Cubierta

Música para leer

Siete notas para amar la música

Íñigo Pirfano

Plataforma Editorial

«Si la gente no sabe apreciar la música es porque se le ha enseñado a respetarla, no a amarla».

IGOR STRAVINSKY

Índice

  1.  
    1. Prólogo de Plácido Domingo
    2. Introducción
  2.  
    1. Lo bueno es enemigo de lo mejor Johann Sebastian Bach Pasión según san Mateo
    2. Fracasos que son éxitos Wolfgang Amadeus Mozart Réquiem
    3. Agarrar el destino por el pescuezo Ludwig van Beethoven Concierto nº 5 para piano y orquesta, «Emperador»
    4. El solitario enamorado Johannes Brahms Sinfonía nº 1 en do menor
    5. Mi hora llegará Gustav Mahler Canciones de los niños muertos
    6. El espacio entre las notas Claude Debussy Preludio a la siesta de un fauno
    7. Como un cerdo buscando trufas Igor Stravinsky El pájaro de fuego
  3.  
    1. Coda. ¿Y ahora qué?

Prólogo

He tenido la oportunidad de conocer recientemente a Íñigo Pirfano, a partir de la lectura de su libro Inteligencia musical. En él, este joven director de orquesta hace gala de una acertada visión de la praxis y el liderazgo musicales, que sabe conjugar con buenas dosis de inteligencia interpersonal, sabiduría de vida, humor y sentido común que me sorprendieron muy gratamente. Su lectura me pareció tan estimulante y amena que, cuando me ofreció prologar su nuevo proyecto editorial –Música para leer–, no lo dudé.

El libro que el lector tiene entre manos es muy especial. Con él Pirfano pretende introducirnos en la persona y la obra de algunos de los compositores más célebres de todos los tiempos. Y no lo hace con la mirada aséptica del historiador; tampoco con la gravedad reverente con la que algunos musicógrafos parecen encogerse ante estas figuras colosales de la música, sino con la franqueza y el afecto del amigo que, tras avistarnos en una calle concurrida, se abre paso entre la multitud para obsequiarnos con su abrazo.

Cediendo el protagonismo a los grandes músicos y, cómo no, a su música, Pirfano desciende del podio del maestro para representar, esta vez, el papel de docente. Como tal, acompaña al lector a través de la audición de algunas de las partituras más famosas de la literatura musical universal, aportando las claves interpretativas y terminológicas para su comprensión, y dibuja una acertada semblanza psicológica de los hombres que las compusieron. Hombres que, a pesar de haber sido bendecidos con el don del genio, se enfrentaron a las mismas penalidades, limitaciones y contratiempos que el común de las gentes de su tiempo.

Como ya hiciera en Inteligencia musical, en este libro el autor vuelve a articular una audaz defensa de la educación del espíritu: de una pedagogía dirigida a promover esa delicada disposición de las dimensiones intelectiva y afectiva que demanda una adecuada comprensión del fenómeno musical. Así, Pirfano pone en valor esa cualidad humana, casi proscrita en nuestra sociedad materialista, con la que aludimos a la sutil fibra del ánimo que sólo el arte y el amor con mayúsculas son capaces de estremecer.

Lamentablemente, en la cultura hispanohablante, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, en el mundo anglosajón, este esfuerzo educativo para promover la sensibilidad y el aprecio hacia la música mal llamada clásica –como si su belleza ya hubiese caducado o su mensaje perteneciese a una época remota– aún no parece haberse obrado con éxito. Nada más lejos de la realidad. Las herramientas para la comprensión y el deleite que nos ofrece están ahí, a nuestra disposición, en las obras que los maestros nos dejaron. Sólo hace falta afinar un poco el oído y el espíritu. Dejar que nos hablen al corazón. Si las escuchamos con atención, puede que nos ayuden a descubrir cuál es nuestro papel en esta orquesta y cómo, en el manejo del instrumento más afín a nuestra propia esencia, podemos favorecer el equilibrio del conjunto. Porque, en definitiva, ¿qué nos hace tan distintos a ellos? Nosotros también –cada uno en la medida de las propias posibilidades– estamos llamados a contribuir a la armonía del mundo.

PLÁCIDO DOMINGO

Valencia, 12 de enero de 2015

Introducción

El gran violonchelista ruso Mtislav Rostropovich aseguraba, con la rotundidad de quien lo tiene bien experimentado, que «la música es un asunto del espíritu». Creo que a nadie con una cierta sensibilidad se le escapa que detrás de las grandes creaciones musicales –como escondido tras una incomprensible maraña de parámetros y conceptos–, se encuentra el mensaje profundo que encierra la gran música. Precisamente este contenido primordial es el que más poderosamente influye en el estado emocional del oyente, pues arroja luz sobre las cuestiones de la vida que más le afectan e importan: «¡Qué curioso! –decía Gustav Mahler–, cuando escucho música, también mientras la dirijo, encuentro respuestas muy precisas a todas mis dudas, y todo me resulta entonces claro y evidente. O, más bien, lo que veo con claridad es que ya han dejado de ser dudas en absoluto».

Existe un error muy generalizado que consiste en referirse a las obras de arte, la literatura y el pensamiento como las grandes creaciones del pasado. Ninguna obra artística esforzada es un objeto cerrado –condenado a la fría quietud de una biblioteca o de un museo–, sino que se halla siempre abierta. Llamada a perdurar para siempre, se encuentra en un permanente estado de tensión y de interpelación. La obra de arte contiene por naturaleza una promesa: la de un encuentro personal con los hombres y las mujeres de todos los tiempos, con los que desea establecer una comunicación confiada e íntima. Éste es el motivo por el que las obras de arte son siempre actuales; porque son atemporales. Nacen para nunca más morir.

