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POESIA COMPLETA

OLGA ACEVEDO

María Inés Zaldívar Ovalle

Editora


© Inscripción Nº 300.127

Derechos reservados

Enero 2019


ISBN Edición impresa Nº 978-956-14-2381-7

ISBN Edición digital Nº 978-956-14-2382-4


Diseño: Francisca Galilea


Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Acevedo, Olga, 1895-1970, autor.

Poesía completa: Olga Acevedo / María Inés Zaldívar Ovalle, editora.

1. Acevedo, Olga – 1895-1970 – Crítica e interpretación.

2. Poetas chilenos – Siglo 20 – Crítica e interpretación.

3. Poesías chilenas.

I. t.

II. Zaldívar Ovalle, María Inés, editor.

2018 Ch861 DDC23 RDA

AGRADECIMIENTOS

Este libro ha sido posible gracias a la ayuda y el trabajo de un grupo importante de personas que fueron aportando sus valiosas contribuciones a lo largo de todo este tiempo. Agradezco, por lo tanto, el apoyo de Dusan Martinovic Andrade, encargado del Área Educativa del Museo Regional de Magallanes; de Alejandra Subiabre Vidal del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena; de Ernesto Fernández de Cabo, profesor del Liceo Sara Braun de Punta Arenas.

Por otra parte, y muy especialmente, quisiera agradecer al doctor Francisco Acevedo Toro, sobrino nieto de Olga Acevedo y albacea de su obra, quien ha tenido la generosidad y paciencia de proporcionarnos relevante información y valioso material de la autora.

Por último, agradecimientos por el permanente y enriquecedor trabajo compartido con Carolina Baez Véliz y Francisco Martinovich Salas, investigadores y transcriptores de excelencia, así como por la investigación y el lúcido aporte de Rodrigo González Dinamarca, Micaela Paredes Barraza, Javiera Fuentes Vega, María Román San Martín y Manuel Vallejos. Por último, quisiera destacar la oportuna y eficiente colaboración técnica y de secretaría de Viviana Castro Monsalves, quien nos facilitó el trabajo en todo momento y de Francisca Galilea, quien con gran profesionalismo, creatividad y cariño diseñó cada una de las páginas de este hermoso libro.

OLGA ACEVEDO, POESÍA VITAL

Adentrarse en la vida de Olga Ernestina Acevedo Serrano implica reconstruir una parte importante del patrimonio cultural y poético chileno cuya revelación ha estado pendiente. Iniciar por su vida nuestro acercamiento a su persona nos permite confirmar lo que María Inés Zaldívar señala cuando se refiere a Winétt de Rokha, esto es, que la “separación entre sujeto que crea y objeto creado, o en términos más amplios, entre vida y obra en la creación artística, es siempre una línea difusa”. Difusa es también la información que tenemos de esta prolífica autora, con diez poemarios publicados, ganadora dos veces del Premio Municipal de Poesía de Santiago (1949 y 1969) y, como en 1968 plantearan el Grupo Fuego de la Poesía y la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), una de las poetas que posiblemente mereció recibir el Premio Nacional de Literatura.

Las incertidumbres respecto de Olga Acevedo, como consecuencia del poco estudio en torno a su vida y obra, comienzan ya con el año de su nacimiento. Aun cuando la mayoría de la información disponible lo sitúa en Santiago de Chile en 1895, hay publicaciones que indican que fue en 1902. Incluso, en el mismo año de su muerte, Luis Merino Reyes sostiene que ella ha fallecido a los 77 años de edad, lo que no coincide con ninguna de las fechas anteriormente mencionadas. A pesar de la escasa seguridad que tenemos sobre la data exacta de su natalicio, la certeza de su partida en 1970 que nos dan las publicaciones laudatorias con motivo de su muerte, nos otorga la alegría de un sustancial reconocimiento colectivo a su creación poética por parte de sus contemporáneos.

