portada

clasicos-clie.jpg

PIES DE CIERVAS

EN LOS

LUGARES ALTOS

img-hr.jpg

HANNA HURNARD

EDITORIAL CLIE

M.C.E. Horeb, E.R. n.º 2.910 SE-A

C/Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA

E-mail: libros@clie.es

Internet: http://www.clie.es

PIES DE CIERVAS EN LOS LUGARES ALTOS

Copyright © 2008 por Editorial CLIE

para la presente versión española

Revisión y adaptación de la obra: Carmen González

ISBN: 978-84-8267-641-8

Clasifíquese:

2250 VIDA CRISTIANA:

Alegorías sobre la vida cristiana

Referencia: 224716

Índice

Portada

Portada interior

Créditos

Prefacio a la Alegoría

PRIMERA PARTE

Capítulo I. Invitación a los lugares altos

CAPÍTULO II. La invasión de los temerosos

CAPÍTULO III. Vuelo en la noche

CAPÍTULO IV. La marcha hacia los lugares altos

CAPÍTULO V. Encuentro con Orgullo

CAPÍTULO VI. Rodeo a través del desierto

CAPÍTULO VII. En la orilla del Mar de la Soledad

CAPÍTULO VIII. El dique en el mar

CAPÍTULO IX. El gran precipicio de la Injuria

CAPÍTULO X. Ascenso por el Precipicio de la Injuria

CAPÍTULO XI. En los Bosques del Peligro y la Tribulación

CAPÍTULO XII. En la niebla

CAPÍTULO XIII. En el Valle de la Pérdida

CAPÍTULO XIV. El lugar de la unción

CAPÍTULO XV. Las inundaciones

CAPÍTULO XVI. Sepultura en las montañas

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO XVII. Manantiales salutíferos

CAPÍTULO XVIII. Pies de cierva

CAPÍTULO XIX. Los Lugares Altos

CAPÍTULO XX. Regreso al valle

PREFACIO A LA ALEGORÍA

Una mañana en nuestra misión en Palestina, mientras hacíamos la lectura bíblica diaria, una diminuta enfermera árabe leyó del devocional «Luz Cotidiana» una cita del libro del Cantar de los Cantares de Salomón que dice: «¡La voz de mi Amado! He aquí él viene, saltando sobre los montes, brincando sobre los collados» (Cantar de los Cantares 2:8). Cuando le preguntamos qué significaba ese versículo, miró hacia arriba con una feliz sonrisa de comprensión y dijo: «¡Significa que no hay obstáculo alguno que nuestro Salvador no pueda vencer; que para Él, las montañas de la dificultad son tan fáciles de escalar como un camino asfaltado!».

Desde el jardín trasero de la casa de la misión, al pie del Monte Gerizim, veíamos con frecuencia a las gacelas saltando por las laderas de la montaña, brincando de roca en roca con una soltura y agilidad extraordinarias. Sus gráciles movimientos y su capacidad para sobrepasar los obstáculos sin esfuerzo aparente, son uno de los más bellos ejemplos de triunfo y donaire que jamás haya visto.

¡Cuánto no anhelamos y deseamos también nosotros, los que amamos al Amoroso Señor y deseamos seguirle, esa misma capacidad para sobreponemos a todas las dificultades de la vida, y vencer en las pruebas y conflictos de la misma manera fácil y triunfante. Aprender el secreto de la vida victoriosa ha sido el deseo ardiente de todos aquellos que aman al Señor en cada generación.

A veces sentimos que daríamos cualquier cosa para poder vivir aquí -en esta tierra y durante esta vida- en los Lugares Altos de amor y victoria, para ser capaces de reaccionar siempre positivamente ante la maldad, la tribulación, la pena, el dolor y la adversidad, de forma que tales adversidades se transformaran siempre en motivos para la honra y gloria de Dios eternamente.

Como cristianos, sabemos (por lo menos en teoría) que en la vida de un hijo de Dios no hay segundas causas, y que aun las cosas más injustas y crueles -que aparentan sufrimientos inmerecidos- han sido permitidas por Dios como una oportunidad gloriosa para que reaccionemos positivamente a ellas, de tal manera que nuestro Señor y Salvador pueda duplicar en nosotros, paso a paso, su propio carácter divino.

