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Edición:

Maytée García Vázquez


Diseño y composición:

Lisvette Monnar Bolaños


Palabras de presentación:

Pablo Rigal



© Sobre la presente edición:

Editorial Cubaliteraria, 2014



ISBN 978-959-263-053-6



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…en cuanto se viene desnudos y desnudos nos marchamos, debíamos

tener una desnudez intermedia, pero no es posible;

nos vamos entretejiendo, envolviéndonos, esposándonos,

hilándonos y deshilándonos, oh Penélope;

y nos vamos alargando, demorando, sucediéndonos

repletos de botones, bocinas, barrenas, oh Odiseo;


R.M.


ROBERTO MANZANO: SINERGIA1

DEL HOMBRE COTIDIANO


En entrevista concedida al poeta Amílcar Feria2, Roberto Manzano desarrolla un concepto que ha sido primordial en su obra poética: “la palabra ha pasado a ser superior al hombre, y la palabra del poema solo es válida cuando da testimonio de una sustancia humana”. Esa idea podemos hallarla en reflexiones que el autor de Synergos expone de cara a la poesía, en su acepción más amplia, o en referencia a su propia obra lírica.


En el texto introductorio de su poemario El racimo y la estrella, ponía énfasis en la condición congregadora de sus poemas. Aunque referido a las décimas que integran aquel volumen, no es difícil aplicar su alcance a una reflexión más abarcadora, para Manzano esas piezas “movilizan un universo hacia una dirección de espíritu, suministrándole a cada astilla de árbol un sentido. Son un lexicón. Pero siempre el pivote copernicano es el sujeto, quien irradia la música. El camino es la visión central. El caminante es el protagonista del drama del mundo...”3


Leer al escritor avileño es una constante verificación de esos presupuestos, regresar a una verdad nacida con la poesía pero olvidada en muchas aproximaciones teóricas a sus procesos creativos. Más allá de las afirmaciones que podemos encontrar en artículos o entrevistas, hay una liturgia de profundidad humana que está presente desde siempre en su obra. Así se perfila en Synergos, uno de sus libros más leídos: “Munch, para un resonar así como los bronquios del alma/ hay que poner la baranda, el peso del alma sobre/ la baranda”.


El poeta señala hacia el sitio que todos miramos y nos deja ver un ángulo nuevo, un matiz que no habíamos descubierto, una belleza ignorada, una justicia pendiente, u otra forma de organizar nuestro pensamiento. Esa conjunción entre el logos y el ethos, entre lo formal y lo ontológico,es un hallazgo permanente en los textos del Poeta5 Roberto Manzano.


Pero en su poemario El hombre cotidiano encontramos, como resultado de la progresión, la cima de sus procedimientos creativos. En el texto la sustancia humana se hace tangible, es una lectura a la que no podemos llegar solo de manera referencial o cognoscitiva porque la emoción que produce “el vasto mundo interior” se nos da en pleno equilibrio con el lenguaje: la palabra es, en este caso, vehículo ideal para el complejo mundo interior del ser humano.


Inmersa en lo que Virgilio López Lemus ha llamado “un muy común encabalgamiento entre tradición y ruptura”, la poesía del autor de Synergos ha sido, desde su comunión pública, una lírica que se resiste a las etiquetas. Tendencias, influencias y elecciones hay muchas; así, el receptor desde sus mensajes y el interlocutor desde sus motivaciones espirituales y estéticas decodifican el texto a partir de una historia personal y la jerarquización de lecturas.


Este conjunto de 43 poemas permite, entre otras evocaciones, las de Antonio Machado, José Martí, Rubén Darío y Pablo Neruda, especialmente en el gusto por el tropo y en lo que Marchese y Forradellas definieron como “acto de lenguaje”. Manzano nos convoca desde sus irresistibles enunciados que se mueven entre lo imperativo y lo promisorio:


Ahora yo vengo, jinete de mí mismo, sobre mí mismo

sujeto, como un ancla impalpable, y de las raíces

me alzo hacia los trillos

que van a todas partes.

Aquí tengo mis mieles, mis fraguas, mis herramientas

de fuerte aroma, de humareda y rama,

de acero y mediodía.

(Léase “El arquero”).


Los versos que inauguran el libro ofrecen una promesa y un llamado a la inclusión. La idea de la representación del arquero como el hacedor de palabras que retoma en varios textos se vislumbra en uno de sus excelentes poemas en prosa, refuerza lo performativo e impide una relación contemplativa con el verso. Porque escribir es un “oficio que nadie dicta y que dictan todos, desde un púlpito sin palabras, y que oye el arquero en la aproximación de su sangre hacia la entraña misma de lo que se separa y se junta” (Lease “Escrituras”).


En esa suerte de encantamiento nos convertimos en lectores sensibilizados con la condición humana, lectores atentos a representaciones que compartiremos con el poeta de manera ineludible:


Ahora todo germen antiguo, toda resurrección profunda

encontrará en despunte de palabra

o inacabable nacimiento

su tremenda campana y su más firme sortilegio

(Lease “El arquero”).


Un lenguaje intenso en su sentido tropológico, sin retóricas vacías, de una intensidad en ocasiones dramática, en ocasiones nostálgica, siempre conmovedora, de una altura digna de las grandes voces de la lengua:


Por la tarde, bajo el iluminado verde,

reposan los ancianos. Cuando se sientan

un espeso relumbre de monedas lilas

se asorda en los bolsillos del destino

y es un río, de pronto solo y acompañado,

que queda ensimismado entre una estrella y otra

bajo el cerrado cuello y la pequeña tos..

(Lease “Los ancianos”).