Créditos

Edición Web: Elizeth Godínez

Diseño y composición computarizada: Lino A. Barrios Henández

Ilustración de cubierta: Maité chung

(c) Diana Fernández Fernández, 2012

(c) Sobre la presente edición: Editorial electrónica cubaliteraria, 2012   

 

ISBN 978-959-263-016-1

 

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                                                                               Índice

 

1.    Cuerpos De Mujer En El Tiempo. Venus

2.    Amigas

3.    Desde El Balcón

4.    El Camello Ciego

5.    Encuentro Casual

6.    Jimi, Mi Amor

7.    Cuerpos De Mujer En El Tiempo. Venganza

8.    Misoginia Total

9.    Afuera Llueve 

10.   Cuerpos De Mujer En El Tiempo Muchacha De Algodón

11.   A La  Sinsombra De La Almendra De La Mata

12.   Las Nueve

13.   Antídoto

14.   La Vida

15.   Pamparapam 

16.   Un Dedo Difícil

17.    Amor 

18.    Amantes 

19.    Amantes Junto Al Mar (Ii)

20.    Amantes En El Parque (Iii) 

21.    Amantes, Anhelos (Iv)

22.    Cuerpos De Mujer En El Tiempo. Eva 

23.    Como El Humo

24.    Eromanos

25.    Silencio  

26.    Almuerzo 

27.    Lentitud 

28.    Paseo 

29.    Lucy 

30.    Con La Argentina 

31.    Sensaciones Primarias 

32.    El Muro

33.    Cuerpos De Mujer En El Tiempo. 

       Vieja Dama Sin Sombrero 

35.  Salta, Conejo, Salta

36.   La Guagua 

37.    La Entrevista 

38.   Final

39.   El Rostro

40.   Despedida 

41.   Cuerpos De Mujer En El Tiempo. Epílogo.

42.   La Esencia

 

 

 

 

 

 

 

                                                               A mi padre, a mi hermano,

                                                 reunidos en esa dimensión de la cual

                                                               sólo nos separa un instante;

                                                                   A mi madre, a mi esposo,

                                                         que me aman y apoyan en ésta.

 

 

 

 

   A Claudio, Rafael, Francisco, José de L., Obdulia, Nana, Andrés,

                                             Ciriaco, Teresa, Julián y M. Francisca,

                                                                por su amor incondicional.

 

 

                                               A Juana, tía Mirta, Lina, Agus, Lisett,

                                       Augusto, Bruno, césar, Ely, Muny y Layda,

                                                                por estar siempre conmigo.

 

 

   A mis compañeros de la vida y mis compañeros de Cubaliteraria,

                                                  que llenan una bendita y larga lista,

                                                           por quererme como yo a ellos.

 

                                                                                              

                                                                                                                        Gracias

 

 

           

 

 

                                                       Cuerpos de mujer en el tiempo

                                                                           Venus

 

Sus piernas se abrazan a las mías y jugamos. El retozo después del sexo es plácido, inocente. Me mira fijamente y yo huyo. Me refugio en los rostros de todas las otras, en las diversas tomas de sus cuerpos desnudos, en las sombras, en los claroscuros, en las luces. Nos observan desde todas partes, envidian los sudores olorosos, los zumos dulzones que alientan las sábanas. Respiro su axila tupida. No huele a desodorante, no apesta.

 

Huele, simplemente huele a axila de hombre, rezuma suaves aromas. Los vellos húmedos se juntan en finos mechones y se pegan a su piel. El naranjo se mete por la ventana abierta que da al patio. Es un árbol de naranjas agrias. Escapo mis piernas de entre las de él. ¿Te preparo un té con naranjada? No, ahora no quiero, dice. Estas tardes contigo son una delicia, dice. Sí, lo son, digo para mí mientras sonrío. A él le alcanza con la sonrisa para saber lo que pienso. Tiene mañas de oficio. Nada se le escapa. ¿Vas a seguir trabajando por la noche? Si te quedas, sí. ¿Y si me voy? También. Me voy, tengo que irme. Entonces me da el dinero. Lo siento, tengo que dártelo. No. ¿cómo vas a explicarle? Le digo que lo gasté y basta. ¿En qué? En cualquier mierda, ¿no? Pongo el dinero sobre la mesa. Lo beso. Su zarcillo en el lóbulo derecho me roza la mejilla.