El «Cantar de los Cantares» expresa el deseo implantado en cada corazón humano de ser fundido con el mismo Dios y llegar a una unión perfecta e inquebrantable con Él. Dios nos ha hecho para sí, y nuestros corazones nunca encontrarán reposo y satisfacción perfecta hasta que no lo encuentren en Él.

Es la voluntad de Dios que algunos de sus hijos vivan esta profunda experiencia de unión con Él por medio del amor humano a través del matrimonio. Para otros, es igualmente su voluntad que esa misma experiencia de unión perfecta con Él, la aprendan dejando de lado por completo el deseo instintivo de la vida en pareja, paternidad o maternidad, y aceptando la vocación o las circunstancias de la vida que les niegan tales privilegios. Este instinto por el amor (tan firmemente implantado en el corazón humano) es la forma suprema a través de la cual aprendemos a desear y amar a Dios sobre todas las cosas.

Los Lugares Altos de victoria y de unión con Cristo no se alcanzan mediante ningún tipo de patrón mental de considerarnos muertos al pecado, o imponiéndonos alguna forma de disciplina por la cual podamos ser crucificados. La única manera es aprendiendo a aceptar las condiciones y las pruebas que Dios permite en nosotros; y ello implica un continuo dejar de lado nuestra propia voluntad para aceptar la suya, tal y como se nos plantea en el día a día: en base al carácter y modo de ser de las personas que nos rodean y con las cuales tenemos que trabajar y convivir, y en base a las cosas que nos vayan aconteciendo.

Cada vez que aceptamos su voluntad, edificamos un altar de sacrificio; y cada rendición y abandono de nuestro Yo a su voluntad, se convierte en una etapa más del camino que ha de conducirnos a los Lugares Altos, a los cuales Él desea llevar a cada hijo suyo durante el tiempo que le toca vivir en esta tierra.

La experiencia de aceptar y triunfar sobre el mal; de familiarizarnos con una situación de pena y dolor, y descubrir luego que se transforma en algo precioso e incomparable; el aprendizaje a través de la rendición gozosa para conocer de ese modo al Dios de amor de una manera totalmente nueva y experimentar con él una unión inquebrantable, son la esencia de las lecciones alegóricas de este libro. Los Lugares Altos y los Pies de Cierva que describen estas páginas no se refieren a lugares celestiales después de la muerte, sino que simbolizan la experiencia gloriosa de los hijos de Dios aquí y ahora, si estamos verdaderamente dispuestos a seguir el sendero que él ha elegido para cada uno de nosotros.

Quiera el Señor usar estas líneas para confortar y traer consuelo a alguno de sus amados que en estos momentos se ve forzado a tener que convivir con la pena y la contrariedad; que camina en oscuridad y necesita luz; o se siente a sí mismo sacudido por tempestades.

La lectura de este libro puede proporcionarle una nueva visión de las cosas y ayudarle a entender el significado de lo que le está sucediendo, puesto que sus experiencias no son sino parte del proceso maravilloso por el cual el Señor está haciendo real en su vida la misma experiencia que hizo que David y Habacuc exclamaran triunfantes: «Quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas» (Salmo 18:33 y Habacuc 3:19).

PRIMERA PARTE

«Por la noche durará el lloro»

(Salmo 30:5)

CAPÍTULO I

Invitación a los lugares altos

Ésta es la historia de cómo Miedosa escapó de sus parientes, los Temerosos, y se fue en compañía del Rey-Pastor a los Lugares Altos, donde el «perfecto amor echa fuera el temor».

Este Rey-Pastor era un personaje sumamente extraordinario, pues -siendo soberano absoluto de todos aquellos territorios por donde se desenvuelve nuestra historia- a causa del gran afecto que sentía por todos sus súbditos, decidió dejar la capital de su Reino y vaciarse de toda su grandeza, para bajar al valle y vestir el traje humilde de pastor, a fin de compartir y conocer más de cerca a sus súbditos y poder ayudar mejor a su pueblo en sus necesidades. Y de manera especial en lo que respecta a la suprema necesidad de vencer sus temores, ya que la región donde los Temerosos residían se llamaba el «Valle de la Humillación y Sombra de Muerte» por lo que (aunque no diera esa sensación, pues todos hacían lo indecible para disimularlo y aparentar alegría), vivían aterrados ante el inevitable fin que les esperaba, tratando de sacar el mejor provecho posible de su pasajera existencia. Pero cuanto más lo procuraban, menos lo lograban, y su condición era de lo más mísera y desdichada, correspondiendo con exactitud a los nombres con que son designados en la presente alegoría.