Por supuesto, el acceso a este mensaje tan poderoso y transformador no es evidente, ni se produce de manera automática. Exige, por así decir, una cierta pedagogía, que no siempre se ha sabido cultivar de la manera adecuada. Los músicos profesionales constatamos con decepción cómo el enfoque de la enseñanza musical en las escuelas –e incluso en los conservatorios– muchas veces no es el correcto. Como consecuencia de esto, un gran porcentaje de la población más joven –y no tan joven– no siente ninguna afinidad por la gran música; la consideran una realidad lejana, incomprensible, propia de gente aburrida o extraña. Otros quizá albergan la sospecha de que se trata de un mundo fascinante y enriquecedor, pero les parece que no disponen de las claves para acceder a él. No saben cómo han de acercarse a estas grandes creaciones musicales, y pronto se rinden con la amarga sensación de que han perdido ese tren.

Música para leer está planteado como una guía para iniciarse, profundizar y llegar a amar –hasta la completa adicción– el mundo de la música. Escrito en un registro cercano y amable, tan lejos de la erudición como de la divulgación insustancial, me he propuesto que el lector conozca el lado más humano y personal de algunos de los mejores compositores de la historia, como vía para poder penetrar en su obra.

Enseguida se observará que la selección de los compositores y las piezas que configuran el índice no es casual. En realidad, he seguido un doble criterio: por un lado, el estrictamente cronológico, con la intención de que el lector pueda familiarizarse con los estilos y lenguajes más importantes de la historia de la música occidental, entre el Barroco y el siglo XX. Por otro, he procurado abordar los principales géneros musicales, con el objeto de que se comprenda qué es y cómo se estructura cada uno de ellos: un oratorio (Bach), una misa (Mozart), un concierto (Beethoven), una sinfonía (Brahms), un ciclo de canciones (Mahler), una pieza de música descriptiva (Debussy) y un ballet (Stravinsky). El lector podrá aprender por fin el significado preciso de algunas misteriosas palabras –tantas veces escuchadas–, como «recitativo», «sonata», «aria» o «movimiento», y podrá relacionar las composiciones musicales con su contexto histórico, filosófico, sociopolítico, etc.

Naturalmente, este libro no pretende ofrecer un estudio exhaustivo de dichas obras o compositores. Se propone más bien brindar pistas, vías de entrada, claves de interpretación. Consciente de la dificultad de la empresa –de una osadía rayana en la temeridad–, deseo asumir el papel de sherpa y acompañar a todo el que lo desee hasta las cumbres de estas gigantescas creaciones artísticas. Ante todo me mueve la certeza de que, aunque el lector tal vez no disponga de otros conocimientos musicales que los adquiridos en la escuela, está capacitado para disfrutar de la mejor música al máximo nivel. No en vano, la música ha sido creada para deleite de los hombres; de cada hombre. Porque, bien mirado, no es necesario conocer los procesos químicos de las supernovas ni la retrogradación de los planetas para poder gozar de una noche estrellada… Tal vez, disponer de esa ciencia pueda disponernos mejor, pero no los hace necesariamente más bellos. Lo verdaderamente nuclear es poseer la sensibilidad necesaria para sentir la fuerza de su llamada.

El acceso al contenido profundo de la música sirve para alcanzar un estadio mucho más hondo e importante. El hombre y la mujer de hoy necesitan –tal vez más que nunca– recuperar el gusto por lo espiritual: esa realidad anegada en las agitadas aguas de un relativismo estéril o de un pesimismo castrante. Muchas personas tal vez se sonrían con cinismo y amargura ante cualquier propuesta espiritual. Esto me trae a la memoria un pasaje de la obra maestra de Saint-Exupéry:

Conozco un planeta –dice el principito– en donde hay un señor carmesí. Jamás ha aspirado una flor. Jamás ha mirado una estrella. Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más que sumas y restas. Y todo el día repite: «¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!». Se infla de orgullo. Pero no es un hombre… ¡es un hongo!

Hemos de volver a redescubrir ese ámbito al que únicamente se puede acceder de manera intuitiva, amorosa, poética. «Belleza», «amor», «grandeza», «sinceridad», «arte», «entrega», «pensamiento», «generosidad», «valentía», «lealtad» no son realidades que hayan dejado de estar de moda, porque, en rigor, nunca lo han estado. Han de constituir el fruto de las esforzadas conquistas diarias del hombre de todos los tiempos, ya que dotan a la vida de lo único que puede llenarla completamente. Nada hay peor para alcanzar una meta, que las juiciosas consideraciones que nos certifican la imposibilidad de la empresa. En el epitafio del dramaturgo alemán Friedrich Hebbel se lee:

Si el árbol se echa a perder, aunque sea en el peor de los suelos, es sólo porque no clava sus raíces lo bastante hondo. Toda la tierra es suya.

A lo largo de mi carrera como intérprete musical, me he encontrado con numerosas personas que me piden un consejo –un libro, una guía… ¡algo!– para poder penetrar en este fascinante mundo al que no han tenido la fortuna de sentirse invitados. Impotente ante sus requerimientos –las publicaciones que existen en este campo son o demasiado infantiles o demasiado técnicas–, me he lanzado a la apasionante tarea de facilitarles el camino con esta Música para leer; de mostrarles uno de los posibles senderos que conducen al reino de la gran música. Espero con verdadera ilusión que el esfuerzo haya valido la pena.

Madrid, otoño de 2014