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Una risa se quedó suspendida en el despacho; no había ni un atisbo de diversión en ella, y solo llenó la opresiva sala durante apenas unos segundos. Ella estaba sentada sobre la mesa, con las piernas colgando y enfundadas en unos caros pantalones de etiqueta que podían costar más que gran parte del mobiliario. Una blusa blanca y vaporosa completaba el modelo de una forma impecable; era igual de perfecta que la mujer que la llevaba. Kenny Atkinson, la subdirectora de la central de Los Ángeles de Lunz Entertainment, observó a través de sus gafas de pasta negra a su mayor problema actual.

—Es una broma, ¿verdad? —El silencio después de su carcajada le había dejado claro que no lo era, pero Dorian siempre intentaba apartar la posibilidad de tener un conflicto.

Y más si se trataba de tener un conflicto con Kenny, la misma que había sido su supervisora desde que había entrado en la compañía y que siempre le había apoyado cuando había necesitado ayuda.

—¿Ves que me ría, Wilson? —preguntó secamente, utilizando su apellido a propósito.

—Pero ya sabes que mi equipo y yo trabajamos solos, no quiero a nadie de fuera. —Dorian se puso en pie y caminó de un lado hacia otro mientras hablaba; pasear erráticamente siempre le favorecía cuando necesitaba pensar.

—Si tu equipo trabajara… —dijo Kenny con retintín.

El aludido la miró con intensidad: sus ojos azul claro parecían a punto de salírsele de las órbitas. No había sido un comentario inteligente por parte de Kenny, pero no había podido evitarlo.

—Mira, Dorian —comenzó mientras saltaba de la mesa y se acercaba a él—. Los de arriba me están presionando, se preocupan por que lleves tanto tiempo sin traernos nada.

—Y tú me presionas a mí para que me saque un videojuego de la manga —aclaró con amargura.

—De la manga, no: tú eres bueno, y lo sabes. Es solo que estás un poco atascado.

Dorian Wilson tuvo ganas de reírse en la cara de Kenny; ella no tenía la menor idea de lo profundo que era ese «atasco» al que se refería con ligereza.

—Han sido claros —continuó, al interpretar su silencio como una posibilidad para continuar convenciéndole—: tienes siete meses para presentarnos algo digno de llevar nuestro sello. Tuyo y de Lunz Entertainment.

—Quieren un plato fuerte para el E3, ¿no?

—Los jefes saben el talento que tienes, y no quieren desaprovecharlo.

—El señor Lunz quiere explotar un poco más a su gallina de los huevos de oro.

Kenny negó con la cabeza con una sonrisa perezosa en el rostro.

—En todo caso serías mi gallina de los huevos de oro. Pero tú no eres una gallina: eres más bien una hormiga trabajadora.

—Aunque lo digas con expresión adorable, sigue sonándome a ultimátum, sobre todo con la secretaria que me quieres poner para que me controle.

—No es una secretaria. —Kenny respiró hondo—. Es una organizadora, y lo único que tiene que hacer es ayudarte a gestionar tu tiempo y tu esfuerzo.

—Si me dices que eso lo has visto en su panfleto publicitario, me lo creo —bromeó Dorian, llevándose una mano a la cara.

La subdirectora miró de reojo su escritorio, donde se encontraba la información que acababa de dar en un tríptico de colores suaves y tipografía cuidada.

—De acuerdo, pero que no me obligue a ponerme traje —amenazó señalando a Kenny—. Por ahí sí que no paso.

La mujer miró a Dorian Wilson, que había acudido a la reunión en la central vestido con vaqueros desgastados y una camiseta de Lord Castle que había visto días mejores.

—Créeme, no lo va a intentar.

1

La estruendosa música electrónica le hizo abrir los ojos como platos desde la primera nota. Se abalanzó sobre el móvil y retrasó la alarma. Cuando el silencio regresó a la habitación, dejó escapar un suspiro entre los dientes, y aunque hubiera cerrado los ojos otra vez, ya estaba completamente despierta. Solo necesitaba unos segundos para organizar su mente para un nuevo día.

Como todas las mañanas, lo único que podía espabilar a Claire eran la música electrónica más potente que fuera capaz de encontrar y una taza de café bien cargado. Salió de la cama agarrando el móvil, que era como una prolongación de su mano, y mientras consultaba todo lo que tenía pendiente fue sumergiéndose en la típica rutina de cualquier día.