De la vida familiar de Olga Acevedo poco sabemos a través de los registros existentes. El más cercano testimonio que nos permite reconstruir parte de su historia proviene de su sobrino directo Francisco Acevedo Toro, quien nos comenta que ella era la mayor de ocho hermanos. Sus padres, Manuel Francisco Acevedo Medina y Edelmira Serrano Ramírez, fallecieron cuando la poeta era aún muy joven: primero el padre; al poco tiempo, la madre. La partida de ambos produjo una crisis familiar que la llevó a tomar la decisión de migrar al extremo sur de Chile con uno de sus hermanos, Francisco Acevedo Serrano, padre de Francisco Acevedo Toro. Así, la muerte de sus padres y el viaje desde Pichilemu –lugar en el que por aquel entonces se encontraba la familia1– hasta Punta Arenas serán hechos que marcarán su vida personal de manera significativa, tanto por la ruptura de sus lazos con el resto de sus hermanos, como por el impacto que tendrá ese traslado en su carrera literaria.

El vínculo de Olga Acevedo con la escritura, también conocida por su seudónimo “Zaida Suráh” u “Olga Azevedo”, según aparece en algunas fuentes, comenzó tempranamente. Es la misma poeta quien en 1968 comenta durante una entrevista que su primer acercamiento con la poesía lo tuvo a los 9 años de edad, cuando escribió un poema a su madre en el Colegio de las Monjas del Salvador. Otro registro temprano respecto de su interés por las letras lo encontramos en el fragmento de una entrevista, contenido al final del libro Donde crece el zafiro (1948), en la que sostiene que a los 14 años publicó sus primeros versos en la revista Correvuela. En tanto, ya en 1917, Juan Agustín Araya sostenía que Olga Acevedo era “después de Gabriela Mistral, la poetisa cuya obra [inspiraba] la sensación más encantadora de sinceridad espiritual y riqueza artística”. Si bien las primeras publicaciones y críticas aisladas resultan relevantes para la carrera de cualquier escritor, su fecunda producción poética comenzará durante su permanencia por diez años en Punta Arenas.

Su estadía allí estará marcada por dos acontecimientos que serán fundamentales: la escritura de su primer libro Los cantos de la montaña (publicado por la editorial Nascimento en 1927 a su llegada a Santiago) y el inicio de una estrecha amistad con Gabriela Mistral, quien se encontraba como directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas, actualmente Liceo Sara Braun. Conocer a la Premio Nobel le permitirá acercarse a otros poetas de Magallanes, como Julio Munizaga Ossandón, director de la revista Mireya fundada por la misma Gabriela Mistral, quien incluiría en el segundo número a Olga Acevedo con el poema “Los otoños del alma…”:

Este rodar por tierra de las hojas caídas…,

este gemir de tórtolas en los nidos vacíos.

Este soñar de rosas –tal palomas dormidas–

en el oro fragante de los parques sombríos…

Esta aguda nostalgia que enlutó los jardines

y el llorar de los juncos en las tardes de lluvia…,

trae a mi alma una pena perfumada a jazmines

y el dolor de una tarde melancólica y rubia!

El suspiro encantado de la azul lejanía…

Este olor a pasado… y a blancura de mano…

cómo enciende en mi alma tempestuosa y sombría!

la visión bella y triste de un Otoño lejano!!

IMAGEN Nº 1- TEXTO EN REVISTA MIREYA
Imagen muestra publicación del poema “Los otoños del alma” de Olga Acevedo en el segundo número de la revista Mireya (1919) (Colaboración de Dusan Martinovic, encargado de Área Educativa, Museo Regional de Magallanes en 2017)

Si bien su estadía en Punta Arenas es calificada positivamente por la misma Olga Acevedo, su permanencia se vio empañada por la relación que tenía con Ciro Castillo Urízar, único esposo y pareja que le conocemos, con quien, en una entrevista brindada al diario El Siglo en 1968, reconoce haberse sentido desgraciada. Poco sabemos de su persona, puesto que la poeta no solía referirse mucho a él, ni en su círculo más cercano ni en las pocas entrevistas disponibles; no obstante, nos consta que no tuvieron hijos y que su matrimonio fue breve. A pesar de lo anterior, la poeta resalta que haber vivido durante ese tiempo en Magallanes le permitió conocer a Gabriela Mistral e instruirse con los libros que le compartía, lo que se transformó en uno de los hechos más significativos de toda su vida.

