PARTICIPANTES

JEFE MÁXIMO DE LA OPERACIÓN: Faustino Pérez Hernández, quien fue la persona que más conversó con Fangio.


JEFE DEL GRUPO DE LA CAPTURA: Oscar Lucero Moya. INTEGRANTES: Manuel Uziel, Primitivo Aguilera, Reynaldo Rodríguez, Manuel Núñez, Ángel Payá, Carlos García, Ángel Luis Güiu y Blanca Niubó, esposa de Oscar que tenía tres meses de embarazo.


JEFE DEL GRUPO DE LA DEVOLUCIÓN: Arnol Rodríguez Camps, quien también dialogó con Fangio en determinadas ocasiones. INTEGRANTES: Emma Montenegro, Berta Cuervo y Rafael Piniella.


RESIDENTES DEL HOGAR DONDE SE MANTUVO RETENIDO A FANGIO Y QUIENES MÁS LO ATENDIERON PERSONALMENTE: Silvina Morán y sus hijas Agnes y Aymeé Afón.


RESPONSABLE DE LA PROTECCIÓN DE LA CASA: Marcelo Salado, quien tuvo oportunidad de conversar varias veces con Fangio.


GRUPO QUE TRASLADÓ A FANGIO DE LA SEGUNDA A LA TERCERA CASA: Ángel Fernández Vila (chofer), acompañado por Oscar Lucero, Manuel Uziel y Arnol Rodríguez.


IMPORTANTES COLABORADORES DE LA OPERACIÓN: Lisandro Otero, periodista de Bohemia; Elio Constantín, cronista deportivo de la revista Carteles y el periódico Diario Nacional; Carlos Lechuga, periodista del periódico El Mundo y el canal 2 de Televisión y la doctora Ada Kourí, especialista en Cardiología.


COMBATIENTE GRAVEMENTE HERIDO QUE INTERCAMBIÓ PALABRAS CON FANGIO: Ingeniero Juan R. García, Ramonin.

LA RAZÓN DE ESTA HISTORIA

En una ocasión, hace ya varios años, fui hasta el hotel Riviera a conocer personalmente a Gabriel García Márquez y traté de aprovechar al máximo esa oportunidad, y en determinado momento que se hablaba de sus años anteriores al triunfo de la Revolución cubana, le pregunté dónde se encontraba en el año 1958.

Me respondió que en Caracas, Venezuela, donde trabajaba como periodista.

—¿Recuerda cómo se enteró y qué pensó cuando supo la noticia del secuestro de Fangio?

—Si tú supieras —me dijo—, cuando mis amigos y yo vimos los cables con esa información, nos pareció una locura y coincidimos en que era una “metedura de pata” pues tal acción le haría daño a la Revolución, que no debía haberse realizado una cosa como esa, cuando todo parecía que la lucha les estaba yendo bien a los revolucionarios cubanos; cuando la opinión pública estaba de su lado. Y luego, a medida que seguían llegando los cables, comenzamos a darnos cuenta de los reales efectos propagandísticos del hecho, sobre todo después que se difundió por las agencias noticiosas las declaraciones de Fangio una vez liberado.

Por lo que él y sus amigos comentaron satisfechos que esos muchachos del 26 sabían lo que se traían entre manos.

El secuestro de Juan Manuel Fangio, tema de este libro, es una expresión del principio ético y del anhelo de justicia social que impulsó a los jóvenes revolucionarios cubanos contra la tiranía de Batista.

La decisión de retener a Fangio para penetrar en la opinión pública y ganar un espacio más en la comprensión nacional e internacional de nuestra patriótica lucha por derrocar la dictadura batistiana, fue algo que nos hizo meditar bastante antes de decidirnos a emprenderla.

Sabíamos que la sola mención de un secuestro afectaría la sensibilidad de muchos. Siempre estuvimos convencidos de la importancia propagandística de la acción,en caso de que no fallara ninguno de los aspectos operativos que pudieran originar algo gravoso que se volviera contra nosotros. Ni pensar lo que hubiera sucedido de encontrarnos con un final contraproducente. Pero la firmeza y decisión de Faustino Pérez, su cautela y audacia sabiamente combinadas, rápidamente disiparon esa duda con la certidumbre de su dirección.

Pronto un solo pensamiento nos guió decididamente a todos: ¿cómo hacer las cosas y lograr el objetivo? Y ese objetivo de ganar la atención de los medios informativos se logró por encima de los cálculos iniciales. Además, algo no menos importante: como resultado precisamente de esa difusión, se afianzó la fortaleza del pueblo en la Revolución y creció la fe en la victoria popular.

Me he animado a esta publicación, por la insistente demanda hecha por Faustino en sus últimos años de vida, petición que he sentido con más fuerza después de su muerte.

Diríamos que como un compromiso contraído con él y conmigo mismo, no obstante haberle expresado más de una vez que esa tarea debía hacerla alguien con el oficio de escritor, posibilidad que no descartaba, a la vez de insistir apacible y persistentemente en que debería hacerlo uno de los participantes y para él debía ser yo.

