Portadilla

 

 

 

 

 

 

 

 

A Poli, mi más tierno apoyo.

1

SE BUSCAN PERIODISTAS

 

YO ERA UN NIÑO FELIZ. Lo había sido creo que desde que nací. Mis padres me dijeron que había nacido sonriendo y costó varias tortas hacerme llorar. Y luego siempre me lo había pasado bien. Así que si tengo que resumir los primeros once años de mi vida, tengo que decir que fui plenamente feliz. Lo fui hasta el día 24 de marzo del curso pasado.

Ese día, que amaneció como un martes cualquiera de un día cualquiera de primavera, no se me ocurrió otra cosa que colocar un cartel en el patio del colegio en el que ponía:

 

DIRECTOR DE PERIÓDICO
BUSCA PERIODISTAS
PARA HACER UN PERIÓDICO

 

Según mi padre, ese periódico iba a ser un desastre si el director era el mismo que había escrito el cartel. O sea, yo.

–¿A quién se le ocurre repetir tantas veces «periódico» y «periodista»? Así no se escribe un periódico –me dijo, y me sugirió que pusiera algo así como:

 

DIRECTOR DE PUBLICACIÓN
SELECCIONA REDACTORES
PARA LA EDICIÓN
DE UN MEDIO INFORMATIVO.
SE VALORARÁ EXPERIENCIA.

 

–Pero, papá –le dije, y yo creo que con razón–, eso no lo va a entender nadie y, además, ¿cómo voy a valorar experiencia si nunca en el colegio hemos hecho un periódico?

Se limitó a contestarme lo que parecía obvio:

–La experiencia es muy conveniente.

No me dejé llevar por el pesimismo. Me fascinaba la idea de hacer un periódico, así que tampoco me echó atrás el comentario de mi madre:

–¡Uy, qué cartel más soso, sin un dibujo! Además, la frase no tiene garra. Sería mejor poner algo así como:

 

¿TE ABURRES? ¿TE SIENTES VACÍO?
¡TUS HORAS PUEDEN LLENARSE
DE DIVERSIÓN! APÚNTATE AQUÍ

 

Su sugerencia me dejó sin habla. Al ver la cara de desconcierto que puse, me dijo:

–Conviene llamar la atención con el factor sorpresa, porque si ya les dices que es para hacer un periódico, no van a querer apuntarse a trabajar. Con una frase sugestiva puede que alguien sienta curiosidad y, ¡zas!, pique. En publicidad, un poquito de engaño siempre viene bien, ya sabes...

Pues no. No sabía y además no estaba de acuerdo. No creía que nadie en mi clase «se sintiera vacío».

Mi padre es periodista y trabaja en un diario, y mi madre es publicista, es decir, que inventa anuncios. Creo que los dos son muy buenos profesionales y entienden mucho de lo suyo, pero la verdad, yo era un niño de once años y a los de once años de mi colegio el que los entendía era yo. Así que pensé que lo mejor era mantener mi cartel tal como lo había redactado:

 

DIRECTOR DE PERIÓDICO
BUSCA PERIODISTAS
PARA HACER UN PERIÓDICO

 

Así, y con letras grandes de muchos colores, lo pegué en una de las paredes del patio del colegio y esperé la respuesta.

Entonces, creo yo, fue cuando empecé a dejar de ser feliz.

2

LO PEOR DE LO PEOR

 

LO PRIMERO que tuve que aguantar fueron las burlas de los más brutos de la clase. Hasta entonces nadie se había reído de mí, pero al parecer, con un cuaderno en la mano, muy serio y el cartel detrás, estaba ridículo, porque se acercaron, lo leyeron y empezaron que si vaya repipi, que si el niño de papá que quiere ser periodista... y cosas parecidas, hasta que llegó Beatriz diciendo que a ella le gustaría participar en un periódico, pero que por qué iba a ser yo el director, que quién me había elegido.

Yo le argumenté que la idea era mía y por eso era el director, pero ella empezó a hacer campaña entre todos los de la clase diciendo que era solo un periódico a mi gusto y que no valía la pena apuntarse. Como Beatriz es la más lista de la clase y todo el mundo le hace mucho caso, incluido yo, ya vi que mi periódico nacía desprestigiado, o mejor dicho, que era imposible llevarlo adelante.

Desanimado, empecé a retirar el cartel, cuando al darme la vuelta me encontré colocados en fila a seis compañeros de clase, preguntándome dónde había que apuntarse para ser periodista. Allí estaban María, Ricardo, Abdul, Pablo, Shyam y Yolanda. Estos eran los seis.

La plantilla que se había presentado me dejó mudo. Veamos:

María era la gordita de la clase. Se pasaba el día comiendo golosinas, o chuches, como las llamaba ella, ensuciando los cuadernos y diciendo «vete, son míos» si alguien se atrevía a insinuar que le podía dar un caramelo.

Ricardo, puro nervio. Todo lo dejaba a medias, interrumpía continuamente la clase, sacaba malas notas en todas las asignaturas menos dibujo. No era amigo de nadie y molestaba a todo el mundo.

Abdul. ¿Qué decir de Abdul? Me parecía que estaba lleno de manías. Pero era muy listo y corría más que ninguno. No sabía qué podía aportar un atleta a mi periódico.

