Cubierta

¿Existe la muerte?

Ciencia, vida y trascendencia

Anji Carmelo y Luján Comas

Plataforma Editorial

Índice

  1.  
    1. Prólogo
  2.  
    1. 1. ¿Qué es la muerte?
    2. 2. ¿Qué es una experiencia cercana a la muerte (ECM)?
    3. 3. Física cuántica. El universo como un holograma. La conciencia
    4. 4. Sentido de la vida e inmortalidad
    5. 5. Crisis y resiliencia
    6. 6. Miedos, adaptabilidad y evolución
    7. 7. Vivir el aquí y ahora
    8. 8. Relaciones
    9. 9. Trascendencia
    10. 10. Intuiciones
    11. 11. La muerte no existe
    12. 12. ¿Quiénes somos?
    13. 13. En lo pequeño está lo más grande
    14. 14. Mente y creencias
    15. 15. La meditación del ocho
    16. 16. Las intuiciones y el duelo
    17. 17. Un viaje al infinito
    18. 18. Continuidad
    19. 19. Samarra o preparando para la muerte
  3.  
    1. Epílogo. Maravillosa ancianidad

Prólogo

Por mi experiencia personal y profesional, he estado muy en contacto con la muerte. Soy médica, especializada en anestesiología y reanimación.

Gracias a los avances en las técnicas de reanimación y ventilación mecánica, hoy en día podemos revivir a algunas personas después de un tiempo sin respiración, actividad cardíaca o cualquier otro signo visible de vida, manteniéndolas con vida artificialmente. En la actualidad hay muchos más casos de supervivencia después de un paro cardiorrespiratorio que antes.

He visto y reanimado muchos paros cardíacos y en numerosas ocasiones me he planteado preguntas sobre la vida, el ser, la muerte, el porqué, el para qué, el fin de qué, el principio de qué… Seguramente, las mismas que las personas que tengan en sus manos este libro. Para contestarlas, intentaremos aportar algo de nuestros estudios, nuestra búsqueda personal, nuestros pensamientos.

La muerte es un tema importantísimo para mí. Siento un compromiso con la vida para ayudar a cambiar el concepto de muerte, quitar lo que tiene de tabú y plantear, según los últimos conocimientos, que es un estado de conciencia continuado.

Si cambiamos nuestra visión sobre ella, cambiaremos nuestra manera de vivir. Ya que la muerte es un estado de conciencia, vivamos conscientemente.

Si la vida continúa con todo lo mejor de nosotros, tenemos muchos cambios que hacer en nuestra forma de plantearnos la vida y los valores.

El momento más importante de nuestra existencia aquí en la Tierra es el paso a esa otra dimensión, y para ello debemos prepararnos igual que lo haríamos si fuéramos al Everest. Para escalar la montaña nos prepararíamos física y energéticamente, para estar más fuertes, con una correcta alimentación, vitaminas, respiración, ejercicio, control mental. Estudiaríamos el mapa de la región, trabajaríamos la adaptabilidad física y mental a las circunstancias que el ascenso nos deparase y desde luego no llevaríamos nada que nos pesase y nos dificultase el ascenso. Sería absurdo, ¿no? En la última etapa, ya solo llevaríamos lo imprescindible.

En el viaje de la vida, debemos desprendernos de todo lo «inútil», lo que no va a servirnos, y prepararnos conscientemente para llevar todo aquello que sí vendrá con nosotros.

Tener conciencia de lo que realmente es útil para nuestro viaje nos ayuda a dar importancia a lo que de verdad la tiene, a buscar valores sólidos que nos ayuden en los momentos de dificultad, entendiendo que todo tiene un para qué.

La vida es un proceso de toma de conciencia para continuar con ella en lo que llamamos muerte. Descubramos y desarrollemos todo nuestro potencial para poder dar lo mejor.

He trabajado dieciocho años en un quirófano de cirugía cardíaca programada y en sus urgencias. Entre las operaciones más graves que hacíamos entonces estaba la cirugía de urgencia del arco aórtico, en la que tenían que reimplantarse las carótidas (que son las arterias que llevan el oxígeno y el alimento a las neuronas) en la aorta. Debíamos dejar sin sangre el cerebro para que las arterias estuviesen vacías y que el cirujano trabajase con comodidad y rapidez, lo cual es clave para el éxito de la operación. Protegíamos el cerebro de la falta de oxígeno con hipotermia general a través de la máquina de circulación extracorpórea. Además, enfriábamos con hielo externo el cerebro y el corazón, hasta conseguir una temperatura nasofaríngea de 12 ºC.