Puso la cafetera al fuego, dio unos toques firmes en la puerta de Chris y se metió en el baño de inmediato. Salió apenas un cuarto de hora más tarde con una toalla en el pelo húmedo y se sirvió el café recién hecho sin apartar la mirada de la noticia que estaba leyendo sobre su nuevo jefe. Se sentó en el sofá con la tablet en las piernas justo cuando su hermano por fin emergía de su habitación.

—Café —musitó Chris olisqueando el aire mientras se frotaba los ojos.

Claire negó con la cabeza con una sonrisa en los labios. Su hermano se acercó con una taza y encendió la televisión antes de sentarse a su lado. Mientras el programa que había puesto Chris se desarrollaba sin que este le hiciera mucho caso, Claire leía que Dorian Wilson había sido el desarrollador de videojuegos más joven en ser contratado por una multinacional tan grande como Lunz Entertainment, y le habían comprado su primer trabajo por una cantidad exorbitada de dinero. En su mente ya trazaba su perfil profesional y psicológico cuando su despistada mirada se topó con la hora.

—¡Las siete y media! —Claire estuvo a punto de tirar la tablet al suelo al ponerse en pie.

—Pero si entras a las nueve, ¿a qué viene tanta prisa? —preguntó Chris, que ya se había espabilado.

—A que hoy no voy a la empresa. Me han dado un cliente nuevo.

—Eso suena muy poco interesante —le contestó, fingiendo un bostezo.

Claire empezó a secarse el pelo con rapidez y a vestirse mientras metía prisa a su hermano para que se preparara.

—Prefiero quedarme aquí que ir a dar arte con esa dinosauria —se quejó Chris—. Va a acabar consiguiendo que odie pintar por lo estúpido que lo hace parecer.

—Dibujar no es estúpido, ni ella es una dinosauria. Tienes que aprobar esa asignatura con muy buena nota para compensar biología si pretendes entrar en la universidad que quieras.

Chris sacudió el cabello oscuro, color que compartía con su hermana, y entró en su habitación con las manos en alto.

—Ha sacado la carta de la universidad, no se puede continuar la discusión.

—No me seas tonto y vístete. Si no, te dejo que vayas en el autobús del instituto.

Como si fuera una exhalación, su hermano estuvo listo en un par de minutos con los dientes lavados y un aspecto presentable.

Estaba en la dirección que su empresa le había dado y llamó al timbre. Encima del pulsador alguien había hecho un dibujo de una Parca con un bocadillo que decía: «Knock, knock». Estaba a punto de llamar otra vez cuando la puerta se abrió.

Cuando Claire se había documentado para trabajar con Dorian Wilson se había imaginado a un inadaptado con gafas caídas y empañadas, un cuerpo encogido por las horas frente a un ordenador, un tic nervioso en los dedos de quien echa de menos teclear y, en general, un físico no muy agraciado. Para nada se esperaba lo que vio en el marco de la puerta de aquella oficina: un hombre de espalda formada y hombros anchos, no demasiado delgado ni de gran altura, pero sí lo suficientemente alto como para que Claire se viera obligada a mirar hacia arriba aun llevando tacones. Su rostro era anguloso, y tenía unas proporciones armónicas, en las que desentonaban unas cejas demasiado gruesas, y las mejillas y el mentón estaban cubiertos por una fina barba apenas visible. Llevaba el cabello, rizado y de color marrón, despeinado y haciendo ondas en lo alto de su cabeza. Pero lo que más sorprendió a Claire de Dorian a primera vista fueron los ojos, de un azul cielo que tenía un brillo especial y que delataba su inteligencia.

—Perdona, no quiero galletas ni nada por el estilo, soy alérgico —le dijo de repente.

—¿Qué? —Claire frunció el ceño, sorprendida, sin entender qué quería decirle.

—Que no estoy interesado en participar en nada que hayáis preparado en vuestro instituto —contestó con impaciencia.

¿Instituto? Claire sintió que se ruborizaba de rabia. ¿La estaba tomando por una estudiante de la edad de su hermano? Dorian estaba cerrando la puerta, disculpándose una vez más, cuando ella reaccionó y puso la mano en la puerta para detenerle.

—Lunz Entertainment me ha enviado aquí —explicó con la voz más adulta que fue capaz de emplear.

