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Introducción

Es un tema sobre el que prometí escribir. No era fácil hacerlo. Otros asuntos han ocupado mi tiempo. Ahora cumplo la promesa.

¿Fue objetivo y justo mi análisis sobre Marulanda y el Partido Comunista de Colombia en las “Reflexiones” publicadas el pasado 5 de julio de 2008? Nadie puede asegurar nunca que sus puntos de vista carecen de subjetivismo; siempre se puede correr el riesgo de parecer injusto. Quien afirma algo, debe estar dispuesto a demostrar lo que dice y por qué lo dice.

Mi desacuerdo con la concepción de Marulanda se fundamenta en la experiencia vivida, no como teórico sino como político que enfrentó y debió resolver problemas muy parecidos como ciudadano y como guerrillero, solo que los suyos fueron más complejos y difíciles.

Sería incorrecta la idea de que en Colombia y en Cuba se partía de las mismas circunstancias. En común compartíamos la ausencia inicial de una ideología revolucionaria —ya que nadie nace con ella— y de un programa para llevar a la realidad más tarde la construcción del socialismo. No cuestiono en lo más mínimo su honradez ni la del Partido Comunista de Colombia; por el contrario, merecen respeto, porque fueron revolucionarios, luchadores antimperialistas, a cuya causa entregaron decenas de años de lucha. Lo explicaré.

Cuando asesinaron al prestigioso líder popular Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, Pedro Antonio Marín, campesino pobre que después adoptó el nombre de Manuel Marulanda en honor de un colombiano que murió en la guerra de Corea, se incorporó al movimiento guerrillero liberal. Solo tenía 18 años.

Los testimonios sobre su vida son escasos, pero suficientes para satisfacer la curiosidad de un lector que desee información para aproximarse a los hechos referidos. He tratado de hurgar en diversas fuentes. Quien más sistemáticamente habló del famoso guerrillero fue el historiador colombiano Arturo Alape, cuyo rigor como investigador pude comprobar por mis relaciones con él. Es difícil que se le hubiera escapado un detalle. En varias oportunidades se reunió con Marulanda y las fuerzas guerrilleras. Durante meses convivió con ellas para escrutar los móviles y objetivos de su dura lucha. Puedo valorar correctamente la información que suministra.

Pero no es la única fuente, están los testimonios de Jacobo Arenas, intelectual y dirigente comunista enviado por su Partido para atender al sector campesino, componente indispensable para la revolución en Colombia.

El Partido Comunista de ese hermano país, como los otros de América Latina, grandes o pequeños, fueron miembros disciplinados de la Internacional mientras existió formalmente. Seguían la línea del Partido Comunista de la URSS. En los años de la Guerra Fría continuaron siendo reprimidos por sus ideas. Los medios de publicidad imperialistas y oligárquicos se ensañaron con ellos. El surgimiento de la Revolución en Cuba, sin vínculo alguno con la URSS pero basada en las enseñanzas del marxismo-leninismo, suscitó sentimientos contradictorios pero no antagónicos. En nuestra patria fueron superados y la unidad se abrió paso, aunque no sin contradicciones ni sectarismos, entre los militantes y simpatizantes del antiguo Partido con educación política avanzada y sectores de la pequeña burguesía radicalizados, pero permeados por el fantasma del anticomunismo. Las victorias del Ejército Rebelde, como primeramente se calificó a las fuerzas guerrilleras, fueron el factor decisivo en la fase ulterior de la Revolución. Tal explicación es ineludible para comprender la esencia de las relaciones de Cuba con los revolucionarios de América Latina.

Los que organizamos el movimiento que intentó tomar el poder el 26 de julio de 1953 teníamos una idea clara de nuestros objetivos, y de ello quedó constancia. Los combatientes procedían de los sectores humildes de nuestro pueblo y ninguno objetaba nuestros propósitos; el antiguo Partido fue nuestro amigo, incluso antes de aquel intento. Todos los que lucharon contra la tiranía vertieron finalmente sus aguas en un solo río.