Para dar una idea aunque somera de la situación que vivió La Habana, desde la carrera automovilística internacional denominada Primer Gran Premio de Cuba, en febrero de 1957, hasta la celebración del Segundo Gran Premio de Cuba, en febrero de 1958, se presentan de manera sucinta y en forma de flechazos, muchos de los hechos acaecidos en ese lapso, evidenciándose la dinámica y el alcance con que se fue desarrollando la insurrección en la capital cubana.

Me he valido de la prensa nacional e internacional para llevar al lector el conocimiento de la amplia repercusión que el hecho del secuestro despertó en el mundo en 1958, y que sigue teniendo presencia por momentos en la prensa actual. Muchos de los reportajes de esas publicaciones se repiten en lo fundamental, por lo que en aras de limitar el espacio y estimular el interés del lector, solo se presenta una pequeña muestra del material que se conserva en nuestro poder y que, en realidad, es mucho menos del total publicado, particularmente en las revistas.

Espero que de todas maneras lo expuesto ofrezca una impresión del alcance, connotación y magnitud de lo que se logró en Cuba y en la opinión pública internacional con la repercusión del secuestro de Fangio.

En la práctica cada uno de los capítulos tiene sentido por sí mismo, por lo que pueden leerse unos con independencia de otros.

No obstante el tiempo de que dispuse para realizar este trabajo desde sus inicios hasta ahora y de las variadas y valiosas colaboraciones que recibí, debo decir que lo he conformado finalmente por el estímulo que ha significado el filme de ficción que se inspira en el secuestro y que también aparece con el título de Operación Fangio.

Son diversos los aspectos de ficción que presenta la película: los tiroteos y el herido en la ejecución de la captura; la incertidumbre de no tener una casa prevista para el alojamiento durante la retención; el entorno de amor y romance; la aparente superficialidad e improvisación por momentos de los secuestradores, en contraste con la seguridad y acentuada ecuanimidad de Fangio; el ingrediente del desertor y la utilización de la embajada argentina para la devolución, lo que era prácticamente imposible ya que estaba rigurosamente custodiada. Todo esto son hechos que se alejan de la realidad.

A su vez, la proyección cinematográfica trasmite cuestiones básicas de la Operación: la permanente preocupación y cuidados por proteger la vida del campeón por encima de cualquier circunstancia; el ambiente represivo que vivía La Habana en aquellos días; el interés por proporcionarle a Fangio una estancia entre nosotros que resultara lo más llevadera posible; el esfuerzo por hacerle comprender nuestros propósitos, lo cual se evidenció desde la primera entrevista de prensa luego de su liberación; el ridículo en que se puso a la dictadura y la propaganda ganada para la Revolución.

Confío en que los elementos y la manera en que se presenta nuestro testimonio en este libro, permitan al lector apreciar los resultados logrados con la acción del secuestro, y las características que conformaron lo que hemos llamado Retención Patriótica, y, además, como esa arriesgada operación propició una singular amistad entre Fangio y sus secuestradores.

A. R. C.

 

I. CÓMO Y POR QUÉ SECUESTRAMOS A FANGIO

Le dije a los rebeldes que si lo que habían hecho era por una buena causa, entonces, yo estaba de acuerdo.

Juan Manuel Fangio

Daily Worker, Londres, 26, 2,1958

—Si hay que tomar el hotel lo tomamos, pero no podemos demorarnos más, hay que secuestrarlo ya. Hoy tenemos que hacerlo, apenas queda tiempo. ¿Lo haces tú o lo hago yo?

Así apremiaba Faustino Pérez (Ariel), jefe del Movimiento 26 de Julio en La Habana, a su compañero, el bravo y experimentado capitán de milicias Oscar Lucero Moya (Héctor), para la ejecución de la captura del campeón de automovilismo Juan Manuel Fangio.

Esto sucedía al finalizar la tarde del domingo 23 de febrero de 1958. Al otro día sería la carrera de automovilismo de Fórmula I, el Segundo Gran Premio de Cuba, en la que el famoso corredor argentino constituía la principal atracción y había que evitar por todos los medios su participación y, además, no le podía pasar nada a su persona.

El objetivo de apoderarnos de Fangio y sustraerlo de la competencia había surgido desde el año anterior cuando se celebró el Primer Gran Premio de Cuba, ganado precisamente por el bólido suramericano, quien conquistó las mayores simpatías populares.

Ya desde entonces conocimos de comentarios favorables a esta audaz acción de más de un militante revolucionario, e incluso de simples colaboradores en el seno del pueblo. Independientemente de estos comentarios, o tal vez como consecuencia de los mismos, el destacado revolucionario Marcelo Salado, quien poco tiempo después integrara la lista de nuestros héroes convertidos en mártires, planteó con sólidos argumentos la importancia de este objetivo.

Enrique Hart Dávalos, revolucionario de avanzada y uno de los mártires relevantes de nuestra Revolución, fue otro de los entusiastas promotores de la acción. Aunque lo cierto es que ese año la idea surgió tarde y probablemente en esos momentos no estábamos suficientemente preparados para un intento de esas características.

