Días de rock de garaje

Jairo Buitrago

UNA BREVE HISTORIA DEL ROCK AND ROLL DESDE EL CUARTO DE MI HERMANO

ILUSTRACIÓN DE PORTADA
Diego Patiño

 

 

 

¡Si los niños están unidos, nunca podrán dividirlos!

SHAM 69

 

Pareciera que todos los días son como el domingo,

todos los días silenciosos y grises…

MORRISEY

1

 

ME GUSTA RECORDAR la historia de Robert Johnson, aquel bluesman viudo y muy joven que tenía una guitarra Gibson rota. Decían que había hecho un pacto con el diablo en un cruce de caminos para ser el mejor guitarrista del delta del río Mississippi, pues antes, cuando era tan solo un chico negro pobre en un pueblo perdido del sur, era un negado para la música, no podía rasgar las cuerdas ni tocar el blues. Nadie sabe por qué Johnson decidió bajarse de un bus en el que viajaba y quedarse en un lugar apartado y polvoriento cercano a una plantación de algodón. Allí, a medianoche, apareció el diablo y cambió su vida para siempre. Al volver a la ciudad, caminando bajo el sol, el chico negro pobre se había convertido en el mejor guitarrista de blues y traía cierto brillo extraño en los ojos.

Solo existen dos fotografías de Robert Johnson, porque murió muy joven, en ellas se ve a un chico sonriente que abraza su instrumento, una la recorté de una revista y la pegué en mi cuaderno.

Yo tenía siete años y era la pequeña de la casa cuando mi hermano me contó esa historia. No pude dormir esa noche, me quedé mirando por la rendija de las sábanas la luz azul que se metía a mi cuarto. Me asusté, es cierto, pero en la Navidad de ese año pedí de regalo una guitarra eléctrica.

Después de un tiempo mi hermano dejó de hablarme.

2

 

RECUERDO QUE ESTABA en la escuela cuando papá se fue de casa. Desde ese día mi hermano cambió de ánimo; tenía todo el tiempo los audífonos puestos y dejé de verlo, apenas me cruzaba con él a la entrada de la casa o en el pasillo. No hubo más historias para mí, la niña preguntona, y tampoco volvió a tocar su guitarra, una Fender Stratocaster que me enloquecía de envidia. Mamá me decía que no era fácil ser hermano mayor y como sabía que ella estaba triste decidí no preguntar más por él, ni por papá, y mejor me dediqué al fútbol. Jugando fútbol podía estar en el parque, lejos de casa, que ya no parecía mi casa.

Un día, nadie sabe por qué, me aburrí del fútbol, de los moretones —tal vez más de los moretones— y de que la cancha del barrio siempre estuviera ocupada por los grandes. Y simplemente llegué a mi cuarto a buscar mi guitarra olvidada en un rincón. “Juliana, mantén tu guitarra en un lugar oscuro”, me dijo alguna vez papá, y ahí la dejé, con un platico de agua, por si las moscas, pero cuando de nuevo la tuve en mis manos no pude tocar nada.

3

 

LO PENSÉ VARIAS VECES antes de entrar a escondidas al cuarto de mi hermano; la música de mamá era aburrida y tenía muchas ganas de algo diferente, algo que de verdad me gustara. Aprovechando que no estaba en casa —siempre se iba sin decir nada y a veces volvía muy tarde—, decidí tomar prestado un disco.

Hacía mucho que no entraba. Un afiche de los Beatles me hizo recordar a papá, era de él. Santiago tenía afiches de bandas por todo el cuarto, bandas que yo no conocía ni recordaba. Pero los Beatles… eso era otra cosa, mi papá los escuchaba siempre, desde que éramos casi unos bebés. El tiempo pasó y luego mi hermano empezó a machacar todo el día con otras bandas. Mi papá desde el piso de abajo le subía el volumen a su música y Santiago, en su cuarto, a la suya hasta que mamá gritaba desesperada desde la cocina. Ninguno de los dos ganaba. Recordé, de repente, que papá nos había enseñado el nombre de cada uno de los Beatles: John, Ringo, George y Paul…, pobre Paul, casi nadie lo quería.

Cuando salí del cuarto de mi hermano, con varios discos escondidos, la casa estaba en completo silencio.

4

 

LA GUITARRA ME SONABA desafinada, pero no me importó, estaba demasiado impaciente por tocar y romper el silencio de mi casa. Toqué: ¡trang, trang! ¡Tuang, tuang!, y noté en el espejo que la guitarra se veía muy grande, pero con unos anteojos oscuros, la cosa mejoraría. Salté varias veces con la guitarra como hacían a veces en los conciertos de la tele, nada, ni una sola nota. ¡Tuang! ¡Tuing! No… no mejoraba nada. Puse entonces Smoke on the water, porque mi hermano me había dicho —cuando hablamos largo y tendido sobre tantas cosas— que es tan fácil tocar el intro de esta canción, que en algunos almacenes de instrumentos, por chiste, ponen un aviso que dice:

Prohibido tocar Smoke on the water

Fácil o no, a mí me sonaba bien. Solo me faltaba público y el vestuario adecuado, así que saqué del clóset de mamá una vieja chaqueta de cuero y puse a mi viejo osito —sí, ya estaba muy viejo— y a unos gastados muñequitos Playmobil para que me vieran. Aunque no era fácil tocar, hice mi mayor esfuerzo, pensé en mamá, que me decía que yo tenía buen oído, logré tocar —no tan mal— los acordes, el público parecía emocionado. Poseída por el rock and roll me tiré al piso y terminé con un tremendo solo. No sonaron los aplausos, solo sentí que alguien me miraba. Bajé los lentes para ver mejor. Era mi hermano, parado en la puerta de mi cuarto. Había sido testigo de mi primera actuación como estrella y de mi primer solo de guitarra... en el piso.