Miedosa había estado por un tiempo al servicio del Rey-Pastor, viviendo con sus amigas y compañeras Misericordia y Paz, en una pequeña casita blanca situada en el pueblecito de Mucho Temor.

Su trabajo le gustaba y deseaba intensamente poder complacer al Rey-Pastor; pero -aunque desde que entró a su servicio era feliz de muchas maneras- era también consciente de algunas cosas que entorpecían su trabajo y le causaban mucho disgusto y vergüenza en lo recóndito de su corazón.

En primer lugar era mal formada: tenía los pies tan torcidos que a menudo la obligaban a cojear y tropezaba con frecuencia durante su trabajo; tenía también el defecto de una boca deforme que desfiguraba sensiblemente tanto su expresión como su habla; y era consciente de que estos defectos, por desgracia, suscitaban la repugnancia y el menosprecio de muchos que sabían que ella estaba al servicio del gran Rey-Pastor. Por eso, anhelaba con ansia verse libre de tales defectos para poder ser tan bella, grácil y fuerte como eran algunos de los otros obreros de su insigne Amo; y, sobre todo, su más íntimo anhelo era llegar a ser ella misma semejante al Rey-Pastor.

Pero mucho temía que no hubiera para ella liberación posible de tales desfiguraciones y que, por tanto, seguirían malogrando su trabajo y servicio para siempre.

Tenía, además, otro problema aún más grave. Pertenecía a la familia de los Temerosos, y sus parientes vivían esparcidos por todo el valle, de modo que no tenía manera de librarse de ellos. Siendo huérfana, se había criado en casa de su tía -la pobre señora Pesimista- en compañía de sus primos: Malhumorado, Apocado y el hermano de éstos, su primo Malicioso, que era un juerguista y un pendenciero que la atormentaba y perseguía habitualmente sin dejarla nunca tranquila.

Como muchas de las otras familias que vivían en el Valle de Humillación y Sombra de Muerte, todos los Temerosos odiaban al Pastor y trataban de boicotear el trabajo de sus siervos. Naturalmente, para ellos era una gran ofensa que alguien de su propia familia (Miedosa) hubiera entrado a su servicio. En consecuencia, hacían todo lo que podían, ya fuera mediante persuasiones o incluso amenazas, para que abandonara su empleo. Un día (triste para ella) la enfrentaron con la decisión unánime tomada por la familia, de que debía casarse con su primo Malicioso, dejar la casita que le había proporcionado el Pastor e instalarse a vivir entre su propia gente. Si se negaba a ello, la obligarían bajo amenazas y la forzarían a hacerlo.

La pobre Miedosa se sentía, por supuesto, horrorizada por la mera idea de tener que compartir su vida con Malicioso; pero sus parientes siempre la habían aterrado y nunca había sido capaz de resistir o ignorar sus amenazas. Así que, de entrada, aparentó someterse a su demanda; pero en su interior se repetía una y otra vez que nada la obligaría a casarse con Malicioso, aunque por el momento no fuera capaz de escapar de su presencia.

La desagradable reunión familiar en la que le comunicaron la noticia se alargó bastante; y cuando finalmente la dejaron ir, ya eran las primeras horas de la noche. Entonces, Miedosa recordó -con un suspiro de alivio- que el Rey-Pastor debía estar en aquellos momentos guiando sus rebaños a los lugares acostumbrados donde se abrevaban: a un estanque que había junto a una hermosa cascada en los confines del pueblo. Estaba acostumbrada a ir a este lugar cada día -por la mañana temprano- para encontrarse con él y aprender sus deseos y mandamientos para el día; y de nuevo al atardecer para rendirle un informe del trabajo realizado y actividades del día. Siendo que era la hora oportuna para encontrarle junto al estanque, pensó que probablemente él podría ayudarla y evitar que sus parientes la secuestraran y la forzaran a dejar su servicio, sujetándola a la esclavitud horrorosa que resultaría de su casamiento con Malicioso.

