EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES

Primera edición, Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero / Editorial de Ciencias Sociales, 2010

Segunda edición, Editorial de Ciencias Sociales, 2010

Edición: Ana Molina González

Diseño interior y cubierta: Liset Vidal / Eloy H. Dubrosky (Liseloy)

Diseño interior y ajuste de cubierta
para e-book: Dayán Martínez Chorens

Corrección: Ana Molina González

Diagramación para e-book: Maikel Martínez Pupo

 

© Daysi Rubiera Castillo, 2010

© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2014

 

ISBN: 978-959-06-1580-1

 

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Imagen1229.TIF Índice


Dedicatoria

Agradecimientos

Presentación

Introducción

Mi testimonio

Ondina

Olguita

Belkis

Dulce

Carmen

Eulalia

Olga Lidia

Elsa

Delia

Gisela

Rosa

Margarita

Anexos

Algo que debes saber

Mitos y realidades sobre la violencia contra la mujer

Normas jurídicas del código penal para castigar actos de violencia marital


Imagen1286.TIF Dedicatoria

A la memoria de mi madre.

A mis nietas, con la seguridad de que la vida será distinta para ellas.

 


Imagen1278.TIF Agradecimientos

A las mujeres que con sus testimonios desafiaron el silencio, desnudando intimidades y vergüenzas, como la mejor manera de cobrarle a la violencia en la mejor moneda: batallando para conservar sus ganas de vivir.

 


Imagen1278.TIF Presentación

En medio de un mundo de rápidos cambios,
la sociedad cubana actual se enfrenta a viejos y nuevos problemas a los que debe dar respuesta, en un escenario de creciente complejidad y donde algunas mujeres y no pocos hombres evidencian otras formas de ver la vida, la sexualidad y las relaciones de género.

Por una parte, una crisis económica nos afecta y se dan signos de fragmentación social; por otra, la sociedad civil socialista cubana se suma a los esfuerzos de algunas instituciones estatales para tratar de impactar, si bien no en la totalidad de la vida social cubana, en algunas esferas de esta, y poner fin a diferentes iniquidades, entre las que se encuentra la discriminación por razón de género.

Se abren espacios para incidir en una nueva socialización, tanto urbana como rural, a la que el Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero contribuye mediante diferentes programas, con el propósito de construir identidades que erosionen los viejos esquemas culturales de patriarcado y discriminación, y visualizar en el espacio público las diferentes formas de violencia existente, para que sea ahí mismo donde se debata, procese el tema y surjan nuevos valores para compartir. Es en este contexto donde surge el presente libro, en el cual la autora nos muestra historias no develadas, socializadas aquí de manera amena para contribuir así a resolver aquellos problemas “domésticos” que se reproducen de alguna forma en el espacio macrosocial.

Evidentemente, es hora de poner fin a las actitudes violentas. En este sentido, los medios de comunicación deben desempeñar un papel importante, no solo en lo político y cultural, sino también en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, porque hay una gran dependencia entre esta y la comunicación, de ahí que entregar a un amplio público este libro, es brindar un espacio humanista y social a favor y en defensa de la mujer, para que si un día se dijera que levante la mano la que haya sido víctima de violencia, no hubiera ninguna en alto. En medio de esta emergencia y de la complejidad que conlleva cualquier proceso de percepción y reconocimiento, brindamos como fruto de nuestro trabajo en el escenario social cubano estos testimonios, que de seguro ayudarán a una reflexión individual y colectiva, a un pensar lo social desde otra mirada.

 Gabriel Coderch Díaz

Coordinador General Grupo de Reflexión

y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero

 


Imagen1368.TIF Introducción

Porque todo libro ha de revelar una verdad
oculta por miedo, por olvido, por censura, por desconocida o por novedosa, este se ha escrito con la intención de trasmitir alguna enseñanza en un intento de contribuir a los esfuerzos que realiza nuestra sociedad para eliminar cualquier tipo de discriminación de que puedan ser objeto las mujeres, por motivos de género, aunque cada vez son más las que no están dispuestas a tolerarla, gracias a los importantes cambios producidos en sus conciencias y actitudes. Pero, independientemente de que muchas han decidido hacer trizas el silencio y con su testimonio recuperar la voz, no podemos olvidar que “entre las cuatro paredes” de infinidad de hogares, mujeres de diversas edades, nivel cultural, color de la piel y religión, son víctimas de violencia y la ocultan por considerarla como un “asunto privado”.

Ir en busca de esa información no revelada, de esas historias, tuvo muchas complicaciones
en relación con su veracidad. Las entrevistadas podían exagerar o minimizar los hechos por el olvido explícito o implícito de situaciones que, fundamentalmente, no quisieran recordar, porque al hacerlo era como si las volvieran a vivir. Historias que, por tratarse de “problemas íntimos”, solo se podían visualizar a través del testimonio. Para encontrarlas, toqué puertas y descorrí cortinas, hurgando en el interior de muchos hogares.