Dorian entornó los ojos, preguntándose quién era aquella chica que le miraba con cara de pocos amigos. Antes de poder darse cuenta, ella le había apartado y había entrado en la sala de estar como si la casa fuera suya. Tardó unos segundos en hilar la conversación que había tenido con Kenny y su visitante. Observó su cuerpo menudo y fibroso: quedaba claro que era una persona poco acostumbrada a estarse quieta. Llevaba el pelo recogido en una tirante coleta e iba vestida con una seria falda de tubo y un jersey de color sobrio. Se preguntó cómo había podido pensar que era una colegiala cuando todo en ella irradiaba madurez. Algo que parecía huir de él. Dejó de valorar su físico y se dio cuenta de que estaba anotando algo en una tablet mientras observaba con avidez a su alrededor.

—Perdona, ¿cómo me has dicho que te llamas? —le preguntó mientras ella paseaba su mirada evaluadora por todos sus estantes.

—No te lo he dicho —contestó sin vacilar.

Dorian cerró la puerta y se adentró en su casa.

—Hola, yo soy Dorian, y esta es mi casa. ¿Tú eres…?

—¿Tu casa? —Claire miró la sala una vez más y luego se volvió a su anfitrión como si no terminara de entender sus palabras—. ¡¿Tu casa?! Pero si Kenny Atkinson me dijo que trabajabas fuera de la empresa…

—Sí, en mi casa.

—¿Pero y todo tu equipo?

—¿Te refieres a mis compañeros o a los ordenadores? —preguntó.

Claire juntó los labios en una fina línea antes de contestar.

—A ambos.

—La casa tiene una parte común, que es por la que entran todos mis chicos, y esta —señaló la puerta por la que Claire había entrado sin ser invitada—, que es la de mi casa privada.

La joven se afanó en apuntar en la tablet aquella información.

—¿Me dices por dónde se entra a esa parte común?

Dorian no pudo evitar esbozar una sonrisa ante la incomodidad y vergüenza evidentes que estaba pasando Claire. Decidió que ya era suficiente que Kenny no la hubiera avisado de que la oficina y su casa estaban en el mismo sitio. Además, así tendría algo que echarle en cara cuando la llamara esa noche.

—Sigues sin decirme tu nombre —apreció Dorian.

—Perdona, soy Claire Red…

—¿… field? —terminó el joven mientras pensaba en el personaje de Resident Evil y valoraba el parecido entre ambas.

—… fern.

La chica le miró, confusa.

—Cosas mías —dijo Dorian, quitando importancia—. Ven, te enseñaré la oficina.

Claire, sintiéndose aún fuera de contexto, le siguió obedientemente sin poder dejar de prestar atención al nada desdeñable trasero que tenía su anfitrión. En ese momento sintió ganas de abofetearse; ¿qué cables se le habían cruzado desde que había llamado a aquella puerta?

Después de un pasillo corto llegaron a una puerta muy parecida a la de la entrada, y Dorian giró la llave en su interior, para después hacer pasar a Claire antes de él. Al entrar, dos cabezas se volvieron hacia ellos, y el sonido del tecleo cesó como por arte de magia.

—Señor Wilson —saludó un joven que debía de tener pocos años más que Chris.

—Hunter, por favor, ya te he dicho que nada de «señor». El señor Wilson es mi padre, no yo —rezongó el aludido.

—¿Qué haces tú por aquí? Pensaba que después de la reunión con Atkinson ibas a hacer una huelga de hambre o algo así —dijo una chica de pelo rizado encrespado y con expresión somnolienta.

—Sí, nos ha dicho Debbie que te va a colgar a un secretario personal para organizarte —se rio otro chico que no había despegado los ojos de la pantalla.

—Ella es la que me han colgado —indicó Dorian con diversión en la voz.

Aquello ya se parecía más a lo que Claire se había esperado encontrar. Dos chicos y una chica, sentados a una mesa que se sostenía precariamente, en unas sillas que parecían incomodísimas. Cada uno con un portátil de última generación y todo tipo de accesorios tecnológicos a los que ella no era capaz de poner nombre.

El chico que aún no se había fijado en Claire se volvió hacia ella con el rostro enrojecido. Aquella mirada tan franca y joven le recordó a su hermano, y no pudo mantener su fachada seria con él.