Presa aún del temor y sin tiempo para enjugar las lágrimas de su rostro, Miedosa cerró la puerta de su casita y se encaminó hacia la cascada y el estanque.

Saliendo del pueblo, comenzó a cruzar los campos mientras la luz tenue del atardecer cubría el valle con un brillo dorado. Más allá del río, las montañas que limitaban el valle por el lado Este -altas como torres de defensa- lucían teñidas de un color violáceo, y sus profundas gargantas se llenaban de bellas y misteriosas sombras alargadas.

En la paz y tranquilidad de este bello atardecer, la pobre y aterrada Miedosa llegó al estanque, donde el Pastor la estaba esperando, y le contó acerca de su horrible compromiso.

–¿Qué puedo hacer? -decía llorando cuando acabó su narración-. ¿Cómo podré escapar? En realidad, no me pueden forzar a casarme con mi primo Malicioso, ¿no es así? ¡Oh! -exclamaba ella, apesadumbrada por el mero pensamiento de tal perspectiva-, ya es bastante horrible ser Miedosa; pero pensar en ser la señora Miedosa-Cobarde-Maliciosa por el resto de mi vida, y que jamás podré escapar del tormento que ello implica, es superior a lo que puedo soportar.

–No temas -dijo amablemente el Pastor-. Estás a mi servicio; y, si confías en mí, te garantizo que nadie podrá forzarte a ningún compromiso en contra de tu voluntad. Pero nunca debes permitir que tus parientes Temerosos se metan en tu casita, porque son enemigos del Rey, quien te ha contratado para su tarea.

–Lo sé, oh, lo sé -lloraba Miedosa-; pero siempre que me encuentro con cualquiera de mis parientes, parece como que pierdo las fuerzas y simplemente no soy capaz de hacerles frente, no importa cuánto procure hacerlo. Mientras viva en el Valle no puedo evitar encontrarme con ellos. Están por todas partes y, ahora que han determinado someterme a su poder, nunca me atreveré a salir fuera de mi casita por temor a ser secuestrada.

Mientras hablaba, levantó sus ojos y miró -más allá del valle y el río- a los hermosos picos lejanos iluminados por el sol crepuscular; entonces exclamó en un anhelo desesperado:

–¡Oh, si tan sólo pudiera escapar de este Valle de Humillación y Sombra de Muerte y marcharme para siempre a los Lugares Altos, donde estaría fuera del alcance de los Temerosos y mis otros parientes!

No había acabado de pronunciar estas palabras cuando, para su total asombro, el Pastor le contestó:

–Largo tiempo he esperado escuchar de tus labios ese anhelo, Miedosa. Ciertamente, lo mejor para ti sería que dejaras este Valle y te marcharas a los Lugares Altos; y yo estaría muy complacido de guiarte a ese lugar. Los declives más bajos de esas montañas, al otro lado del río, son las fronteras del Reino de mi Padre: el Reino del Amor. Allí no existen temores de ninguna clase, porque «el perfecto amor echa fuera el temor y todo lo que atormenta».

Miedosa le miró con asombro.

–¡lr a los Lugares Altos! -exclamó- ¿Y vivir allí? ¡Oh, si solamente pudiera! A lo largo de los últimos meses este anhelo nunca me ha abandonado. Pienso en ello día y noche; pero... no es posible, nunca podría llegar allí. Estoy demasiado maltrecha.

Mientras hablaba miró hacia el suelo, a sus pies malformados, y de nuevo sus ojos se llenaron de lágrimas, en un arranque de desesperación y autocompasión.

–Las montañas son muy escarpadas y peligrosas. Me dijeron que sólo los pies de los ciervos pueden moverse con seguridad en esos lugares.