Entonces se paraba la máquina de circulación extracorpórea (ya no había circulación) y el respirador (dejaba de respirar), y se controlaba que no hubiese actividad cardíaca (ECG) ni cerebral (EEG), y debíamos mantener los valores así.

Todos los parámetros «objetivos» eran de «muerte». El único registro que se movía era la saturación de oxígeno, que cada minuto que pasaba iba descendiendo peligrosamente hasta límites aparentemente incompatibles con la vida; en ese momento te planteas: ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿quién da vida a ese cuerpo?, ¿somos un cuerpo o tenemos un cuerpo habitado por una energía? Si la energía no se crea ni se destruye y solo se transforma, la energía que da vida a ese cuerpo ¿adónde va?

Cuando vemos a una persona muerta sentimos que ya no está ahí, que es un cascarón vacío. Pero aquello que le daba vida hasta el segundo anterior ¿dónde está? Es como si la vida se pusiera un abrigo y cuando no lo necesitara o ya no le sirviera, lo dejara, pero siguiera existiendo sin abrigo o eligiera otro. Al día siguiente veías a esas personas que durante un tiempo en la operación habían estado aparentemente muertas y que en ese momento estaban bien, desayunando…

La creencia hasta ahora de la medicina es que la conciencia es un producto del cerebro, por tanto, desaparece al desaparecer sus funciones. Pero surgen algunas preguntas: ¿Nuestra conciencia está en nuestro cerebro? ¿Nuestra memoria queda almacenada en el cerebro o utiliza el cerebro? ¿Somos un cuerpo o tenemos un cuerpo? ¿Qué pasa con las experiencias cercanas a la muerte (ECM) que algunos pacientes tienen en los momentos en que su cerebro está sin oxígeno? Las ECM desmontan nuestro conocimiento médico sobre el cerebro y sobre la muerte.

Cada vez hay más comunicaciones e investigación sobre estos casos, aunque la gente que ha tenido estas experiencias muchas veces no puede compartirlas porque los que los rodean, tanto médicos como familiares, consideran que la falta de oxígeno (anoxia) les ha producido lesiones cerebrales con trastornos mentales y alucinaciones y que esto es la causa del desvarío que les hace contar esas historias tan raras. Quizás estas personas hayan vuelto para explicarnos que existe una continuidad de la vida…

El concepto científico tradicional de la muerte aceptado por la medicina y la biología es incompleto y debe ser revisado a la luz de las nuevas investigaciones. Esto es lo que intento hacer en los primeros ocho capítulos de este libro. En los capítulos siguientes, Anji abordará el tema de la trascendencia, para crear un marco de reflexión que nos ayude a colocar la muerte en su lugar. Ciencia y trascendencia, creemos, son precisamente las ventanas que abrirán nuestra vida a nuevos horizontes.

LUJÁN COMAS

1. ¿Qué es la muerte?

«La muerte no es más que un desprendimiento del cuerpo físico, como la mariposa de su capullo. Se trata de una transición a un estado superior de conciencia donde continuarás percibiendo, entendiendo, riendo, y donde podrás crecer.»

DRA. ELISABETH KÜBLER-ROSS

Los libros de medicina y los diccionarios médicos definen la muerte cerebral como el cese completo e irreversible de la actividad cerebral o encefálica, con pérdida de conciencia, ausencia de reflejos y de respiración espontánea y electroencefalograma plano, demostrativo de inactividad bioeléctrica cerebral. Esto suele ocurrir a consecuencia de una parada cardiorrespiratoria.

Habría que descartar si ha habido administración de drogas depresoras del sistema nervioso central, relajantes musculares, hipotermia, determinados medicamentos o alteraciones tóxicas (exógenas) o metabólicas reversibles.

Pero ¿qué es la muerte para nosotros a un nivel no tan técnico? ¿cómo se aproxima a nuestras vidas?

La muerte está mal vista por la sociedad, y las investigaciones que se están realizando actualmente van dirigidas a intentar conseguir una mayor longevidad, no a investigar si existe la muerte o no.

Está presente en nuestras vidas continuamente. Desde que nacemos, cada segundo que pasa nos acerca más a ese «fin», pero no queremos hablar de ella y no nos percatamos de que, en ese día a día, cada noche representa un final, es una pequeña muerte diaria y un renacer cada mañana con todas las posibilidades por delante.

Un cambio de colegio, de casa, de país, de amistades o dejar atrás algo importante para nosotros son pequeñas muertes que vivimos a lo largo de nuestro ciclo vital.