—No te preocupes, él me ha querido echar creyendo que quería venderle galletas —le tranquilizó con tacto.

Los tres programadores rompieron a reír mientras Dorian negaba con la cabeza como si lamentara que les hubiera dado material para que se burlaran de él durante una buena temporada.

—¿Entonces tú vas a hacer que Wilson trabaje? —preguntó la chica mientras se quitaba las gafas de montura al aire y se ponía en pie.

—Se supone que mi trabajo es ayudarle a que no tenga ningún problema que le impida trabajar —explicó con voz suave.

Dorian los presentó:

—Ella es Debbie Park, aunque todos salvo Jeremy la llamamos Park, porque a ella le gusta llamar a todo el mundo por su apellido.

—La gente no entiende que podemos huir de nuestro nombre con motes o diminutivos, pero que el apellido siempre es el mismo.

—Yo soy Claire Redfern.

—¡No! —Jeremy se levantó de un salto y señaló hacia Dorian, con una expresión interrogativa—. Seguro que la has obligado a utilizar ese nombre.

—¿Yo? —preguntó, haciéndose el ofendido.

—Claire Redfern es mi nombre —contestó, confundida.

—¿De dónde eres, señorita Redfern? —preguntó educadamente Hunter.

—Nací en Escocia, pero vinimos a Estados Unidos siendo muy pequeños.

Dorian comprendió entonces el extraño, pero agradable, acento que tenía.

—¿Tienes un hermano? —preguntó Jeremy rápidamente.

—Cállate, Peterson, estás incomodando a Red —le reprendió Debbie.

—¿Red? ¿No acabas de decir que los apellidos no se contraen? —interrogó, algo escamado.

—Bueno, es obvio en este caso —intervino Hunter, encogiéndose de hombros—. Le queda bastante bien y, además, lleva los labios pintados de rojo.

Claire se sintió violenta cuando los ojos de Dorian buscaron sus labios al instante para corroborar la información recibida.

—Menos mal que alguien me entiende aquí —agradeció Debbie mientras hacía un mohín hacia Jeremy.

—Bueno, ya basta de charla. ¿Dónde están Morgan y Brand? —cortó Dorian.

Hunter miró la hora en un reloj que colgaba medio caído en una de las paredes.

—Brand debe de estar a punto de llegar. Morgan no creo que venga —contestó diligentemente.

—¿Qué pasa con Morgan?

Los desarrolladores se miraron entre sí, como si se preguntaran qué debían decirle a su jefe.

—Le ofrecieron pasarse al equipo de Stone —contestó Jeremy.

—¿Qué? ¿Stone?

Las preguntas salieron de su boca como si se le ahogaran en la garganta. Claire se apuntó mentalmente ese apellido para buscarlo en cuanto tuviera un momento.

—Sí, llevaba unos meses colaborando con ellos desde aquí —continuó el desarrollador.

—Y también trabajaba directamente en la empresa con ellos. Era cuestión de tiempo, Wilson —terminó Hunter.

—¿Colaborando con ellos? ¿Por qué no me había dicho nada? Se supone que sois mi equipo —Los ojos de Dorian se entrecerraron—. ¿Vosotros también estáis colaborando con alguien?

Una vez más se hizo el silencio, aunque en esta ocasión se interrumpió con el sonido de una llave girando al otro lado de la sala, por donde entró un chico pelirrojo de cabello largo que se quedó mirando a todos como si fueran una aparición.

—¿Tanta gente? ¿Llego muy tarde? —preguntó al tiempo que miraba el reloj de reojo.

—Braden Wells, o Brand, como prefiere que le llamen; ella es Claire Redfern. Nos va a ayudar a que no sea un jefe tan inepto como parezco ser —presentó Dorian sin esconder lo molesto que estaba.

—Wilson, somos un equipo de seis desarrolladores y solo uno tiene el puesto ganado con éxito. Los demás tenemos que trabajar como si no hubiera un mañana. No esperarás que la compañía nos deje aquí sin más jugando y haciendo que trabajamos. —Debbie apretaba los puños para contener su indignación.

Dorian tragó saliva y miró hacia la puerta que comunicaba con su casa, como si pensara en la posibilidad de marcharse por donde había llegado y huir del conflicto que se estaba fraguando en la oficina.

—¿Cómo podéis trabajar en estas condiciones tan nefastas?