Efectivamente, su acercamiento y conocimiento de la filosofía oriental estuvieron impulsados en gran parte por las lecturas recomendadas por la Premio Nobel y por los estudios con el yogi Ramacharaka, de la Gran Jerarquía Blanca de la India. En diferentes partes de Los cantos de la montaña (1927) es posible observar este vínculo entre obra y vida, en relación con este hecho en particular. A modo de ejemplo, sirven las tres primeras estrofas del poema “Al yogi Ramacharaka”, perteneciente al Canto III del primer libro publicado por Olga Acevedo:

Yogi Ramacharacka! Luz de la Luz Eterna!

Mano de amor. Voz santa. Conductor celestial.

A tu conjuro se abre la doliente caverna

donde yace el espíritu, prisionero fatal!

Viene así tu Palabra, como un rayo celeste

que va –recio– tajeando la gran maraña densa…

Alivianando el peso de la grosera veste

e iluminando el caos de la ceguera inmensa.

Baja así tu Palabra ¡oh, Maestro radiante!

como una estrella fúlgida desde la Eternidad…

A anidarse en la vida del discípulo amante

y a llenarle de elíxires eternos la ansiedad.

Como acontecimiento de gran importancia en su biografía, este motivo volverá a aparecer en su obra poética, ya que la filosofía oriental será especialmente relevante para la última etapa de su vida. En distintas entrevistas destacará que la meditación y el silencio fueron útiles para su lucha posterior contra la enfermedad del Parkinson, que la afectó por alrededor de quince años. Así, en su último poemario, La víspera irresistible (1968), y específicamente en el poema del mismo nombre, vuelve a aparecer la iniciación yogi como recuerdo primordial antes de comenzar la despedida de todos: “…en mi blanco monasterio a lo hindú. Mi iniciación Yogi a los/ veinte años, su rígida posibilidad en el largo silencio”.

Sin embargo, limitar la lectura de Los cantos de la montaña a la sola clave de la filosofía oriental sería totalmente inapropiado pues, como en 1988 señaló Ernesto Livacic, sus inquietudes filosóficas y religiosas pertenecientes a distintas tradiciones son una excusa para alcanzar “versos deslumbrantes” sobre diferentes tópicos en todos sus poemarios. Tal como sostienen Gonzalo Drago y Carlos Vega, su inquietud constante por diversos temas permite distinguir en ella un amplio registro emotivo y un estilo muy personal, claramente identificable. En efecto, en su inconmensurable creatividad, no es raro que distintos autores la hayan comparado con Gabriela Mistral, como tampoco lo es que entre ambas se generara un profundo lazo de amistad que años más tarde, en 1951, la llevaría a visitar por tres meses a la poeta elquina en Nápoles. Ese recíproco afecto, demostrado en el intercambio personal de cartas que, como se ve en la recomendación que Gabriela hace de Olga a su amigo Juan Contardi, traspasa su vida personal, es también una admiración mutua por el trabajo de la otra.

En este sentido, ambas son partícipes de sus obras poéticas. Olga Acevedo no se olvida de mencionar a Gabriela Mistral en su último poema con el propósito de que, junto a otros amigos poetas fallecidos, salga a su encuentro. Tampoco lo hace cuando en el poema “Recuerdos y saludos”, perteneciente a Isis (1954), rememora su viaje a Nápoles:

Recorrer gratamente después los viejos muelles

hasta llegar a Nápoles donde vive Gabriela.

«No, señora, Gabriela se fue ayer a Sorrento».

Tampoco estaba allí. Volvería a Rapallo?

(Entretanto aprovecho de conocerlo todo).

En Génova recibo carta de ella. Partamos.