De la singular experiencia vivida en la pequeña isla a 90 millas de Estados Unidos, con una base militar impuesta en su propio territorio, nacieron nuestros puntos de vista con relación a la América Latina. No teníamos sin embargo derecho a inmiscuirnos en los asuntos internos de cualquier otro país como no fuese con el inevitable impacto de los acontecimientos. Infortunadamente, fueron los gobiernos de los demás países —con excepción de México, todavía bajo la influencia de su revolución social de principios de siglo y el brillante papel patriótico y antimperialista de Lázaro Cárdenas— los que, presionados por Estados Unidos, rompieron normas morales y principios legales y se sumaron a la agresión a Cuba. Explotaron la existencia de Cuba revolucionaria para obtener migajas del imperialismo. Si alguno ofrecía resistencia era derrocado sin pena ni gloria.

Estados Unidos organizó bandas armadas y grupos terroristas suministrados por aire y mar que pusieron bombas, incendiaron instalaciones sociales y económicas, incluidos teatros, círculos infantiles, fábricas, plantaciones de caña, almacenes, grandes tiendas y otros objetivos, segando vidas o mutilando a cubanos en su traicionera acción. Incluso, algunos maestros y jóvenes alfabetizadores fueron torturados y asesinados. No lo afirma simplemente quien esto escribe; consta en los documentos desclasificados de la CIA. Un hecho relevante, notorio, conocido por todos, es que el 15 de abril de 1959 aviones de combate e instalaciones de nuestra Fuerza Aérea fueron atacados por aviones que llevaban insignias cubanas; dos días después, fuerzas mercenarias escoltadas por la Armada de guerra yanqui —incluido un portaaviones— y la infantería de Marina, desembarcaron por la Bahía de Cochinos. ¿Qué hicieron los gobiernos de los países de América, con la excepción de México? Apoyar a Estados Unidos en su guerra genocida contra el pueblo cubano.

Más tarde la CIA lanzó virus y bacterias contra nuestra población y nuestras plantaciones. ¿Qué hicieron los gobiernos de los países hermanos?

El gobierno de Estados Unidos puso al mundo al borde de la guerra nuclear, porque se negaba a renunciar a la idea de atacar directamente a Cuba con sus poderosas fuerzas militares; lo que habría costado una incalculable cifra de vidas y destrucción, pues, como es sabido, el pueblo cubano resistiría hasta la última gota de sangre.

Cuando la República Dominicana fue invadida en abril de 1965, los gobiernos de América Latina también apoyaron a los agresores.

No hace falta añadir más para comprender que durante décadas esa fue la conducta de las tiranías militares que torturaron, asesinaron y desaparecieron a cientos de miles de personas en este hemisferio en complicidad con el imperio que las promovió.

Desde muy temprano, en acto masivo, el pueblo de Cuba envió su mensaje, en la Primera y la Segunda Declaración de La Habana, a los pueblos hermanos de América Latina. A partir de esa realidad es que se puede explicar el interés con que seguíamos el desarrollo de los acontecimientos políticos en cualquier país de Nuestra América.

He revisado numerosas notas, informes y documentos relacionados con el tema colombiano, entre ellos relatos de las conversaciones sostenidas con personalidades que visitaron Cuba y con las que intercambiamos extensamente sobre la paz en Colombia.

En 1950, cuando una guerrilla comunista hizo contacto con él, Marulanda, que procedía de un grupo gaitanista liberal integrado en parte por familiares suyos, había evolucionado hacia posiciones cercanas a los comunistas; les critica a estos sus excesivos actos de formalismo militar y determinadas tendencias sectarias en sus concepciones.

Nuestra idea de la guerrilla como embrión en desarrollo de una fuerza capaz de tomar el poder, no partía solo de la experiencia cubana sino también de la de otros países en América Latina. En cualquiera de ellos suponía la lucha por los pobres con independencia de sus niveles de educación, que en todas partes, como clases explotadas —obrera o campesina, o jornaleros modestos e incluso soldados—, era muy baja.

En Centroamérica, región que fue víctima de las intervenciones de filibusteros o soldados de Estados Unidos en diversas épocas, casi todos los países estaban gobernados por sangrientas dictaduras al triunfo de la Revolución Cubana. Sin excepción, eran cómplices e instrumentos del imperialismo contra Cuba.