Por aquella fecha, febrero 24 de 1957, cuando se efectuó el evento automovilístico, no habían pasado tres meses de la llegada a tierras orientales del yate Granma y sus 82 expedicionarios con Fidel Castro Ruz al frente, el 2 de diciembre de 1956, y menos de dos meses de la presencia en La Habana de Faustino Pérez, miembro del Estado Mayor del contingente expedicionario, quien había arribado a nuestra ciudad el 28 de diciembre de aquel año acompañado por Frank País, jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), con la misión de Fidel, entre otras, de confirmar su existencia y la del naciente Ejército Rebelde y reorganizar el Movimiento particularmente en la provincia habanera, tarea a la que se dedicó con febril empeño.

En esas circunstancias tuvo lugar el Primer Gran Premio de Cuba, que resultó todo un éxito para el gobierno de la dictadura. Aquel acto comprendía corredores del automovilismo mundial y acaparó la atención del pueblo capitalino y de buena parte del país, e incluso tuvo alcance internacional. Vinieron periodistas y turistas de varias naciones. El nombre de Fangio fue centro de las noticias deportivas de los principales medios informativos y la propaganda gubernamental supo aprovechar aquel espectáculo.

Mientras la tiranía disfrutaba su triunfo, los revolucionarios ganábamos más conciencia de los medios que debíamos desarrollar para combatirla.

Aquella victoria propagandística de Batista y sus secuaces y la popularidad alcanzada por el volante argentino entre los cubanos, al conquistar el primer lugar en las carreras de 1957, fueron un acicate para que la dirección del Movimiento en La Habana se planteara resueltamente su secuestro para el próximo año, 1958.

Lo sucedido en La Habana en el año transcurrido desde la primera carrera a la segunda, fue una etapa sobresaliente de la lucha revolucionaria cubana. Al poco tiempo de asumir Faustino la jefatura del Movimiento en La Habana —en esa etapa una sola provincia correspondía a las tres actuales— se vieron los resultados.

Las acciones y el sabotaje se hacen sentir, los obreros se alistan para la lucha, la propaganda se abre paso, las finanzas se incrementaron, la resistencia cívica se puso a la orden del día y se fortaleció el movimiento estudiantil de la segunda enseñanza.

En febrero de 1957 se cumple otra de las misiones encomendadas al entonces jefe del Movimiento 26 de Julio en La Habana, la celebración de la primera entrevista periodística que brindó en plena campaña guerrillera el Comandante Fidel Castro, la cual fue realizada por Hebert Matthews, editorialista y reportero norteamericano del The New York Times, al que trasladó personalmente Faustino desde La Habana hasta la ciudad de Manzanillo, en las inmediaciones de la Sierra Maestra. El tiempo dedicado por este a tan delicado objetivo y el hecho de tener que permanecer en la Comandancia General del Ejército Rebelde, para participar en la Primera Reunión de la Dirección Nacional del 26 de Julio después del desembarco, constituyeron factores que no favorecían la posibilidad del secuestro. Como resultado de esta reunión, Fidel lanzó su primer Manifiesto a la Nación desde la Sierra Maestra.

La publicación de la entrevista de Matthews en tres números de The New York Times causó un gran revuelo, debido a que el gobierno aseguraba que Fidel Castro había muerto a los pocos días del desembarco y el ministro de Defensa, Santiago Verdeja, al hacerse pública la primera parte de la entrevista, dijo que se trataba de algo apócrifo, ya que de ser cierto lo lógico es que hubiera aparecido alguna foto del periodista con el entrevistado.

La respuesta no se hizo esperar, The New York Times publicó la fotografía de Matthews y Fidel Castro en la manigua serrana. El ridículo gubernamental se hizo mayúsculo y contribuyó a elevar el espíritu combativo del pueblo.

La dureza de la batalla desigual de la lucha clandestina en las ciudades, especialmente difícil en la capital, se hizo presente con la caída, el 22 de febrero de 1957, del apartamento de Quinta y A en la céntrica barriada del Vedado, donde el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), sorprendió a un destacado grupo de combatientes de acción y sabotaje y captura un importante número de armas y explosivos. Este hecho fue como el tiro de gracia que definitivamente canceló la idea del secuestro ese año.

Con antelación a ese momento, Marcelo Salado, uno de los jefes de acción en La Habana, se había ofrecido para realizar un chequeo de los movimientos de Fangio. Ese seguimiento lo hizo Marcelo acompañado de la combatiente Ramona Balber Gutiérrez, durante la media noche del día 21, en el malecón habanero, ya que tenía la información de que Fangio haría un recorrido para analizar las condiciones y características de lo que sería la pista de la competencia.

Esa noche Fangio no apareció debido, probablemente, a la inclemencia del tiempo, ya que había llegado un frente frío convoyado por una fina llovizna.

Al día siguiente, en la mañana, ambos jóvenes se dirigían al hotel Lincoln, donde estaba hospedado Fangio, pero antes pasaron por el Ten Cents de 23 y 10, en El Vedado, donde compraron un pequeño libro de autógrafos, que Ramona pensaba utilizar como pretexto para aproximarse a Fangio, en el momento que se decidiera proceder al secuestro.

