Cubierta

La belleza de sentir

De las emociones a la sensibilidad

Eva Bach

Plataforma Editorial

Al azul mediterráneo que acunó a mi madre.

A la mirada a las estrellas que debo a mi padre.

A la belleza que ambos han creado a nuestro alrededor.

Al amor a las raíces que me contagiaron mis abuelos.

A los sueños y retos que me legaron.

A los exquisitos amaneceres y atardeceres con mi marido.

A la divina bendición que son mis hijos

y a la infinita ternura que me desvelan.

A las risas compartidas con mi hermana.

A los que me brindáis la flor de la Amistad.

A la sinfonía de formas y colores de Montserrat.

Al talismán que son Manresa y su gente.

Al hogar amado que es Barcelona.

A la brisa cálida de las palmeras ilicitanas.

Al rojo y negro de mi historia y de todas las historias.

A lo que he ganado con lo que he perdido.

A las notas tristes y mágicas de un violín.

A las notas alegres de un concierto de verano.

Al aroma de mares y mares de lavanda.

Al silencio azul de los hielos milenarios.

A las personas y paisajes que enamoran.

A todo lo que acaricia y nutre mi corazón.

EVA BACH, septiembre 2014

Seguramente no podemos vivir sin pan,
pero también es imposible existir sin belleza.

FIÓDOR DOSTOIEVSKI

Ahora ya sé que el hombre es capaz de grandes actos.
Pero si no es capaz de grandes sentimientos no me interesa.

ALBERT CAMUS

Índice

  1.  
    1. La belleza secreta de la flor de loto
    2. La luz y la calidez del corazón
    3. El corazón, otro cerebro
    4. ¿Esposa fiel, amante o monja?
    5. Qué estela emocional dejamos a nuestro paso
    6. Algunos indicadores del camino del corazón
    7. PRIMERA PARTE Doce pasos para transformar las emociones en sensibilidad, humanidad y belleza
      1. 1. Conectar con las emociones, escucharlas
      2. 2. Atender las emociones, acogerlas
      3. 3. Legitimar las emociones
      4. 4. Identificar las emociones, reconocerlas
      5. 5. Nombrar las emociones, expresarlas
      6. 6. Empatizar, comprender las emociones
      7. 7. Transitar por las emociones
      8. 8. Regular las emociones, modularlas
      9. 9. Consolar las emociones, calmarlas
      10. 10. Interpretar las emociones, descifrarlas
      11. 11. Elaborar las emociones, construir sentido
      12. 12. Integrar las emociones, trascenderlas
    8. SEGUNDA PARTE Pequeños de altura y grandes de corazón.
      Diez necesidades y derechos de los niños/as para un crecimiento emocional sano
      1. Los niños y niñas, gran tesoro de la humanidad
      2. Diez necesidades y derechos de los niños/as para un crecimiento emocional sano
      3. La transmisión emocional saludable desde la familia, la escuela y la sociedad
      4. Un poco de polvo de estrellas
  2.  
    1. Referencias bibliográficas
    2. Agradecimientos

Primera parte Doce pasos para transformar las emociones en sensibilidad, humanidad y belleza

«Cuando se puede encontrar el amor allí donde parece que el amor no está, es cuando se devuelve a cada emoción su sentido más profundo. Es cuando puede accederse a la sabiduría de las emociones.»

NORBERTO LEVY

Las emociones son la música de fondo que suena detrás de nuestras palabras, gestos y acciones, y madurar emocionalmente es afinar y embellecer esta melodía que nos acompaña. Para convertir las emociones en semillas de sensibilidad y sabiduría, y saborear plenamente la belleza de sentir, propongo un recorrido por los doce pasos siguientes:

  1. Conectar con las emociones, escucharlas
  2. Atender las emociones, acogerlas
  3. Legitimar las emociones
  4. Identificar las emociones, reconocerlas
  5. Nombrar las emociones, expresarlas
  6. Empatizar, comprender las emociones
  7. Transitar las emociones
  8. Regular las emociones, modularlas
  9. Consolar las emociones, calmarlas
  10. Interpretar las emociones, descifrarlas
  11. Elaborar las emociones, construir sentido
  12. Integrar las emociones, trascenderlas

