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Valencia Corredor, Mónica Maritza

Intersticios de la guerra: Narrativas de cuerpos desgarrados y seguridad democrática / Mónica Maritza Valencia Corredor, Bogotá: Universidad Santo Tomás, 2017.

119 páginas; fotografías a color

Incluye referencias bibliográficas (páginas 105-110)

ISBN 978-958-631-987-4

1. Violencia -- Colombia 2. Violencia -- Historia 3. Víctimas de la violencia. 4. Guerrilla -- Colombia I. Universidad Santo Tomás (Colombia).

CDD 364.9

CO-BoUST

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© Mónica Maritza Valencia Corredor

© Universidad Santo Tomás

Ediciones USTA

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Directora editorial: Matilde Salazar Ospina

Coordinación de libros: Karen Grisales Velosa

Asistente editorial: Andrés Felipe Andrade

Diagramación: Valentina Zuluaga

Diseño de cubierta: Kilka Diseño Gráfico

Corrección de estilo: María del Mar Agudelo

Hecho el depósito que establece la ley

ISBN: 978-958-613-987-4

e-ISBN: 978-958-631-988-1

Impreso por: Xpress Estudio Gráfico y Digital

Primera edición: 2017

Todos los derechos reservados

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin

la autorización previa por escrito de los titulares.

Tabla de contenido

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1

PODER SIMBÓLICO Y REPRESENTACIÓN: PISTAS PARA UNA LECTURA DEL CUERPO

CAPÍTULO 2

ORGÍA VISUAL Y NARRACIÓN TELEVISIVA: EXCESO Y ESCARNIO EN LA EXHIBICIÓN MEDIÁTICA DEL CUERPO

Preludio a las narrativas sobre la cacería de Raúl Reyes. La Operación Fénix y la política de seguridad democrática

Cuerpos en tránsito y sentidos móviles

El arribo de Reyes a la ciudad

El cadáver del enemigo yace sobre metal frío: la necropsia de Reyes

De la exhibición al anonimato corporal

Eccehomo en los matorrales: la mano de alias ‘Iván Ríos’ o el cuerpo como objeto de canje político y económico

Corporeidades clandestinas e intersecciones narrativas

CAPÍTULO 3

CORPOREIDADES CAUTIVAS Y RESTITUCIÓN SIMBÓLICA

Cadáver en la antesala de la seguridad democrática

Cuerpos en retorno

Anatomías óseas, identidades en duelo

Volver a la tierra

CONCLUSIONES

REFERENCIAS

VIDEOGRAFÍA

ANEXOS: IMÁGENES DE CORPOREIDAD

A la memoria de mi padre y de todos los rostros anónimos de la violencia política que pugnan ser reconocidos.

Y a mi familia, testigo de esta lírica conquista sobre la densidad del silencio que tantos duelos inconclusos derivados de la guerra subvierte.

Mil veces brotará de la tierra tu nombre Y solo la escritura devolverá al hielo de la violencia la llama.

Introducción

El horror de la guerra se condensa en los padecimientos del cuerpo, en los modos en que el sufrimiento provocado por la expresión múltiple de la violencia se fija sobre la corporeidad, imprimiendo su huella en la carne y tejiendo una red de ausencias, sensibilidades y relatos que trastocan el lenguaje y circulan por la cultura. La condición extrema de la guerra rompe las dinámicas habituales de la vida cotidiana con sus lógicas de muerte y destrucción, y provoca rituales para darle sentido a la violencia que experimentan los cuerpos. A su paso, la carne enmudece y la sombra del terror se extiende bajo la tierra, donde yacen los restos sin nombre, sin historia. No hay angustia más profunda que la de no tener un cadáver para emprender el duelo o un lugar para llorar a los muertos, a los ausentes. De ese desgarro está hecho el conflicto armado que vive Colombia desde hace seis décadas, de los modos en que la violencia se anida en los cuerpos y toma por asalto sus identidades, o de la manera en que emprende caminos a través de las anatomías para desfigurar lo que fueron y reinventar el odio y la venganza.