Los grupos revolucionarios, en su lucha, estaban divididos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Más tarde o más temprano los militantes comunistas se sumaron a la lucha armada de los campesinos y la pequeña burguesía revolucionaria. En todos, con sus peculiares e ineludibles características siempre presentes, surgieron tendencias aferradas al concepto de lucha excesivamente prolongada. El esfuerzo de Cuba se consagró a la búsqueda de la unidad. Constan las actas y fotos de los momentos históricos en que esta se logró. Hubo guerrilleros que perdieron años planeando triunfos para las calendas griegas. Se trataba de una concepción que no cabía en nuestras mentes. Es igualmente cierto que los eternos pregoneros del capitalismo, manejados por los órganos de inteligencia yanqui, sembraron ideas extremistas en la mente de algunos revolucionarios.

Centroamérica fue escenario de un choque de ideas. Recuerdo que en los años de Carter, Bob Pastor, un representante suyo que realizó numerosas visitas a nuestro país, más de una vez al reunirse conmigo exclamó de forma que parecía ingenua: “¿Y por qué tú insistes tanto en unidad, unidad, unidad?” Yo reía por dentro, al observar la reacción alérgica de aquel joven funcionario norteamericano contra la unidad de los latinoamericanos. Carter, sin embargo, era un inusual Presidente de Estados Unidos con principios éticos, que partía de su fe religiosa y no planeó asesinar a Castro. Por eso siempre lo traté con respeto. Bajo su gobierno, Torrijos alcanzó la soberanía sobre el Canal, evitando una matanza que después Bush padre perpetró.

La historia de Centroamérica requeriría un libro que tal vez alguien escriba un día. Triunfó la Revolución en Nicaragua, que significó una esperanza. Reagan le impuso la guerra sucia, que costó miles de vidas a ese país; hizo estallar en el viejo continente el gasoducto de Siberia en complicidad con la Thatcher y el resto de la OTAN; puso en crisis irrecuperable a la URSS y liquidó el campo socialista. Se creaba una situación enteramente nueva.

Hace muy poco escuchaba a Tarek William, destacado poeta venezolano y hoy gobernador de Anzoátegui, el estado petrolero más rico de Venezuela, que a una de sus obras sociales le puso el nombre de Roque Dalton, poeta prestigioso y revolucionario, miembro del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), extrañamente asesinado en El Salvador. Con dolor expresó el nombre del presunto asesino. “Me duele mucho” —exclamó— “cuando los yanquis lo envían aquí para decirnos cómo debemos hacer las cosas en Venezuela”. Realmente desconocía el bochornoso hecho que le imputa Tarek. Había conocido al personaje cuando era militante y jefe del ERP, una destacada organización revolucionaria, combativa y resuelta, con magníficos combatientes del pueblo. Las alusiones a la muerte de Roque Dalton parecían simples calumnias. Dediqué personalmente decenas de horas en transmitirle experiencias, ideas, tácticas y principios de la guerra. No dudó en aplicarlas. Las unidades del ERP luchaban contra batallones salvadoreños entrenados en Estados Unidos con las más avanzadas técnicas que habían desarrollado. Les insistía: no ejecuten a los prisioneros, no rematen a los heridos, superen esa práctica torpe y estéril, porque así jamás se rendirá uno de ellos. Debo añadir que las armas con que combatían los revolucionarios salvadoreños eran las ocupadas en Saigón, cedidas a Cuba por Viet Nam después de la victoria. Como se verá en el capítulo IX, militantes revolucionarios integrados en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) llevaron a cabo proezas sin precedentes en las luchas de liberación de América Latina, si se tiene en cuenta el número de hombres y el volumen de fuego de las armas modernas.

Desaparecidos la URSS y el campo socialista, derrotada electoralmente la Revolución Nicaragüense por la sangría de la guerra sucia impuesta por Washington, llegó la hora de tomar decisiones a otros movimientos en Centroamérica. Pidieron mi opinión. “Eso solo lo pueden decidir ustedes”, fue la respuesta, “solo sé lo que Cuba haría”. Añado esta vez que el mencionado jefe del ERP recibió beca en Oxford, estudió Ciencias Políticas y Económicas. Por lo que contó el gobernador de Anzoátegui, ahora es asesor yanqui sobre el arte de gobernar revolucionariamente.

El pueblo de Cuba soportó la desaparición de la URSS sin rendirse y se dispuso a luchar hasta las últimas consecuencias, para que —como dijo Rubén Martínez Villena— sus hijos no tengan que mendigar de rodillas lo que sus padres conquistaron de pie.