Era en Capodimonte, en un viejo castillo

de Salita Scudillo número diecisiete.

Como siempre Gabriela Mistral me parecía

una reina en su trono de canción y distancia.

Inolvidables días en su casa de Nápoles.

Ella y su gran dulzura de maternal amiga.

Ella y la voz eterna de Italia perfumada,

digna y alta en su trono de paz y poesía.

[Fragmento del poema “Recuerdos y saludos”]



IMAGEN Nº 2- RECOMENDACIÓN HOJA 1 Y 2
Recomendación que Gabriela Mistral envió de Olga Acevedo (Azevedo, en la nota) a su amigo Juan Contardi para colocación que no es posible determinar. En la nota se lee lo siguiente: “Lucila Godoy saluda respetuosamente a su distinguido amigo el Sr. D. Juan Contardi i, a petición suya, se permite presentarle a la Srta. Olga Azevedo, en cuyo favor le ha hablado la Sra Elena Solminic ¿? i su humilde servidora. Desea conocerlo i posiblemente darle más detalles sobre la colocación que para ella deseamos”. Fechado en Punta Arenas 24 de febrero 1919 (Colaboración de Dusan Martinovic, encargado de Área Educativa, Museo Regional de Magallanes).

Por su parte, Gabriela Mistral es la que primero aparece en la compilación de “Algunas de las opiniones que mejor definen la poesía de Olga Acevedo”, contenida al final de Donde crece el zafiro. En este breve texto, que también será incluido posteriormente en la solapa de Las cábalas del sueño (1951), Mistral califica a La violeta y su vértigo (1942) como el que quizás sea el mejor libro de Acevedo y describe a su amiga de la siguiente manera: “Usted, como yo, quiere mucho a su Buda, pero no suelta la mano de N.S.J.C., y tiene un furioso internacionalismo, pero es solo Chile lo que le rezuma el corazón”.

No obstante, no es Mistral la única que evidencia asombro por la creación artística de Olga Acevedo. Aida Moreno Lagos en Siete palabras de una canción ausente, Juvencio Valle en Donde crece el zafiro y La víspera irresistible, Tomás Lago en Los himnos y Pablo Neruda en La víspera irresistible, todos amigos de la poeta, colaboran ya sea en prólogos y/o poemas a modo de presentación de los textos de “Olga Zafiro”, como solía llamarla Neruda. Una importante y ejemplificadora muestra de esto es el poema “Una copa de oro para Olga”, texto que Juvencio Valle escribe como prólogo para su último libro La víspera irresistible2. Este poema/prólogo nos permite comprender con mayor claridad la vida de la poeta a partir de su obra. Además, evidencia la amistad que había entre ellos motivada, en gran medida, por el compromiso político y los ideales que compartían.

Ciertamente, Olga Acevedo fue una de las fundadoras de la Alianza de Intelectuales el año 1937, una de las escritoras que luchó por el triunfo del Frente popular y, como Drago la describe en 1970, una “ardiente partidaria de los republicanos españoles y una insobornable combatiente como militante del Partido Comunista”. Esta idea es confirmada por la misma poeta cuando menciona que su principal objetivo en la vida ha sido “servir”. Lamentablemente, este propósito se halla condicionado por la enfermedad que padece por esos largos últimos quince años de vida. Sin embargo, no se rinde y plasma su lucha en la obra y en la vida, como puede leerse en el poema “Hacia el tiempo” de La víspera irresistible: “[…] Golpeada por los grandes aletazos del tiempo/ queriendo fulminarme con sus rayos de fuego./ ¡JAMÁS! Yo soy la piedra invulnerable donde/ restalla inútilmente la tempestad furiosa […]”. Acevedo se apropia de tradiciones que, según Lucía Guerra, “subyacen en [el] campo semántico de lo masculino, [como] la fortaleza física, el impulso espiritual […]” y lucha hasta el final de sus días, como resistiéndose al mal que la aqueja. Producto de esta fortaleza, y con el apoyo de sus amigas más cercanas que la ayudaron en la escritura de sus últimos textos en el mismo lugar en que se encontraba internada, aparece La víspera irresistible rodeada de buenas críticas y comentarios de sus pares escritores.

