Inteligencia nutricional

 

 

 

 

Dra. Magda Carlas

 

 

 

Primera edición en esta colección: marzo de 2012

© Dra. Magda Carlas, 2012
 © de la presente edición: Plataforma Editorial, 2012

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Realización de cubierta: Agnès Capella Sala

 

ISBN DIGITAL:  

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Introducción

I. Los factores cotidianos

1. La compra inteligente

2. Comer fuera de casa de forma inteligente

3. El ahorro inteligente

4. La cocina inteligente

II. Los factores invisibles

5. La publicidad

6. Las circunstancias personales

7. La familia

8. El exceso de información

III. El factor inevitable: el peso

9. Lo que hay que saber sobre el peso

10. Cómo tratar el sobrepeso con inteligencia

11. La dieta adelgazante inteligente

12. Veintiséis falsos mitos sobre el peso

IV. El factor deseable: los conocimientos

13. Saber lo imprescindible es inteligente

Epílogo

La opinión del lector

Introducción

 

A estas alturas quien más quien menos sabe que la salud pasa inevitablemente por cuidar la dieta y que comer bien no solo sirve para cubrir las necesidades básicas, sino que es una pieza clave para prevenir enfermedades y mantener la salud. Es más, comer bien es básico para tener el mejor grado de salud posible. Entre enfermedad y salud hay un intervalo de grados de salud que, sin llegar a la enfermedad, se traducen en una mejor o peor calidad de vida.

En los últimos años ha habido un auge tal de la divulgación de los temas de nutrición que cuesta creer que todavía haya personas que no son conscientes de la importancia de este aspecto de nuestra vida. Nunca como ahora se han sabido tantas cosas a este respecto y ha habido tantos conocimientos sobre la relación que hay entre la dieta y la salud. De la misma manera, nunca ha habido tantos recursos alimentarios y tantas posibilidades para comer bien como en la actualidad. Cierto que al mismo tiempo hay temas tan conflictivos como los transgénicos, la utilización adecuada de los recursos alimentarios en el planeta o el correcto uso de los aditivos, pero el caso es que vivimos muchísimo más que hace un siglo y en gran parte se debe a la alimentación. Aunque no hay que olvidar que el hambre es el problema más mortífero relacionado con la dieta, lo cierto es que en nuestro medio hace ya mucho tiempo que las enfermedades debido a la escasez han desaparecido. Por consiguiente, las premisas, al menos en nuestro entorno, no podrían ser más idóneas.

Pero curiosamente, y pesar de tanta circunstancia favorable, la dieta no es tan adecuada como debería ser. Nuestro país, a pesar de ser mediterráneo, tiene una tasa de obesidad infantil de las más altas de Europa y la enfermedad cardiovascular no cesa de aumentar. No sabemos, por ejemplo, por qué los más pequeños cada vez tienen más peso ni por qué nuestras arterias están cada vez más alteradas a pesar de que tenemos un montón de teoría al respecto y todas las buenas intenciones del mundo para cuidarnos.

Lo mismo se puede decir de la creciente incidencia de los trastornos del comportamiento alimentario. La bulimia y la anorexia comparten protagonismo con las graves carencias alimentarias de otras latitudes, no siempre lejanas.

Por otro lado, año tras año y a pesar de todos los consejos médicos, miles de personas se someten a dietas drásticas que no harán más que maltratar su organismo sin conseguir reeducar sus hábitos alimentarios y estabilizarse en un peso sano. Ni siquiera se llega a plantear muchas veces si la pérdida de peso es realmente necesaria o no.

No solo eso, sino que de esta ansia adelgazante surgirán muchas veces estadios precarios de salud pero también problemas psicológicos importantes que comprometerán de forma muy seria nuestro equilibrio y bienestar psíquico.

Y lo peor: hay tanta sobredosis informativa que estamos «intoxicados» de conocimientos sobre dietética, muchas veces contradictorios, que no hacen más que desorientar. Además, parece que todo el mundo, con formación o no, está capacitado para emitir sentencias y consejos sobre temas alimentarios cuando en realidad sus afirmaciones no se basan en ciencia alguna. La dieta ha pasado a ser un tema del que se puede opinar y sentenciar como si no tuviera fundamento científico alguno. La dietética en general ha pasado a ser un tema banal y no se tiene en cuenta que se está jugando con la salud.