Develar cómo se construye sentido sobre la corporalidad de la guerra en Colombia es la motivación fundamental de la investigación que da forma a este libro1, dedicado a explorar las representaciones de los cuerpos de los actores armados, configuradas en las narrativas de los noticieros de televisión nacional, durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, bajo el marco de la seguridad democrática.

El texto se articula a la línea de investigación Narrativas, Representaciones y Tecnologías Mediáticas, postulada por la Maestría en Comunicación, Desarrollo y Cambio Social, de la Universidad Santo Tomás. En este sentido, se erige sobre la tensión narrativa entre exhibición y ocultamiento, ausencia y presencia de los cuerpos, en las prácticas bélicas representadas por los informativos y en el ámbito más próximo del conflicto armado, que se extiende sobre el intersticio de lo político y lo simbólico. Desde ese lugar liminar, el libro contribuye a la comprensión de la guerra como experiencia encarnada y fenómeno sociocultural que se vierte sobre corporeidades diversas, objeto de disputas simbólicas y políticas por el poder, y vector de sentidos sobre la vida y la muerte, narrados a diario por los informativos televisivos.

El lugar de partida es la consideración de los medios de comunicación, y en especial de los noticieros, como instancias culturales que producen relatos y significaciones colectivas, a la vez que proponen relaciones de poder en torno al conflicto armado2 y a sus actores, que inciden en los modos de conocimiento social de la guerra. Una guerra en la que multitud de violencias atraviesan los cuerpos, los mutilan, los degradan, los torturan, los disciplinan, los abandonan, los exponen como carne de cañón para el enemigo o los confinan al olvido, impidiendo el duelo y la despedida.

Al entender la guerra como una experiencia ineludiblemente corporal, en este trabajo dirijo la mirada a las narrativas de los noticieros que hacen alusión a los cadáveres como vehículos de poder y elementos con valor de cambio político y simbólico en el marco del conflicto. A su vez, limito el análisis a dos tipos de corporeidad: (1) a los cuerpos de los actores armados ilegales, en particular a los de algunos líderes de las Farc, que constituyen el objetivo hipodérmico sobre el que se pliega la política de seguridad democrática; y (2) a los cuerpos ausentes, a los cadáveres sin retorno de la guerra, que han sido confinados por los actores armados como parte de la siniestra disputa simbólica por el poder que da forma al conflicto.

En este sentido, el libro considera los modos en que las corporeidades de los actores sociales del conflicto interno se narran, se exaltan o se ocultan en los informativos televisivos, en atención a la política de seguridad democrática. Comienza con algunas precisiones sobre las maneras de entender el cuerpo y su vínculo con el eje poder-cultura-violencia, que da soporte a la investigación y estructura el primer capítulo. Continúa con las narrativas elaboradas por los noticieros de televisión RCN y Noticias Uno sobre los cadáveres de los líderes de las Farc, Luis Edgard Devia Silva, alias ‘Raúl Reyes’, y Manuel Jesús Muñoz Ortiz, alias ‘Iván Ríos’, quienes murieron en hechos violentos que auguraban el éxito de la seguridad democrática en la lucha contra la subversión. Reyes perdió la vida en la Operación Fénix, y Ríos pereció a manos de su jefe de seguridad, en un asesinato vinculado a la política de recompensas planteada por la seguridad democrática. El trayecto culmina en el tercer capítulo, que expone los relatos que sobre la corporeidad3 desecha del coronel de la policía Julián Ernesto Guevara elaboran los noticieros, a partir del acto de devolución de sus restos a Emperatriz Castro, en abril de 2010, tras una larga y delirante súplica por lograr la entrega de los despojos de su hijo, quien murió tras ocho años de cautiverio en un campamento de las Farc.