Así como su conciencia social y política, su propensión al servicio y su tenacidad ante la adversidad despertaron un cierto interés por Olga Acevedo y su obra, en el poema/prólogo de Juvencio Valle también es posible distinguir el enorme aprecio que muchos intelectuales, escritores y poetas sentían por ella. En 1970 Andrés Sabella se refiere a su persona cariñosamente como “Olguita” y la define como “la transparencia; […] la delicadeza que, sin alterar nunca su palabra, llegaba a lo hondo de los seres y las cosas”. Por señalar otro ejemplo, en uno de los versos correspondientes al poema aparecido en la portada de La víspera irresistible, Neruda afirma: “Nadie la pudo amar en vano”. Eran cariños correspondidos ante la actitud generosa de esta poeta y el interés que siempre tuvo por reunir en su casa a distintos poetas mientras vivía en Ñuñoa y, posteriormente, en Gran Avenida.

Tal como en su casa, el día de su muerte se reunieron muchos de sus amigos poetas para despedirla en la Sociedad de Escritores Chilenos, SECH, hasta dejarla en el Cementerio General. A pesar de la ausencia de gran parte de su familia más directa, con quienes había cortado relaciones desde su viaje a Punta Arenas, Olga Acevedo se fue acompañada de los que, hasta entonces, fueron sus más cercanos, a quienes ella misma alcanzó a despedir en su último poema.

En síntesis, sumergirse en la lectura atenta de sus diez libros de poesía publicados entre 1927 y 1968 es tanto una sugerente invitación para conocer la evolución y concepción artística, espiritual y vital de Olga Acevedo como un indispensable aporte para al rescate patrimonial de la poesía chilena.


Carolina Baez Véliz


OBRAS CITADAS

De la Carrera, Hernán. (15 de noviembre de 1997). Olga Acevedo. El Diario Austral, p. A3.

Drago, Gonzalo. (26 de mayo de 1968). La víspera irresistible. Última Hora.

Drago, Gonzalo. (10 de octubre de 1970). Olga Acevedo. Noticias de Última Hora, p. 5.

Eslava, Ernesto. (08 de octubre de 1970). Olga Acevedo. Última Hora, p. 6.

Franulic, Lenka. (1942). Revista Hoy, p. 93

Guerra, Lucía. (2008). Mujer y escritura: fundamentos teóricos de la crítica feminista. Santiago, Chile: Cuarto propio.

Livacic, Ernesto. (1988). Historia de la literatura de Magallanes. Punta Arenas, Chile: Ediciones de la Universidad de Magallanes.

Mellado, Raúl. (14 de abril de 1968). Olga Acevedo una vida para luchar. El Siglo, p. 16.

Merino Reyes, Luis. (Octubre de 1970). C. Rozas L., Alfonso Escudero, Olga Acevedo. Occidente, p. 33.

Olga Acevedo. ¿Premio Nacional de Literatura? (27 de septiembre de 1968). Era, I222.

Olga Acevedo. (10 de octubre de 1971). La Nación, p. 13.

Olga Acevedo. (04 de septiembre de 1993). Atelier literario. Punta Arenas, Chile.

Sabella, Andrés. (09 de mayo de 1968). Olga Acevedo: una vida hecha verso. LEA.

Sabella, Andrés. (08 de octubre de 1970). Olguita Acevedo. La Prensa, p. 3.

Vega, Carlos. (06 de noviembre de 1993). Tres escritoras singulares, Olga Acevedo, Pepita Turina y Marta Brunet. Impactos, pp. 6-9.

Zaldívar, María Inés. (2009). Winétt de Rokha y la vanguardia literaria en Chile. En P. Lizama y M. I. Zaldívar, Las vanguardias literarias en Chile: bibliografía y antología crítica (pp. 633-660). Madrid, España: Iberoamericana.