Todos los desarrolladores se giraron hacia Claire, que daba golpecitos en todo lo que tenía a mano. La mesa crujía allí donde tocaba, y las sillas eran de plástico duro, incluso sus patas estaban mal cortadas. Aquello era lamentable.

—En una semana esta oficina será habitable para todos, y nos pondremos seriamente a trabajar —continuó, al saber que tenía la atención de todos—. Os iré informando, pero en principio el lunes que viene nos vemos aquí; hasta entonces estaré trabajando con Wilson para hacer de esto —realizó un gesto que abarcaba la sala donde se encontraban— un lugar para que los sueños fluyan.

2

Claire estaba en su escritorio, repasando las notas que había tomado y dejando por escrito lo que no había podido anotar. Tecleó en Google el apellido «Stone» y «Lunz Entertainment» y, mientras su lenta conexión a internet trabajaba, le dio vueltas a su infusión.

Había sido un primer contacto con el equipo de Wilson bastante violento. Como su jefe de grupo no estaba envuelto en ningún proyecto, la empresa los había ido redirigiendo a otros jefes de equipo para que siguieran desarrollándose como profesionales, pero aunque todos se habían mantenido con su verdadero jefe, era normal que Morgan hubiera decidido marcharse para seguir avanzando.

A pesar de ello…

Recordaba el dolor que había impregnado los ojos azules tan límpidos de Dorian y sintió que se le encogía el estómago. Miró la infusión unos instantes, como si el remolino formado por el movimiento de la cucharita pudiera ayudarla a comprender mejor el asunto.

Aunque fuera lógico que acabaran marchándose si no tenían en qué trabajar para su jefe, él lo había sentido como una traición y ella había decidido cortar el conflicto de raíz para hacer que se centraran en el trabajo y no en los problemas que los rodeaban. Para eso siempre habría tiempo.

La página del buscador se desplegó ante ella, y eligió el primero de los resultados, que era un artículo de la Wikipedia en el que se retrataba a Stone como un precoz desarrollador de videojuegos. Claire se sorprendió al ver que Stone y Wilson habían asistido juntos a la misma universidad y que trabajaron juntos con Land of Games.

Después de esto, había colaborado con Wilson en su otro gran éxito, y hacía un año había debutado en solitario. Ahora era jefe de equipo en Lunz Entertainment, y en todas partes lo describían como un genio. Claire recordó una vez más la reacción que había tenido al escuchar con quién estaba trabajando Morgan y supo que entre Stone y él había ocurrido algo.

—Papá ha llamado —Chris entró con expresión neutra, como siempre que ocurría algo con su padre—, que no viene a cenar.

—¿Espaguetis carbonara?

Dorian estaba tirado en el sofá, con la palma de la mano apoyada en la frente y los ojos cerrados. Repasaba una y otra vez lo que había ocurrido con el equipo. Llevaban juntos desde que Stone se había marchado. Lunz Entertainment le había cambiado completamente la plantilla a su petición. No quería que en su nuevo principio hubiera nada que le recordara lo que había pasado antes.

Quería hacer borrón y cuenta nueva.

Pero «solo» se había quedado trastocado para siempre… Se restregó el dorso de la mano contra la frente hasta que sintió irritación. Era como si su cerebro hubiera dejado de funcionar como debería, como si se riera de los sueños que había tenido desde la primera vez que había jugado a un videojuego.

Lo único que tenía claro es que había perdido algo, aquello que le había hecho especial y que le había empujado a crear sus cuatro aventuras. Cuatro. No tres.

El móvil le sonó en el bolsillo del pantalón y descolgó. Solo había una persona en el mundo que le llamara a aquel teléfono.

—Hola, hermanita —saludó.

—¿Otra vez tirado en el sofá? —preguntó.

—Ya sabes el aprecio que me tiene.

—Pues ya te estás despidiendo de él, que nos vamos a cenar fuera.

—¿Fuera? —Dorian comenzó a lamentarse el haber cogido el teléfono.

—La otra opción es que cocines para Mark, para el niño y para mí. Tú eliges. —Se plantó.

Dorian cerró una vez más los ojos. ¿Cuántas veces había hecho ese gesto durante ese día?

—¿Dónde?

La olla estaba borboteando cuando Chris echó los espaguetis mientras su hermana se afanaba con la salsa, cortando unas lonchas de beicon en finas tiras.