Cuando llegaron al hotel, solamente Ramona salió del automóvil, entró al vestíbulo y pudo observar a Fangio rodeado de varias personas con las que conversaba animadamente. Después de un breve tiempo se retiraron ambos compañeros, con la idea de preparar las condiciones junto con otros combatientes y proceder a la ejecución de la captura en el malecón en horas de la noche.

Cuando Ramona fue nuevamente a recoger a Marcelo para comenzar la operación, este le había dejado el recado de que la acción se había suspendido, por haber caído en manos de la policía los compañeros y las armas que se tenían dispuestas para ese objetivo. Ese era el apartamento de Quinta y A.

La propaganda gubernamental se ufanó con el golpe dado en esa oportunidad y publicó pomposamente las fotos y los nombres de los revolucionarios apresados y se exhibieron las armas ocupadas. Sin embargo, el efecto de esa campaña propagandística se volvió contra la dictadura, ya que penetró en la conciencia ciudadana el valor y la entrega de los jóvenes insurreccionalistas.

El 13 de marzo de ese año, un miércoles a media tarde, se estremeció la población habanera y el pueblo cubano todo, con la valerosa acción de los compañeros del Directorio Revolucionario que asaltaron, en impresionante operación comando, la propia guarida del tirano donde estuvieron a punto de ajusticiarlo. En estas acciones perdió la vida, entre otros revolucionarios, el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y jefe máximo del Directorio Revolucionario, el joven estudiante José Antonio Echeverría, quien luego de leer una arenga por la emisora Radio Reloj cayó en combate junto a los muros de su querida colina universitaria.

Esa misma noche apareció en El Laguito, reparto Siboney, el cadáver del abogado y político Pelayo Cuervo Navarro, senador de la República, al momento del golpe de estado de Batista, quien venía librando una intensa campaña contra las arbitrariedades de la Cuban Telephone Company, monopolio telefónico estadounidense, que precisamente ese mismo día había aumentado los precios de la tarifa pública en connivencia con el tirano.

El 7 de abril, en respuesta a los hechos del 13 de marzo, el régimen culmina la serie de visitas que durante varios días hicieran a Batista en el Palacio Presidencial, grupos incondicionales en representación de sectores económicos, profesionales y sindicales. En esta ocasión, con bastante público reunido frente a la terraza norte del Palacio. A esta pantomima ridícula con que se pretendía congratular y desagraviar al dictador, el pueblo le llamó “el segundo asalto”.

A la misma hora del espectáculo de apoyo a Batista se produjeron varias detonaciones procedentes de hoteles cercanos al Palacio Presidencial, en los que el humo y el fuego se hicieron notar por los alrededores. Militantes del 26 de Julio dirigidos por Sergio González (El Curita), se habían registrado en esos hoteles con nombres supuestos y todos con el apellido Castro y fecha de nacimiento un 26 de julio, para llevar a cabo una operación en solidaridad con los compañeros del Directorio y de repulsa a la figura del tirano, consistente en hacer estallar petardos, regar fósforo vivo y quemar los colchones de las habitaciones que previamente habían reservado, con el fin de llamar la atención y crear un gran alboroto sin poner en peligro la vida de nadie.

El 20 de abril se abrió una de las páginas más dolorosas de la lucha en la capital, en el apartamento 201 de Humbolt No. 7. Por una delación, la policia localizó y asesinó salvajemente a Fructuoso Rodríguez, sucesor de Echeverría; Juan Pedro Carbó; José Machado y Joe Westbrook, todos miembros del ejecutivo del Directorio y participantes de las acciones del 13 de Marzo.

A fines de abril llegaron a la Sierra Maestra dos periodistas de la cadena televisiva estadounidense Colombia Broadcasting Sistem (CBS), los que fueron conducidos desde La Habana por Haydée Santamaría y Marcelo Fernández, a quienes se unió Celia Sánchez en Manzanillo. Se firmó un reportaje con una entrevista a Fidel y se mostraron vistas del Ejército Rebelde. La filmación se pasó de costa a costa en los Estados Unidos. También aparecieron fotos del reportaje en Life, Paris Match y otras publicaciones. Significó un éxito propagandístico del Movimiento.

En esos días La Habana se encontraba en situación de abierta lucha insurreccional. Eran muchas las acciones de diversa índole que se sucedían unas tras otras: asaltos a militares para quitarles las armas, atentados a personeros del régimen y a delatores (chivatos), daños a instalaciones económicas y de servicios, aparición de letreros con consignas revolucionarias, que incluyen masivamente el simple y aparentemente inofensivo M-26-7 (Movimiento 26 de Julio) pintado por toda la ciudad.

La respuesta del régimen se hizo presente con la más brutal represión. Eran numerosas las detenciones con su secuela de torturas y asesinatos. Con frecuencia se encontraban cadáveres en terrenos yermos y hasta en plena vía pública. Pero también se tecnificó el papel de los sabotajes. Un ejemplo de los mismos lo fue el realizado en Suárez 222, consistente en un túnel que se hizo desde la casa hasta el medio de la calle, donde se hizo estallar una poderosa bomba en un registro de electricidad en horas de la madrugada, que dejó a oscuras durante 57 horas a una parte considerable del centro de la capital. También afectó algunas tuberías de gas.