 

Es agradable. Al principio el cabello largo, el zarcillo, la cadena en el cuello, me hacían sentir rara, como si yo misma me estuviera encontrando en él.

 A las ocho preparo algo de comer. Entonces entra. Un pellizco en la nalga. Lo habitual antes de deshacerse de mí físicamente. Lo habitual. Merodea por la cocina. Levanta las tapas. ¡Huuum! Lo habitual. El sudor se le pega a la camisa. Huele agrio. El aire acondicionado en la oficina, en el carro, en el comedor no le sirve de nada. Suda, copiosamente suda sus comidas. Su barriga se deyecta en las camisas que por suerte yo no lavo. Pero huelo. Mi olfato es muy sensible. Le doy mucha importancia a los olores, pero él, al igual que la barriga en la camisa, se caga en mí, en lo que pienso, en lo que siempre le he pedido. No le importa que me asfixie con la repugnancia de sus olores. Sigue engordando. Sigue comprando cada vez tallas mayores. Sigue ingiriendo comidas acidificantes. Ahí tiene su carne de cerdo frita con bastante grasa, como le gusta. Su congrí con chicharrones. En el sartén se fríen las papas a la juliana, grasosas. Sobre la mesa ya están la mantequilla, el pan blanco sin tostar. La panetela con natilla de chocolate no se saca del frío hasta el postre. Lo habitual. Menú invariable. Por suerte no tengo que romperme la cabeza. En realidad con él todo es muy fácil. Basta con ser agradable, ir de compras juntos algún día, participar una que otra vez en una cena de negocios, cuando el cliente es convencional, si es un tipo que no está en nada, lleva a las otras. Lo normal. Al menos le resultan más alegres, o menos habituales que yo. Es cuando se niega a sí mismo o se acepta, cuando rompe la rutina. Alguna noche quizás invita gente a la casa, a comer, por supuesto, y luego a ver un vídeo mientras él duerme. Yo continúo esperando que algún día revienten los cerdos y la grasa y las cervezas en su barriga, para vivir con modestia cobrando su recompensa, su ya jugosa pensión. Es una broma. ¿Lo deseo en realidad? claro que no, es una broma. ¿Qué pensaría de mí si escuchara esas reflexiones? Nada probablemente. Así es como deben ser todas las esposas en un matrimonio de años, ¿no? Es lo habitual. Mañana por la mañana vamos a hacer un huequito para ir de compras.

 

     Por la mañana el recorrido agotador. Subir al auto. Acomodarse. Arrancar. El sonido del aire acondicionado anuncia el confort. Él maneja con la mano derecha, con la izquierda habla de continuo por su celular. La gente pasa a nuestro lado, gris-ahumada. Los ciclistas sudan y lanzan una mirada furtiva a los tipos de adentro, una mirada con el rabito del ojo, a veces envidiosa, otras desafiante, satisfecha. Yo siempre sonrío. En el semáforo un ciclista se le pone delante. cambia la luz. Al ciclista se le traba la catalina. Él baja la ventanilla, dispara su gordo cuello enrojecido. ¡Saca la mierda de bicicleta esa del medio! ¡Sí, gordo, pero esta mierda de bicicleta es mía y ese carro no es tuyo! Él se pone más colorado de lo que estaba y pienso que a lo mejor enviudo y cobro la pensión antes de lo que pensaba. Se la dijo buena el ciclista. El carro es de la firma. Pero el ciclista no sabe que el gordo tiene un Lada propio, como nuevo, en su garaje. El gordo es previsor, ciclista. Bajarse, entrar a la tienda. Vamos a cambiar el juego de sala y comprar un microondas. ¿Un horno microondas? ¿Para qué? Para ti.