Estos doce pasos podrían denominarse de otras maneras y algunos también podrían desglosarse o comprimirse, pero cada uno de ellos es esencial, tanto para las pequeñas emociones de cada día como para las grandes emociones de la vida. La diferencia es que con las pequeñas y sencillas emociones cotidianas los recorremos más rápidamente y puede ser que algunos se den de una forma casi automática o inconsciente. En cambio, cuando se trata de emociones intensas, relacionadas con los hechos importantes de nuestras vidas, el proceso se dilata más en el tiempo e incluso puede llegar a durar años (es el caso de una separación de pareja o de un proceso de duelo, por ejemplo). La conciencia emocional no la sitúo como uno de los doce pasos, ya que la considero una finalidad y un eje vertebrador de todo el recorrido.

Hasta ahora, cada vez había expuesto estos pasos en conferencias y en formaciones, no los había numerado nunca porque no siempre se dan en este orden ni se suceden de uno en uno. Los únicos invariables son el primero y el último. Conectar con las emociones y trascenderlas son siempre el principio y el final del proceso, respectivamente. El resto de pasos puede variar de orden dependiendo de la persona, la situación y el momento, y algunos incluso pueden darse simultáneamente. Esta vez los numero para que el lector se oriente más fácilmente, sepa por qué paso va y tenga una visión de conjunto más completa. Pero es importante tener en cuenta que no siempre seguirán este orden, que muchos pueden solaparse entre ellos y que los hay que se diferencian solamente por pequeños matices. Algunos que he puesto antes podrían ir después y viceversa, por ejemplo, los pasos 7, 8 y 9 podrían intercambiar su orden o darse los tres al mismo tiempo. Tampoco hay que priorizar unos en detrimento de otros ni ir directos a los dos o tres últimos sin pasar previamente por los anteriores. Sería como empezar la casa por el tejado y quedarnos una vez más en pensar la emoción sin llegar a conectar con ella ni a sentirla plenamente.

Los iré abordando uno por uno, en los doce apartados que vienen a continuación.

Segunda parte Pequeños de altura y grandes de corazón. Diez necesidades y derechos de los niños/as para un crecimiento emocional sano

La belleza
secreta de la flor de loto

«Ten la suficiente felicidad que te haga dulce, los suficientes obstáculos que te hagan fuerte, el suficiente dolor que te haga humano y la suficiente esperanza que te haga feliz.»

FUENTE DESCONOCIDA

¿Os habéis fijado alguna vez en la diferencia que existe entre la flor de loto cuando está cerrada o cuando ya se ha abierto? Cuando está todavía cerrada, tiene una forma similar a la de una alcachofa y la parte superior de los pétalos le dan una apariencia puntiaguda que hace difícil imaginar la belleza, elegancia y perfección que guarda en su interior. Es una diferencia notable y es similar a la que existe entre tener el corazón abierto o cerrado, entre mantener nuestras emociones ocultas –o descontroladas– y aprender a desplegarlas de una manera armoniosa.

El paralelismo no acaba aquí. La flor de loto –que tiene un valor sagrado y un simbolismo espiritual en las filosofías y religiones orientales–, nace del barro y consigue elevarse y abrirse esplendorosamente por encima del agua. Lo mismo sucede con la sensibilidad humana. No nace solamente de la luz ni puede ser fruto de la razón pura. Debe poder arraigar también en la penumbra, el desconcierto y la amargura inherentes a la vida humana y elevarse hacia la luz y la calidez de los sentimientos sublimes. Dice Elisabeth Kübler-Ross que la gente bella no surge de la nada. Suele ser gente que ha conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha o la pérdida y han encontrado una manera de salir de las profundidades.

Fragancias que ayudan a crecer en sensibilidad y humanidad

El propósito de este libro va más allá de conocer, comprender o gestionar las emociones. Los diferentes pasos que propondré y expondré en las próximas páginas describen un proceso similar al de la flor de loto. Dibujan un recorrido que nos puede ayudar a abrir más el corazón, a descubrir la belleza de sentir y a humanizarnos más plenamente. Si somos capaces de transformar las emociones y tejer sentimientos lúcidos y bellos, nuestro ser interno resplandecerá y nuestro mundo irradiará la belleza del corazón.