Ese mismo día 28 de mayo, el Ejército Rebelde conquista un importante triunfo en el combate del Uvero, que al decir del Che significa la mayoría de edad de la guerrilla, lo que tuvo gran repercusión en todo el país, principalmente entre los combatientes. Las principales armas utilizadas en este combate procedían de La Habana, y eran parte de las destinadas para el asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo.

También el propósito de este combate fue distraer fuerzas de las que perseguían a los expedicionarios del Corinthia, quienes habían desembarcado cinco días antes.

Para el mes de junio un grupo desesperado de madres, hijos y familiares de víctimas caídas en diferentes ciudades del país, clamaban por justicia, y presentaron un escrito al Tribunal Supremo, que habían concebido el Día de las Madres, celebrado el mes anterior, donde se relacionaron con sus nombres y apellidos, fecha, lugar del hallazgo y otros datos de 302 asesinatos. Esta cifra constituye una cantidad mínima del total de crímenes ya realizados para esa fecha.

Parte de esa relación comprendía a 55 de los acribillados después de ser tomados como prisioneros en los asaltos a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba, y Céspedes de Bayamo; 15 de los que atacaron el cuartel Goicuría de Matanzas y 23 muertos a tiros y ahorcados el 26 de diciembre de 1956 en distintos lugares de la provincia de Oriente. Estos últimos hechos criminales dirigidos por el asesino coronel Fermín Cowley, se recuerdan como “las pascuas sangrientas”. La lista de la apelación incluyó también a 10 revolucionarios que se encontraban al amparo del derecho de asilo en la embajada de Haití, los que fueron alevosamente asesinados al ser asaltada la sede de la embajada. En la refriega que se originó, los asilados dieron muerte al jefe de la policía, brigadier Rafael Salas Cañizares. En esta relación no aparecen los nombres de 15 jóvenes ultimados en diferentes caminos y carreteras de la provincia de Oriente, que no pudieron ser identificados en los primeros momentos.

Unos días después, el 4 de julio, la prensa se hace eco de la ingeniosa y audaz fuga de Armando Hart Dávalos, miembro de la Dirección Nacional del 26, que se escapó de la Sala de la Audiencia Provincial de La Habana, al ser conducido a juicio.

La Habana insurrecional, resentida ya con la detención de valiosos revolucionarios, entre ellos el propio jefe provincial del Movimiento, al que trataron de doblegar inyectándole Pentotal, amaneció el día 16 de julio con la noticia de que esos mismos compañeros y otros que se encontraban presos en el castillo de El Príncipe, se habían declarado en huelga de hambre en respaldo a sus compañeros prisioneros en el Presidio de la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud. Esta huelga se mantuvo durante 16 días.

La tiranía, en un intento por descabezar el movimiento de huelga, concedió la libertad provisional a varios de sus participantes ya pasados 10 días de ayuno, entre ellos a su principal jefe Faustino Pérez. De nuevo suspendieron las garantías constitucionales y se restableció la censura de prensa, debido a la paralización general que tiene lugar en Santiago de Cuba que se declara “ciudad muerta”, a fuerza de comportarse más viva que de costumbre, como respuesta al asesinato de Frank País el 30 de julio. Este paro se extiendió por la región oriental y sigió al resto del país. Ante estos acontecimientos se consideró necesario suspender el ayuno y concentrar los esfuerzos en hacer estallar la huelga laboral también en La Habana, lo que fue aceptado por los compañeros presos ante la argumentada exhortación de Faustino, aunque disgustados por no haberse logrado el objetivo todavía, lo que en definitiva se alcanzó al ser sustituido el jefe del penal pinero y mejorar la situación en aquel recinto penitenciario.

Aún extenuado por los días de ayuno, el Coordinador del Movimiento en la capital se reunió con José Pellón Jaen, trabajador cervecero responsabilizado con el frente obrero del 26 en La Habana, y determinaron las medidas para la organización de la huelga.

Me reuní con Osmel Francis de los Reyes, de la Dirección del Directorio, quien me estaba buscando para coordinar la huelga, y lo puse en contacto con Pellón. Ambos se encuentraron en una reunión en la que también participó Luis Fajardo Escalona, en representación del Partido Socialista Popular, junto con otros compañeros de la Juventud Obrera Católica y de la Resistencia Cívica.

En toda la provincia habanera se preparaban las condiciones para estallar la huelga el lunes 5 de agosto. El sábado anterior, un comando del Directorio, dirigido por Guillermo Jiménez (Jimenito), asaltó la emisora de música indirecta que trasmitían para los centros comerciales y difunde una proclama revolucionaria llamando al paro laboral.

En horas de la tarde del domingo 4 el compañero Alfredo Capote, al que yo acompaño, grabó subrepticiamente un disco en la agencia de publicidad OTPLA, en la cual trabajábamos ambos. Al no poder presentarse el compañero indicado para leer el mensaje que se pasaría en nombre del 26 de Julio, nos vimos en la necesidad de hacerlo en mi propia voz, a pesar de que se oiría distorsionada por a la fuerte gripe que padecía. Al regresar a la casa me esperaba Pellón y me dijo que esa noche no iría al Cotorro, poblado industrial donde vivía, pues allí ya todo estaba preparado para suspender las actividades laborales al amanecer del lunes.