 

  Esos juegos de sala no le gustan. Hay que ver otros. Hace dos años que lo cambiamos. Me acuerdo del juego de sala de mis padres, que yo recordara se cambió una sola vez. El primero tenía dos sofás medianos y dos butacones. Un sofá con otro podían armar uno grande. Una mesa de madera de caoba estaba siempre en el medio. Lo habían adquirido de segunda mano. cuando cumplí nueve años compramos uno nuevo. Fuimos a una mueblería en la calle Belascoaín, La Protectora, creo que se llamaba, quedé fascinada. Sofá amplio con mesa adosada de caoba y cristal, dos butacones grandes con brazos de caoba y otra mesa de centro, también de caoba y cristal. Se nota que es nuevo en las fotos de mi noveno cumpleaños. Es el mismo que tienen todavía, ya se ha forrado y repintado unas seis veces. Hay que mirar en otras tiendas. A mí me gusta el juego que tenemos. Está impecable como si nadie lo usara. Pero a él ya no le gusta. Subimos de nuevo al auto. Bajamos del auto, entramos a otra tienda y así sucesivamente, sucesivamente. Subir. Bajar. Entrar. Salir. Subir. Oír sus interminables conversaciones a través del celular. Mirar por la ventanilla el incoloro paisaje ahumado como los transeúntes, como todo. A la una me deja en la casa. Hoy perdí el gimnasio. Yo tomo un baño, almuerzo una rueda de pescado, ensalada y jugo de toronja. Salgo.

 

¿Desde cuándo tienes el naranjo? Desde siempre. Siempre estuvo ahí. ¿Trabajaste mucho ayer? ¿Y hoy? También. Yo, lo de todos los días. Me agarra por la cintura y mete su boca en mi cuello. Su pelo huele a naranja. No hace falta que me bese demasiado. Es como si ya me hubiera estado besando por el camino, cuando llego al final de las escaleras ya quiero entrar sin ropas y caer en su cama o en su piso o sobre la mesa como la primera vez.

 

  La primera vez no fue la primera vez. Buenas, buenas. El tipo parado allí, al final de la escalera. Yo soy la cuñada de Frank, él me habló de tu proyecto. ¿Te hace falta el dinero? Más bien me aburro. ¿A ver? Sin preámbulos. No tengo mucho tiempo. cae la saya. cae la blusa. Lo último el blu-mer. ¿Ejercitada? Sí. No me sirves. No me sirves, no te ha pasado el tiempo por encima. El naranjo ya había aparecido por la ventana. Por favor. Es una súplica. ¿Qué? Si no me tomas, ¿qué voy a hacer? Perdón, ese es tu problema. Por piedad. Se ríe. Prepara dos tazas de té con naranja agria. De mi mata, especifica, y saca la mano por la ventana sin dejar de mirarme. Te aburres. Quizás para otra cosa. Tienes un cuerpo magnífico. Musculoso. Nadie te puede echar la edad. Reímos. Vuelve mañana por unas fotos. Mañana vuelvo.

 

  Y mañana hay otra mirada en la escalera. Otra mirada me espera. Me contengo. Pero el olfato no me engaña. Las hormonas son inconfundibles. Quizás debería regresar. La cosa se puede poner peligrosa. No me importa una aventura. No es mi intención. No vine a eso. Me desnudo: la saya, la blusa, el ajustador, el blumer. Sube a la mesa. Subo.De perfil. De frente. Dobla la rodilla. La doblo.De espaldas. De frente, entreabre la pierna. Entreabre la pierna. Por favor. Así no se puede trabajar. Entreabre la pierna. Entreabro la pierna. Es tan difícil. Más suave. Se acerca. De más cerca. No tengas pena. Así. Su mano toca mi muslo buscando la posición. Él también tiene buen olfato seguramente. La cá-mara en el piso. Un momento. Un momento. Me mira. Es un tipo con mañas. Fue cuando descubrí que nada se le escapa. Sabe lo que dicen un instante, un olor. La mesa.

 

  No me respondiste sobre el naranjo. Ya te dije: desde siempre está ahí. Fue lo primero que vi el primer día. Su boca nunca se cansa de mi cuello y lo aferra cuando vamos tropezando hasta la cama, en el borde me deja caer. Él es suave. Sus manos son suaves. ¿cómo puede dormir solo? Nunca le he preguntado si tiene a alguien. A lo mejor tiene en horas diferentes todos los cuerpos y los rostros que invaden la casa, los de veinte, los de treinta, los de cuarenta, los de cincuenta, los de sesenta. A lo mejor colecciona orgasmos por edades. A lo mejor aquella rubia como un hilo, o la desbordante mulata de muslos como troncos, o la pelirroja de fláccidas carnes, o todas, todas, todas sin excepción. No me importa. Está bien. ¿Qué harás, en fin, conmigo? Tú eres mi proyecto a largo plazo. Sonrío. Será una forma entretenida de esperar "la recompensa",o quizás decida no esperar más "la recompensa". claro que es una broma. Él me penetra y todas las mujeres en blanco y negro dan vueltas a mi alrededor. Sus miradas se vuelven lascivas, desean. Mi rostro no está entre ellas.

