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Akal / Historia del mundo / 72

Isabel Enciso Alonso-Muñumer

Las Cortes de Cádiz

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Diseño de portada

RAG

Serie Historia de España

Director

Miguel Morán Turina

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© Isabel Enciso Alonso-Muñumer, 1999

© Ediciones Akal, S. A., 1999

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4147-4

 

 

1. Introducción

«La libertad es algo

que sólo en tus entrañas

bate como el relámpago.»

En la historia del liberalismo, la libertad y la confianza en el individuo han sido las dos premisas fundamentales que han hecho avanzar a los hombres hacia la conquista de un régimen constitucional, hacia una nueva estructura de la sociedad civil y hacia un desarrollo económico basado en el capitalismo industrial como una vía alternativa y contrapuesta al sistema del absolutismo político, a la sociedad estamental (dividida jerárquicamente en nobleza, clero y pueblo llano, cada uno con un estatuto jurídico propio) y a la economía agraria del Antiguo Régimen, esquema global de la llamada Edad Moderna.

Esta transformación hinca sus raíces a fines del siglo xviii, impulsada por las nuevas ideas que se propagan por todo el Occidente europeo, y desemboca en la ruptura definitiva con la estructura política, social y económica de los siglos precedentes. Los pioneros en llevar a la práctica un programa teórico nuevo en la concepción de un Estado constitucional caracterizado por el predominio de la igualdad y la libertad de los ciudadanos fueron las trece colonias americanas, que consiguieron su independencia en 1776 y promulgaron, por vez primera, una Constitución, en la que se recogía una declaración de derechos que preservaba los logros de la libertad y la dignidad del individuo recientemente adquiridos. En Francia, con el estallido de la revolución en 1789, las ideas de Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros autores dejaron de ser unos presupuestos abstractos y se plasmaron en un texto constitucional. Por su gran resonancia muchos historiadores han señalado el hito revolucionario francés como fecha idónea para delimitar el paso del Antiguo al Nuevo Régimen y el comienzo de la Historia Contemporánea, al menos en el ámbito europeo. Sin embargo, este proceso revolucionario, sustentado, sobre todo, en las reivindicaciones de un grupo social, la burguesía, que adquirió conciencia de su propia fisonomía y que reivindicaba, por tanto, su participación activa en la vida política de la Nación a la que pertenecía, no fue un hecho aislado, sino que se inscribe dentro de un movimiento revolucionario más amplio que se expandió por casi toda la geografía europea. En otros países, como Inglaterra, el desarrollo del parlamentarismo como medio para frenar los posibles abusos de la Monarquía y como vía de expresión de los diversos grupos sociales tuvo sus orígenes en una época más temprana; ya en el siglo xvii se puso límites al ejercicio del poder real y se inició una etapa caracterizada por el equilibrio de las instituciones encargadas de la dirección del país.

Al abrigo de las teorías liberales, la nueva clase burguesa emerge para arrebatar a la Monarquía y a la nobleza cortesana algunos privilegios. Esta potente burguesía europea había alcanzado un poder económico que chocaba con la exclusión a la que se veían sometidos para participar en la vida política, y la única forma posible de quebrar el orden establecido era la revolución. Una acción progresista que pronto se convertiría en conservadora por apelar a los mismos privilegios que habían intentado conquistar al excluir, a su vez, al resto de los grupos sociales que constituían, con ella, el pueblo llano.

Los liberales de comienzos del siglo xix, liberales doctrinarios, fueron los primeros que abogaron por la participación ciudadana en el gobierno, pero no de una forma generalizada sino restringida a través de un sufragio censitario (sólo podían ser diputados aquellos que tuvieran una determinada renta). Ahí radica su conservadurismo. No obstante, pronto surgió una línea progresista, el liberalismo democrático, que lucharía por alcanzar realmente la libertad, la igualdad y la participación de todos a través del sufragio universal que, junto a las nuevas ideas socialistas que reivindicaban los derechos de los grupos menos favorecidos, impulsaron la culminación de este proceso.

Todo el xix fue un siglo de lucha entre la pervivencia de los valores estamentales y la consolidación de las ideas liberales. En unos lugares más que en otros, la ruptura con el pasado fue difícil. Ello dependió de las particulares circunstancias que rodearon el panorama de cada Nación y el contexto internacional. Recordemos que, tras la Revolución francesa y la experiencia napoleónica, Europa cerró sus puertas a los cambios y pretendió restaurar el orden quebrantado, una actitud que obtuvo una respuesta enérgica a través de las revoluciones liberales burguesas de los años 20, 30 y 48, herederas, como hemos visto, de las luchas revolucionarias de fines del setecientos.