Alrededor de las seis o siete de la noche de ese mismo día, se escuchó por CMQ radio el llamado a la huelga para el día siguiente, lunes 5. Nos invadió una gran alegría. Pudimos percatarnos de lo que sucedía en diferentes programas de radio e inclusive en la televisión (CMQ), donde faltaron algunos de los artistas y locutores que desde ese momento respondían al llamado de la huelga. En Telemundo, Canal 2, el programa “Guantes de Oro”, que auspiciaba la gubernamental Comisión Nacional de Deportes, que debía comenzar a las nueve de la noche, no se pudo televisar por falta de personal.

Nos pasamos la noche escuchando Radio Reloj y comprobamos que los locutores no habían tenido relevo. Pellón se había comportado como aficionado a la cocina y médico frustrado. Él había dejado la carrera de medicina en el tercer año por razones económicas. Entre otras cosas preparó una formidable crema de vie, que aseguraba era inmejorable para la gripe. Realmente me hizo mucho bien.

Este esfuerzo por la huelga general revolucionaria logró resultados parciales y sirvió para fortalecer la lucha popular, reafirmándose la fe en la estrategia de huelga como arma fundamental del proceso insurreccional. Fue una jornada de unidad y de fogueo para la huelga general triunfante.

Exactamente un mes después, el 5 de septiembre, se levantó en armas un grupo de marinos de la guarnición de Cienfuegos, importante ciudad situada al sur del centro de la Isla, como resultado de una conspiración que se venía preparando desde meses atrás y que abarcaba a otros cuerpos militares junto con el 26 de Julio y que debía tener su centro principal de enfrentamiento armado en la capital, donde las acciones se aplazaron por decisión de oficiales comprometidos de la Marina, sin que esa información llegara a la Dirección del Movimiento en La Habana, y se produjo la caída de cinco compañeros nuestros.

Tampoco la noticia de ese aplazamiento se conoció en Cienfuegos, donde fueron tomados puntos vitales de la ciudad durante varias horas por miembros de la Marina y del 26 de Julio. El levantamiento de Cienfuegos fue aplastado bárbaramente con el uso de las fuerzas del gobierno procedentes de varios puntos del país, incluyendo bombardeos aéreos.

El 1 de octubre el movimiento clandestino sufrió otro golpe, en la calle Juan Bruno Zayas 163, Santo Suárez, donde fueron detenidos, al intentar verse con Faustino, Marcelo Fernández Font, responsable nacional de Propaganda del 26 y los compañeros Pedro Celestino Aguilera, asaltante del Moncada; Carlos Bermúdez; expedicionarios del Granma, y los combatientes insurreccionalistas Héctor Rodríguez Llompart y Ramón Sánchez Parodi.

Cercano al mediodía del 22 de octubre, al sonar en la prisión del Castillo del Príncipe el timbre que señalaba la salida de los visitantes, se realizó la ingeniosa fuga de once presos que se encontraban en el Vivac, quienes se dejaron caer por el muro que separaba a los presos de sus visitantes.

En la noche del 8 de noviembre estallaron decenas de bombas a lo largo y ancho de la urbe capitalina, prácticamente a la misma hora de la detonación tradicional del “cañonazo de las nueve”. Ese conmocionante suceso concebido y dirigido por El Curita, quien fuera de los fugados del Príncipe unos días antes, requirió un trabajo previo de riesgosas operaciones de varios combatientes para obtener explosivos, niples, detonantes y mechas, así como el traslado de esos materiales desde diferentes lugares hasta donde se confeccionarían los artefactos y se distribuirían a quienes los harían estallar, que en muchos casos eran ellos mismos. Aquella jornada que se conoce como “La noche de las cien bombas”, constituye una obra maestra del sabotaje y del trabajo clandestino. No hubo heridos por los estallidos de las bombas, lo cual era una preocupación permanente de los revolucionarios.

Puede afirmarse que después de la movilización por la huelga del 9 de abril de 1958, fue una de las acciones que incluyó a un mayor número de compañeros, una buena parte de los cuales estaban bajo el mando de Gerardo Abreu (Fontán).

Más adelante, el 19 de noviembre, al día siguiente de haber salido del Príncipe, donde pasé varios días preso, me encuentro con Faustino, quien me recibió diciéndome:

“¡Caramba, compadre!, la verdad que yo no conocía su afición por las bombas”.

Se refería a la publicación por la prensa de una lista de compañeros acusados de haber sido los autores de las bombas del día ocho, entre los que yo aparecía.

—Si tú supieras —le contesté—, tal vez gracias a esa propaganda es que yo estoy aquí contigo o por lo menos el origen de la misma me libró de algunos malos ratos.

—A ver, cuéntame, dime lo que pasó en todos sus detalles.