Del material reunido y analizado salió un pequeño libro. Sus capítulos pudieron reducirse a partes aproximadamente iguales, aunque algunos son más extensos y otros más breves. No deseábamos que la forma prevaleciera sobre el contenido. Se incluyen textos que son ineludibles para comprender los problemas. Uso el método de seleccionar ideas básicas tal como constan en los documentos.

Disponer de los elementos de juicio requeridos es un deber de los que realmente luchan por un mundo mejor y más justo.

El acuerdo de Costa Rica

“Condena enérgicamente la intervención o amenaza de intervención, aun cuando sea condicionada, de una potencia extracontinental en asuntos de las repúblicas americanas, y declara que la aceptación de una amenaza de intervención extracontinental por parte de un Estado americano pone en peligro la solidaridad y la seguridad americanas, lo que obliga a la Organización de los Estados Americanos a desaprobarla y rechazarla con igual energía.

”Rechaza asimismo la pretensión de las potencias chino soviética de utilizar la situación política, económica o social de cualquier Estado americano, por cuanto dicha pretensión es susceptible de quebrantar la unidad continental y de poner en peligro la paz y seguridad del Hemisferio.

”Reafirma el principio de no intervención de un Estado americano en los asuntos internos o externos de los demás Estados americanos, y reitera que cada Estado tiene el derecho de desenvolver libre y espontáneamente su vida cultural, política y económica, respetando los derechos de la persona humana y los principios de la moral universal y, por consiguiente, que ningún Estado americano puede intervenir con el propósito de imponer a otro Estado americano sus ideologías o principios políticos, económicos o sociales.

”Reafirma que el sistema interamericano es incompatible con toda forma de totalitarismo.

”Proclama que todos los Estados miembros de la organización regional tienen la obligación de someterse a la disciplina del sistema interamericano, voluntaria y libremente convenida, y que la más firme garantía de su soberanía y su independencia política provienen de la obediencia a las disposiciones de la Carta de la Organización de los Estados Americanos.

”Declara que todas las controversias entre Estados miembros deben ser resueltas por los medios pacíficos de solución que contempla el sistema interamericano.

”Reafirma su fe en el sistema regional y su confianza en la Organización de los Estados Americanos, creada para lograr un orden de paz y de justicia que excluye toda posible agresión, fomentar la solidaridad entre sus miembros, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia política, ya que es en esta Organización donde sus miembros encuentran la mejor garantía para su evolución y desarrollo.

”Resuelve que esta declaración sea conocida con el nombre de ‘Declaración de San José de Costa Rica’”.

Capítulo I

La Primera Declaración de La Habana

Desde el triunfo mismo, la Revolución Cubana se caracterizó por la honestidad de sus hechos, haciendo lo que había prometido. Conocía desigualdades, injusticias, discriminación, sufrimientos, humillación. Estaba decidida a poner fin a la explotación del hombre por el hombre y alcanzar la justicia en una nación por la cual se habían sacrificado generaciones enteras de cubanos.

En la búsqueda de tales objetivos históricos se entabló la dramática lucha que muy pronto cumplirá medio siglo.

La Revolución proclamó verdades que son mucho más evidentes que las consignadas en la Declaración de Filadelfia el 4 de julio de 1776. A medida que las 13 colonias sublevadas se convirtieron progresivamente en el más poderoso imperio que jamás existió, mediante la expansión, el genocidio y la conquista, los derechos políticos y económicos que la isla de Cuba enarboló se universalizaron cada vez más.

La Revolución apenas tenía 20 meses de vida cuando los Ministros de Relaciones Exteriores de América Latina, convocados por el Consejo de la Organización de Estados Americanos, se reunieron con el Secretario de Estado yanqui en San José de Costa Rica, entre el 22 y el 29 de agosto de 1960, para juzgar y condenar a Cuba.

Obsérvese bien la palabrería hueca e hipócrita y el estilo pedante y leguleyesco que emplearon.

 

La respuesta de Cuba

Tres días después de esta declaración, el 2 de septiembre de 1960, ante una enorme multitud de cientos de miles de cubanos enardecidos, se proclama la Primera Declaración de La Habana. Fue una merecida réplica. Transcribiré párrafos que expresan textualmente la esencia de su contenido.