 

La puerta. cocino. Escalopes de cerdo para comer con salsa agridulce. Fríeme con bastante grasa los escalopes. ¿cuántos quieres? Tres. Hoy tengo un hambre. ¡Huuuum, congrí con chicharrones! ¡Qué novedad, no! Lo habitual. Un pellizquito en la nalga para la consentidora de mi mujer-cita. Me sube rabia a la garganta, pero sonrío. Sí, supe del niño. El niño tiene veinticuatro años y trabaja en Matanzas. Supe. Hace un rato llamó para decir que este fin de semana no viene. Bueno, entonces a trabajar el fin de semana. El tiempo es oro.

 

  Antes, cuando era militar al menos creía en lo que hacía. Ahora no cree en nada, solo piensa en el dinero. En lo que puede comprar. En lo que puede ahorrar. En lo que puede comer con tanto dinero. Se chupa los dedos después de co-mer una migaja de pan impregnada en la grasa donde se fríen los escalopes. Le chorrea por la comisura de la boca hasta la barbilla. Siento repugnancia, pero sonrío. Eso es lo que me toca hacer por no haber hecho antes otra cosa. A propósito no me contaste del proyecto ese de fotografía. Va bien. Me pregunta hoy, al cabo de tres meses. Le vino bien tu cuerpo, entonces. Sí, le vino muy bien. Le vino mi cuerpo de perillas. Lo encontró fabuloso. ¡No digo yo! ¡Mucho gimnasio que ha pagado este bolsillo! Parece una gallina cuando azota el bolsillo con su mano izquierda. La furia aprende a sonreír. Pero, ¿le cuadró para el asunto ese del cuerpo con la edad? No, no le cuadró. Tiene otro proyecto conmigo. ¡Ah! ¿cómo es el tipo? Tiene un zarcillo en la oreja. ¡Qué asqueroso! Y seguro que el pelo largo y una cadenita. Tan huevúo con esas mierdas. ¡Frank tiene cada socio! ¡repulsivo! corro con los escalopes rechinantes para la mesa. Espérate, échales un poquito de grasita por arriba.Así. Nunca comes conmigo, se queja. ¿Por mucho tiempo? ¿Por mucho tiempo qué? Lo de la fotografía. Quizás. Bueno, te entretiene, no. ¿Te paga? Sí, ya lo creo. Se me va en carro y meriendas. Pa la falta que te hace. Un pellizquito en el bracito de su mujercita. Porque papi te paga todo, no. Eso me pone nerviosa. No sea que de pronto quiera... Aunque hace años que no le interesa; no conmigo. No se da cuenta de mi preocupación, porque hinca el diente en el escalope, le resbala la grasa, esta vez, hacia el cuello de la camisa que pronto sustituirá como a todas las otras. El asco sonríe simulador. Después de la cena, la última mordida de dulce jugueteando con saliva en la boca, llegan los primeros ronquidos frente al televisor. Pronto la saliva seguirá el mismo camino que la grasa. Yo me limpio mientras friego. El agua corre. Imagino que corre sobre mí, dentro de mí. Me depuro de su memoria. Lo dejo dormir en el butacón. Me acuesto y verdaderamente sonrío. Las imágenes llegan: una vieja casa en el cerro. En los bajos la casa de vivienda con sus muebles viejos, en los altos un estudio fotográfico, en el estudio una cama, frente a la cama una mesa, en la mesa mil cosas. En las paredes cientos de fotos cogidas con tachuelas. Una ventana. Por la ventana un patio, en el patio un naranjo, en el naranjo un hombre con pelo largo y zarcillo. Quizás no espere más "la recompensa". Me duermo.