Traté de ser preciso y le hice una descripción de lo que había sucedido. Referí que, como él conocía, yo llevaba una vida normal, trabajaba regularmente, pero eso se había alterado, ya que en la madrugada del día 8 tocaron en la puerta del apartamento donde vivía y gritaron varias veces: ¡Arnol Rodríguez, telegrama! Tanto mi hermano Aldo como Roberto León un compañero que había llegado de Camagüey, donde estaba circulado y dormía esa noche en mi casa y yo, nos percatamos enseguida que se trataba de la policía.

León pensó saltar desde una ventana, pero consideró que estaba en un 4to piso. Abrí la puerta y entraron violentamente, pistola en mano, varios esbirros del grupo del torturador teniente coronel Esteban Ventura Novo. Nos arrinconaron en la sala y registraron ruidosamente el apartamento. Buscaban y rebuscaban mientras decían barbaridades. Mi madre y mi hermana observaban llenas de pánico.

Uno de los agentes, alborozado, mostraba lo que había encontrado debajo de la colchoneta donde yo dormía: las páginas originales de lo que debía ser el próximo número de Revolución (periódico clandestino del Movimiento Revolucionario 26 de Julio) y preguntaron de quién eran esas hojas. Respondí que eran mías.

Las revisaron y se toparon con un artículo en el que aparecía un titular que decía: VENTURA ASESINO, junto a su foto, donde se denunciaban varios asesinatos cometidos por el connotado esbirro. Se regocijaron como animales traviesos con la foto y alababan lo bien que se veía su jefe. Nos sacaron del apartamento a empujones y al entrar en el elevador nos tiraron unos golpes; al parecer era un simple y rutinario ensayo de lo que vendría después. Cuando llegamos a la Quinta Estación de Policía nos sentaron en un banco. Nuestro estado de ánimo nos hacía sentir más frío del que había. Al vernos, uno de los policías de guardia, gritó: “¡Carne fresca!”.

Al rato apareció Ventura visiblemente satisfecho, perfumado y con su conocido traje blanco de dril cien, acompañado por tres de sus agentes que nos habían apresado: Alfonso Caro Caro, José Luis Alfaro Sierra y Ramón Calviño Insúa. Venía con la página donde aparecía el artículo que le dedicábamos y preguntaba enérgicamente dónde se había conseguido esa foto, afirmando que era una de las mejores que le habían tomado. Se paró frente a mí y dijo:

—Así que esto es tuyo.

En forma sorpresiva me pegó un golpe por el estómago, sin mucha fuerza, y ordenó que nos llevaran para las celdas del sótano; que luego se ocuparían de nosotros.

Nos encerraron en una celda de la que salía un penetrante olor a orine y otras pestes, donde se encontraban dos muchachos que estaban tirados en el suelo, al parecer dormidos. Después fueron llegando más jóvenes, con los que conversábamos poco, teníamos la desconfianza de que alguno fuera un infiltrado de la policía y los que nos conocíamos lo disimulamos.

Por suerte pasamos el resto de la madrugada y el día sin que pasara nada. Me agobiaba la preocupación de pensar una y otra vez lo que consideraba inevitable, el interrogatorio al que sería sometido sobre la foto y los compañeros con los que trabajaba en la elaboración del periódico.

Por la noche, a eso de las nueve, empezaron a sonar varias bombas y al poco rato bajaron Conrado Carratalá, otro de los jefes cimeros de la policía, y Ventura, acompañados de varios esbirros quienes se dirigieron a nosotros gritando todo tipo de improperios y vociferando que por cada bomba que sonara nos matarían uno a uno hasta llegar a 26. Empezaron a contarnos hasta sumar un total de once y se retiraron diciendo que vendrían más tarde, que iban a buscar al resto.

Uno de los jóvenes que se encontraba junto con nosotros, al que no conocíamos y que nos despertaba cierta duda, nos explicó en forma humilde y convincente, que su novia le había dado una oración diciéndole que cuando se encontrara en un momento difícil la leyera y que para él había llegado ese momento. Todos asentimos y escuchamos la imploración que seguimos atentamente.

Para sorpresa nuestra esa noche no pasó nada, aunque sonaron otras bombas. En el curso del día siguiente, tampoco sucedió ningún hecho significativo, ni en los tres días posteriores, y al cuarto nos dijeron que seríamos presentados a los tribunales, que nos arregláramos para ser trasladados a la prisión del Castillo del Príncipe. Aquello parecía imposible y no lo creíamos. Yo no podía entender que no me presionaran, en su forma acostumbrada, para tratar de sacarme lo que sabía: las pruebas que me habían ocupado eran contundentes.

Subieron a un grupo y nos pusieron en una celda instalada en el vestíbulo próximo a la entrada del edificio, que nos recordaba las jaulas de los circos donde se daban actos con leones amaestrados. Al poco rato empezaron a llegar periodistas y policías. De pronto vi aparecer a mi madre acompañada de una compañera a la que ella no conocía y a la que yo estaba enamorando. Después de saludar y cambiar unas palabras con mamá, la dejé conversando con mi hermano Aldo. Me cambié de lugar y hablé con la muchacha, rejas por medio, y desde ese momento sin apenas darnos cuenta quedamos novios. (Al triunfar la Revolución nos casamos y hasta su fallecimiento, en enero del pasado año, fue mi esposa). Ya en esas circunstancias se iban las dudas y empecé a encariñarme con la idea de que ciertamente iríamos para El Príncipe, donde ya se encontraba un contingente de presos políticos.