Debo señalar que mi trabajo parte de un cuestionamiento, afianzado en la experiencia como docente de la comunicación, sobre los modos en que los cuerpos de los diferentes actores sociales del conflicto han sido despolitizados, despojados de su historia personal, de la vinculación de sus luchas políticas e ideológicas a las prácticas bélicas, o de sus trayectos vitales, no solo en el campo de confrontación armada, sino también en los escenarios simbólicos que se tejen en las narrativas y discursos gubernamentales, con resonancia en los medios de comunicación. Estos últimos se consideran instancias por donde transitan los cuerpos de la guerra, a través de relatos que pueden recuperar la carne del olvido y colaborar en la construcción de la memoria colectiva sobre el conflicto y sus actores, o emprender un ejercicio encaminado a desdibujar la complejidad de la guerra, al reducirla a una cuestión de estadística de muertos, desaparecidos o secuestrados, que hacen parte de las diferentes fuerzas en disputa.

Preciso que una nueva lectura de las nociones sobre poder simbólico y espacio social, aportadas por Pierre Bourdieu, alienta el análisis de las narrativas4 sobre el cuerpo producidas por los medios de comunicación. Bajo este abordaje, interpreto el conflicto armado colombiano como una pugna simbólica por la legitimidad política en el terreno de la información y del lenguaje. Es decir, como una disputa por los modos en que los actores sociales del conflicto, y sus órdenes corporales, son representados, nombrados o clasificados por los medios de comunicación y por la sociedad.

Si entendemos la guerra que se libra en Colombia no solo como una confrontación política armada entre diferentes fuerzas, sino como una serie de luchas simbólicas, entre los actores sociales, por la imposición de visiones sobre el mundo, el dominio de la palabra se presenta como una estrategia fundamental para mantener el poder en el campo del conflicto armado. Este conflicto se libra también en el complejo espacio del lenguaje y la representación, donde la dominación del adversario, más que un asunto de coacción física, implica un despliegue efectivo de símbolos y relatos.

Propongo, desde los estudios culturales, una comprensión del cuerpo como espacio reticular de poder, vértice de lo político y lo simbólico, en este caso, de la seguridad democrática y los procesos de construcción de sentido sobre las prácticas bélicas que tienen por objeto los cuerpos de los diferentes actores del conflicto armado. Pensar el simbolismo expresado en el uso bélico de los cadáveres implica considerar que sobre la superficie corporal de los distintos actores sociales se despliega una estética singular que permite a su portador configurar una identidad determinada y conformar un tipo particular de poder articulado a políticas de gobierno que definen, entre otros asuntos, el tratamiento hacia los diferentes cuerpos y los modos en que la opinión pública entiende la guerra y sus lógicas de representación sobre lo corpóreo. A partir de los estudios culturales, hablamos de un poder subcutáneo que trastoca y subvierte el orden de la mirada sobre el cadáver o las formas de nominación de lo corpóreo referidas a combatientes, contrincantes o adversarios del conflicto, y desde ese lugar de enunciación nos referimos a un poder que muta sobre cuerpos desvalidos que arrastran historias fascinantes, cuerpos exhibidos en pantallas del horror o en vitrinas de heroísmo, corporeidades que alojan y detonan mitos contemporáneos sobre guerreros valientes o asesinos temerarios, pero en todo caso, cuerpos situados en contextos discursivos y políticos específicos, que estructuran un capítulo de la política de seguridad democrática y de la historia particular de nuestras violencias.

El trabajo que presento resulta de una aproximación metodológica a la geografía incierta de la muerte, encaminada a entender lo que estos cadáveres de Raúl Reyes, Iván Ríos y el coronel Julián Guevara quieren decir tras el ropaje narrativo que lucen, pues aunque se asoman a la pantalla como paisajes desiertos, sus cuerpos inertes están colmados de sentido5. Indagar por los significados que portan, en atención a lo político y simbólico, supuso describir de manera rigurosa la imagen en movimiento que acompaña las narrativas orales del conflicto armado, para dar cuenta de la integralidad del relato construido por los noticieros de televisión nacional y, al mismo tiempo, considerar la apuesta de Stuart Hall por el contextualismo radical como prioridad analítica de los relatos producidos por los noticieros RCN y Noticias Uno sobre los cadáveres que deja la guerra en Colombia6.