Pablo venía al colegio porque tenía que venir, porque es obligatorio, pero lo que allí hacíamos le importaba un bledo. Todo, menos la colección de tacos que llevaba escrita en un papel y no enseñaba a nadie. Decía que tenía más de cien, pero ¿a quién le puede interesar una colección semejante?

Shyam es de un país asiático que se llama Nepal. Llevaba un año en España y todavía no hablaba muy bien. Si no hablaba bien, ¡Dios mío! ¿Cómo escribiría?

Y la última, Yolanda. Allí estaba con unas medias rosas, los labios creo que pintados, una falda corta, un jersey a rayas rosas y naranjas, un gran lazo naranja en lo alto de su coleta... ¿continúo? Voy a resumir, Yolanda quería ser actriz y se pasaba el día mirándose al espejo y preguntando qué nos parecía cómo le sentaba esto o aquello. Nadie le hacía mucho caso.

Nunca hubiera pensado que esos podían ser mis redactores de periódico. Había pensado en Beatriz, sobre todo en Beatriz, o en cualquiera de mis amigos: Nuria, Juan, Julio, Pedro, Teresa..., bueno, gente normal. Pero se me había presentado, ¿cómo decirlo?, lo peor de lo peor: los que nadie pone de ejemplo de nada, los que andan sueltos sin amigos y, en fin, a los que nunca nadie tiene en cuenta.

Me cogieron el cuaderno y el bolígrafo, y uno tras otro pusieron su nombre en la primera página. María, Ricardo, Abdul, Pablo, Shyam y Yolanda. Junto a su nombre, Pablo añadió un taco a modo de apellido.

Estos eran mis seis colaboradores.

Sonó el timbre.

Sin decir nada, recogí el cuaderno y el cartel, y volví a clase.

Al entrar, Pablo me dio un golpe en la espalda diciendo «muy bien, tío». En la clase de matemáticas, María me dejó sobre el cuaderno unas golosinas pegajosas, Yolanda me guiñó el ojo y Ricardo me mandó un mensaje escrito sobre un avión de papel en el que decía: «¿Cuándo hempezamos?». Así, tal cual lo escribo, hempezamos. Shyam, por su parte, en un momento de descanso se vino a mi pupitre y me dijo: «Ser periodista guay, gustar». Abdul solo me miró fijamente, como preguntándome: «Soy tu reportero, ¿no me dices nada?».

La empresa de sacar adelante un periódico con esa cuadrilla me empezaba a parecer una tarea imposible. Estuve inquieto las dos horas de clase, sin enterarme de nada de lo que allí se explicaba.

Al acabar, fui corriendo detrás de mis amigos de toda la vida, intentando convencerlos para que participaran, con el argumento de que ya se habían apuntado otros seis compañeros.

Enterados de quiénes eran los otros seis, se limitaron a desearme suerte.

3

TODO POR APRENDER

 

CONSULTÉ A MI PADRE sobre las posibilidades que tenía de hacer un periódico con esos redactores. Él se rio y me dijo que un periódico necesitaba en primer lugar un buen director y, en segundo lugar, redactores con muchas ganas de sacarlo adelante.

Estaba claro que mis redactores tenían ganas, porque si no, ¿para qué se habían apuntado? Y en cuanto a que el director fuera bueno, pues ese era yo y la verdad es que muy bueno no podía ser, porque no tenía ni idea de cómo se hacía un periódico.

–Estupendo –dijo mi padre–, así sois todos iguales, no tenéis ni idea ninguno. Os queda todo por aprender.

A mi padre le encantan ese tipo de frases que a mí me dan como vértigo. «¡Todo por aprender!». Me animé pensando que no era «todo» lo que nos faltaba por aprender. Al fin y al cabo sabíamos hablar, leer y escribir. El primer paso ya estaba dado... Me acordé de Shyam, de las faltas de ortografía de Ricardo... Bueno, el primer paso estaba casi dado.

A la mañana siguiente entregué a los redactores un sobre con su nombre, en el que había metido una nota para cada uno. Les informaba de que el sábado siguiente, a las cinco de la tarde, se iba a celebrar en mi casa una reunión de la redacción del periódico. Se pedía que asistieran con un cuaderno, bolígrafo, ideas sobre cómo hacerlo y «muchas ganas de sacar el periódico adelante», como me había dicho mi padre.

La suerte estaba echada.

Me pasé los dos días que faltaban pensando solo en el periódico: qué nombre ponerle, qué noticias escribir, cómo repartir el trabajo. Nada podía fallar. Lo tenía todo planeado.

Por lo visto, los redactores también estuvieron dándole vueltas porque se acercaron en diferentes momentos a adelantarme alguna de sus ideas.

María había pensado llevar el doble de dulces para repartir entre todos, incluso había decidido traerme un dulce especial a mí. Ricardo había pensado que era mejor que el periódico fuera mudo, solo con dibujos. Abdul me dijo que tenía una sorpresa y Shyam insistió en que «periodista gustar, guay».

No me parecieron grandes aportaciones. Para ser sincero, la verdad es que lo único que me gustaba de esa redacción era que me trataban como si yo fuera importante. Todos querían agradarme. Me gustaba sentirme el director de un periódico.

Se lo conté a mi padre y me dijo:

–A ver si además de ignorantes van a ser unos pelotas.

¿Lo veis como siempre inventa frases que lo estropean todo?