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Akal / A Fondo

Roberto Montoya

Drones

La muerte por control remoto

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RAG

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© Ediciones Akal, S. A., 2014

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ISBN: 978-84-460-4004-0

 

 

In memoriam

A Miguel «Moro» Romero, muerto el 26 de enero de 2014, colega, entrañable compañero y amigo, referente ideológico y ético fundamental en mi vida

Presentación

Imaginemos la siguiente escena. El hombre más poderoso del mundo se encuentra en su despacho. Allí, todos los martes, aprueba una lista de personas a las que hay que matar y unos aviones no tripulados despegan y las asesinan en el lugar del mundo en el que se hallen.

Ya van cientos de ataques y miles de muertos, no solo los objetivos que aparecen en las listas, también cualquier persona que se encontrase en las proximidades. Parece una película futurista pero no lo es. Está sucediendo ahora y el hombre del despacho no es el malo de la película como podría parecer, al contrario, es el Premio Nobel de la Paz Barack Obama. Los aparatos mortíferos se llaman drones y ocupan más espacio en los medios cuando el dueño de Amazon anuncia que los iba a utilizar para repartir sus productos entre los compradores que cuando matan a una decena de personas en uno de sus ataques.

De eso trata el libro Drones. La muerte por control remoto, de que el presidente de Estados Unidos, tal y como reveló The New York Times, se reúne todas las semanas con dos docenas de funcionarios de seguridad de alto rango en la denominada Situation Room de la Casa Blanca, estudian sus biografías y designan las personas que deben ser asesinadas en nombre de la lucha antiterrorista. Obama da el visto bueno de forma individual, se ejecuta la orden al drone correspondiente –los aviones Predator y Reaper no tripulados que van armados con misiles Hellfire– y el individuo elegido –junto con cualquiera que se encuentre alrededor– es eliminado.

Todos hemos sentido miedo mientras pasábamos por una calle mal iluminada o un campo deshabitado por la noche. Imaginemos entonces el terror constante en el que puede vivir todos los días, a todas las horas, un campesino afgano, un palestino de Gaza o un musulmán yemení. Todos ellos pueden ver en cualquier momento un drone que le lanza un misil solo por encontrarse cerca de un objetivo o ser confundido con él.

¿Cómo ha podido suceder que esa gran esperanza que iba a cerrar el campo de concentración de Guántanamo haya derivado hacia los asesinatos selectivos con total impunidad, ignorando toda legislación internacional? Cuando parecía que ese cartel amenazante de los western de «Se busca vivo o muerto» despertaba el rechazo de la comunidad internacional, lo han variado sencillamente para eliminar la opción de «vivo» y limitarse a buscarlo solo para matarlo. Lo comprobamos en el asesinato de Bin Laden. La comunidad, líderes europeos incluidos, aceptó con simpatía que un comando invadiera un país, asesinara a una persona desarmada que se encontraba junto a su familia y después lanzara su cuerpo al mar. Eso, que hasta ahora lo hacían los malos de las películas, hoy se hace en nombre de la lucha contra el mal.

La colección A Fondo ha querido, a través de este libro, saber cómo y dónde empezó todo, de qué modo llegamos hasta aquí, cómo opera la cadena de mando, quiénes son las víctimas, qué piensan los que desde kilómetros disparan el mortífero misil, qué establece la legislación internacional y hacia dónde se encamina esta nueva robotización de la guerra.

El periodista Roberto Montoya está especializado en política internacional y es el autor de dos libros básicos sobre el modus operandi de Estados Unidos en su guerra contra todo lo que considera terrorismo, a costa de pulverizar los derechos humanos y la legislación internacional, El imperio global y La impunidad imperial. Sin duda es la persona adecuada para investigar con rigor y profundidad este nuevo método que no conoce fronteras para asesinar por todo el mundo.

Pascual Serrano

Introducción

«Nuestra seguridad exigirá la transformación del Ejército que vais a tener el honor de mandar, unas fuerzas militares que deben estar listas para golpear en cualquier momento en cualquier rincón sombrío del mundo».

(Discurso de George W. Bush en la academia militar de West Point, 1 de junio de 2002)

«Nuestra autoridad legal no está limitada al campo de batalla de Afganistán. De hecho, ni el Congreso ni nuestros tribunales federales han establecido que nuestra capacidad para el uso de la fuerza se limite al actual conflicto en Afganistán. Nosotros estamos en guerra con un enemigo sin Estado, que traslada sus operaciones de un país a otro».

