IBIC:  KCK, KCA, JMH

 Primera. Junio de 2016

Tirada:

 400 ejemplares

 978-84-16467-46-4

 Laura Bono

 

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ÍNDICE

PREFACIO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I: Crisis internacional y teórica: el fracaso del MME

I. Crisis teórica del MME: el papel de la “gran recesión”

II. ¿Cómo llegamos hasta el MME? Una explicación sencilla

III. Una propiedad esencial del MME: las expectativas racionales

Experimento 1. Concurso de belleza y expectativas racionales

VI. Reglas simples para formar expectativas

CAPÍTULO II: Economía de la Conducta

I. Test de racionalidad I: decisiones sin riesgo

II. Test de racionalidad II: decisiones bajo riesgo e incertidumbre

III. Racionalidad en los mercados financieros

CAPÍTULO III: Nuevos fundamentos macro: Psicología Evolucionista

I. ¿Qué es la Psicología Evolucionista?

II. ¿Es el homo economicus resultado natural de la evolución?

III. ¿Podemos aprender a ser homo economicus?

Experimento 2. Aprendiendo probabilidad bayesiana

CAPÍTULO IV: Psicología del desempleo y la inflación

I. Psicología y mercado de trabajo

II. Psicología e inflación

CAPÍTULO V: Psicología del consumo y el ahorro

I. Consumo y ahorro en el MME

II. La psicología del ahorro

III. Sesgos en el consumo y en el ahorro

Experimento 3. ¿Consumen los estudiantes argentinos de acuerdo a la HIP?

IV. Psicología evolucionista y consumo

CAPÍTULO VI: Consumo, ingreso y crisis

I. Fallas en la estimación del ingreso permanente y crisis

II. Crisis y psicología social

III. La Teoría de las FEIP: críticas y extensiones

CAPÍTULO VII: La crisis internacional de 2009

I. Fallas cognitivas y sistema financiero

II. Desequilibrios, ahorro e inversión en EE.UU

III. Burbujas y sobreconsumo: ¿FEIP o sesgos psicológicos?

CAPÍTULO VIII: Psicología y macroeconomía argentina

I. MME y el problema macro en Argentina

II. Volatilidad macro en Argentina

III. Volatilidad y psicología de crisis en Argentina

IV. Psicología, consumo y crisis en Argentina

CAPÍTULO IX: Psicología y política macroeconómica

I. La política económica en el MME

II. Recomendaciones de política de la EC

III. Política macro y EC: desempleo e inflación

IV. Política macro y EC: expectativas y política cambiaria

V. Política macro y EC: sobreconsumo y crisis

VI. Sesgos en los hacedores de política

CAPÍTULO X: Psicología y política macro en Argentina

I. Políticas en un contexto inflacionario

II. Políticas preventivas

III. Recapitulando: las propuestas de política para Argentina

EPÍLOGO: Merlina, Pericles y la psicología de la macro Argentina de la década de 2000

BIBLIOGRAFÍA

PREFACIO

Debí completar este libro por lo menos hace un par de años. Nada sorprendente, pocos terminan un plan antes de lo previsto y los retrasos son la norma. Pero da que pensar que a veces esto nos pase siendo completamente conscientes del problema. En mi caso, el conocimiento de esta debilidad es mucho mayor. Desde mi etapa de estudiante aprendí que si me propongo dedicar cuatro días a preparar un examen, solo terminaría estudiando un par, y que muchos temas quedarían sin repasar. Y también aprendí que por más alerta que estuviera, siempre volvería a caer en el mismo error. En la última década, me dediqué a instruirme en temas que explicaban las razones por las que esto sucedía. Leí decenas de artículos académicos, divulgativos y experimentales, que detallaban e ilustraban las razones de esta falla. Hoy entiendo perfectamente cuándo y por qué estas cosas suceden.

Con esta experiencia a cuestas, al promediar la escritura decidí romper de una vez por todas con este karma. Pero ni la consciencia del problema ni mis conocimientos me ayudaron. Elaboré planes para evitar dilaciones, pero fallé una y otra vez. Con cada fallo, procuraba establecer nuevas rutinas que me permitieran avanzar y cerrar los temas. Pero como si de un virus mutante se tratara, cada técnica fracasaba y mis intenciones de progreso quedaban siempre por detrás de mis acciones efectivas. Elaboré varias listas de pendientes, perfectamente organizadas y con una agenda detallada día por día de las tareas a completar y los tiempos a dedicarle. Escribí artículos para seminarios y jornadas académicas con fecha oficial de entrega para luego incorporarlos como capítulos del libro. Me tomé varias semanas de vacaciones del trabajo para concentrarme en la escritura. Pero la mayoría de estas técnicas fracasaron y si bien, como está verificando el lector, el libro finalmente es un hecho, una comparación rápida entre los tiempos planeados y efectivos revela una brecha alarmante.

Esta circunstancia que viví en carne propia me terminó de convencer de que el tema de este libro era relevante. Si mis limitaciones tienen semejantes efectos sobre mis propios planes, ¿por qué no los tendrían en las decisiones económicas, donde la planificación ocupa un lugar destacado? La dificultad para cumplir planes es solo una de las numerosas consideraciones psicológicas individuales que creo pueden enriquecer el análisis económico.

Este libro intenta mezclar la psicología y la economía, o más precisamente, la psicología y la macroeconomía, que es a lo que me he dedicado buena parte de mi vida. Aun cuando la irrupción de la psicología en la economía ya no es una novedad, mi impresión es que no ha sido suficientemente reconocida. Desde hace centurias los economistas percibieron que la psicología individual se entrometía en las decisiones económicas, pero pronto la teoría económica tradicional la dejó de lado, simplificando el comportamiento humano de modo que su psicología no fuera una preocupación.

