PRÓLOGO

 

Llegó de las Tierras Oscuras del Este vistiendo sus negras ropas y hablando su negro idioma. A una señal suya, el negro dragón sobre el que iba montado incendió nuestro pueblo. Muerte al Señor del Mal.

 

Esto es lo que escribían sobre mí, y ahora yo os voy a contar mi versión de la historia.

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UN PEQUEÑO ERROR

 

ES MEJOR QUE NO OS DIGA mi nombre. Sería imposible, para muchos de vosotros, pronunciarlo en vuestro idioma sin dañaros las cuerdas vocales, y no quiero que corráis ese riesgo. Hace falta bastante práctica para hacerlo, y me sentiría culpable si algún padre o madre humano perdiese su voz al intentar leer esta historia a su hijo antes de dormir.

En mi niñez, mis padres no hicieron nunca algo así, ya que crecí sin conocerlos, en la tierra de los orcos. La única sensación parecida a esa que pude tener fue con mi sirviente, aunque la verdad es que después...

Pero no adelantemos acontecimientos. Y para reservaros alguna sorpresa, voy a contar los hechos en el mismo orden en el que yo los viví.

Aunque no sepáis mi nombre, sí puedo deciros que soy una mezcla de humano y orco. Soy más alto que los humanos pero más bajo que los orcos, tengo los colmillos inferiores más largos que los humanos pero más cortos que los orcos, mi piel es más oscura que la de los humanos pero más clara que la de los orcos... Depende de quién me defina, podría decir que tengo lo mejor o lo peor de cada una de estas razas, aunque la mayoría de la gente suele decidirse por la segunda opción.

Siempre he vivido entre orcos, esos seres que los humanos consideran sucios, violentos y monstruosos.

Los orcos me enseñaron su idioma, me vistieron con sus ropas y me educaron según sus tradiciones. Y la verdad es que yo me siento muy orgulloso de ello, a pesar de haber sufrido el desprecio de algunos de mis compañeros. Mi vida no ha sido fácil.

Vivía con un sirviente. Era un orco común, al que le faltaba el dedo anular de la mano izquierda. Este tipo de heridas eran muy habituales entre los habitantes de mi pueblo debido al trabajo en las minas, las violentas peleas y los deportes típicos como las carreras entre estacas afiladas, el triple salto de precipicio o el lanzamiento de cuñados.

A pesar de todas las cosas negativas que había oído de los humanos, pocos días después de cumplir la mayoría de edad decidí volar con mi dragón hacia el Oeste para conocer la otra parte de mis orígenes, y saber así un poco más sobre mí mismo. Los primeros humanos que me vieron huyeron entre gritos de terror.

Al cabo de un rato vi un poblado y me dirigí hacia él. En cuanto me posé en su plaza central, varios guerreros salieron armados con espadas y arcos, observándonos de manera amenazante.

Me miraron mal por el lugar de donde venía.

Hasta yo sé que no se puede pensar que alguien es malo por el lugar de donde proviene.

Me miraron mal por mi ropa.

Hasta yo sé que no se puede pensar que alguien es malo por su vestimenta.

Me miraron mal por mi idioma.

Hasta yo sé que no se puede pensar que alguien es malo por la lengua que habla.

Mi dragón empezó a ponerse nervioso y yo le acaricié la cabeza. De repente, lanzó una bocanada de fuego e incendió todo el pueblo.

Hasta yo sé que no se puede pensar que alguien es malo porque estornude cuando se pone nervioso.

Alzamos el vuelo entre una lluvia de flechas de los humanos.

–Lo siento –me dijo mi dragón, agachando la cabeza y mirándome con sus habituales ojos tristes.

–No pasa nada –le respondí. Yo también estaba un poco nervioso.

Ese día, para los habitantes de las tierras del Oeste, me convertí en el Señor del Mal y todos empezaron a odiarme. Después de un tiempo comprendí que un enemigo común como yo era beneficioso para los humanos, que siempre estaban intentando buscar uno, ya que con eso se olvidaban más fácilmente de los problemas que había entre ellos.

Mi dragón podría haber acabado con todos ellos, pues sus armas no eran capaces de atravesar sus escamas, pero tanto él como yo decidimos no hacerlo. No teníamos ninguna razón para odiarlos.

 

Y los humanos escribieron:

 

Pero el Señor del Mal se asustó cuando nos enfrentamos a él con nuestras potentes armas y nuestra valentía.