(Fiscal general del Estado, Eric Holder, discurso en la Northwestern University School of Law, 5 de marzo de 2012)

El 20 de enero de 2014, Barack Obama cumplió cinco años en el poder, cinco años en los que fue dilapidando aceleradamente el voto, el apoyo, la confianza y la esperanza de millones y millones de personas en Estados Unidos y en el mundo entero.

El semanario The New Yorker recordaba esos días que la popularidad de Obama estaba en el 40 por 100, «más baja aún que Bush cuando en diciembre de 2005 reconoció que la decisión de invadir Irak se basó en datos de Inteligencia que se demostraron erróneos»1.

La fecha pasó prácticamente desapercibida incluso para muchos de los medios de comunicación que el 20 de enero de 2009 y días posteriores dieron una amplísima cobertura al juramento de Barack Obama como 44.o presidente de EEUU. Aquel acto, que costó 160 millones de dólares cuatro veces más que el de Bush junior de enero de 2001 tuvo lugar en Washington, ante el Capitolio, con dos millones de personas siguiendo in situ emocionadas cada una de las palabras del juramento y el posterior discurso del nuevo presidente. Muchas más lo siguieron por televisión desde los cinco continentes.

La llegada a la Presidencia de Estados Unidos de un afroamericano fue sin duda un hecho tan inesperado, tan impactante, que hizo que muchos creyeran que todo entonces era posible, que las reformas progresistas anunciadas por Obama durante su campaña electoral estaban al alcance de la mano. Muchos eufóricos politólogos y medios de comunicación se atrevieron a augurar que el cambio histórico que se iniciaba aquel 20 de enero de 2009 no se reflejaría solo en el interior de EEUU, sino que tendría consecuencias para el mundo entero; se hablaba ya de un Nuevo Orden Mundial.

Y no era para menos. A nivel doméstico, Obama prometía legalizar a once millones de inmigrantes sin papeles; lanzar una reforma que extendería la cobertura sanitaria a las 46 millones de personas que aún no la tenían; garantizaba más y mejores servicios sociales gracias a una amplia reforma fiscal que elevaría sustancialmente los impuestos a los ricos, a las grandes fortunas.

En política exterior, el primer presidente afroamericano de EEUU prometía, entre sus primeras medidas de gobierno, acabar con esa siniestra era de Bush junior que hizo que en solo ocho años el mundo se convirtiera en un lugar mucho más injusto y peligroso.

Superman Obama decía rechazar frontalmente la guerra contra el terror de su predecesor, exigía que se investigaran las responsabilidades políticas y penales por el masivo uso de la tortura con los detenidos; anunciaba el cierre en el plazo de un año de la prisión de la base naval de Guantánamo, la eliminación de sus tribunales militares y el traslado a EEUU de los prisioneros que no fueran liberados inmediatamente, a fin de ser juzgados por tribunales federales en suelo continental.

El presidente estadounidense ya esbozaba su estrategia para retirar gradualmente a las tropas de Irak y Afganistán a partir de 2010, tras la incuestionable derrota política y militar cosechada por la administración Bush.

Pocos meses después, en su emocionado discurso del 4 de junio de 2009 en la Universidad Al-Azhar de El Cairo2, Obama abogaba por un «diálogo» con el islam y pregonaba una solución negociada en el conflicto palestino-israelí, con el reconocimiento de dos estados soberanos. Días después repetía frente a la Puerta de Brandenburgo en Berlín el nuevo espíritu dialogante de EEUU, un discurso de humildad, en el que hablaba de un cambio radical de actitud de EEUU, de un trato «de igual a igual» con el resto del mundo.

Obama encandilaba; el Yes, We Can de su campaña electoral sonaba creíble para muchos, parecía mucho más que un simple eslogan electoral. No eran pocos los analistas que vaticinaban el inicio del fin del imperio estadounidense.

Y empezó a pasar el tiempo, pero los cambios no llegaban; se cumplió el primer aniversario; en noviembre de 2010 el Partido Demócrata perdió senadores y el control de la Cámara de Representantes; llegó el tercer año, el cuarto, se terminó el primer mandato, y a pesar de su creciente desgaste y la acumulación de promesas no cumplidas, en noviembre de 2012 Obama fue reelegido presidente.