La teoría estándar actual asume que los individuos son al mismo tiempo inteligentes y egoístas, dos propiedades que en conjunto constituyen la racionalidad económica individual, que se conoce como homo economicus. La economía acuñó muchas frases que reflejan la conducta de un homo economicus y sus consecuencias, pero la más conocida es la que dice que no hay almuerzos gratis (es más conocida en inglés, no free lunch). Esto significa que no hay que confiarse: por más que el homo economicus nos invite a almorzar, su sagacidad y avaricia nos terminará por cobrar la invitación tarde o temprano. Pero según parece, en la realidad el homo es sapiens, no economicus. Cientos de experimentos psicológicos confirman que el comportamiento individual sobre el que se edifica toda la teoría económica difiere mucho del real. Si yo fuera un homo economicus, jamás me hubiera retrasado tanto para completar este libro.

Muchos especialistas en el conocimiento (epistemólogos) se han preguntado si un supuesto para hacer teoría debe necesariamente ser real o realista. Después de todo, quizás no importe demasiado el realismo de los supuestos de un modelo si sus predicciones son acertadas. Pero en este libro mostraremos que utilizar supuestos irreales acerca del comportamiento humano sí trae consecuencias de importancia. El ejemplo más reciente es la severa crisis internacional de 2009, que hizo enojar a mucha gente con los economistas y con la teoría económica. En mi opinión y la de varios más, la explosión de 2009 pudo haberse montado en parte sobre la naturaleza psicológica humana real, muy diferente de la del homo economicus.

El libro indaga también si la psicología humana tiene algo que ver con el magro desempeño que mostró la economía argentina en las últimas décadas y que la relegó a ser un país con ingreso medio bajo, pese a ser considerado históricamente un país con potencial para ser rico. Si bien no es la única explicación, creo que nuestra psicología cumple algún rol en este destino. Con el diagnóstico en mano, propondremos además un conjunto de sugerencias concretas de política macroeconómica que contribuyan a mejorar, o al menos a evitar empeorar, el funcionamiento de nuestra economía.

Además de ayudar a entender algunos aspectos de la macroeconomía, en lo personal me agradaría que este trabajo contribuyera con su granito de arena para renovar la teoría macroeconómica. Pero soy consciente de lo díficil de esta empresa: la inversión que la teoría tradicional ha hundido en sus modelos formalizados es enorme, y no la echarán por la borda así nomás. Muchos economistas vienen afirmando hace tiempo que los dominios de la economía y de la psicología son diferentes, y que la teoría económica debería dejar de lado los métodos de las disciplinas sociales en favor de los de las ciencias más duras. Pero esto es un error: los aspectos psicológicos cobran relevancia justamente en los momentos en que la economía tiene pocas respuestas para dar: durante las crisis. Después de todo, si se considera que la psicología solo aporta conocimiento sobre los comportamientos patológicos, ¿por qué no usar estos aportes para tratar también situaciones macroeconómicas patológicas como las crisis?

Pese a todos los esfuerzos que yo haga, será difícil que este libro escape al inevitable intercambio entre calidad y simplicidad, que solo los grandes científicos y divulgadores logran superar. No me considero uno de ellos, pero soy consciente de que debo hacer todo lo posible por mantener la máxima rigurosidad conceptual evitando al mismo tiempo formalizaciones que confundan a los lectores. Pese a que en la teoría económica persiste cierta obsesión con el formalismo, desconfío de que ésta sea la única forma válida de aportar al conocimiento. En algunas ciencias duras verbalizar un argumento o una demostración puede no ser necesario, pero en economía es imperativo que esto ocurra. Sin intuición la economía sirve de muy poco y si bien a veces la matemática puede iluminar contradicciones presentes en algunas creencias populares, estoy seguro de que esas contradicciones también pueden ser explicitadas en lenguaje común. ¿Podemos acaso imaginar a un académico intentando presentar su plan económico a un gobernante no economista mediante decenas de ecuaciones para convencerlo de su punto o para alertarlo de que las intuiciones que ese gobernante tenía no eran las correctas? Esto para un político resultaría más que arriesgado. Y si, por el contrario, un economista experto en matemáticas es capaz de traducir sus fórmulas y presentar un argumento intuitivo a quien debe aplicar sus recomendaciones, eso quiere decir que en esa teoría nada había que no pudiera haber sido verbalizado previamente, y por lo tanto no se justifica haberse centrado en primera instancia en las matemáticas y no en las intuiciones.

La promesa está hecha. Trataré de no resignar sencillez expositiva y un tono entretenido, que es lo que finalmente hace que la gente lea libros. El tema a estudiar ayuda bastante, porque las relaciones entre psicología y economía son bien intuitivas. Aun cuando el lenguaje del libro es sencillo y terrenal, se incluyen para quienes tienen una formación menos profunda en el lenguaje macroeconómico recuadros donde se refrescan ideas básicas para seguir con mayor naturalidad los argumentos. Para amenizar más el paseo, se intercalan varios apartados que ilustran sin solemnidad algunos aspectos discutidos en la parte central del libro. Finalmente, también presentamos entre capítulo y capítulo a Merlina y Pericles, dos amigos estudiantes de economía que intercambian comentarios sobre lo que leen en estas páginas, aclaran algunas cuestiones y agregan otras. Y por qué no, estos chicos también filtran alguna que otra crítica.