“Junto a la imagen y el recuerdo de José Martí, en Cuba, Territorio Libre de América, el pueblo, en uso de las potestades inalienables que dimanan del efectivo ejercicio de la soberanía [...], se ha constituido en Asamblea General Nacional.

”En nombre propio, y recogiendo el sentir de los pueblos de nuestra América, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba,

”PRIMERO: Condena en todos sus términos la denominada Declaración de San José de Costa Rica, documento dictado por el Imperialismo Norteamericano, y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del Continente.

”SEGUNDO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena enérgicamente la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el Imperialismo Norteamericano sobre todos los pueblos de América Latina; pueblos que más de una vez han visto invadido su suelo en México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo o Cuba; que han perdido ante la voracidad de los imperialistas yanquis extensas y ricas zonas, como Tejas, centros estratégicos vitales, como el Canal de Panamá, países enteros, como Puerto Rico, convertido en territorio de ocupación [...].

”Esa intervención, afianzada en la superioridad militar, en tratados desiguales y en la sumisión miserable de gobernantes traidores, ha convertido, a lo largo de más de cien años, a nuestra América, la América que Bolívar, Hidalgo, Juárez, San Martín, O’Higgins, Sucre, Tiradentes y Martí, quisieron libre, en zona de explotación, en traspatio del imperio financiero y político yanqui [...].

[...]

”TERCERO: La Asamblea General Nacional del Pueblo rechaza asimismo el intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, ‘para extender el dominio en América de los imperialistas voraces, para inyectar mejor el veneno también denunciado a tiempo por José Martí, ‘el veneno de los empréstitos de los canales, de los ferrocarriles [...]’

”[...] frente al hipócrita panamericanismo que es solo predominio de los monopolios yanquis sobre los intereses de nuestros pueblos y manejo yanqui de gobiernos prosternados ante Washington, la Asamblea del Pueblo de Cuba proclama el latinoamericanismo liberador que late en José Martí y en Benito Juárez. Y, al extender la amistad hacia el pueblo norteamericano —el pueblo de los negros linchados, de los intelectuales perseguidos, de los obreros forzados a aceptar la dirección de gángsteres—, reafirma la voluntad de marchar ‘con todo el mundo y no con una parte de él’.

”CUARTO: [...] que la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba en caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares imperialistas, no podrá ser considerada jamás como un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad, y que esa ayuda, brindada a Cuba ante un inminente ataque del Pentágono yanqui, honra tanto al Gobierno de la Unión Soviética que la ofrece, como deshonran al Gobierno de los Estados Unidos, sus cobardes y criminales agresiones contra Cuba.

”[...] La Asamblea General Nacional del Pueblo declara ante América y el mundo, que acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética [...]”.

(La URSS había declarado que, si Cuba era atacada militarmente, podía apoyarla con sus cohetes estratégicos. Tales armas estaban ubicadas en territorio soviético.)

“QUINTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, niega categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la Unión Soviética y la República Popular China de ‘utilizar la posición económica, política y social’ de Cuba, ‘para quebrantar la unidad continental y poner en peligro la unidad del hemisferio’.

”Desde el primero hasta el último disparo, desde el primero hasta el último de los veinte mil mártires que costó la lucha para derrocar la tiranía y conquistar el poder revolucionario, desde la primera hasta la última ley revolucionaria, desde el primero hasta el último acto de la Revolución, el pueblo de Cuba ha actuado por libre y absoluta determinación propia, sin que, por tanto, se pueda culpar jamás a la Unión Soviética o a la República Popular China de la existencia de una revolución, que es la respuesta cabal de Cuba a los crímenes y las injusticias instaurados por el imperialismo en América.

”[...] La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba entiende que la política de aislamiento y hostilidad hacia la Unión Soviética y la República Popular China, preconizada por el Gobierno de los Estados Unidos e impuesta por este a los gobiernos de la América Latina, y la conducta guerrerista y agresiva del Gobierno norteamericano, y su negativa sistemática al ingreso de la República Popular China en las Naciones Unidas pese a representar aquella la casi totalidad de un país de más de 600 millones de habitantes, si ponen en peligro la paz y la seguridad del hemisferio y del mundo.