En este sentido, el texto favorece un cruce de miradas entre la comunicación, la política y los estudios culturales, en intersección con el cuerpo, y desde este enfoque busca establecer relaciones complejas, primero, entre los modos de construcción de verdad en regímenes de poder diversos y las narrativas elaboradas por los medios de comunicación sobre las corporeidades de la guerra, y, segundo, entre las políticas de gobierno encaminadas a dar respuesta a la situación del conflicto armado y a las diversas formas de violencia que de este derivan, y que tienen por objeto los cuerpos de los diferentes actores sociales.

Por último debo agregar que el estudio de las representaciones sobre los cuerpos manipulados hasta la deshumanización, o arrojados a instancias de la impunidad diseñadas por el Estado, las guerrillas y los grupos paramilitares para garantizar la desaparición de los cadáveres e impedir el ejercicio de la reparación y la memoria, responde a una decisión ética que busca sembrar nuevas lecturas sobre la mediatización del conflicto.

Es por ello que a lo largo de estas páginas busco cuestionar la lógica de la exhibición, o el ocultamiento del cadáver, que prevalece en los noticieros de televisión como repuesta a políticas gubernamentales, a la vez que aspiro abrigar estas arquitecturas óseas con los relatos que periodistas e investigadores del conflicto armado construyen sobre ellas, desde otros lenguajes que desborden la hipérbole visual y narrativa de la monstruosidad corporal y el pragmatismo lingüístico para hablar del otro como amigo o enemigo. Quizá esa sea una forma concreta, localizada y particular de responder al desarraigo del cuerpo de las agendas investigativas de la comunicación, como un modo de politizar lo corpóreo y darle presencia a lo ausente.

Quiero entonces llevar estas corporeidades a la orilla donde su mutismo biológico sea en cambio retórica encarnada, porque ellas mismas reclaman reconocimiento como sujetos de la historia del conflicto armado, vehículos de sentidos, vestigios de una política que silencia con la muerte y escandaliza con el cadáver, este último, evidencia palpable de violencias insolentes que toman forma en los cuerpos, sin los cuales, en definitiva, no habría guerra.

Capítulo 1

Poder simbólico y representación: pistas para una lectura del cuerpo

Esta franja del texto funciona como antesala de las narrativas de corporeidad expuestas en los capítulos siguientes, y tiene la intención de mostrar algunas conexiones entre el poder, el lenguaje y la representación, que dan consistencia a la reflexión en torno a los cuerpos de la guerra. Aquí resultan fundamentales los planteamientos de Stuart Hall sobre las prácticas y el poder de la representación, y los aportes de Pierre Bourdieu sobre dos aspectos: las pugnas que tienen lugar en el lenguaje y lo concerniente a la estructuración del espacio social, temáticas que convergen en la categoría de poder simbólico como pieza fundamental del análisis que articula corporeidades7 y conflicto armado.

En estas páginas busco situar teóricamente el cuerpo en un espacio de poder, y para tal efecto, privilegio las lecturas que enlazan las reflexiones sobre la muerte y el cadáver con la dimensión subjetiva de la violencia política en Colombia y su deriva en el simbolismo de las prácticas bélicas. En esta línea, destaco algunos postulados de Elsa Blair sobre el sentido de la muerte corporal como expresión límite de la violencia, y dialogo con las reflexiones de María Victoria Uribe y Luisa Fernanda Duque Garzón acerca de las técnicas empleadas por los actores sociales de la guerra para desaparecer los cuerpos de sus víctimas, de cara al problema de su ocultamiento, exhibición y manipulación en contextos de violencia8.