–Es cierto lo que dices: subir a los Lugares Altos es a la vez difícil y peligroso -dijo el Pastor-. Tiene que serlo, para que ningún enemigo del Amor pueda ascender hasta allí e invadir el Reino. También es cierto que allí no se admite nada imperfecto o defectuoso, y que los habitantes de los Lugares Altos necesitan «pies de ciervo». Yo mismo los tengo -añadió con una sonrisa- y, como un joven ciervo o un corzo, puedo ir brincando por las montañas y saltando sobre los peñascos con la mayor facilidad y placer. Pero, Miedosa, yo podría formarte también a ti esos pies de cierva y colocarte sobre los Lugares Altos. De ese modo podrías servirme de una forma más completa y estar fuera del alcance de todos tus enemigos. Me alegro de oír que has estado anhelando subir allá y, como te dije antes, he estado esperando por mucho tiempo que me hicieras esta petición. Allí -agregó con otra sonrisa- nunca más tendrás que encontrarte con Malicioso.

Miedosa le miró con sospecha.

–¿Hacer mis pies como de cierva? -dijo- ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Y qué dirán los habitantes del Reino del Amor ante la presencia de una pequeña maltrecha con una cara fea y una boca torcida, si nada imperfecto y feo puede habitar allí?

–Es verdad -dijo el Pastor-, que antes de que puedas vivir en los Lugares Altos tendrás que ser transformada; pero si de veras tienes deseos de ir conmigo, prometo ayudarte a desarrollar los pies de cierva. Allí arriba en las montañas, a medida que te acercas al sitio real de los Lugares Altos, el aire es más fresco y vigorizante (fortalece todo el cuerpo) y hay manantiales con maravillosas propiedades salutíferas, donde aquellos que se bañan en ellos descubren que todos sus defectos y deformidades desaparecen. Pero hay algo más que debo decirte. No sólo tendré que transformar tus pies en pies de cierva; además tendrás que cambiar de nombre, puesto que sería imposible para una Miedosa (como para cualquier otro miembro de la familia de los Temerosos) entrar en el Reino del Amor. ¿Estás dispuesta, Miedosa, a ser transformada y a recibir un nombre nuevo que te haga ciudadana del Reino del Amor?

Ella asintió con su cabeza y dijo muy seria:

–Sí, lo deseo.

Él sonrió de nuevo, pero añadió también muy serio:

–Todavía hay una cosa más: la más importante de todas. A nadie se le permite morar en el Reino del Amor, a menos que tenga la flor del Amor floreciendo en su corazón. ¿Ha sido plantada la flor del Amor en tu corazón, Miedosa?

Mientras decía esto, el Rey-Pastor la miraba muy fijamente. Ella se daba cuenta de que sus ojos estaban escudriñando dentro de las profundidades de su corazón, y que conocía todo lo que había allí mucho mejor que ella misma. Guardó silencio por un largo tiempo y no respondió, pues no estaba segura de qué podía decir; se limitó a mirar vacilante a aquellos ojos penetrantes que la observaban y se percató de que tenían el poder de reflejar aquello sobre lo cual miraban.

De ese modo, pudo ver su propio corazón tal como él lo veía; por tanto, después de una larga pausa, contestó:

–Creo que lo que actualmente está creciendo en mi corazón es un gran anhelo de experimentar el gozo del amor humano, del amor natural, y de aprender y ejercitar en forma suprema el amor hacia una persona que me ame recíprocamente. Pienso, no obstante, que este deseo natural (aunque bueno, según parece) no es exactamente el Amor del cual tú me estás hablando.

Hizo una nueva pausa; entonces añadió con una total sinceridad y casi temblando:

–Veo que el anhelo de ser amada y admirada crece en mi corazón, Pastor; pero no creo que ésa sea la clase de Amor del que Tú me estás hablando (o al menos, no es nada parecido al amor que puedo ver en ti).

–Entonces, ¿me dejarás plantar en tu corazón la semilla del Amor verdadero ahora? -preguntó el Pastor-. Pasará algún tiempo antes de que desarrolles los pies de cierva y puedas escalar los Lugares Altos; y si pongo la semilla en tu corazón ahora, estará lista para florecer cuando llegues allí.

Miedosa se encogió y retrocedió unos pasos.

–Tengo miedo -dijo-. Oí decir que si de verdad amas a alguien, le estás dando a esa persona el poder para herirte y causarte un dolor mayor del que cualquier otra persona pueda hacer.