Después de siglos de relegar las emociones, en poco tiempo hemos pasado de desatenderlas a magnificarlas y actualmente se habla mucho de ellas pero aún las comprendemos poco. Nuestra cultura fomenta el consumo fugaz –y a menudo interesado– de emociones insustanciales que no nos nutren por dentro. El gran valor de las emociones es que contienen fragancias del alma y, si sabemos entenderlas y atenderlas como es preciso, las podemos aprovechar para crecer en sensibilidad, en humanidad y en alegría de vivir, además de en conocimiento y saber. El despliegue de nuestro universo emocional solo será positivo si lo hacemos de manera que sume. Si a la luz de la razón o de la mente le podemos sumar la luz y la calidez del corazón, nos convertiremos en personas más completas y equilibradas y el futuro puede ser resplandeciente.

Sentir fertiliza el corazón y nos acerca a la bondad si aprendemos a hacerlo adecuadamente. Los grandes valores como la bondad o la generosidad no son solo conceptos que haya que aprender y comprender, también son virtudes y actitudes que conviene adoptar, y para integrarlas de verdad tenemos que sentir su necesidad, utilidad y belleza. Saber mucho no es garantía de humanización. Las barbaries vividas en Europa durante el siglo XX ya nos mostraron que saber y bondad no siempre van de la mano y que mentes cultivadas pueden cometer grandes atrocidades. Pero las emociones desenfrenadas también pueden abocarnos al desastre y la capacidad de sentir tampoco nos hace más personas por sí sola. Experimentar emociones es humano pero no siempre es sinónimo de sensibilidad ni de humanidad. La clave está en aprender a transformar las emociones naturales o primarias que nos son propias como especie, y que la mayoría de seres humanos experimentamos en alguna medida, en sentimientos lúcidos y sublimes que nos vinculen positivamente con los otros y el mundo, y nos proporcionen una vida bella, buena y bondadosa. A esto es a lo que quiere contribuir este libro.

Cuando en 1997 comencé a dar las primeras conferencias y formaciones sobre inteligencia emocional, chocaba a veces con el escepticismo y las reticencias de personas que veían las emociones como una especie de torpedo a la racionalidad. Las emociones desmesuradas o desbocadas, o la emoción por la emoción, quizá sí que puede representar una amenaza. Pero el autoconocimiento y los sentimientos lúcidos que podemos extraer de ellas si aprendemos a transitarlas adecuadamente no solo no representan un peligro, sino que pueden contribuir a reforzar y a consolidar el resto de facultades y capacidades humanas, incluida la racionalidad. No en vano se habla de la inteligencia emocional como una metahabilidad que facilita el desarrollo óptimo de todas las demás inteligencias y del criterio ético o moral.

Corazón, cabeza y cuerpo: tres «ces» que conviene conjugar

Las neurociencias han demostrado sobradamente que las emociones son tan indispensables como la racionalidad para la salud personal y social. Quizás incluso un poco más, ya que, según indican investigaciones recientes sobre coherencia neurocardiovascular, el corazón no responde necesariamente a las señales que le envía el cerebro, mientras que el cerebro sí que sigue las instrucciones que le envía el corazón. En otras palabras, los sentimientos no se rinden siempre a los pensamientos, mientras que los pensamientos sí que se rinden a los sentimientos. Atender las dimensiones afectivas y emocionales es más que necesario, pues. Que a su vez hemos de tener una cabeza bien amueblada y bien ordenada es incuestionable. Pero emociones y sentimientos conforman una musculatura que también tiene que ser entrenada y cuidada a diario si aspiramos a ser personas íntegras, responsables, amorosas, conectadas con la propia esencia, receptivas a los otros, exquisitas en el fondo y las formas, comprometidas con la vida y mentalmente lúcidas.