Mi pregunta por las representaciones de los cuerpos en las narrativas informativas de los noticieros nacionales posiciona este trabajo en un complejo campo de fuerzas que atraviesa las corporeidades desde lo simbólico y lo político. Al respecto, son ilustrativas las ideas de Stuart Hall (2010) sobre el poder de la representación9 como fuente de producción del conocimiento social, conectado de modo más íntimo con asuntos de poder y prácticas sociales, y por lo tanto, irreductible a un problema de coerción, o restricción física, o simbólica directa. De ahí que sea posible considerar que a través de las prácticas de representación, de alguien o de algo, se produce una forma de conocimiento del otro profundamente implicado en las operaciones de poder.

Ese poder, al decir de Foucault (2002), no solo constriñe, también produce nuevos discursos, prácticas e instituciones, y siempre está circulando en la sociedad, de modo que no se encuentra en un solo actor o lugar. No cabe duda de que el discurso sobre los cuerpos puede llegar a construir una imagen del conflicto y una imagen del otro, del guerrillero, del paramilitar, del miembro de la población civil o del Gobierno.

Al hablar de la producción de sentido social, a partir de las narrativas mediáticas de la guerra, me remito a la construcción de Pierre Bourdieu sobre el poder simbólico. Los símbolos, en términos de Bourdieu (1990), son instrumentos de conocimiento y comunicación que hacen posible el consenso sobre el sentido del mundo. Dichas relaciones de comunicación y conocimientos son también relaciones de poder. En consecuencia, el poder simbólico se refiere a un poder de construcción de la realidad relativo a un grupo particular y socialmente determinado.

Al traducir estas ideas a mi trabajo, creo que la televisión, como industria cultural que produce significados sociales, propone relaciones de poder en torno al conflicto interno y a sus actores, en la medida en que provoca una comunicación entre los miembros de una sociedad y alienta formas de conocimiento de la guerra.

Afirma Bourdieu que los esquemas de percepción sobre la realidad social depositados en el lenguaje son producto de luchas simbólicas y expresan el estado de relaciones de fuerza de tipo simbólico (1990, p. 273). Es por ello que en adelante concibo la guerra no solo como fenómeno político y social, sino también como una pugna simbólica por los modos de significar el conflicto y sus órdenes corporales en el campo del lenguaje. Me refiero a un tipo de poder simbólico que se expresa, por ejemplo, en los modos en que la guerrilla está presente en los relatos cotidianos de la gente, y en las narrativas de los medios, operando como fuente de sentido y emociones colectivas, o como instancia evocadora de imágenes de nuestro pasado común y de nuestro presente. En últimas, se trata de afirmar que los conflictos se presentan también en el terreno intangible del lenguaje, pero lo desbordan al traducirse en prácticas socioculturales diversas. Las luchas simbólicas, afirma Bourdieu,

[…] son por la producción e imposición de la visión del mundo legítima, y más precisamente, con todas las estrategias cognitivas de llenado que producen el sentido de los objetos del mundo social, más allá de los atributos directamente visibles por la referencia al futuro o al pasado. (1990, p. 288).

En la perspectiva de este autor, una de las formas elementales de poder político es nombrar y hacer existir gracias a la nominación, de modo que el lenguaje es una pieza clave en el juego estratégico de la lucha simbólica. ¿Qué pasa entonces con el poder cuando el silenciamiento es una práctica habitual de la guerra? ¿O cuando solo los periodistas o las fuentes gubernamentales narran la cotidianidad de las prácticas bélicas? En este caso, ¿son los cuerpos los que hablan?, ¿es la violencia el artificio parlante del conflicto? Bajo esta premisa, me pregunto por los modos de ocultamiento del cuerpo que operan en el lenguaje y que pueden articularse a la anulación de la identidad, del nombre, de la historia personal y de la muerte de todos los vínculos sociales de los sujetos.