Esta es la parte de los agradecimientos, pero le pido al lector que no la saltee porque hay muchos nombres y puede ser uno de ellos. En orden de aparición histórica, Daniel Heymann y Martín Guzmán leyeron versiones tempranas (y bastante diferentes) de este proyecto y sus críticas, ideas y sugerencias fueron esenciales para llegar a destino. Ambos me dedicaron un tiempo precioso para charlar sobre estos temas “raros” de la relación entre psicología y economía con una mente abierta, y una generosidad y humildad ilimitadas. Ambos pueden ser considerados con baja probabilidad de error como el mejor macroeconomista argentino actual y el mejor macroeconomista argentino futuro respectivamente, así que para mí ha sido un honor haber podido intercambiar ideas y estrategias con ellos.

Mi empleado y jefe (en distintos momentos del tiempo) Emmanuel Agis, no solo hizo el esfuerzo de leer un escrito muy preliminar, sino que colaboró conmigo en un artículo (sugerencia original de Esteban Kiper) que utilicé en algunas partes del libro. Agis y Kiper formaron parte de un equipo notable de jóvenes profesionales que conocí en el Ministerio de Economía, que incluye a varios economistas que directa o indirectamente me ayudaron. Con Nicolás Todesca (también empleado primero y jefe después) escribimos un par de artículos que fueron esenciales para completar la parte empírica dedicada a Argentina. Daniela Fernández me asistió con paciencia en la elaboración de datos y gráficos de los Capítulos VII y VIII, centrales para entender las aplicaciones de las teorías expuestas. En el mismo equipo del ministerio fastidié a muchos más compañeros con mis temáticas “behavioral” y datos asociados, y ellos respondieron de la mejor manera: Fernando Toledo, Fabio Klitenik, Fernando Falbo, Juan Pablo Dicovskiy, Haroldo Montagu, Mara Ruiz Malec, Gustavo Gluz, Esteban Bertuccio, Analía Calero, Juliana Persia, Juan Cuattromo, Juan Manuel Telechea, María Victoria Buccieri, Magdalena Aguilar, muchas gracias.

Agradezco también la asistencia técnica exacta de Gerardo Rovner, economista y profesor de estadística de primer nivel, y compañero de aire en el programa de radio Dos Tipos de Cambio. Él me ayudó a precisar el análisis estadístico y a no cometer los mismos errores que le criticamos aquí a los humanos comunes. Gracias también a Rocío Torres por su inspirada idea de tapa para este libro, y a todos los conocidos que participaron de la democrática encuesta que hice para la elección del título Economía al Diván.

La periodista Ximena Sinay fue quien se arriesgó a ayudarme a leer y editar el texto de principio a fin. Pese a no ser economista corrigió con capacidad, perseverancia y respeto profesional cada uno de mis sesgos de escritor mediocre. A ella le debo especialmente el toque mágico de los intermedios donde Merlina y Pericles hacen de las suyas.

Finalmente, tengo que agradecer a mi familia, pero no en un sentido pasivo. Mi mujer Gabriela, mi hija Valentina y mi hermano Javier conocen perfectamente mis inclinaciones y mis inquietudes, y saben que cada charla con ellos podría ser una potencial idea o sugerencia para este texto. Así que sin saberlo, ellos también colaboraron con este proyecto.

A todos los nombrados aquí les digo entonces que, aunque quisieran, ellos no son responsables ni de los errores ni de los aciertos que se lean a continuación.

INTRODUCCIÓN

Las discusiones sobre macroeconomía (ver Refrescando conceptos 1) recrudecen con la aparición de problemas: la macro se pone interesante cuando las cosas andan mal. En una cena de amigos en un restó de Las Cañitas se puede discutir sobre un desempleo en alza, o sobre los aumentos sostenidos de la pobreza, o sobre la distribución del ingreso, o tal vez sobre la inflación. Pero los debates más agitados aparecen con la explosión de crisis financieras, cambiarias y bancarias, o con la inflación descontrolada. Estas son circunstancias donde hay pánico generalizado y donde las recuperaciones son lentas y penosas, con costos sociales enormes. Estos problemas no suelen debatirse en restaurantes sofisticados, sino en austeras reuniones en casas de familia, donde cada uno paga lo suyo.

REFRESCANDO CONCEPTOS 1.

MICRO Y MACROECONOMÍA

La macroeconomía estudia agregados económicos. Típicos conceptos de la macro incluyen el tipo de cambio, la inflación, el desempleo, la balanza comercial, las crisis financieras o el resultado fiscal.

La microeconomía en cambio se interesa por aspectos más específicos, como los incentivos personales o la organización de los mercados.

Pero hay variables que se refieren a ambas. El Producto Bruto Interno (PBI) es un concepto macro, pero la producción de un sector es micro. La teoría de la demanda del consumidor pertenece a la micro, pero la teoría de la demanda agregada es macro. Lo mismo ocurre con los precios relativos de bienes (micro) y el nivel general de precios (macro).

En este libro nos ocuparemos de la macro, pero también de los comportamientos micro que subyacen a ese agregado. Después de todo, un total está conformado por sus partes.

Vistas a la distancia, las discusiones sobre crisis lucen repetitivas. No es que nos falte originalidad para debatir, sino que objetivamente las circunstancias que rodean a estos eventos se asemejan mucho. Puede parecer extraño, pero luego de varios siglos de investigación los economistas no han logrado identificar suficientemente cómo prevenir o evitar las crisis. E irónicamente, cuando estos fenómenos finalmente ocurren y los especialistas los explican, nos hablan con una seguridad y un convencimiento envidiables sobre su entera comprensión y conocimiento del tema. Pero las apariencias engañan: en los últimos 50 años la teoría macroeconómica estándar ha avanzado muy poco para prevenir o evitar estos fenómenos tan traumáticos. ¿Cómo es posible que suceda esto?