—Dedíquese a tocar otro instrumento Juliana —me dijo despacio y dándome la espalda— o mejor, siga jugando con sus muñecas.

5

 

NO LE HICE CASO. Y lo atormenté a él y a mamá desde los primeros días de las vacaciones de fin de año con mis conciertos privados.

¡Tuang!, ¡kerrang! Sonaban por toda la casa cuando practicaba. Mis conciertos no eran muy variados, tocaba la consabida Smoke on the water, de Deep Purple —pero claro, solo la parte del comienzo—, y luego trataba con I Cant Get No Satisfaction, de los Stones, o You Really Got Me, de los Kinks; pero no podía, así que me concentré en la única canción que me salía, una y otra vez hasta que mamá me llamaba a almorzar. Mi hermano ya había recuperado sus discos, así que tampoco tenía la oportunidad de ampliar mi repertorio con su música.

Una noche, mientras comíamos, mamá trató de hablarme; me di cuenta de que era algo difícil para ella. El problema no solamente era el ruido en la casa, sino que ya no salía ni siquiera a tomar el sol o a montar bicicleta. Le preocupaba que me estuviera volviendo una solitaria extraña como mi hermano. Luego, empezó a hacer preguntas, hasta que llegó lo inevitable: hablar de papá, la vi tan angustiada que decidí no darle tantos problemas. No la dejé casi hablar y me fui a acostar sin probar nada. Luego, cuando estaba sola arriba en el cuarto, me arrepentí. A lo mejor sí quería saber por qué nos había dejado papá. Quise que estuviera con nosotros, que me viera practicar, que me hiciera bromas, pero ya era muy tarde de todos modos. Creí oír algo en el cuarto de al lado, era una canción bajita que escuchaba mi hermano y que sirvió para arrullarme hasta quedarme dormida.

6

 

SALÍ POR LA MAÑANA muy temprano a montar bicicleta. Como soy la única chica que juega fútbol en el barrio, conocía a mucha gente. Lucho me saludó de lejos, a él siempre le toca lavar el carro del papá los fines de semana. La señora de los periódicos me sonrío, dándome los buenos días, y también el Mono, que estaba asomado en la ventana. A mamá le preocupaba que saliera sola en bicicleta porque en el vecindario roban. Pero así es mi barrio, tiene tiendas, un parque, hay palomas y perros callejeros. Hay chicos punks —normales y cabezas rapadas— que a veces toman cerveza en las esquinas y señores de corbata; y cuando estamos en clases se mezclan niños con diferentes uniformes. Tenemos una iglesia y un par de lavanderías. Lo único particular es la estación de bomberos, con un carro viejo que a veces sale a toda velocidad haciendo un gran escándalo con su sirena.

Mi barrio tenía música, aunque no me sentía la más indicada para componerle canciones. Mi guitarra sonaba mal, no tenía familia, era una chica de barrio y el rock and roll estaba lejos, así como los campos de algodón del sur de Estados Unidos, el blues, los conciertos, los clubes, los Beatles, los Who, los grupos que le gustaban a mi papá. Todo eso estaba lejos de mis calles y de mi bicicleta.

7

 

GUARDÉ LA GUITARRA en un lugar del armario, el más apartado, y me senté frente al televisor a ver comerciales y hacer zapping sin parar. Traté de arreglar el desorden de mi cuarto, Lucho y el Mono vinieron más tarde a buscarme, pero no quise salir. No sabía lo que me pasaba, estaba triste. Estuve toda la tarde viendo por la ventana, en esos días mamá trabajaba todo el día y casi siempre hacía horas extras. Pensaba en ella.

Súbitamente, una voz detrás de mí, justo antes de que se me escaparan un par de lágrimas, me sacó de mis pensamientos:

—¿Y la guitarrita? —dijo mi hermano—, ¿ya no va a tocar más su canción?

—¡No! —le contesté tratando de que no se diera cuenta de mis ojos aguados—, ya los voy a dejar en paz. Voy a jugar con muñecas…

—Pues a mí no me molestaba —me dijo sonriendo por primera vez en mucho tiempo—, ya la estaba tocando bien. Me hace falta su ruido infernal por toda la casa.

—¿En serio? —todavía creo que en ese momento mi cara se iluminó como nunca—, ¿quiere que toque mi guitarra?

—No se acelere —me contestó—, primero debería tratar de variar su sonido particular con otras canciones.

—No tengo muchas, me especialicé en una sola —le respondí con desaliento.

—Si se le mide, Juliana, podemos ir a mi cuarto a ver si usted tiene salvación —me conminó—. Hay varias cosas que debería conocer.

Cuando miré a la cara a mi hermano noté la misma tristeza de siempre, pero algo en sus ojos era diferente. Y, de repente, yo ya no quería llorar.