El 20 de enero de 2014 se cumplió el primer aniversario de ese segundo mandato y con él la confirmación de que el nuevo talante que imprimía el presidente era poco más que eso: talante y sonrisa seductora. No había cambios, el Superman Obama era solo un disfraz, una suerte de personaje de Hollywood que él seguramente creyó genuinamente que podría interpretar.

Cinco años después de llegar al poder, no se había hecho la investigación y castigo prometido contra los culpables del plan masivo de torturas a los prisioneros. Ni el conjunto del Partido Demócrata y ni siquiera todos los miembros del Gabinete aceptaron llevarla adelante.

La prisión de la base de Guantánamo, ese campo de concentración del siglo xxi anclado ilegalmente en territorio soberano de Cuba, seguía abierta. De los 242 prisioneros que Obama heredó de Bush en enero de 2009, cinco años después quedaban aún 166, alojados en los Campos 5, 6 y en el 7, el más secreto. A pesar de que 151 de ellos estaban catalogados como de «escaso valor», y que incluso entre ellos hay 86 a los cuales se les consideraba ya absolutamente libres de todo cargo, todos permanecían allí en esa fecha.

Más de 100 de los prisioneros llevaron adelante en 2013 una huelga de hambre de meses en protesta por su situación, la más masiva y prolongada desde 2002, siendo forzados a comer a través de una sonda introducida por la nariz directamente al estómago, y amarrados de pies, manos y cuello a una silla fijada al suelo. Los mandos militares de la base la tildaron de «huelga insurreccional». En la época de Bush los jefes de la prisión calificaban las huelgas de hambre y hasta los suicidios de prisioneros, como «guerra asimétrica de Al Qaeda».

En su quinto discurso del Estado de la Unión, el 28 de enero de 2014, Obama aseguró que había sido el constante bloqueo del Partido Republicano el que le había impedido cumplir con sus prometidas reformas y anunció que sacaría estas adelante a través de órdenes ejecutivas, de decretos presidenciales para sortear ese boicot.

El presidente era consciente de que si en las elecciones de noviembre de 2014 perdía también el control del Senado, durante sus últimos dos años de mandato sería una simple marioneta en manos de la oposición. Y Obama recordó entonces su reforma sanitaria, la de emigración y otras de sus promesas, y hasta dijo nuevamente que cerraría la prisión de Guantánamo.

Sin embargo, en ese momento ya había dejado por el camino muchas de sus otras promesas relacionadas con la eliminación de la guerra contra el terror y los derechos humanos.

Obama había asegurado en sus primeros días en la Casa Blanca que había ordenado suspender las cárceles secretas de la CIA y el programa de secuestros y traslados de prisioneros en aviones civiles camuflados a centros de torturas propios o de países aliados. Sin embargo, en octubre de 2013 comandos del Team 6 de los Navy Seals, los mismos que mataron a Bin Laden, apoyados por la CIA y el FBI, capturaban en el patio de una mezquita en la capital de Libia a Abu Anas al Libi acusado de participar en los atentados de 1998 contra las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania.

El gobierno libio protestó ante EEUU por la acción clandestina realizada en su territorio.

Abu Anas fue sacado del país hacia un destino desconocido se sospecha que estuvo en un barco de guerra estacionado en el Mediterráneo donde fue interrogado varios días ilegalmente antes de ser trasladado a EEUU.

El presidente estadounidense también se olvidó en su discurso de mencionar que no fue la oposición parlamentaria del Partido Republicano la que le impidió acabar con aquel famoso paquete de medidas antiterroristas temporal de la era Bush, la Patriot Act, que más de una década después seguía vigente gracias a que año tras año la siguió renovando el propio presidente con su firma. Y esa ley es la que permite que los servicios de Inteligencia controlen el correo electrónico postal y digital de millones de ciudadanos estadounidenses, sus llamadas telefónicas, fichas bancarias, médicas, y hasta el más íntimo dato personal.

Tampoco intentó acabar con los programas de espionaje masivo a millones de ciudadanos de todo el mundo, incluidos gobiernos y mandatarios aliados, sino que, como se pudo comprobar gracias a los miles de documentos secretos desclasificados por el exespía Edward Snowden, ese espionaje se masificó aún más desde 2009, tras su llegada al poder.