La respuesta es tristemente simple: la teoría macroeconómica de la corriente principal (en inglés mainstream) de las últimas décadas ha ocupado buena parte de su tiempo identificando circunstancias y mecanismos gracias a los cuales la economía logra resolver por sí sola sus problemas. Esto es lo que en economía conocemos como la propiedad de autorregulación: estos economistas han sostenido que, librada al accionar de los mercados, la economía sencillamente no debería experimentar crisis.

En cualquier otra profesión con consecuencias prácticas, teorizar así resultaría suicida. Imaginemos un médico esforzándose por probar que, finalmente, las enfermedades tienden a curarse solas. O un legislador que no sanciona leyes porque la teoría política le dice que, después de todo, la ley solo complica los arreglos privados, que son más eficientes y directos. O un educador convencido de que la mejor escuela es la de la calle porque allí no intervienen el Estado y sus arbitrariedades. Más allá de que estos profesionales estarían gravemente errados, debe notarse además que estas ideas atentan contra la propia profesión. Como sociedad, nadie querría pagar por los servicios de un médico que dice que no hay que medicar, un legislador que dice que no hay que legislar o un educador que dice que no hay que educar. Pero muchos economistas consideran que debe pagárseles por sostener la idea de que la economía funciona bien sola, y quizás deberíamos preguntarnos si la propia existencia del economista no supone la ausencia de autorregulación: ¿sino de qué trabajamos?

Antes de seguir haré un descargo, para no ser blanco de la crítica fácil. No digo que la teoría macro no ha desarrollado modelos útiles para entender situaciones de crisis. Tampoco afirmo que la resolución de estos problemas sea sencilla y que ha sido deliberadamente esquivada por un grupo de ideólogos conjurados para conquistar el mundo. Sostengo que la mainstream ha privilegiado la defensa teórica de la visión de que la economía se autorregula, en lugar de preocuparse por lo importante: prevenir la posible aparición de episodios graves de desempleo y crisis. La teoría mainstream a la que nos referiremos en la mayor parte de este libro es lo que llamo el Modelo Macroeconómico Estándar (MME), la coronación del trabajo de investigación macroeconómica de la corriente principal del pensamiento económico de las últimas cuatro o cinco décadas. El Capítulo I caracteriza al MME y plantea un conjunto de críticas a su capacidad de predicción, de diagnóstico, y a sus propuestas de política.

Volvamos a la propiedad de autorregulación presente en el MME: ¿por qué el sector privado se autorregula eficazmente? Como aprendemos en todo curso inicial de economía, hay dos grupos de supuestos que llevan a este resultado. El primero refiere a la organización de los mercados, que normalmente se asume funcionan bajo la llamada “competencia perfecta”. Muy resumidamente, la competencia perfecta define un mercado ideal, sin costos de transacción, con una gran cantidad de compradores y vendedores de un producto que es homogéneo, y cuyas características conocemos a la perfección. En estos mercados los precios fluctúan libremente y la predicción principal es que alcanzarán un nivel de equilibrio, y que todos los participantes del mercado quedarán satisfechos luego de realizar sus respectivas transacciones.

El otro grupo de supuestos del MME se resume en la conducta de los agentes económicos: se considera que los individuos son plenamente racionales. En economía, la racionalidad condensa dos propiedades: una es que somos esencialmente egoístas, y la otra es que disponemos de una amplia facultad cognitiva. Se asume que los agentes aprovecharán para sí cada situación favorable porque así lo desean (son egoístas) y porque tienen la capacidad para lograrlo (la facultad cognitiva). La acción de aprovechar estas propiedades para ganar plata es lo que la teoría llama “maximización”: los consumidores maximizan su utilidad (algo que se aproxima a maximizar su felicidad) y los empresarios maximizan sus beneficios (lo que obviamente también los hace felices).

Si cada individuo toma decisiones con plena autonomía y racionalidad en un contexto de competencia perfecta, hay buenas posibilidades de que el sistema en su conjunto funcione bien. Cualquier desequilibrio que se produzca debería ser resuelto mediante la operación de las fuerzas de mercado, que establecerán los precios correctos, incentivando a los agentes a tomar las decisiones que maximicen sus objetivos. Cuando los economistas ilustran el funcionamiento del mercado para los bienes de consumo de uso cotidiano, hay pocas razones para dudar de su eficacia. En los mercados de salchichas, bujías o cortes de pelo, el mercado suele resolver el problema de la producción y distribución de estos bienes con efectividad. Los factores que alteran el equilibrio en estos mercados se limitan a un cambio de gustos entre las salchichas y los chorizos, o a cambios tecnológicos en las autopartes, o al surgimiento de una nueva moda. Tras estas alteraciones, los ajustes de precios se encargarán de dejar satisfechos a productores y consumidores. En estos mercados, la mayor o menor racionalidad de la gente no modificará los resultados para la mayoría. Si alguien compró salchichas pensando que eran chorizos, se verá perjudicado sólo él (todos sabemos que un chorizo es más rico que una salchicha), pero su error difícilmente termine perjudicando al conjunto o creando una crisis.

La macroeconomía, sin embargo, se interesa por los mercados problemáticos, como los mercados financieros y los mercados cambiarios. Allí los desequilibrios conllevan desórdenes de magnitud y ya no da lo mismo que los individuos que participan sean o no racionales. Para ilustrar, supongamos que un individuo racional estuviera al tanto (como lo estamos todos) de que en la bolsa se producen cada tanto burbujas especulativas. Una burbuja es una euforia transitoria con fuertes alzas de los precios de las acciones seguida por una explosión que desploma esos precios abruptamente. Todos conocemos estos fenómenos porque los vivimos, y porque han sido documentados en muchos libros disponibles al público. ¿Debería un individuo racional que conoce estas historias endeudarse fanáticamente para comprar acciones que suben rápida e injustificadamente de precio? Pareciera que no, pero todos sabemos que estas tentaciones suceden a menudo. Cuando las acciones suben, todos quieren participar.