Antiguamente, nuestros padres vivían «una sola vida», es decir, una sola pareja, un solo trabajo, una sola casa…

Actualmente, se viven «varias vidas» en una. Hay muchos cambios, finales y principios. Todo es mucho más acelerado. Hay muchas más experiencias. Muchas personas pasan por varias relaciones, los hijos tienen como hermanos, además de los de los mismos padres, a los hijos de la otra pareja. Hay cambios de casa, de trabajo, de ciudad… Todos estos cambios son de alguna manera pequeñas muertes, pequeñas despedidas que deben hacerse correctamente.

Y, a pesar de eso, evitamos hablar de la muerte. Tenemos muy claro que aún nos queda mucho tiempo de vida y que ya pensaremos en ella cuando llegue el momento, creyendo que todos llegaremos a una edad longeva, que ya no tendremos otras ilusiones y podremos planteárnosla, pero ni aun así, porque cuando somos viejitos seguimos evadiendo el tema y pensamos que nos queda mucha vida por delante, que aún no ha llegado nuestra hora, el momento de partir, y que al hablar de ella podemos de alguna manera «acelerarla».

Pero la muerte puede llegar en cualquier momento y aun así es un tema tabú; creo que ahora es el único que existe, antes compartía liderazgo con el sexo, pero ahora este ha dejado de serlo y solo queda la muerte.

Es un asunto del que nadie quiere hablar hasta que nos toca enfrentarnos a una enfermedad nuestra o de un ser querido, a un accidente o una muerte súbita. En esos momentos nos damos cuenta de nuestra fragilidad, de que todo por lo que hemos luchado para asegurarnos y asegurar nuestro futuro y el de nuestros hijos se nos desvanece de un plumazo y nos hace enfrentarnos sí o sí a nuestra impotencia ante el único hecho realmente cierto y seguro que nos ocurrirá en la vida: nuestro fin.

Sin embargo, pasada esa circunstancia que hace tambalear todos nuestros sistemas de creencias, al cabo de un tiempo, muchos vuelven a realizar los mismos automatismos de antes y vuelven a esconder y a alejar el planteamiento de la muerte de sus vidas.

Pero todas las monedas tienen dos caras y la proximidad de la muerte también nos hace encararnos a nuestro día a día, dar importancia a lo que realmente la tiene, cambiar nuestros valores y nuestras creencias. Nos hace replantearnos la vida, el aquí y ahora, y ver si de verdad estamos «viviendo». Si estamos amando y lo expresamos. Si realizamos nuestros sueños. Si somos auténticos.

Se trata de no llegar al fin de nuestros días para plantearnos estas preguntas y ver con tristeza que no hemos hecho lo que realmente queríamos y que ya no hay tiempo, que la vida y las oportunidades ya han pasado… Estamos a tiempo, busquemos nuestra realización aquí y ahora.

Todo en la naturaleza nace, crece, se reproduce y muere. Así lo aprendimos y así hemos experimentado que ocurre. Pero ¿con la muerte acaba todo? ¿Es el fin? Hasta ahora así lo creíamos, pero actualmente hay muchas evidencias científicas de que algo sobrevive a la muerte. Somos energía. Y aprendimos que la energía no se crea ni se destruye, solamente se transforma.

¿Somos energía? Por supuesto.

Hay algo que diferencia un cadáver de un ser vivo, y ese algo es lo que le da la vida.

El cuerpo muerto y el vivo tienen la misma composición, la misma forma, el mismo tamaño, la misma apariencia. Pero en uno todo está parado y en el otro está en marcha. Algo hace que se mueva, es la energía para algunos, el alma para otros. Evidentemente, aunque ambos cuerpos sean anatómicamente iguales, no lo son.

La energía, el alma, les da movimiento.

¿Qué pasa en la muerte con esa energía? ¿Adónde va? ¿Qué forma tiene? ¿En qué se transforma? ¿Tiene identidad o se unen todas esas vitalidades constituyendo un inmenso mar?

Si es verdad lo que nos enseñaron de pequeños, esa energía sigue existiendo.

Es interesante recoger las últimas investigaciones que se están realizando sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM), en las que vemos que todas esas personas siguen existiendo, con conciencia de quienes son. Se reconocen y reconocen a las personas que ven, algunas conocidas y otras no en ese momento, pero después, al despertar, pueden reconocerlas al verlas. Están completos y, aunque en su vida en la Tierra tuviesen alguna minusvalía, en esa experiencia se perciben completos. Más adelante hablaremos sobre las ECM.