Y el demócrata Obama tampoco mencionó en su airado discurso del Estado de la Unión en el que le reprochaba a los republicanos que lo tuvieran maniatado, que fue durante su primer mandato y el tiempo que ya llevaba del segundo cuando se recrudecieron los asesinatos selectivos en distintas partes del mundo de terroristas de Al Qaeda como el del propio Bin Laden, por obra de la CIA y las fuerzas especiales.

En sus discursos y los de los miembros de su Gabinete, cada vez se reivindicó más abiertamente la legitimidad de la cruzada contra el terror de Bush tras el 11-S y el carácter planetario de la misma.

Así como tuvieron que pasar años, hasta 2005, para descubrirse el programa secreto de secuestros de la CIA que se había iniciado en realidad cuatro años antes, en 2013 el mundo se enteraría también que las ejecuciones extrajudiciales con drones nacieron también en aquella época. Pero junto a ese dato se supo también que hubo 48 ataques de ese tipo en los ocho años que Bush estuvo en el poder, mientras que Obama adoptó los asesinatos con drones como su método favorito, como el arma ideal, y al cumplir cinco años como inquilino de la Casa Blanca ya llevaba más de 390 ataques realizados en Pakistán, Irak, Afganistán, Yemen o Somalia, que provocaron la muerte de entre 4.000 y 5.000 personas, buena parte de ellas civiles3.

Solo tres días después de asumir el poder, el 23 de enero de 2009, cuando seguían escuchándose en todo el mundo los elogios a Obama por acabar con la cruzada de Bush, el flamante presidente ordenaba su primer ataque con drones. Sucedió en Pakistán, murieron entre 7 y 15 personas, la mayoría de ellas civiles, simples daños colaterales para la CIA. Meses después, en diciembre de ese año, el presidente ordenaba su primer ataque en Yemen, contra lo que, según la CIA, era un campamento de Al Qaeda al sudeste de la localidad de Al-Majala. Fue un ataque combinado con misiles disparados por un drone y bombas de racimo. Luego se conocería que habían muerto 14 mujeres y 21 niños4.

Y, cuando poco después, solo 11 meses después de llegar al poder Obama fue a Oslo a recoger su Premio Nobel de la Paz 2009, ya habían muerto por los ataques de drones más personas que durante los ocho años de mandato de Bush.

Obama creyó encontrar en los drones la fórmula ideal para dar continuidad a la guerra contra el terror de Bush, y a su vez evitar el rechazo nacional cada vez mayor que provocaba en EEUU la muerte de los miles de jóvenes soldados caídos en las guerras de Irak y Afganistán. El mediático presidente vio también que la guerra protagonizada por drones dirigidos por control remoto desde miles de kilómetros de distancia, le permitía a EEUU evitar el rechazo de la comunidad internacional ante el cúmulo de atropellos a la población civil que siempre van vinculados con las intervenciones de sus tropas en conflictos en el extranjero.

Él, el hombre que reivindica a Luther King, el hombre defensor de los derechos humanos, el presidente a quien pocos meses después de asumir el poder se le otorgó el Premio Nobel de la Paz no por sus hechos sino simplemente por sus promesas, es el que no ha tenido ningún reparo moral a la hora de ordenar personalmente ejecuciones sumarias en lejanos países, con o sin el consentimiento siquiera de sus propios gobiernos y sin que medie en ningún caso una declaración de guerra.

Todos los martes por la mañana el presidente mantiene una reunión con el gabinete antiterrorista constituido por Jack Brennan, exconsejero jefe en materia antiterrorista de Obama y actual director de la CIA; Thomas E. Donilon, consejero nacional de Seguridad, y otras dos decenas de altos cargos de otras agencias de Inteligencia y de las fuerzas armadas.

Obama instauró estas reuniones en la Situation Room de la Casa Blanca para controlar de forma personal la kill list que le ofrecen sus asesores semanalmente. Son ellos los que eligen los candidatos, generalmente sospechosos de pertenecer a algunas de las organizaciones que forman parte de Al Qaeda o que tienen algún acuerdo con ella. El presidente analiza el dossier de cada candidato, los cargos existentes contra él, la importancia de su responsabilidad en la escala terrorista, examina fotos, vídeos, se le proporcionan datos sobre su localización, sobre su situación familiar, sobre las posibilidades de alcanzarlo con un misil disparado desde un drone, los riesgos de daños colaterales (léase, muerte de civiles) y los previsibles efectos que pueda producir su ejecución extrajudicial5.