Pero ahora asumamos de manera más realista que una señora, Doña Celeste, ignora esta información e igual se endeuda y compra acciones. Un economista mainstream observa esta decisión de compra y asume acríticamente que las acciones de este individuo son perfectamente racionales, justificando la inversión de Doña Celeste. Y como esta señora es racional, concluye el economista, los precios de las acciones que observamos deben ser los correctos, es decir, son precios de equilibrio. Por supuesto, con este tipo de razonamiento es imposible hablar de desequilibrio, ya que parte de suponer de antemano que la conducta de los individuos es racional y no puede estar equivocada.

Este es más o menos el camino teórico que ha seguido el MME: los desequilibrios o las crisis no son posibles porque unos agentes que deciden de manera racional sencillamente no pueden llevarnos a esta situación. Ahora bien, ¿qué pasa si los individuos no estaban actuando racionalmente? Si la señora Celeste y otros como ella compraron acciones a precios que no son los de equilibrio, hay buenas chances de que se esté incubando una burbuja especulativa de esas que cuanto más se sube más duro se cae. Como veremos, las razones que pueden impulsar a Celeste a comprar un activo cuyo precio está en desequilibrio son múltiples.

El ejemplo anterior no pretende demostrar que las personas nunca son racionales. Lo que suele ocurrir en realidad es que somos bastante racionales en decisiones triviales y mucho menos racionales en las trascendentes. Decidir racionalmente entre una salchicha y un chorizo es trivial, y esa decisión seguramente no derive en una crisis (quizás en una crisis estomacal), pero equivocarse en las decisiones financieras probablemente sí.

Por suerte, a contramano de las tendencias que desembocaron en el MME, en las últimas tres décadas han soplado nuevos vientos en la teoría económica. Quizás la aparición más rutilante haya sido la intromisión de la psicología en la economía, lo que agruparé bajo el nombre general de Economía de la Conducta (EC). Esta corriente se ha ocupado, mediante la experimentación natural y en el laboratorio, de detectar un conjunto de desvíos respecto del comportamiento racional por parte de los individuos. Más de tres décadas de experimentos confirman que el homo economicus, dueño supuestamente de un egoísmo y una capacidad de análisis sin límites, no es más que una ilusión. El Capítulo II se ocupa de presentar a la EC y sus descubrimientos más ventajosos para nuestros objetivos de análisis macroeconómico.

El supuesto del homo economicus es fácil de criticar. He dedicado buena parte de mi vida profesional a la docencia en diversas universidades y reconozco que cuando deseo lucirme en clase me dedico a desmitificar la racionalidad humana y mostrar los errores casi infantiles en los que caemos. Pero no nos apuremos. El supuesto de racionalidad tiene sus virtudes: se trata de una hipótesis simple y con enormes posibilidades como herramienta analítica. Buena parte de la matemática que la teoría económica utiliza no se podría aplicar sin ella. Además, si abandonamos al homo economicus, ¿qué ponemos en su lugar? Sin la racionalidad nos quedamos huérfanos de una caracterización clara y generalizable de la conducta humana. De hecho, si bien la EC ha establecido gracias a cientos de experimentos que no somos racionales, tampoco ha logrado definir qué tipo de comportamiento es el que finalmente debemos asumir para los individuos. Como nos interesan las conductas humanas patológicas que se traducen en crisis macro, sería bueno que si criticamos al homo economicus podamos contar con una conducta sistemática y generalizable para usar en su lugar. El marco conceptual que proponemos como candidato para ordenar estas anomalías y determinar en qué contextos se aplican es la Psicología Evolucionista, una corriente de la psicología que nos permite asociar algunas fallas de racionalidad con nuestra historia evolutiva. En el Capítulo III explicamos por qué la Psicología Evolucionista nos permite repensar los llamados fundamentos microeconómicos de la macroeconomía.

La EC se ha preocupado en general por la teoría microeconómica, pero a nosotros nos interesa explicar por qué los sesgos a la racionalidad pueden servir para entender la macroeconomía. En el Capítulo IV veremos qué diferentes se ven las cosas cuando la psicología ilumina algunas cuestiones sobre el funcionamiento del mercado de trabajo y sobre el endémico drama argentino de la inflación. En ambos casos la psicología ocupa un lugar preponderante, pero muchos economistas se encargaron de enfatizar estas cuestiones solo en los temas de empleo. Como buen argentino, yo enfatizaré también qué aspectos psicológicos rodean al problema inflacionario.

Como ya habrá descubierto el lector atento, las críticas al MME se aplican mejor a los dilemas macroeconómicos que sufren los países no desarrollados, ya que es allí donde las crisis son recurrentes (una de las razones por las que no son desarrollados). En el Capítulo V discutimos específicamente los fenómenos de recesión y crisis incorporando la perspectiva psicológica. Para eso nos concentraremos en el estudio del consumo, el ahorro y la volatilidad macro, aspectos que tienen mucho que ver con estos eventos, y dedicamos tiempo a identificar qué sesgos psicológicos contribuyen a ampliar los ciclos macroeconómicos de expansión y recesión, y a generar crisis.

El Capítulo VI se extiende un poco en estos temas y discute una teoría específica que pretende dar cuenta de las recesiones y las crisis, que llamamos hipótesis de las Fallas de Estimación del Ingreso Permanente. Esta hipótesis es interesante, pero consideramos que puede mejorarse sensiblemente cuando la moldeamos mediante las herramientas de la psicología.