Ante este panorama no hay fórmulas milagrosas, pero quizá la mejor terapia sea poner una dosis de inteligencia a todos aquellos factores que hacen que, a pesar de tener los conocimientos suficientes y la mejor de las voluntades, acabemos comiendo mal. A fin de cuentas, etimológicamente, inteligencia significa «saber elegir», y esto en temas de nutrición es imprescindible. Las personas que tienen inteligencia nutricional saben elegir entre todas las posibilidades que existen hoy para alimentarse. Por suerte, la inteligencia nutricional puede desarrollarse. Y precisamente el objetivo de este libro es aportar los conocimientos y herramientas necesarios para que todos podamos alimentarnos de manera inteligente, lo cual nos ayudará a lograr una nutrición adecuada y, en consecuencia, a mejorar nuestra salud y nuestro aspecto.

En la inteligencia nutricional intervienen varios factores, que iremos desarrollando en cada capítulo. Podríamos clasificar todos los factores en tres grupos:

 

  Cotidianos: la compra, las comidas fuera de casa y la cocina.
  Invisibles: la publicidad, las circunstancias personales, la familia, la información.
  Inevitable: el peso, que depende a su vez de una serie de factores, no solo de la alimentación.

 

Es evidente que nuestra manera de comer depende en gran medida de nuestras compras, no solo de los productos que compramos, sino también de dónde y cuándo compramos. Ante la falta de tiempo para la compra, algunos optan por hacer grandes compras y almacenar, con el objetivo de que nunca les falte «algo» para comer… Otros optan por comprar según se va necesitando… o según lo que apetezca. ¿Qué es más inteligente?

De la misma manera, las opciones que elegimos cada vez que comemos en un restaurante, o cuando preparamos el tupper para llevar al trabajo, o a la hora de cocinar…, opciones cotidianas que parecen poco importantes, pero que son clave para nuestra alimentación.

Hay otros factores menos visibles pero igualmente determinantes; por ejemplo, lo que aprendimos de pequeños, la comida de casa y los platos de mamá son muchas veces lo que favorece o impide que nos alimentemos bien. Suele creerse que lo aprendido en casa es lo normal o sano, y no siempre es así.

Finalmente, el peso es también un factor determinante de nuestra manera de comer, aunque tienda a pensarse que solo lo contrario es cierto, que nuestra manera de comer incide directamente en el peso. Es tanta la presión que hay respecto a este tema que el peso acaba determinando en muchos casos el estilo y la naturaleza de la dieta. Muchas veces sin tener en cuenta que en el peso influyen muchos otros factores además de la dieta y que una dieta desequilibrada puede, además de adelgazar, afectar seriamente la salud…

Sobre todos estos factores nos ocuparemos en las siguientes páginas, con el fin de que, al terminar de leer este libro, el lector sepa elegir mejor entre todas las posibilidades de alimentación. Lector que después de la lectura de este libro tendrá, probablemente, una visión de la alimentación notablemente distinta…

I.

Los factores cotidianos

 

La teoría es simple, y parece que comer bien es una cuestión de mera voluntad. Las normas básicas no son ningún secreto, y quien más quien menos sabe qué es comer más o menos equilibradamente. Pero a la hora de la verdad, hay toda una serie de circunstancias tangibles del día a día que influyen inevitablemente en nuestra dieta.

De entrada compramos un día a la semana con mucha suerte y no siempre de forma adecuada, con lo cual en la despensa a menudo no hay lo que debería haber. Y no solo eso, comprar en el supermercado es cada vez más complejo y hay un montón de alimentos que para saber qué son realmente hace falta un manual.

Por si fuera poco, tenemos un número considerable de comidas fuera de casa, y entonces manda el presupuesto y el menú. Grande excusa la de comer fuera para que comamos de forma poco deseable sin remordimiento alguno. La crisis y el presupuesto recortado, tristemente presentes, nos dejan todavía más tranquilos ante nuestros desequilibrios dietéticos.

Pero aquí no acaba el tema. El tiempo es escaso, y eso se convierte en otra buena excusa para comprar sin organización y cocinar poco o, mejor dicho, no cocinar y acabar picoteando cualquier cosa. Además, no siempre hay deseos de pasar un tiempo considerable en la cocina. La cocina diaria y obligatoria resulta indigesta a un montón de personas…

Y para redondear todo el panorama están las celebraciones, cenas y jolgorios improvisados e imprevistos que acaban todavía de hacer el tema más complejo. Comer acompaña todo acto social que dure más de un par de horas. En fin, que todo parece estar en contra.

Y en cierta manera, es cierto que la cotidianeidad no lo pone fácil. Además, lo sabemos perfectamente, pero cambiar de hábitos es complicado.

Pero una dosis de inteligencia puede ser muy efectiva.