Encontré mujeres en las que la necesidad del olvido era mayor que la de recordar. En algunas se había apoderado la vergüenza de referir su propia historia, desconocedoras de que la suya era más o menos la misma que la de muchas otras. Las hubo en las que el temor les impedía hablar, como si al narrar lo que les había sucedido, cayera sobre ellas el peso de la culpabilidad. Pero al fin encontré a las que, dejando atrás el miedo y la vergüenza, bucearon en las intimidades más dramáticas de sus memorias para propiciarme una conversación fructífera y positiva que me permitió, parafraseando al escritor colombiano Arturo Alape, voltear patas arriba la teoría y ponerla a caminar sobre los pies de las que, en este caso, la representaban en la práctica, para dar una visión real de lo que se podría explicar desde el punto de vista científico y que en muchos casos no se cree. Estas historias demuestran con hechos lo que ya se ha escrito: “bajo el manto sagrado del hogar” se esconden las diferentes formas de violencia de que son víctimas infinidad de mujeres, niñas y niños, entre otras causas, por las desigualdades en la estructura de la familia. En una gran mayoría de estas en nuestro país, prevalece una educación diferenciada para niñas y niños, donde persiste el androcentrismo y se identifica a los niños con modelos que tienden a reforzar actitudes violentas, mientras que a las niñas se les exige subordinación a la autoridad paterna, muy arraigada aún socialmente.

Desdichadamente, no siempre el hogar es el lugar donde se desarrollan afectos y cuidados. En muchos, los gritos, las humillaciones, la infidelidad, la imposición de decisiones, los golpes, la violación conyugal, se convierten en hechos cotidianos que pasan inadvertidos, no se les toma en cuenta, se les da cualquier nombre —diferente al que realmente tienen— y hasta se ven como asuntos sin importancia. Por eso espero que el ejemplo de estas mujeres, decididas a desafiar el silencio, sirva para que muchas otras no permitan ser violentadas.

El primer testimonio es mi propio relato como mujer maltratada. En el resto, todos los nombres que aparecen son ficticios, y si encuentran algún parecido con la realidad, no es mera coincidencia, es que estas historias se pueden dar, de modo bastante semejante, en muchas otras familias, en tu hogar o en el mío. De lo contrario, “que levante la mano” la mujer que no haya sufrido cualesquiera de las diferentes manifestaciones de la violencia de género.

 



Imagen1442.TIF Mi testimonio

                                            Licenciada en Historia.

                                            Investigadora, escritora.

                                           Jubilada (no retirada).

                                           Casada, negra, santiaguera

                                           residente en La Habana.

Hoy, jubilada, con el privilegio de sentirme
adulta y responsable, condiciones alcanzadas después de muchos logros y fracasos, no quiero seguir callando, seguir escondiendo mis penas por temor a no ser comprendida. Por eso he abierto mis alas y he dejado volar mi espíritu, libre de las contradicciones impuestas por mi sociedad y cultura.

De niña sufrí una experiencia que es el recuerdo más triste de mi infancia. Me arrancó de adentro algo tan hermoso como la adoración que sentía por mi padre. Fue un acto que me dejó una mezcla de desencanto, decepción y sufrimiento que aún me acompaña.

En muchas ocasiones, retrocedo cincuenta y tantos años y recuerdo aquel día a mi papá, en la sala de mi casa. Acomodado en un balance1 “don Pancho” leía un periódico Oriente. Yo revoleteaba a su alrededor mientras cantaba una canción de entretenimiento que me había enseñado mi mamá.

Parece que aquello lo desconcentraba, lo sacaba de la lectura. En dos ocasiones me había ordenado terminar con ese juego. No le obedecí. Se disgustó mucho y descargó su incomodidad dándome un empellón que me lanzó contra la pared. Recibí un fuerte golpe en la boca con la viga de madera que unía la pared al piso y se me partió un diente.

Para él, aquello no tuvo importancia. En definitiva, ¡era mi padre! Todo se justificó cuando planteó que yo lo había sacado de quicio. Aunque mi mamá no quedó satisfecha con su defensa, al final, ¡yo fui la culpable! Todo quedó entre familia. Pero mi padre dejó de ser una persona importante en mi vida.

Mi otra experiencia fuerte en la infancia, la experimenté una mañana cuando un vecino, querido y respetado en el barrio, me llamó y pidió que le quitara una tela de araña que colgaba en una de las esquinas de la sala de su casa. Cuando me levantó para que hiciera lo que me había pedido, sentí que introducía uno de sus dedos en mi vagina. Reaccioné pateándolo, escupiéndolo y amenazándolo con decírselo a mi papá.

Al salir corriendo de aquel lugar, por primera vez experimenté una sensación de vergüenza. Me refugié en un rincón del patio de mi casa. Lloré desconsoladamente, no podía entender bien el significado de lo que me había sucedido, pero intuía que era algo muy malo. No se lo conté a nadie. Estaba segura de que no me creerían. Ya mayor, tampoco lo conté. Consideraba esa área de mi cuerpo como parte de mi intimidad, por tanto, no quise hacerlo público.

De adulta y casada —no con el príncipe azul de los sueños de juventud, sino con quien asumió la actitud autoritaria de mi padre, que yo creía que desaparecía con el matrimonio—, nuevamente fui víctima de innumerables actos de violencia. Pero lo que me hizo romper con aquella aparente unión amorosa, fue su intento de agredirme físicamente por sus celos aberrantes y ofensivos.

Pero en mí se produjo un vacío que traté de llenar. Al cabo de un tiempo, me volví a casar. De nuevo se impuso el varón por la fuerza de la costumbre. Gritos, incomprensiones y, sobre todo, infidelidades, laceraron mi ser hasta hacer explotar aquella unión.

Hoy, a muchos años de distancia de aquellos hechos, y casada de nuevo, soy dueña de mis actos, de mi vida, me siento libre. Tengo un compañero formidable, pero para ser completamente sincera, no puedo negar que me agrede constantemente, pero en este caso, ¡con el silencio!

1 Así denominaban a la mecedora en la parte oriental de Cuba; en la occidental se le dice sillón.