos perdido autoridad espiritual y necesitamos una nueva edición del sacerdocio aarónico? No tiene ni la más mínima base bíblica. Jesús mandó a sus discípulos a bautizar en su nombre y por su autoridad y eso es lo que hicieron, y eso es lo que la Iglesia ha hecho por 2000 años. Segundo, en el libro de Hebreos se enseña que el sacerdocio aaronita ya no rige, porque ha sido cumplido en la obra salvadora de Jesús (ver Hebreos capítulos 7-9, especialmente 7:11-16). El sacerdocio aarónico era algo incompleto, algo que señalaba hacia el ministerio sumador de Jesús. Entonces, afirmar la necesidad de una “nueva edición” del sacerdocio aaronita contradice esta enseñanza y minimiza la importancia de la obra y persona de Jesucristo. Es una invención que tiene poco que ver con el testimonio bíblico. Quizás el pasaje que mejor nos ayuda a evaluar las afirmaciones del mormonismo es aquel en que dice el apóstol Pablo:

“No dejen que les prive de esta realidad ninguno de esos que se ufanan en fingir humildad y adoración de ángeles. Los tales hacen alarde de lo que no han visto; y, envanecidos por su razonamiento humano, no se mantienen firmemente unidos a la Cabeza” (Col. 2:18-19).

Es importante acordarnos de que lo que realmente le ocurrió a Joseph Smith no es de primera importancia. Quizás inventó la visión o quizás fue algo que en realidad sucedió. No tenemos que determinar esto, y de todos modos sería imposible obtener alguna conclusión. Ya sabemos que vivimos en una realidad espiritual y que muchas cosas sobrenaturales pueden suceder. Los magos de Faraón también hacían milagros. Lo que falta aquí y en tantas otras proclamaciones de las sectas es continuidad con lo ya revelado. Están contando una historia diferente a la que ya hemos oído en Jesucristo; están proclamando un Cristo que no conocemos.

1 Todas las citas bíblicas vienen de la Nueva Versión Internacional.

2 John Bright, The Kingdom of God (El reino de Dios) (Philadelphia: Westminster, 1981), 27. Traducción mía.

3 Es de notar que aunque muchas versiones de la Biblia en español traducen a logos como “verbo”, esta no es la mejor traducción. Mejor es “palabra.” Agradezco esta explicación de la historia de la traducción de Juan Carlos Cevallos en una comunicación privada: “El problema viene del latín en donde ‘verbum’ significa palabra. Casiodoro Reina tradujo logos