”[...] La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba ratifica su política de amistad con todos los pueblos del mundo, reafirma su propósito de establecer relaciones diplomáticas también con todos los países socialistas. Desde este instante, en uso de su soberanía y libre voluntad, expresa al Gobierno de la República Popular China, que acuerda establecer relaciones diplomáticas entre ambos países y que, por tanto, quedan rescindidas las relaciones que hasta hoy Cuba había mantenido con el régimen títere que sostienen en Formosa los barcos de la Séptima Flota yanqui.

”SEXTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo reafirma —y está segura de hacerla como expresión de un criterio común a los pueblos de América Latina—, que la democracia no es compatible con la oligarquía financiera, con la existencia de la discriminación del negro y los desmanes del Ku-Klux-Klan, con la persecución que privó de sus cargos a científicos como Oppenheimer; que impidió durante años que el mundo escuchara la voz maravillosa de Paul Robeson, preso en su propio país, y que llevó a la muerte, ante la protesta y el espanto del mundo entero, y pese a la apelación de gobernantes de diversos países y del Papa Pío XII, a los esposos Rosenberg.

”La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, expresa la convicción cubana de que la democracia no puede consistir solo en el ejercicio de un voto electoral, que casi siempre es ficticio y está manejado por latifundistas y políticos profesionales, sino en el derecho de los ciudadanos a decidir, como ahora lo hace esta Asamblea General del Pueblo de Cuba, sus propios destinos. La democracia, además, solo existirá en América cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no estén reducidos —por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los sistemas jurídicos—, a la más ominosa impotencia.

”[...] Condena el latifundio, fuente de miseria para el campesino y sistema de producción agrícola retrógrado e inhumano; condena los salarios de hambre y la explotación inicua del trabajo humano por bastardos y privilegiados intereses; condena el analfabetismo, la ausencia de maestros, de escuelas, de médicos y de hospitales; la falta de protección a la vejez que impera en los países de América; condena la discriminación del negro y del indio; condena la desigualdad y la explotación de la mujer; condena las oligarquías militares y políticas que mantienen a nuestros pueblos en la miseria, impiden su desarrollo democrático y el pleno ejercicio de su soberanía; condena las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos; condena a los gobiernos que desoyen el sentimiento de sus pueblos para acatar los mandatos de Washington; condena el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor; condena el monopolio de las noticias por agencias yanquis, instrumentos de los trusts norteamericanos y agentes de Washington; condena las leyes represivas que impiden a los obreros, a los campesinos, a los estudiantes y los intelectuales, a las grandes mayorías de cada país, organizarse y luchar por sus reivindicaciones sociales y patrióticas; condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses.

”La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre, y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista. En consecuencia, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, proclama ante América:

”El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la ‘dignidad plena del hombre’; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía; el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y a armar a sus obreros, a sus campesinos, a sus estudiantes, a sus intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por sí mismos, sus derechos y sus destinos.

”SEPTIMO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba postula: El deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales; el deber de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual fuere el lugar del mundo en que éstos se encuentren y la distancia geográfica que los separe. ¡Todos los pueblos del mundo son hermanos!

”OCTAVO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba reafirma su fe en que la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados, hacen de coro infamante al amo despótico [...].

”NOVENO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba resuelve: que esta declaración sea conocida con el nombre de ‘Declaración de La Habana’, Cuba, La Habana, Territorio Libre de América. Septiembre 2 de 1960”.

“Sometemos esta Declaración de La Habana a la consideración del pueblo, es decir, que los que apoyan la Declaración, levanten la mano”.

La multitud levantó la mano y aplaudió durante varios minutos.

Pregunté de inmediato: “Y con la Declaración de San José, ¿qué hacemos?” El pueblo exclamó: “¡La rompemos!”

Rompí la declaración. Era la misma basura que repitieron durante decenas de años en la OEA, a la que nuestro brillante ministro de Relaciones Exteriores Raúl Roa García calificó como Ministerio de Colonias Yanqui.

Casi año y medio después, una nueva y cínica declaración de los Cancilleres de la OEA nos obligó a suscribir la Segunda Declaración de La Habana.

 



Capítulo II

La reunión de Punta del Este