—Entonces Nick me dijo que su hermano había aprobado el examen para piloto de avión comercial y que por fin iba a poder buscarse una novia. ¿Tú lo entiendes? ¿No puedes tener novia antes?

Claire se rio.

—Hay gente que no puede compatibilizar el éxito profesional con el romántico.

—¿Eso tiene algún sentido?

—Para el hermano de Nicholas parece que sí.

—¿Y tú?

Su hermana le miró sin comprender.

—¿Tú tampoco puedes compatibilizarlo? No me puedo creer que haya dicho esa palabra sin trabarme —se maravilló, antes de mirar hacia el techo.

Claire se removió incómoda, sin saber lo que contestar a Chris e intentando elucubrar una forma de cambiar de tema.

—Lo digo porque Nicholas me ha dicho que no estás mal y que a lo mejor su hermano quiere conocerte.

El nerviosismo se derritió como si nunca hubiera existido y Claire fulminó a su hermano con la mirada.

—No necesito que seas mi casamentero, gracias.

—No sé lo que significa eso, así que no puedo decir que lo sea.

—No necesito que me ayudes a conseguir pareja, yo solita puedo encontrarla.

—Sí, ya lo veo. Desde que te conozco, es decir, desde que nací, no has estado con nadie de ese modo. Ni siquiera tienes amigos de verdad, solo a la rara de Emma.

—¿Y qué hay de malo? —preguntó; se sentía molesta y violenta con el rumbo que estaba tomando la conversación.

—No estoy diciendo que sea malo, solo digo que si sigues así puede que termines como…

—Los espaguetis, Chris —le cortó Claire.

Había tenido que detenerle: no podía escuchar las últimas palabras que iban a salir de sus labios porque las tenía muy presentes. Demasiado.

«Como papá».

Estaba en la puerta del restaurante, repasando el diseño de los carteles publicitarios en los que un niño parapetado detrás de unos arbustos disparaba con una pistola de agua a unos señores y estos reaccionaban riéndose amablemente. Dorian estaba maldiciendo al que hubiera tenido esa surrealista idea cuando un niño rubio se abalanzó sobre él, gritando su nombre como si fuera lo más importante de su vida.

—¡Tío Dorian! ¡Has venido! —El niño saltaba con la emoción brillando en sus ojos.

—Sí, tu madre casi me ha amenazado con no dejarme verte nunca más si no lo hacía.

—Pero eso no es verdad, ¿a que no, mamá?

Elizabeth resopló con incredulidad al escuchar a su hermano y le señaló, censuradora. Tenían la piel del mismo tono bronceado, típico de quien se ha criado en Los Ángeles, y las mismas orejas pequeñas. Por lo demás eran la noche y el día, uno moreno y la otra rubia, él de ojos claros y ella del color de la avellana.

—Te aviso que hemos tenido un atasco según veníamos hacia aquí, así que te recomiendo que no me pinches demasiado.

—Así que por eso llegáis tarde, ¿no? —continuó, burlón.

—¿Qué pasa, que hoy tienes el día gracioso?

—Si no me desquito contigo, hermanita, ¿con quién?

—Pues no lo sé, porque hace que no me dices que has quedado con amigos… —Se llevó un dedo a los labios perfilados—. No lo recuerdo.

—Ja, ja, muy graciosa.

—El humor desagradable debe de venirnos de familia, ¿no crees? —preguntó Elizabeth.

—Yo apostaría por vuestra tía Maggie: esa mujer tiene un sentido del humor incomprensible —intervino Mark mientras le daba un abrazo a su cuñado.

Mark Gordon era el marido de la hermana de Dorian, y los cuñados se habían conocido en el instituto, donde habían sido inseparables hasta que Mark se había enamorado de la hermana mayor de su amigo en uno de los veranos universitarios de Elizabeth. Aunque siempre se habían llevado bien, Dorian se había sentido como si le hubieran dado de lado entre los dos, pero nunca había dicho nada sobre ello. Solo hacía falta mirarlos durante cinco minutos para ver que estaban hechos el uno para el otro.

—¿Crees que me dará por hacer ese truco con la dentadura postiza? —preguntó Dorian para seguirle el juego.

—Agh, Dorian, déjalo. —Elizabeth levantó la mano a la altura del pecho de su hermano y señaló hacia la puerta—. Entremos antes de que me hagas perder el apetito con más imágenes perturbadoras.