–Eso es verdad -asintió el Pastor-. Amar significa someterte al poder de la persona amada y volverte muy vulnerable al dolor; y tú le tienes mucho miedo al dolor, ¿no es cierto Miedosa?

Ella asintió con un semblante triste y reconoció con cierta vergüenza:

–Sí, tengo mucho miedo.

–¡Pero es tan maravilloso amar! -dijo él pausadamente-. Amar es maravilloso aun cuando tu amor no sea correspondido. Hay dolor en ello, ciertamente, pero el verdadero Amor no lo toma en cuenta y no le da importancia.

Miedosa, súbitamente, se percató de que él tenía los ojos más pacientes que jamás hubiera visto (aunque, al mismo tiempo, había también en ellos algo que le hería en el corazón, a pesar de que no pudiera explicar por qué); de modo que permaneció en una actitud retraída, de temor, hasta que finalmente se atrevió a decir (aunque hablando con rapidez, porque en cierto modo se sentía avergonzada de lo que decía):

–Nunca me atrevería a amar a menos que estuviese segura de ser correspondida. Si te dejo plantar la semilla del Amor en mi corazón, ¿me darás tu promesa de que ese amor será correspondido? No podría sobrellevarlo de otra manera.

Él la miró y dibujó la sonrisa más dulce que jamás había visto; pero de nuevo -y por la misma razón inexplicable que la vez anterior- trató de hacerla reaccionar con una frase enigmática, diciéndole:

–Sí, no te quepa duda. Te prometo que, cuando la planta del Amor esté a punto de florecer en tu corazón y cuando estés lista para cambiar tu nombre, entonces serás amada.

A Miedosa le sacudió un estremecimiento de gozo de los pies a la cabeza. Todo ello era muy extraño y le sonaba demasiado maravilloso para creerlo; pero era el Pastor mismo quien le estaba haciendo la promesa, y de una cosa estaba bien segura: él no podía mentir.

–Por favor, siembra la semilla del Amor en mi corazón ahora -dijo con voz trémula. (Aun cuando acababan de hacerle la promesa más grande del mundo, la pobre alma de Miedosa seguía aún llena de temores).

El Pastor introdujo una mano en su pecho y sacó de allí algo que puso en la palma de su otra mano. Entonces extendió esa mano hacia donde estaba Miedosa, y le dijo:

–He aquí la semilla del Amor.

Ella se inclinó para mirarla y dio un salto hacia atrás con un grito de espanto. Ciertamente, en la palma de su mano había una semilla, pero era una semilla que tenía la forma de una espina, larga y puntiaguda. Miedosa había observado en otras ocasiones que las manos del Pastor estaban llenas de heridas y cicatrices; pero ahora veía que la cicatriz que había en la palma que sostenía la semilla tenía la misma forma y tamaño que la semilla del Amor.

–La semilla parece muy aguda y punzante -dijo ella asustada-. ¿No me hará daño si la introduces en mi corazón?

Él le respondió dulcemente:

–Es tan aguda que se introduce muy deprisa. Pero, Miedosa, ya te he advertido que el Amor y el dolor van juntos, al menos por un tiempo. Si quieres descubrir el Amor, has de aceptar también el dolor.

Miedosa miró a la espina y se estremeció. Entonces miró al rostro del Pastor y repitió las palabras que había oído:

–Cuando la semilla del Amor plantada en tu corazón esté lista para florecer, podrás ser amada.

Y al decir esto, sintió como si algo le infundiera un nuevo y extraño sentimiento de valentía. Súbitamente, dio un paso adelante, desnudó su pecho y dijo:

–Por favor, planta la semilla del Amor en mi corazón.

El rostro del Pastor se iluminó con una sonrisa de gozo y dijo con una nota de regocijo en su voz:

–A partir de ahora estarás en situación de ir conmigo a los Lugares Altos y ser una ciudadana del Reino de mi Padre, sin impedimentos ni temor.

Entonces presionó la espina dentro de su corazón. Tal como le había advertido, al introducirla le causó un dolor agudo y penetrante; pero lo hizo muy rápidamente y, una vez dentro, de pronto sintió que una dulzura como nunca antes había imaginado se apoderaba de ella.

