Pupi y los fantasmas

A Jorge Santiso Casal,
un fan incondicional de Pupi.

Pupi se ha levantado muy temprano.
La profesora los va a llevar hoy
a visitar un castillo medieval
y tiene que pensar muy bien
lo que se va a poner
y lo que va a meter en la mochila.
Han estado estudiando la Edad Media
y solo ha tenido que darle
un pequeño repaso a la enciclopedia
para saber la vestimenta que corresponde
a un caballero de aquella época.

Lo que más tiempo le lleva
es agenciarse una armadura.
Para ello revuelve todos los armarios
excepto los del cuarto de Conchi,
porque aún está durmiendo.

En cuestión de segundos
ha sembrado de cacharros el suelo de la cocina,
ha hecho un revoltijo con las bobinas de hilo,
ha sacado las herramientas de su caja,
los útiles de limpieza del escobero...

Y por fin se le ocurre una idea estupenda.
Una idea genial. La mejor idea del mundo.
Agarra dos latas cuadradas
que tiene Conchi para hacer empanadas
y las une con dos trozos de alambre.

«¡Qué magnífica armadura!», piensa.

Luego se pone un cazo a modo de yelmo
y se contempla satisfecho en el espejo.
Ya solo le faltan las armas
para combatir al dragón.
Echa un vistazo rápido y... ¡ya lo tiene!
El palo de la fregona le servirá de lanza
y el cuchillo grande de cocina será la espada.
Ahora sí que está imponente.

Pupi no puede resistir la tentación
de despertar a su mamá terrícola
para que lo vea y, seguido de la fiel Lila,
irrumpe en su cuarto
con su habitual entusiasmo.

–¡Tacháaan! ¡Soy el cacabellero Pupote
de Azulón y voy a salvar a la principiesa
de las garras del dragón!