Cuidar las emociones comporta escuchar y cuidar también el propio cuerpo, que muy a menudo es el que nos da las primeras señales emocionales. El cuerpo es el marcador somático, según el neurobiólogo Antonio Damasio. Guiado por su propia sabiduría y aprendizajes previos, el cuerpo nos habla y nos proporciona intuiciones que nos pueden ayudar a dar respuestas eficaces, mucho antes de que podamos procesar racionalmente una información. Las emociones también pueden ser transformadas a partir del trabajo corporal, y más sólidamente cuando este trabajo se basa en prácticas conscientes que hacen confluir sentimiento y reflexión. Hay masajes que deshacen bloqueos emocionales, técnicas que reequilibran la energía corporal y movimientos expresivos que suponen auténticos canales de autorregulación y de integración de las emociones. La conjugación de estas tres «ces» –corazón, cabeza y cuerpo– resulta, por ende, irrenunciable.

Hace diecisiete años que me dedico a promover el crecimiento y el bienestar emocional. Principalmente con familias y profesorado, pero también con adultos en general y con algunos niños y jóvenes. Y hace doce que conjuntamente con Pere Darder publicamos «Sedúcete para seducir», un libro que pretendía aportar conocimientos y reflexiones para fundamentar la necesidad de la educación emocional y favorecer una buena práctica. Felizmente, y tal como deseábamos y preveíamos entonces, el interés por las emociones no ha resultado ser una moda pasajera y nuestra sociedad es cada vez un poco más consciente de que aprender a sentir inteligentemente requiere el mismo afán y dedicación que aprender a pensar adecuadamente.

El camino recorrido desde entonces ha sido intenso, apasionante y fecundo. Miles de conferencias y formaciones en la espalda, y una tarea constante e inmensamente alentadora de estudio, investigación, reflexión y divulgación, me han permitido formular doce pasos concretos –que iré desgranando a lo largo de estas páginas– para conocer nuestras emociones, transformarlas en sensibilidad y sabiduría, y abrir el corazón de una manera tan bella y delicada como se abre una flor cuando es acariciada por la luz del sol.

La luz y la calidez
del corazón

«No somos inteligencias puras, sino inteligencias afectivas. No se puede considerar la inteligencia como una capacidad cognitiva, porque es una actividad y todas las actividades resultan influidas, estimuladas o entorpecidas por los afectos.»

JOSÉ ANTONIO MARINA

Necesitamos la luz y la calidez del corazón para que la razón llegue a buen puerto y sea fuente de humanización. Saber mucho nos lucirá poco si nos falta calidad humana. Y tener un buen nivel cultural o intelectual solo será edificante si aprendemos a utilizar el conocimiento de un modo inteligente y ético. Inteligente significa que nos ayude a salir bien parados de los retos que nos plantee la vida. Y ético, que nos impulse a pasar del yo al nosotros, a comprendernos mejor y a hacer algo útil y positivo por el bien común.

Aprender a leer lo que pasa en el propio corazón y en el corazón de las otras personas es una de las claves de una vida y unas relaciones más felices y de un horizonte esperanzador para la humanidad. Nos ocupamos poco de lo que nos ocurre por dentro y es la base de cómo somos, de cómo nos sentimos, de cómo nos va en la vida y, bastante a menudo también, de cómo les va a los que tenemos cerca. Dice Mario Alonso que la explicación a nuestros problemas y limitaciones no la encontraremos dando vueltas y más vueltas a nuestras aturdidas cabezas, sino buscando en un lugar diferente. Y que de la misma forma que nos ha hecho falta un microscopio para observar los microorganismos y un telescopio para estudiar las galaxias, necesitaremos también un instrumento muy especial para adentrarnos en el mundo interior y descubrir aquello que, aun existiendo, permanece oculto. Este instrumento de observación es la consciencia. Tenemos que poder captar nuestro mundo emocional en toda su riqueza porque si lo desatendemos o lo subestimamos nos desconectamos del corazón y no pueden aflorar plenamente nuestro potencial personal y nuestra esencia amorosa.

