Cubierta

Sor Lucía se confiesa

Sor Lucía Caram

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Índice

  1.  
    1. A modo de introducción. Contra viento y marea
  2.  
    1. 1. La monja cojonera
    2. 2. El pan nuestro de cada día
    3. 3. Es la hora de cambiar el mundo
    4. 4. Muchos los llamados, pocos los decididos
  3.  
    1. Epílogo

A Pedro Meca, profeta de la «gente de la calle». Dominico, predicador itinerante, que vivió entre los últimos, y a quien los suyos tampoco le reconocieron. Hermano y amigo, que entraste en el corazón de la comunidad y que amando a las hermanas fuiste amado por cada una de nosotras.

A mis hermanas de Comunidad, Maria Dolors, Francisca, Pilar y Juana Mari, compañeras de camino y amigas entrañables: Con vosotras el Evangelio se hace vida y la vida se hace servicio. Gracias por amar y por no anteponer nada al proyecto de Jesús que se hizo pobre.

A Pilar Izquierdo, porque escuchando y acogiendo soñamos juntas un proyecto que hoy es una realidad.

A todos los voluntarios de la Fundación Rosa Oriol, ellos hacen que todo sea más fácil.

A modo de introducción Contra viento y marea

Estoy en medio de la plaza toreando y capeando las feroces embestidas junto con una ciudadanía cabreada por la estafa de este sistema. Sus mandamases, parapetados tras mayorías absolutas, cortan rabos, orejas y lo que haga falta, clavando sin piedad el cuchillo del recorte, de la austeridad y de los ajustes, y atropellando el derecho a la dignidad de las personas y el respeto a la vida.

Quisiera gozar de la paz y verme libre de esta hora «de muerte» –como decía san Pablo–, pero siento que estoy donde debo estar, donde me ha puesto mi compromiso con el Evangelio. El aguijón de la justicia no me da tregua en esta noche oscura en la que no servir es de cobardes y ser indiferentes nos hace cómplices y traidores. Pero necesito el silencio; me urge el claustro interior para procesar las experiencias cotidianas y para renovar mi fe en el Dios de la vida y en los hombres que Él me dio como hermanos y como compañeros de camino.

No estoy sola. Al silencio y a la soledad voy con todos los que a diario llenan mi corazón y ocupan el centro de mis preocupaciones, ocupaciones y esperanzas. La mía es una soledad acompañada por ellos y por ellas. Y el claustro es un espacio en el que puedo recuperarme y reencontrarme con aquel que no me deja, que es mi fuerza y mi vida. Aquel que es mi fuente de inspiración, que me seduce y colma mis ansias de plenitud: Jesús de Nazaret, el hombre libre que vivió quitando cruces y cantando las bienaventuranzas del amor por los demás.

«Estoy en medio de la plaza toreando y capeando las feroces embestidas junto con una ciudadanía cabreada por la estafa de este sistema.»

Y me doy cuenta de que, cuando estoy haciendo en cada momento lo que toca, la vida florece, crece, da frutos y sombra, y son muchos los que pueden encontrar en ella un alivio, una oportunidad, un consuelo. Eso es lo único que cuenta: ser un cauce más allá de una misma, un cauce que transmite esperanza y razones para perseverar y para esperar, cuando la espera no es fácil y cuesta resistir.

«Eso es lo único que cuenta: ser un cauce más allá de una misma, un cauce que transmite esperanza y razones para perseverar y para esperar.»

Busco cada día mis oasis de paz en medio de la vorágine del servicio y de la escucha atenta a las personas, y los encuentro, generosos, en el silencio atronador del monasterio que me acoge y que me abraza, que me restaura y recupera, que renueva mi amor y mi pasión por la vida y por la humanidad. Es allí donde mis hermanas me cuidan y me quieren, me aguantan y sostienen, impidiendo que esos espacios «sagrados» sean invadidos, porque saben que los necesito como el aire para respirar, como el hábitat en el que vivo y echo raíces para luego poder ser fecunda y florecer.

En estas páginas os ofrezco algunas experiencias, reflexiones y desafíos que me hacen avanzar en mi lucha. Os los cuento con la misma sencillez con la que los vivo y vienen a mi memoria y a mi corazón. Son fruto de mis conversaciones interiores, de aquello que me digo cada día, y de aquello que escucho e interpreto en el silencio de mi corazón y de la plegaria.

Para comprender mis reflexiones y todo cuanto quiero transmitir, os ofrezco este poema de Pere Casaldàliga, maestro espiritual, hermano en la fe y testigo de la esperanza. Él también abrió camino y nunca claudicó. Comparto sus sentimientos y cada una de sus contradicciones. Desde que Jesús entró en mi vida, cambió el rumbo de mi historia.

¡Señor Jesús! Mi fuerza y mi fracaso eres tú. Mi herencia y mi pobreza. Tú, mi justicia, Jesús. Mi guerra y mi paz. ¡Mi libre libertad! Mi muerte y vida, tú. Palabra de mis gritos, silencio de mi espera, testigo de mis sueños. ¡Cruz de mi cruz! Causa de mi amargura, perdón de mi egoísmo, crimen de mi proceso, juez de mi pobre llanto, razón de mi esperanza, ¡tú! Mi tierra prometida eres tú… La Pascua de mi Pascua. ¡Nuestra gloria por siempre Señor Jesús!

Con mis luces y mis sombras, con mis noches y mis días, mis luchas, mis triunfos y mis derrotas, con mis frustraciones, mis anhelos y esperanzas, me pongo cada día la camiseta de la humanidad y salgo a jugar como titular en el partido de la vida. Y así, llanamente, «contra viento y marea», os invito a entrar en unas páginas de mi vida que os ofrezco como modesta aportación a nuestro mundo en el que tenemos tanto por hacer y tanto que amar.