¿Qué papel desempeñó España en este proceso revolucionario del xix? ¿Cómo se desarrolló su camino hacia el nuevo Estado liberal? ¿Quiénes fueron los protagonistas? Evidentemente, existen rasgos peculiares que la diferencian y definen. La transformación que promovían las ideas liberales tardó en consolidarse en España más que en otros países europeos debido a la oposición de los sectores absolutistas, que desembocó en una guerra civil –guerra carlista 1833-1839–, y por el carácter de la sociedad misma, que mantuvo sus estructuras tradicionales y que no contaba, en aquellos momentos, con una burguesía nacional capaz de fomentar las innovaciones. Por ello, tal y como afirman historiadores contemporáneos, el constitucionalismo tuvo serias dificultades para calar en la sociedad y permanecer vigente en la España de principios de siglo.

Los primeros impulsores del liberalismo y de la ruptura con las estructuras estamentales fueron los diputados de las Cortes Generales que se reunieron en Cádiz a partir de 1810, en una coyuntura de crisis bélica, para frenar, en principio, la invasión de las tropas napoleónicas y asumir, en último término, la necesaria reestructuración del Estado. Como ellos mismos afirmaran, sus objetivos se encaminaban hacia la salvación de «la Nación de la tiranía de Bonaparte y ponerla a cubierto en adelante de toda clase de tiranía... y establecer un Gobierno que, con su actividad, capacidad y energía, corresponda a vuestras intenciones –a la voluntad general a la que representan, se entiende–, reorganizando los ejércitos, faltos de disciplina o, como algunos dicen, de Constitución; crear arbitrios y recursos para sostener la guerra; reanimar el espíritu público, abatido por los desastres y la desconfianza, restablecer en la máquina política la unidad de la Nación, ya casi perdida... reformar, sin contemplación alguna, todos los abusos que se han seguido de la ignorancia de verdaderos principios con que hemos caminado hasta ahora...».

Su labor supuso el comienzo de la implantación de un Estado Constitucional y el latido inicial de la crisis del Antiguo Régimen. De ello tenían conciencia una serie de intelectuales comprometidos, cuyo máximo logro fue la elaboración de una Constitución promulgada el 19 de marzo de 1812 «Código sagrado, respetable siempre como paladión que fue de nuestra independencia y cuna de nuestra libertad», tal y como la definía un testigo de la época, el genial periodista y escritor, Mariano José de Larra.

No obstante, el esfuerzo de los hombres de Cádiz, entre los que destacan Argüelles, Toreno, Calvo de Rozas e Istúriz, por citar quizá a los más sobresalientes, no obtuvo resultados visibles a corto plazo; fue un intento fallido por introducir las nuevas estructuras políticas, sociales y económicas debido a la oposición del recién liberado Fernando VII, tras la victoria nacional frente a los franceses. Lo que, en un principio, podía haber sido la instauración de una monarquía parlamentaria, se convirtió, por el decreto del 4 de mayo de 1814, en la restauración del orden absoluto, y con él dio comienzo la represión de las libertades, un proceso paralelo a la actitud europea que tras las guerras napoleónicas se resistió también a los cambios. Sin embargo, la huella que dejaron los liberales gaditanos así como el resto de las experiencias revolucionarias de fines del xviii hizo que, tanto en España como en Europa, el triunfo del liberalismo burgués se convirtiera en una realidad a lo largo del xix.

La Constitución de 1812 vino a ser una continua referencia, no sólo para los españoles sino para los italianos y americanos que protagonizaron su propia revolución liberal en los años 20 y 30, a causa de su carácter innovador, basado en la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), la representación ciudadana, la soberanía nacional y la garantía de los derechos y libertades de los individuos.

En conclusión, podemos decir que el estudio de las Cortes de Cádiz se convierte en una materia de capital importancia para descubrir el origen de nuestro presente, del Estado de derecho y de la tolerancia y la libertad por las que aún se lucha en la actualidad. Y, aunque, ciertamente, el liberalismo decimonónico ha quedado ya en desuso, no se pueden tampoco olvidar los avances que promovió en su tiempo, ya que sus ideas contribuyeron de manera decisiva a romper con unas estructuras carentes ya de sentido.