Con esos datos en la mano, el presidente evalúa los pros y los contras de esa operación clandestina, valora las consecuencias políticas, y decide matar o perdonar al candidato, como los antiguos reyes absolutistas, o como el César hace tantos siglos, cuando, tras una contienda entre gladiadores en el circo romano, indicaba con su pulgar, con un gesto hacia abajo o hacia arriba, si el gladiador vencido en la arena debía morir o no.

Obama parece copiar la metodología practicada desde hace años por Israel, donde un equipo compuesto por representantes de las fuerzas armadas, del Mossad, y asesores antiterroristas, ofrece al primer ministro periódicamente la carta con los distintos candidatos a morir víctimas de un misil lanzado por un drone; por medio de los disparos de fuerzas especiales camufladas actuando en territorio palestino ocupado, o por agentes del Mossad llevando a cabo asesinatos selectivos en el exterior.

En no pocas ocasiones, los ataques realizados con drones no tienen ni siquiera como objetivo a combatientes terroristas, sino a civiles «peligrosos».

Fue este el caso del imán estadounidense Anwar al-Awlaqui, asesinado en Yemen en septiembre de 2011, no por empuñar un arma contra objetivos de EEUU sino por sus llamamientos a la yihad. Su hijo adolescente sería asesinado también «por error» dos semanas más tarde.

La polémica de los asesinatos selectivos se desató en EEUU fundamentalmente a partir de esa ejecución. Era la primera vez que el propio gobierno estadounidense ordenaba matar a sangre fría en el extranjero a un ciudadano estadounidense. Se exigió transparencia sobre ese programa letal ejecutado a través de drones; se preguntó sobre cuál era la legislación que lo amparaba.

El director de la CIA, que es desde 2009 el principal supervisor de las ejecuciones con drones que tiene Obama, sintetizó la postura del gobierno con estas palabras: «Debemos optimizar la transparencia en estos asuntos, estoy de acuerdo, pero, al mismo tiempo, debemos optimizar el secretismo y la protección de la seguridad nacional».

En esas operaciones clandestinas realizadas en cualquier región del planeta, en esas ejecuciones, siempre mueren civiles, ciudadanos que no aparecen en ninguna lista. Y es que para la CIA y el Pentágono todo varón «en edad de combatir», es contabilizado automáticamente en la lista de los «combatientes enemigos» abatidos. Y si en el lugar del ataque mueren bebés, niños, mujeres o ancianos, en el mejor de los casos entran en la categoría de daños colaterales y puede que hasta sus familiares o su clan reciban alguna indemnización.

Y los drones de Obama son solo una punta del iceberg, una pequeña muestra del mundo bélico que viene, un adelanto de la guerra robótica, de la futura guerra entre drones, aviones y helicópteros, de los camiones militares sin conductor, la guerra entre soldados-robot, de los videojuegos convertidos en realidad, donde el control de la alta tecnología jugará un papel fundamental, donde quien la controle, quien tenga el control de esas Play Station letales tendrá el poder, y el que no la tenga seguirá poniendo los muertos.

Los drones, al igual que toda una amplia variedad de artefactos mortíferos preparados para la guerra robótica y todos los que están en vías de experimentación, multiplican aún más la superioridad militar de EEUU y cuestiona totalmente el sistema defensivo de cualquier país, e inicia una nueva era en la historia del imperialismo estadounidense aún más peligrosa para el mundo.

1 D. Remnick, «Going the distance», The New Yorker, 27 de enero de 2014.

http://www.newyorker.com/reporting/2014/01/27/140127fa_fact_remnick

2 Discurso íntegro de Barack Obama en la Universidad de El Cairo. http://www.whitehouse.gov/blog/NewBeginning/

3 http://www.thebureauinvestigates.com/category/projects/drones/

4 https://firstlook.org/theintercept/article/2014/02/10/the-nsas-secret-role/

5 J. Scahill, y G. Greenwald, «The NSA’s Secret Role in the U.S. Assassination Program», The New York Times, 29 de mayo de 2012. http://www.nytimes.com/ 2012/05/29/world/obamas-leadership-in-war-on-al-qaeda.html?_r=2&pagewanted=all&