Nos tomaron fotos y más fotos, pero aún faltaba lo mejor del espectáculo. Pasamos al despacho de Ventura y nos pusieron detrás de una mesa o buró repleta de materiales para hacer bombas. En la pared colgaba un cuadro con una foto de Batista que mostraba un rostro duro y desafiante.

Ventura tuvo el descaro y el cinismo de presentarnos como los autores de las bombas de la noche del día 8 y alabó el trabajo realizado por sus agentes, a los que felicitó. Los periodistas escuchaban sin hacer preguntas, les bastó con las explicaciones del jefe policíaco y las fotos.

Para entonces ya todo estaba claro. Ventura daba un golpe de efecto y aparecía como un eficiente policía que sabía algo más que robar, torturar y matar. Con alardes como estos se adelantaba a sus colegas en la competencia por la represión y el crimen y en la obtención de reconocimiento y dádivas por parte del tirano.

Faustino, que no me había interrumpido en ningún momento, me miró fijamente y preguntó:

—Ahora, ¿qué vas a hacer?

—Aunque pude salir en libertad provisional por una buena gestión y demostrarse que ya estaba preso la noche del ocho, lo cierto es que estoy fichado y bien ubicado. No tengo más alternativa que dejar el trabajo y pasar a la clandestinidad.

—Claro, eso es lo que procede. Lo cierto es que la torpeza de esa gente es una suerte para nosotros, pero no podemos confiarnos ya que a pesar de todo aprenden por día.

Faustino se esmeró en comentarme algunas experiencias de la vida clandestina, me habló de algunas características de la lucha, de lo bien que le iba al Ejército Rebelde, destacó el trabajo que a partir de ahora yo podría hacer y me confió algo que tenía muy compartimentado, la idea sobre el secuestro de Fangio. Abundó en detalles sobre esta operación y subrayó la necesidad de conocer previamente los movimientos de Fangio desde su llegada a La Habana, para poder actuar en el momento más indicado y proteger su vida por encima de todo. Así empezó mi vinculación con lo que después sería el famoso secuestro de Fangio.

Creo que nunca “El Médico”, como muchos le decíamos a Faustino, llegó a tener conciencia del efecto que me causarían sus palabras esa mañana, cuando me debatía en un mundo de preocupaciones e incertidumbres ante el brusco cambio que me daba la vida y él supo trasmitirme fortaleza, optimismo y entusiasmo, que tanto me ayudaron en el resto de la lucha.

Mientras tanto, la insurrección en La Habana Metropolitana y en la llamada “Habana Campo” se mantenía al rojo vivo. Los combatientes habaneros proseguían su decidida tarea revolucionaria: sabotaje a los tendidos eléctricos y telefónicos y a las líneas ferroviarias; la aplicación de fósforo vivo en comercios, cines, paraderos de ómnibus, talleres y fábricas; distribución de volantes; manifestaciones callejeras; consignas en las paredes y decenas de otras acciones que caracterizaban la vida cotidiana.

Al iniciarse la zafra azucarera en diciembre de 1957 se quemarían varios campos de caña, actividad que se incrementó con el desarrollo de la molienda, creando expectación en una provincia como La Habana que contaba con 13 centrales y unos 20 000 trabajadores industriales y obreros agrícolas vinculados a ese sector.

En los últimos días de diciembre de 1957 y comienzos de enero, circuló clandestina y profusamente la carta de Fidel Castro dirigida a las organizaciones políticas y sectores de la oposición radicados en Estados Unidos, denunciando el llamado “Pacto de Miami” o “Junta de Liberación”.

En esa carta la Dirección Nacional del 26 de Julio, por medio de su jefe máximo, expresa cuestiones referentes a la organización de la huelga general, el orden público, la cuestión militar, la intervención extranjera, las relaciones con otras organizaciones oposicionistas, la posición independiente del 26 de Julio y la única fórmula posible para un gobierno de tránsito constitucional que sustituyera a la tiranía.

Ese documento fue un paso trascendente en la historia del 26 de Julio y en general de la lucha libertadora, donde se argumenta y define el 26 de Julio como la organización capaz de asumir el mantenimiento del orden tras el derrocamiento de la dictadura y de presentar al país un programa viable de realizaciones históricas.

Y concluía esta denuncia, fechada el 14 de diciembre de 1957, afirmando que: “... para caer con dignidad no hace falta compañía”.

Al llegar la última quincena del año se desplegó una intensa propaganda revolucionaria que contribuyó a restarle alegría y esplendor a las celebraciones navideñas, expresándose la repulsa popular a la tiranía y la solidaridad con el afán revolucionario. Fueron días de recogimiento para muchos.

Con la proximidad del año 1958, al que la propaganda del 26 calificó como “Año de la Liberación”, la situación era bien distinta. Fidel al frente del Ejército Rebelde, había librado numerosos combates victoriosos contra el ejército batistiano y se hacía inexpugnable en las montañas. La lucha revolucionaria en una u otra forma se manifestaba a lo largo del país. Era evidente la pujanza del pueblo.