Era una dulzura con un dejo amargo, pero lo dulce era más fuerte. Entonces recordó las palabras del Pastor: «Es maravilloso el poder amar». Sus pálidas mejillas se encendieron súbitamente adquiriendo un tono rosado y sus ojos brillaron con mayor intensidad. Por un momento, Miedosa no parecía asustada en absoluto; todo lo contrario: su boca torcida había tomado una curvatura armoniosa, y los ojos brillantes y las mejillas rosadas le daban un aspecto más hermoso.

–¡Gracias, gracias! -decía llorando arrodillada a los pies del Pastor-. ¡Qué bueno eres! No hay nadie en todo el mundo tan bueno y amable como Tú. Iré contigo a las montañas, confiaré en Ti para que hagas mis pies como de cierva y me coloques en los Lugares Altos.

–Y yo siento más gozo aún que tú -dijo el Pastor-, pues lo que dices me demuestra que has comenzado a actuar de forma que me permitirá, en su momento, cambiar tu nombre. Pero hay una cosa más que debo decirte: te llevaré al pie de las Montañas yo mismo, de manera que no correrás ningún peligro de parte de tus enemigos. Después tendrás dos compañeras especiales que yo he elegido para guiarte y ayudarte en los pasajes difíciles y escarpados, en tanto tus pies sigan lisiados y te obliguen a cojear y andar despacio. No me verás en todo momento, Miedosa, pues como te he dicho, estaré saltando de un lugar a otro por las montañas y las colinas, y al principio no estarás capacitada para mantener el ritmo que te permita acompañarme; eso vendrá después. Sin embargo, debes recordar que, tan pronto como alcances las laderas de las montañas, hay un maravilloso sistema de comunicación (de un confín a otro del Reino del Amor) y yo podré oírte siempre que me hables. Siempre que me llames para que venga en tu ayuda, te prometo acudir enseguida. Mis dos siervas, elegidas para ser tus guías, te estarán esperando al pie de las montañas. Recuerda que las he elegido personalmente con gran cuidado, porque son las dos más capaces de ayudarte y asistirte hasta que puedas desarrollar pies de cierva. Supongo que las aceptarás con gozo y les permitirás ser tus ayudadoras, ¿no es así?

–¡Oh, sí! -contestó ella sonriéndole gozosa-. Estoy completamente segura de que Tú sabes qué es lo mejor para mí, y por tanto lo que hayas escogido me parece perfecto. (Y añadió con regocijo): Me da la impresión de que nunca más volveré a sentir temor.

El Pastor miró con dulzura a la pastorcita, que acababa de recibir la semilla del Amor en su corazón y se estaba preparando para acompañarle a los Lugares Altos, y sintió por ella una enorme comprensión. Conocía íntimamente todos los rincones de su desolado corazón mucho mejor de lo que ella misma se conocía. Nadie sabía mejor que él que el proceso de crecer hasta poder recibir un nuevo nombre es un proceso largo; pero de momento no se lo dijo. Se limitó a mirar aquellas mejillas encendidas y aquellos ojos brillantes por la ilusión -que en un momento habían mejorado la apariencia de la poco agraciada Miedosa- con una mezcla de piedad, ternura y compasión.

Entonces le dijo:

–Vete a casa y haz los preparativos necesarios para partir. No debes tomar nada contigo; solamente déjalo todo en orden. No digas nada a nadie acerca de tu partida, puesto que un viaje a los Lugares Altos ha de ser un asunto secreto. No puedo decirte el momento exacto en que iniciaremos el viaje hacia las montañas, pero será pronto y debes estar preparada para seguirme a cualquier hora que vaya a tu casita a llamarte. Te daré una señal secreta: cantaré la canción del Pastor cuando pase frente a tu casita y contendrá un mensaje especial para ti. Cuando la oigas, sal en seguida y sígueme.

El sol ya se había ocultado en el horizonte dejando una llamarada de oro rojizo. Las montañas del Este estaban veladas con un gris nebuloso y las sombras comenzaban a alargarse. El Pastor se dio la vuelta y emprendió la marcha al frente de su rebaño hacia el redil. Miedosa regresó a su casita con el corazón lleno de felicidad y entusiasmo, y con el convencimiento de que nunca más volvería a experimentar temor.