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Katiuska Blanco y Ruth Casa Editorial agradecen esta entrega del artista de la plástica, Ernesto Rancaño, quien a solicitud de la autora dibujara, en su mayoría inéditas, las ilustraciones que aquí se presentan para este libro.

 

Ilustración: Ernesto Rancaño

Edición: Gladys Estrada

Diseño de cubierta: Lilia Díaz González (sobre ilustración de Ernesto Rancaño)

Diseño interior: Yadyra Rodríguez Gómez

Corrección: Pilar Jiménez Castro

Composición: Enrique García Martín

  

© Katiuska Blanco Castiñeira, 2012

© Sobre la presente edición:

Ruth Casa Editorial, 2012

 

 ISBN: 978-9962-697-39-8

 

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A Guillermo Cabrera Álvarez

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Las crónicas de Katiuska Blanco


Alba María Orta Pérez


Es imposible repasar la papelería de Katiuska Blanco sin deslumbrarse ante la magia que impregna a todo cuanto escribe. Ella logra una perfecta armonía entre el periodismo, la literatura y la historia, cualidad que la convierte en una auténtica cronista, capaz de imprimir a sus trabajos un estilo propio, en el que se impone una búsqueda constante de la belleza, tanto en el lenguaje como en la esencia misma de los hechos, las personas y las cosas, aunque aborde temas difíciles como la guerra, el dolor, la pobreza, o tan sencillos como cualquier pasaje de la vida cotidiana.

La peculiaridad de volver una y otra vez sobre el mismo tema, ha permitido a la autora, agrupar sus crónicas en diferentes colecciones: Ciudad soñada, por ejemplo, reúne las dedicadas a las calles de La Habana, donde a partir de la historia original que les da nombre, deja correr su imaginación y crea nuevos y apasionantes pasajes de leyenda, y los libros Voces del milagro y Niños del Milagro, en los que figura como coautora, incluyen otras nacidas de los reportajes realizados en Venezuela a familias favorecidas por la misión médica cubana. En proceso de edición, están las llamadas Crónicas viajeras, que responden a las impresiones recibidas en otras tierras; su historia, sus tradiciones; Angola, que reúne las nacidas de su experiencia como corresponsal de guerra en ese hermano país y Fidel, un eterno caminante, las inspiradas en la vida, las hazañas y el magisterio de nuestro Comandante en Jefe.

El poeta Miguel Barnet, al referirse al libro Todo el tiempo de los cedros, paisaje familiar de Fidel Castro Ruz, apuntaba los rasgos que caracterizan, no solo a ese volumen, sino a toda la obra de Katiuska Blanco. Decía Barnet:

“Cuando me leí Todo el tiempo de los cedros, me di cuenta, por sobre todas las cosas, de que estaba ante una escritora, ante una novelista con una estética muy propia, una estética de una delicada intención poética, una poética de gran sensibilidad, capaz de captar los detalles que pueda captar en la vida, en el mundo, en las texturas, una mujer sensible”.

Desde mi Habana, es la colección que ponemos en esta ocasión en manos del lector, las crónicas que la conforman, tratan temas como la belleza, la felicidad, el amor, la amistad, el dolor, la patria… y en cada una de ellas, podemos sentir esa gran sensibilidad de la autora, su espíritu un tanto romántico, su capacidad de estremecerse ante los más mínimos detalles y su facilidad para expresar emociones y trasmitirlas con sencillez y lirismo.

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Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla.

Confucio


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Fonógrafos


Prodigio de la voz atesorada, silencio que se quiebra en los salones y las tertulias, maravilla de las sonoridades que pueden escucharse tantas veces sean deseadas, acariciadas con esmero y paciencia durante cada atardecer o en el preludio de la profundidad de las noches.