Los doce pasos que propongo en este libro son como unas lentes para mirar de cerca las emociones que colorean y rigen nuestras vidas, y filtran nuestra visión del mundo. Hay aspectos de nosotros mismos y de la sociedad en general que solamente podremos transformar si conocemos y transformamos primero las emociones profundas que viven en cada uno de nosotros. No vemos las cosas tal como son, las vemos tal como somos, dijo Anaïs Nin. Tan solo ampliando el conocimiento o el saber, desde una óptica primordialmente racional, no conseguiremos cambios suficientemente sólidos y consistentes. Cualquier nuevo hábito o actitud tiene que entrar en vibración con el universo emocional de cada individuo y arraigar profundamente en su reducto íntimo. Si no, los valores que nos hacen falta para vivir más felices y para que nuestro mundo avance en conciencia, sensibilidad y humanización, se quedarán solamente en conceptos, en ideas pensadas y seguramente muy anheladas, pero no realmente sentidas, vividas ni practicadas.

¿De qué nos sirve hablar varios idiomas si no dominamos el principal?

El lenguaje del corazón es el idioma más importante que todos los seres humanos tendríamos que aprender. ¿Qué sentido tiene hablar muchas lenguas si las palabras que acarician el alma, que embellecen la vida y la hacen digerible cuando es amarga, no las sabemos pronunciar en ninguna? Por más lenguas que dominemos, solamente podremos entendernos y respetarnos de verdad si hablamos este idioma que a las personas desconectadas de su propio corazón les suena a arameo y a veces tachan de cursi o solo apto para románticos.

El camino del corazón únicamente se puede emprender con garantías de la mano de las emociones. Pero cuidado, porque el simple hecho de experimentar emociones, de compartirlas, mostrarlas o expresarlas, no nos acerca al corazón. Podemos estar sobrepasados de emociones y faltos de sensibilidad. En nuestra sociedad actual hay un ruido o frenesí constante de emociones intensas, muy a menudo inducidas por la publicidad, el deporte, la política, los medios de comunicación y más recientemente por las redes sociales, que muchas veces lo que hace es suplir la falta de sentimientos profundos y verdaderos. La emotividad exagerada (como la racionalidad empedernida) es a menudo un síntoma de pobreza de corazón. Michel Lacroix habla de una bulimia de sensaciones fuertes que se acompaña de una anestesia de la sensibilidad. Nos emocionamos mucho, pero ya no sabemos realmente sentir. Por su parte, Antonio Damasio corrobora que puede haber emociones sin sentimientos. Nos podemos pasar la vida experimentando emociones intensas y ser incapaces de aprovecharlas para nutrir nuestra interioridad. No puede haber, en cambio, sentimientos sin emociones. Esto significa que para abrir y expandir el corazón, tenemos que conectar primero con las emociones primarias y, en un segundo momento, aprender a tirar del hilo de estas emociones para reconvertirlas en sensibilidad y lucidez.

Un camino hacia uno mismo y de paso hacia los otros

Hay muchas personas con vidas normales y corrientes que viven a años luz del propio corazón. Y muchos corazones congelados, endurecidos, heridos o atrofiados. Hace tan solo un par de décadas que tenemos noticia de la sabiduría y el poder transformador que hay detrás de las emociones cuando las hacemos conscientes y las convertimos en fuente de conocimiento. Los sentimientos son la puerta de acceso al corazón, el camino que conduce hacia uno mismo y de paso hacia los otros. Pero solo los atienden como es debido quienes piensan que la tarea y la apuesta más importante de familias, educación y sociedad es formar personas (más que profesionales o consumidores). Dice Xavier Melgarejo que la prioridad de un país tiene que ser construir personas (no pabellones y aeropuertos). Personas competentes conectadas con su propio corazón y que sepan establecer sintonía con el de los otros, añadiría yo. Pero basamos el éxito en conquistas externas, en ser los primeros o los mejores, y de esta manera descuidamos la interioridad y fomentamos ser competitivos por encima de ser competentes. El mejor en un ámbito o disciplina concreta solamente puede ser uno. En cambio, la mejor versión de uno mismo podemos llegar a serlo todos. Esto expande y socializa la belleza, y la convierte en un poderoso impulso para seguir adelante. Para mí, un auténtico número uno es alguien que da a cada instante lo mejor que tiene para dar, que lleva y sobrelleva dignamente y con honestidad sus carencias y contradicciones, que mira más allá de sí mismo, que conserva siempre una brizna de afabilidad y que hace sentir bien a quien tiene alrededor. Tenemos que llenar el mundo de números uno de estos si queremos humanizar la humanidad –como propone Edgar Morin.