Con este arsenal “teórico-psicológico”, nos disponemos a aplicar estas ideas a casos concretos. Comenzamos en el Capítulo VII con la crisis internacional de 2009, denominada la Gran Recesión. Pese a que la crisis parece haber estado plagada de comportamientos irracionales, solo unos pocos han marcado la importancia de las anomalías psicológicas en su desarrollo y desenlace. Este libro ilustra lo que parece evidente: las crisis que provienen de la explosión de una burbuja especulativa (como la que ocurrió en 2007 y dio paso a la recesión de 2009), deben ser consecuencia de la existencia de especuladores dispuestos a arriesgar irracionalmente su dinero.

El Capítulo VIII es el más descriptivo de todos y seguramente será el más polémico, ya que analiza con algún detalle la historia de la macroeconomía argentina y se concentra en una de sus características salientes: su anormal volatilidad nominal (inflación) y real (amplios ciclos), que la hace casi única en el mundo. Tras descartar la relevancia del MME para entender lo que ocurre con nuestra macroeconomía, elaboramos lo que quizás sea la hipótesis fundamental del libro: las crisis del país han tenido mucho que ver con nuestro diseño estructural, con el diseño de las políticas públicas, y también con nuestro “diseño psicológico” como sociedad. Nuestra particular psicología social, relacionada con la volatilidad macroeconómica que nos acompañó durante tanto tiempo, contribuye a promover, escalar y profundizar los episodios de crisis.

Las discusiones teóricas y el diagnóstico particular para la Gran Recesión y para la economía argentina dan lugar a políticas macroeconómicas concretas que se discuten en el Capítulo IX. Poco sorpresivamente, nuestras sugerencias resultan ser muy diferentes de las que se desprenden del MME. Es que por su propia constitución teórica este modelo tiene muy poco que decir respecto de la macroeconomía de los países no desarrollados. En nuestra visión, el contexto y la historia de cada país determinan en parte el tipo de diagnóstico y las medidas a implementar, mientras que en el MME las políticas recomendadas tienden a ser de carácter universal. Es claro que analizar cada país por separado es difícil y costoso, pero esto no es excusa para no intentarlo.

El Capítulo X presenta en detalle las políticas macroeconómicas que consideramos deben tenerse en cuenta en la agenda de decisiones para mejorar el funcionamiento de la economía argentina, o al menos para prevenir fenómenos muy negativos. Proponemos ideas psicológicas para entender mejor la relación entre el desempleo y la inflación, para limitar la volatilidad macroeconómica, y para repensar la política cambiaria.

El libro finaliza con una conclusión de Merlina y Pericles, los dos estudiantes que nos acompañan a lo largo de todo el libro. Estos chicos intentan aplicar todo lo discutido, como si de un trabajo práctico se tratara, a lo sucedido en la economía argentina desde 2003 en adelante. Esperemos que aprueben.

CAPÍTULO I

Crisis internacional y teórica: el fracaso del MME

Esta historia arranca con la crisis de 2009, que marcó el inicio de fuertes críticas al estado del arte en la teoría macroeconómica. La crisis es nuestra excusa para presentar el Modelo Macroeconómico Estándar (MME) y la historia de su aparición y de su influencia. Dedicamos una sección especial a un supuesto clave del MME, las expectativas racionales, y explicamos por qué los individuos tienden a aplicar reglas simples para decidir.

I. Crisis teórica del MME: el papel de la “gran recesión”

Poco antes de la crisis de 2009 aparecieron varios artículos académicos defendiendo el programa mainstream que dio origen a lo que denominaremos el Modelo Macroeconómico Estándar (MME). Los economistas más reconocidos repasaron los trazos fundamentales de este programa y concluyeron que se habían logrado progresos científicos con resultados palpables. Los artículos abogaron además por la profundización del camino recorrido proponiendo, a modo de convergencia, que los macroeconomistas lo usen y lo refinen.

Algunos se arriesgaron a decir que el consenso científico alcanzado había resuelto los principales males macroeconómicos. Muy cerca de precipitarse la crisis de 2009, estas “últimas famosas palabras” se sucedieron una tras otra. El ganador del Premio Nobel Robert Lucas (2003) declaró con confianza en la reunión anual de la American Economic Association que “el problema central de la prevención de las depresiones ha sido resuelto para todo propósito práctico”. Olivier Blanchard, macroeconomista ilustre y Economista Jefe del Fondo Monetario Internacional, escribió en 2008 un artículo con pretensiones de representar el estado del conocimiento macro. Allí afirmó, refiriéndose a la teoría macroeconómica mainstream, que “el estado de la macro es bueno”, y que solo era necesario hacer ajustes menores a un modelo que en lo esencial era correcto. Ese modelo era el MME. Blanchard también advertía que los cambios al MME requerían un estándar mínimo de aceptación y que debía evitarse modificarlo con hipótesis que no fueran probadas independientemente. La frutilla del postre de este alarde de convicción correspondió a dos economistas mainstream también ampliamente reconocidos, Marvin Goodfriend y Robert King, quienes proclamaron en 1997 la fundación de una “Nueva Síntesis Neoclásica” que establecía la convergencia hacia el MME y su aplicabilidad a la política macroeconómica.

Poco después de estos ataques de pedantería estalló la crisis más grande del capitalismo desarrollado en 80 años. Lejos de reconocer la humillación, estos economistas se dedicaron a reprochar a sus críticos. Thomas Sargent, hijo teórico dilecto de Robert Lucas y figura central en la construcción del MME, opinó en un reportaje en 2010 que las críticas que aparecieron se debían “a una ignorancia penosa o a un menosprecio intencional” de quienes las esgrimían.