Saber que seguimos existiendo nos ayuda a vivir con más sentido y encontrar sentido a la vida.

Según los tibetanos, estamos sostenidos por dos hilos que nos conectan con nuestro yo superior, o alma: uno es el hilo de conciencia y el otro el de vida. El de conciencia se ancla en el centro de nuestro cerebro, cerca de la glándula pineal, y el de vida, en el corazón. Algunos lo llaman el cordón de plata. Durante el sueño se desconecta el de conciencia y en la muerte, ambos.

En general, tenemos varios planteamientos o soluciones frente a la muerte:

Una es una visión materialista en que se cree que la vida consciente existe mientras haya una forma física tangible. Después de la muerte y la desintegración del cuerpo físico ya no existe una persona consciente, activa y autoidentificada. Con la muerte del cerebro muere nuestra conciencia.

Otra visión es la de la inmortalidad condicional: cada vida tiene un principio y podemos ser inmortales dependiendo de las acciones que hagamos en esta única vida. Esta solución puede llenarnos de intranquilidad. ¡Qué miedo a no hacerlo bien! ¡Qué responsabilidad! Y, bajo mi punto de vista, qué injusticia, ya que ¿por qué unos tienen muchas posibilidades en diferentes campos y otros tan pocas? Se reconoce la injusticia de este planteamiento, pero dicen que se debe a la voluntad o designio divino.

Otra perspectiva distinta es la del renacimiento: tenemos un origen espiritual. Hemos descendido a la materia y, a través de las distintas encarnaciones, nos toca hacer un viaje desde la ignorancia a la sabiduría, desde el dolor a la comprensión amorosa, desde la inconsciencia a la conciencia, para hacer un retorno a «casa» consciente. Vamos ascendiendo a través de las distintas vivencias en la forma, hasta que estas son la expresión perfecta de la conciencia individual que mora internamente.

A mí me resulta más fácil entender esta última visión. Me parece más justa. Bajo mi punto de vista, lo injusto es que te lo juegues todo en una vida para luego, según las equivocaciones que hayas cometido, te halles toda la eternidad pagando los errores cometidos, sin otra oportunidad.

También me parece más justo suponer que yo, a lo largo de mi evolución como conciencia, he estado en todas las situaciones: he sido hombre, mujer, he nacido en África, en Oriente, en Europa, he pasado por todas las situaciones justas e injustas, las he sufrido y las he ejecutado, ganando en experiencia, sabiduría y conciencia.

Hemos dicho antes que todo en la vida nace, crece, se reproduce y muere. En esta reproducción física ya hay una continuidad de la vida, y esta va perpetuándose en la Tierra cada vez mejor. Igualmente, la conciencia está en un camino de desarrollo y evolución que no puede perderse.

Gracias al avance tecnológico de la medicina, en cuidados intensivos hoy es posible mantener de forma artificial la actividad cardíaca y ventilatoria de una persona cuyo corazón ha dejado de latir y no es capaz de respirar por sí misma, lo cual demuestra que el cese de actividad cardiorrespiratoria propia no significa estar muerto. El protocolo utilizado para el diagnóstico de la muerte en este caso es diferente y debe ser aplicado por especialistas en ciencias neurológicas, y se habla entonces de «muerte cerebral» o «muerte encefálica». En el pasado, algunos consideraban que era suficiente el cese de actividad eléctrica en la corteza cerebral (lo que implica el fin de la conciencia) para determinar la muerte encefálica; es decir, el cese definitivo de la conciencia equivaldría a estar muerto. Hoy, en cambio, en casi todo el mundo se considera difunta a una persona (aunque tenga actividad cardíaca y ventilatoria gracias al soporte artificial de una unidad de cuidados intensivos) que presente un cese irreversible de la actividad vital de todo el cerebro, incluido el tallo cerebral (estructura más baja del encéfalo encargada de la gran mayoría de las funciones vitales), comprobada mediante protocolos clínicos neurológicos bien definidos y soportada por pruebas especializadas.

En estos casos, la determinación de la muerte puede ser dificultosa. Un electroencefalograma, que es la prueba más utilizada para determinar la actividad eléctrica cerebral, puede no detectar algunas señales eléctricas cerebrales muy débiles o pueden aparecer en él señales producidas fuera del cerebro y ser interpretadas erróneamente como cerebrales. Debido a esto, se han desarrollado otras pruebas más confiables y específicas para evaluar la vitalidad cerebral, como son la tomografía por emisión de fotón único (SPECT cerebral), la panangiografía cerebral y el ultrasonido transcraneal.