Chris se servía un segundo plato mientras sus ojos no se despegaban de la televisión, en la que estaba viendo por enésima vez Interstellar, de Christopher Nolan. Era una película que le había obsesionado desde que había salido en cine y que había analizado en todos los aspectos posibles. Claire siempre le tomaba el pelo diciéndole que acabaría perdiendo el sentido para él, pero el chico se limitaba a mirarla con solemnidad y le aseguraba que nunca iba a dejar de sorprenderse con el teseracto ni de adorar la brillantez del humor de TARS.

Claire se había dedicado a buscar en el catálogo de la tienda de muebles las piezas perfectas para la oficina, y había hecho un borrador completo del presupuesto que presentaría tanto a Kenny como a Dorian. Estaba tan concentrada en realizar un esbozo de cómo quedaría la sala después del montaje de los muebles que apenas escuchó el timbre de su móvil hasta que Chris zarandeó una de sus piernas.

—¿Dígame? —preguntó, sin mirar de quién se trataba.

—Claire, hola, soy Kenny Atkinson. Te llamaba para saber cómo había ido el primer día con Dorian.

Se preguntó si debía ser completamente sincera y decirle lo extraño e incómodo que había sido, pero decidió que tenía que darle un voto de confianza y esperar al próximo día.

—Bien. Es curioso el que su casa y la oficina estén conectados.

—Sí, nunca le ha gustado trabajar en la empresa; cree que es muy fría, y él prefiere la familiaridad para su equipo —le explicó.

En la voz de Kenny se adivinaba cierto cariño hacia Dorian, y Claire aprovechó que continuaba hablando para apuntar en la tablet que era deseable un ambiente familiar. Era un detalle importante a la hora de escoger los muebles.

—¿Qué habéis estado haciendo? —preguntó Kenny con curiosidad.

—He conocido al equipo y la oficina. Como todos pueden trabajar desde las oficinas de Lunz Entertainment, les he dicho que no vuelvan en una semana, para acondicionar el local lo mejor posible.

—¿Acondicionar?

—Señorita Atkinson, la mesa de trabajo está inclinada, las sillas parecen estar a punto de romperse y la pintura de las paredes se está descascarillando. Un ámbito saludable es fundamental para el trabajo productivo. —Claire recitó con parsimonia una de las máximas de su empresa con voz profesional.

—Entiendo… ¿Y cuánto me va a costar el acondicionamiento de la oficina? —Kenny resaltó la palabra para que Claire entendiera la poca gracia que le hacía aquel plan.

—Lo menos posible, se lo aseguro. Estaba preparando un presupuesto para compartirlo con el señor Wilson y con usted, si le parece bien.

Creyó que Kenny iba a decir algo, pero acabó por guardar silencio. La pausa que se estableció en la línea telefónica se hizo tan profunda que el sonido de la ola estrellándose en la película llegó a oídos de la subdirectora.

—De acuerdo, mándamelo en cuanto termines. ¿Cuándo pensáis ir a comprarlos?

—Pretendo empezar mañana a media mañana —contestó Claire.

—¿Piensas ir sola? —preguntó.

—Sí, lo compraré todo de un tipo muy neutro para que no entre en conflicto con los gustos de nadie y así…

—¿… favorecer un trabajo más productivo? —finalizó Kenny por ella, ironizando la situación—. De eso nada: se trata de la oficina de Dorian, y tiene que escogerlo todo él personalmente.

Claire sintió cómo enrojecía ante la burla implícita en todas y cada una de las palabras de la mujer. Chris se giró hacia ella, sorprendido al notar la rigidez de su hermana.

—Perfecto. Si puede acordar la hora con Wilson, se lo agradecería.

—¿Yo? Pero si yo no voy a ir, señorita Redfern. Debes llamar a Dorian y quedar con él como mejor os venga.

Unos instantes después, sin que Claire hubiera tenido tiempo para arreglar la situación, colgaron. Se llevó las manos a la cara: ya se sentía agotada al pensar en lo que le esperaba al día siguiente.

Dan jugaba con el móvil de Dorian mientras se acomodaba sobre las piernas de su tío.

—Bueno, Mark y yo habíamos pensado en salir a cenar el próximo viernes —comenzó Elizabeth, mirando de reojo a su marido, que pareció atragantarse momentáneamente.