Cuando Tomás Alba Edison (1847-1931) creó el fonógrafo en 1877, consiguió cumplir el sueño anhelado largo tiempo de fotografiar la voz, escribir los sonidos. Un testigo que presenció una de las primeras audiciones de la historia, narró aquel acontecimiento: “La máquina se puso en marcha y nos preguntó cómo estábamos, interesándose por nuestro estado de salud; nos interrogó acerca de si nos gustaba su forma y su nombre 'fonógrafo', nos dijo que dentro de ella todo iba bien, y se despidió con un cordial: 'Buenas noches, caballeros'”.

Ingenieros, artistas, comerciantes, científicos, financistas, operarios y cantantes soñaron largamente con esa posibilidad y pronto la aclamaron y expandieron, con el furor de unos tiempos que se asomaron a los finales del siglo xix y comienzos del xx, a novedades casi de modo cotidiano entre telegrafías, buques de vapor, cinematógrafos y automóviles.

El acucioso inventor que había en Edison, consiguió poco después la luz en una lamparilla incandescente que pronto puso de moda los ámbitos iluminados con transparencia nítida y aromática, y marcó toda una época, tanto como la hermosa caja de madera que con su mágico cilindro y su trompeta pasó a ser uno de los objetos venerados, primero en el mobiliario del hogar, en las amplias habitaciones de las viviendas; y luego, en los cafés, las confiterías, las plazas, los clubes, los retiros campestres, los parques.

Los fonógrafos y luego el gramófono, que en lugar de cilindro tenía un disco (los primeros discos comerciales producidos eran de ebonita y fue un ciudadano alemán, radicado en Washington, Emilio Berliner, quien ideó una máquina parlante que también grababa y reproducía el sonido, pero con la diferencia de que no usaba un cilindro sino un disco plano) dieron cauce a primorosos trabajos de ebanistería, al arte de fabricar insólitas cajas de música, lo mismo como imitación de un piano que de un cofre de exquisitas marqueterías y decoraciones, o con la delicada figura de una muñeca en miniatura.

Fue en una fábrica de botones para prendas de vestir donde se realizaron las primeras pruebas, con el deseo de encontrar un material apropiado para producir los discos, de manera tal, que grabaran claramente las voces y los sonidos. Y con la eclosión de las vibraciones melodiosas guardadas, con la voz reiterada, surgió la fusión de tres empresas que darían lugar, tras breve e intenso camino, a la compañía RCA Víctor que luego fabricó las victrolas.

La voz portentosa del italiano Enrico Caruso promocionaría el encanto y enigma de aquel aparato singular, tanto como el anagrama del pintor Francis Barraud, que reprodujo la estampa del Nipper delante de un fonógrafo de Edison y al pie la frase: His master's voice, es decir, “la voz de su amo”.

El recuento suscita la evocación de una tarde no muy lejana, vivida en la sala de fonógrafos antiguos del Museo de la Música en La Habana. La habitación, espléndida en iluminaciones y brisas, abre sus portones de persianas francesas a una terraza con vista singular a la Bahía y al Morro.

Todo lo explica con el alma, la señora que recibe a las visitas allí y como vio interés emocionado en las miradas y los gestos, se detuvo para obsequiar una historia entrañable con acordes de más de cien años. Como nuevas sus palabras resuenan en mí y escucho otra vez en el fonógrafo que fuera de Carmen Zayas Bazán durante su estancia en Nueva York, una de las melodías que arropaba el espíritu de José Martí a su regreso de la oficina, cuando no era todavía invierno en su corazón y disfrutaba del hogar acogedor y la cercanía de Carmen y de su hijo Pepe, poco antes de que se empozara la soledad definitiva en su alma errante y noble, incomprendida en su vocación libertaria hasta el final de los finales y aunque fuera improbable o cierta la ingratitud de los hombres.

Aquella tarde en el museo llevaba de la mano a mis hijas Isabel y Patricia. Con cinco años recién cumplidos miraban con asombro el mueble antiguo de flores pintadas y aparato con minúsculos mecanismos, resortes, tuercas, oquedades, pulsos y trompeta erguida como el mástil de un barco o de infinitas espirales, como si fuese un inmenso caracol que en lugar de cantar los susurros del mar, rumorara una música de orquesta.

 

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Las olas traen los versos