La crisis castigó duro al supuesto consenso del MME. El colapso no fue el resultado de una suma de grietas, sino de una enorme falla tectónica. El descalabro económico de 2008/2009 desnudó como nunca las limitaciones del MME y dejó a muchos economistas teóricos de la mainstream perplejos ante su inutilidad para explicar o resolver los nuevos problemas. Luego de tres décadas de “convergencia” hacia un modelo presuntamente correcto, la profesión se vio obligada a aplicar un completo arsenal de explicaciones ad hoc para identificar la naturaleza y opciones de política ante la crisis.

Con la prolongación y globalización de la crisis, los reparos se multiplicaron. Los académicos contrarios al MME reaccionaron con prontitud y justificada irritación. Entre los más críticos estaban los economistas poskeynesianos, completamente en desacuerdo con la mainstream y separados desde hace décadas de las principales discusiones académicas, aprovecharon para atacar al MME. Pero no fueron los únicos. Economistas que durante muchos años pertenecieron al cinturón teórico de la mainstream también se apresuraron a separarse del paradigma del MME, identificándolo como un caso extremo de la teoría sin aplicaciones prácticas. Aprovechando el momento, arreciaron las críticas de políticos, científicos de disciplinas relacionadas y hasta de la Reina de Inglaterra, que acusó a los economistas de haber sido incapaces de prever la crisis.

Lo ocurrido con el MME a partir de 2009 dejó en claro que cuando un modelo no logra evitar las crisis, sirve de poco. Muchos intelectuales se sintieron invadidos por la sensación de que esos economistas que hablaban tan confiados y seguros de sí mismos, en realidad no habían logrado descifrar siquiera los aspectos básicos del funcionamiento macroeconómico. Esto es entendible: las crisis se asemejan demasiado entre sí, tanto en sus causas como en sus consecuencias, como para que un observador externo no se pregunte por qué la economía no tiene las respuestas a situaciones de semejante importancia.

Como dijimos, algunos economistas respondieron a las críticas tomándolas como un ejemplo de vulgaridad e ignorancia del cuestionador. Robert Lucas, uno de los arquitectos del MME, dijo en 2009 que la acusación de que las crisis no fueron previstas es inconducente porque anticipar una crisis simplemente no es posible. Pero esto contradice claramente la evidencia. Lo cierto es que cada una de las últimas crisis ha tenido su respectivo “gurú”. Y no estamos hablando de personajes esotéricos, sino de economistas prestigiosos. En la crisis de 1995 en México, el tal gurú fue el argentino radicado en Estados Unidos Guillermo Calvo, y posiblemente también un argentino radicado en Argentina llamado Roberto Frenkel. Entre los predictores de la crisis de 2008-2009 sumamos a la lista a Paul Krugman, Robert Shiller, Nouriel Roubini y William Godley, aunque cada uno anticipó el caos desde perspectivas diferentes. Estos economistas no apostaron de manera aventurada, sino que presentaron fundamentos sobre la base de tendencias identificables de las variables relevantes. Si bien ninguno de ellos tuvo la capacidad de anticipar en una fecha cierta exactamente lo que fuera a ocurrir, estuvieron atentos para detectar a tiempo aquellas dinámicas que podían acabar en crisis profundas. Este es el trabajo principal de los macroeconomistas: anticipar crisis para evitarlas o, eventualmente, para suavizar sus consecuencias.

Lo que impide a los partidarios del MME hacer este trabajo es su fe en el principio de autorregulación de la economía. El MME simplemente no está diseñado para identificar casi ninguna situación de crisis en el mundo real, porque en sus postulados la economía permanece siempre en equilibrio, y por ende no pueden acumular problemas. En las versiones más estilizadas de este modelo, los individuos que pueblan la economía devuelven todas sus deudas, usan la información disponible de manera racional, y resuelven sus cálculos y estimaciones con las mejores herramientas que existen. Un marco como este no admite fallas casi por definición. Como corolario, estos modelos tampoco están preparados para sugerir medidas correctivas o políticas preventivas porque no se considera que existan eventos que así lo justifiquen. El funcionamiento libre de los mercados asegura el equilibrio y la ausencia de crisis.

¿Qué nos ha llevado a esta situación? Plantear que el MME es consecuencia de una confabulación ideológica de los intereses del libremercado puede ser tentador, pero no es la causa principal de esta historia. Quizás parte de la explicación sea que en las últimas décadas se tornó natural aceptar únicamente modelos formalmente “tratables”, que permiten extender la frontera del conocimiento solamente mediante el uso de las herramientas matemáticas. Me explico. Las teorías con modelos matemáticos fueron cada vez más admitidas por sobre las no formalizadas solo porque permitían extenderse en el desarrollo de teoremas, lemas, sublemas y otras herramientas con contenido formal, pero con poca contrapartida en el mundo real. Quizás el origen de la inutilidad de estos modelos para predecir y tratar las crisis deviene de la modelización matemática abtrusa que utilizan, que termina por hacer perder de vista los problemas empíricos centrales a los que la disciplina debe dedicarse. Es como si el bosque nos impidiera ver el árbol.