—Muy bien —dijo Dorian sin prestar demasiada atención y concentrado en revolver el cabello dorado de su sobrino.

—La cosa es que el otro día me llamó una compañera del máster que hice en Colorado para decirme que acaba de mudarse a la ciudad y que quería que le enseñáramos algún sitio chulo.

—¿Y queréis que os consiga una reserva? —preguntó.

—No, lo que queremos es que vengas con nosotros.

Dorian sacudió la cabeza, saliendo de su ensoñación, y frunció el ceño.

—¿Una cita doble?

—Una cena entre amigos. Ya le he dicho que venías, porque me daba pena decirle que no podías —corrigió Elizabeth.

—¿Una encerrona? —En esa ocasión Dorian miró a Mark en busca de una explicación.

—Es Olivia, ya sabes que se fijó en ti desde aquel Año Nuevo que celebramos en la nieve.

—Además… —Elizabeth tragó saliva— llevas sin salir con nadie desde…

Un brillo amenazante destelló en los ojos de Dorian, como si la estuviera retando a pronunciar el nombre que asomaba en la punta de su lengua, pero antes de poder decir nada, el móvil que sostenía su sobrino comenzó a sonar enloquecido.

—¿El móvil del trabajo? —preguntó Mark, sorprendido.

Aquello no era habitual desde la prolongada sequía de proyectos que estaba sufriendo Dorian. Él miró la pantalla sin reconocer los dígitos que aparecían en ella. Estaba pensando en colgar directamente cuando su sobrino deslizó el dedo y cogió la llamada.

—¿Sí? Teléfono del tío Dorian.

«¿Tío Dorian?», pensó Claire al escuchar la voz infantil al otro lado de la línea.

Comprobó que había llamado al número que le había indicado la secretaria con la que había hablado de Lunz Entertainment y, tras corroborarlo, sacudió la cabeza.

—¿Hola? Perdona, ¿está tu tío Dorian?

—Sí, estoy en sus rodillas, ¿quién eres?

—Soy Claire, ¿te importaría pasarme con tu tío?

—No, no me importa —especificó el niño al tiempo que le pasaba el teléfono a su tío, quien miraba a su hermana completamente boquiabierto.

—¡Dan! ¡No se cogen las llamadas ajenas! —le regañó con severidad, pero con una sonrisa asomando a sus labios.

—Hola, Red, ¿qué tal? —consiguió decir Dorian.

—¿Así que tienes un sobrino? —preguntó Claire.

La risa tierna que sintió en la voz de la joven le sacó una fugaz sonrisa. Que no le hubiera parecido poco profesional que Dan contestara por él provocaba que la viera menos seria que esa mañana.

—Sí, tiene seis años y una habilidad terrible para la tecnología —reconoció mientras le guiñaba un ojo a Dan.

Elizabeth y Mark intercambiaron una mirada de incomprensión. Hacía tiempo que no veían al teléfono a Dorian con alguien que no fuera de la familia hablando con aparente tranquilidad.

—¿Qué es lo que querías? —preguntó tras carraspear al advertir el cruce de miradas.

—¡Ah, sí! —Claire se sintió extraña: había olvidado la razón de la llamada de un plumazo—. Acabo de hablar con la señorita Atkinson: mañana voy a ir a mirar muebles nuevos para renovar la oficina y varias cosas más.

—Entiendo. —Dorian no lo comprendía realmente.

—Te llamaba para decirte que ella quiere que vayamos juntos.

—¿Tú y yo? —Se sorprendió.

—Eso es lo que me ha dicho —contestó Claire; estaba claro que a ella tampoco le hacía especial ilusión tener que ir con él.

—Tengo muchas cosas que hacer.

El silencio se impuso entre ellos. Incluso Elizabeth y Mark le miraron sorprendidos por su falsa excusa.

—¡Si tú nunca haces nada! —exclamó Dan, que empezaba a impacientarse por recuperar el teléfono.

Sus padres rompieron a reír, y Claire, que lo escuchó con total claridad, tuvo que aguantarse la carcajada a duras penas.

—Mañana a las diez y media en el portal de mi casa.

Esas fueron las últimas palabras que Claire escuchó de Dorian, porque acto seguido este colgó para gritar a su familia que no se rieran tan alegremente de los demás.