Ahora bien, se ha dicho que la crisis de 2009 solo se compara con la de 1930. ¿No es un poco injusto criticar un modelo como el MME que falla una vez cada 80 años? Después de todo, ¿qué teoría no se enfrenta a imponderables, a circunstancias azarosas e impredecibles? En realidad, no es cierto que el MME falla solo una vez cada 80 años. Variantes precursoras de este modelo fueron el punto de referencia para los organismos internacionales que actuaron en América Latina durante las crisis que comenzaron en los años setenta. Y aquellas políticas implementadas por estos organismos tuvieron resultados deplorables. Su diagnóstico era, invariablemente, que la culpa de los desequilibrios provenía de la excesiva intervención estatal en la economía y la recomendación solía ser la de implementar “reformas estructurales” destinadas a lograr que la economía asemejara su funcionamiento al del MME. Esto se parece mucho a tratar de adecuar la realidad a un modelo y no, como parecería sugerir el sentido común, adecuar los modelos a la realidad.

La razón por la cual el MME se puso en duda recién ahora es que la crisis se inició en los países desarrollados, los que en teoría no deberían acusar las debilidades estructurales de las economías más atrasadas. Pero la crisis mundial puso al desnudo una realidad muy diferente: en cualquier parte del mundo el libre accionar de los mercados sigue desembocando recurrentemente en episodios traumáticos y el MME niega de plano su importancia.

Además, las crisis no necesariamente son el resultado de circunstancias imprevistas. Como veremos, el MME contiene fundamentos tan equivocados que es muy probable que sus recomendaciones no solo no sirvan para prevenir crisis, sino que quizás tiendan a incentivarlas. En efecto, un enfermo al que se deja “curar solo” tiene una alta probabilidad de empeorar y el MME es un médico que ni se molesta en visitar al paciente. Si bien la ola de críticas favoreció la discusión sobre los fundamentos del MME, es posible (pero no obvio) que la generalización de la disconformidad contribuya a horadar su núcleo duro. El aporte de este libro es que la teoría macroeconómica debe considerar seriamente los hallazgos de otras disciplinas relacionadas, en especial los de la psicología. Pero antes presentamos los rudimentos del MME y de sus propiedades. Las dos secciones siguientes incluyen discusiones con algún contenido teórico, pero en modo alguno inaccesibles.

II. ¿Cómo llegamos hasta el MME? Una explicación sencilla

La macroeconomía nace en 1936 con el libro Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, donde John Maynard Keynes sienta los principios fundamentales para una intervención del Estado destinada a corregir los problemas a que llevaba el accionar del sector privado. Metodológicamente, su análisis elude varias cuestiones del comportamiento individual y se centra en los grandes agregados de la economía, como el PBI, el empleo y la inversión.

Keynes fue criticado por una supuesta incongruencia entre su agregación de comportamientos y la conducta individual, entre su “macro” y su “micro”. En el agregado keynesiano, decían los economistas tradicionales, los agentes se comportan diferente de lo que la microeconomía predecía que lo debían hacer. Los antikeynesianos se concentraron entonces en “reparar” esta anomalía incorporando la racionalidad del homo economicus en el esquema de la Teoría General.

Milton Friedman, quizás el crítico más famoso de Keynes, fue la figura prominente de este ataque. Al incorporar la racionalidad económica a sus modelos macroeconómicos, Friedman llegó a la conclusión de que el problema de las recesiones no era responsabilidad de la inestabilidad del sector privado sino del Estado. Friedman abrió el camino para culpar de las crisis y las recesiones a una mala administración de la política económica, específicamente de la política monetaria.

El golpe de Friedman a Keynes fue solo el comienzo de una avanzada de argumentos que reforzaban la idea de estabilidad y decisiones racionales del sector privado, contrapartida de la irresponsabilidad del sector público. A mediados de los años setenta un discípulo de Friedman, Robert Lucas, extendió la ofensiva a la formación de expectativas. En el mundo keynesiano, dijo Lucas, las expectativas no solo no estaban bien especificadas, sino que además fallaban porque no incorporaban los criterios de racionalidad. Lucas asumió racionalidad plena aun para formar expectativas, y el sector privado se volvió en sus modelos tan eficaz que hasta lograba contrarrestar las políticas equivocadas del Estado.

La avanzada antikeynesiana dio lugar al desarrollo de modelos en los que la racionalidad individual adquirió ribetes novelescos. Un economista dedicado a las finanzas y ganador del Premio Nóbel, Eugene Fama, desarrolló una teoría financiera de la cual se desprende que el concepto de “burbuja especulativa” es completamente absurdo. El influyente economista Robert Barro argumentó que un mayor gasto público que llevara a un déficit fiscal no tendría efecto alguno sobre la actividad económica, lo contrario de lo que decía Keynes. La razón es que cada agente descontaría que el Estado debe recaudar impuestos en el futuro para pagar ese gasto, por lo que nadie gastaría de más hoy, y ahorrará para poder afrontar esos tributos adicionales mañana.

Un grupo de economistas de Minneapolis fue más allá todavía y creó el prototipo casi definitivo de lo que sería luego el MME. Se trata de un modelo agregado de la economía que refleja todos y cada uno de los fundamentos de hiperracionalidad del comportamiento individual. Además, allí los mercados funcionan eficientemente, determinando los precios de equilibrio de bienes y de activos en todo momento, y asegurando continuamente el pleno empleo. Una forma resumida de entender la lógica de este modelo es que la economía jamás se encuentra en desequilibrio, ya que los agentes siempre eligen su mejor estrategia en función de la información de que disponen, información que se supone de libre acceso, gratuita, interpretable y procesable. A efectos prácticos, una economía como ésta jamás debería exhibir desempleo involuntario, esa situación por la cual alguien desea trabajar pero no encuentra oportunidades. Por lo tanto, cuando observamos una recesión y hay desempleo, esto no es porque la gente no consigue trabajo, sino porque ha decidido, en función de las circunstancias, tomarse un tiempo de vacaciones.

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